domingo, 27 de diciembre de 2009

"Making Off", Notas sobre la búsqueda

Algunas personas tienen el defecto de creerse las cosas. En algún momento de algún principio cualquiera, alguien "mayor" les da un mapa con una X marcando el tesoro. Les dicen que es una antigua ruta llena de peligros y aventuras que nadie ha realizado en mucho tiempo , fascinándolos. A medida que pasa el tiempo, siguen creyendo en la posibilidad de encontrar el tesoro siguiendo el mapa, sólo que a su alrededor cada vez son más los compañeros se burlan de su "ingenuidad prolongada"; Todo el mundo parece tener muy claro que tal tesoro no existe, que es un cuento para principiantes. Pero el caso es que ninguno de estos burlones ha tenido el valor de adentrarse en la riesgosa ruta, porque la promesa del tesoro no es bastante para ellos. Por otro lado, nadie ha echo el intento de demostrar que no hay nada ahí como para que puedan reír con conocimiento de causa. La conclusión es que, bien sea metáfora, bien una ganancia real, lo más valioso de esta historia es la posibilidad del viaje, de la búsqueda.

Mi trabajo final de Bachillerato trató de la Wicca. Contaba con fuentes, referencias y bibliografía, y me supuso un excelente. Acepto que presentar el tema en la escuela y en aquellos años fuera una especie de acto de honestidad "esto es lo que me interesa, y es por esto que quiero saber más", que se invirtió tiempo y esfuerzo y que cumplia con las exigencias formales que se exigían... Pero si yo tuviera que calificarlo, estaría suspendido. O lo que es lo mismo, no habría alcanzado el nivel de suficiencia. Porqué? Una búsqueda no consiste en salir a encontrar lo que esperamos encontrar, sino en salir a encontrar lo que está ahí, nos guste o no, y tener la disposición de digerirlo, tal como es.

Da un poco de miedo pensar a raíz de esto en el nivel que se exige a los estudiantes pre-universitarios, el nivel de madurez que se les supone necesario para salir a enfrentar el mundo... y eso si es que no se han visto en la necesidad de hacerlo antes.

Más tarde, ya en la universidad, algunos profesores planteron esta cuestión al introducirnos al trabajo del investigador. Nos hablaron de personas que llevaban toda su vida dedicados a la búsqueda de las pruebas suficientes para confirmar sus hipótesis, y como, cuando éstas aparecian, podían hacerlo para desmentirla. Por eso, en el fondo, se falsean u omiten pruebas, o se realizan interpretaciones desligadas de las mismas, creando una ilusión de verosimilitud que permite publicar libros y ganar aplausos de una audiencia carente de herramientas para la crítica. Por eso, en lo personal, siento una admiración mucho mayor por esos buscadores aparentemente fallidos que encontraron lo que no esperaban y tuvieron la honestidad de admitirlo, impidiendo el engaño, y la pérdida de tiempo de otros, contribuyendo a la búsqueda común de la humanidad.

Pero el hecho es que, incluso en el seno de la universidad, sin importar que constituya una falta a los principios básicos del método científico, hallamos demasiado casos en los que la información se retuerce para que tome la forma que convenga: Es algo que también se puede aprender allí. Luego, el título resulta más o menos útil en función de cuan "prácticos" hayamos aprendido a ser. Algunos prefieren, no obstante, creer en los principios que encuentran al llegar a una escuela, se identifican con ellos, les juran lealtad. Pueden agregar matices y complejidades a medida que avanzan, perfeccionar ese arte suyo tal vez más tosco que el del resto, pero lo más importante está hecho ya : no confundirán los pilares con los ornamentos.

Antes de escribir un artículo, las ideas se van acumulando como nubes de tormenta, hasta que suena un trueno y empieza la lluvia, y sabes que es el momento de empezar a teclear... por desordenada que sea la escritura, que se estampa en la superfície blanca más o menos tal como llega, cada cierto tiempo nos detenemos a comprobar la corrección de una cita o un dato. No es suficiente recordar que alguna vez alguien nos comentó aquella situación, imagen o ejemplo que tiene la forma exacta que encaja en este punto de nuestro discurso... No, hay que ir a ver si hay algo que confirme su existencia. Y descartarlo si la confirmación no es suficiente, aunque eso eche por tierra tres párrafos y medio. "Nadie lo notaría", pareces oír en susurros. Pero sabes que no es cierto, al menos uno lo notaría, el que escribe y sabe que no conviene disgustar a la conciencia. "Hay que hacer las cosas lo mejor posible", dice ésta. Y nunca se cansa.

El resultado inevitable es que, para cuando está terminado, tras depurar nuestros errores y llenar huecos que no habíamos considerado, tras haber templado el discurso exponiéndolo a las fuentes que lo apoyan y a aquellas que le son contrarias, hemos aprendido mucho más acerca de ese tema al que en un primer momento "sólo" pretendiamos acercarnos.

Nunca seremos poseedores de la verdad, porque la verdad no puede ser contenida en el nivel en el que las palabras habitan, pero el proceso que nos obliga a contrastar nuestras propias percepciones, sin abandonarlas, sometiéndolas a la prueba, al filtro, fortaleciendo nuestros argumentos, enriqueciéndolos y matizándolos es importante en sí mismo. Y, debemos saber, este proceso es una obra abierta, una obra comunitaria, que nunca termina por completo, pero en la que por el bien propio y ajeno deberíamos poner nuestro mejor esfuerzo.

Empecé a escribir estas líneas después de haber visitado algunos blogs escépticos, que es algo que creo conveniente hacer de vez en cuando, dado que en ellos se ofrece a menudo información valiosa acerca de estafas relacionadas con lo esotérico. Sin embargo me sorprendió como en ocasiones los temas a tratar resultan pobremente argumentados, y el ambiente se empapa de una especie de complejo de superioridad hacia las personas que tienen opiniones distintas a las expresadas, comprobando, una vez más, que la razón no asiste a quien carece de sentido común y de una cierta empatía hacia sus congéneres humanos (ser capaz de ponerse en la piel de otros), y que es lo mismo ser creyente de todo que ser creyente de nada si a fin de cuentas ambos cursos desembocan en el mismo fanatismo que rehúye cobardemente los cuestionamientos y reniega de la auténtica naturaleza de la búsqueda.

Sin embargo, debo añadir que, en muchas ocasiones, el trabajo que llevamos a cabo dentro de alguna área en concreto de nuestras vidas y los principios que seguimos para ello es transferible a otras y aplicable en nuestro desarrollo personal. Dentro de los ejercicios de pathworking/visualizaciones que conocí años atrás, uno de los básicos consistía precisamente en enfrentar las diferentes visiones acerca de uno mismo que cohabitaban en nuestro interior, sobretodo la parte condescendiente y la parte culpabilizadora... Una tercera parte se encargaba de conciliarlas para llegar a un justo término medio en el que la toma de decisiones a la hora de seguir nuestro camino fuera guiada de un modo sereno y lúcido, que permitiera soltar lastres innecesarios, corregirnos sin castigarnos y darnos ánimos sin volvernos estúpidos o excesivamente confiados, asegurándonos que avanzamos en la dirección que queremos ir.

En esto, supongo, consiste gran parte de eso que llamamos "aprender por uno mismo", en salir a buscar y encontrarse con lo que hay, en lugar de alejarnos para acabar metiendo la mano en el bolsillo y "encontrar" lo que ya llevábamos con nosotros al salir. En no tener miedo de ser cuestionados, o cuestionarnos nosotros mismos, de rectificar, por apego al ideal que nunca alcanzaremos pero al que siempre debemos tratar de acercarnos en la medida de nuestras posibilidades.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Al aire Ouroboros (y yo sin conexión)

El pasado solsticio se estrenó el proyecto Ouroboros Webring - y yo quedé temporalmente sin conexión doméstica, por lo que me perdí la inauguración... - Obviamente ha quedado genial XD

Escribo ahora - más vale tarde que nunca - desde un cibercafé en la ciudad de Oaxaca, con blogger fallando reincidentemente ( de hecho, ni siquiera veo el blog de Perro Aullador!! ) y con la promesa de recuperar el ritmo, escribir decentemente, y tachar los pendientes que quedan en la lista a más tardar la semana que viene.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Visiones alternativas: "El horror de Yule" , Lovecraft


Lo encontré probando el nuevo buscador, en A Media Voz, junto a otros versos del autor, a los que vale la pena echar un vistazo. No puedo saberlo, pero imagino que, mientras a su alrededor se dedicaban a preparar la Navidad, Lovecraft escrbía estos versos, observando el mundo bajo su particularísima luz.

No se trata de volvernos tenebrosos... Simplemente, una de las cosas que me atrae de la literatura es su poder para evocar visiones alternativas acerca de lo que nos resulta familiar. Esto puede deberse a la mirada única del autor, como sería el caso de Lovecraft, o bien a que el autor nos hace partícipes, a modo de cronista involuntario, de la visión de un tema que se tenía en un tiempo y lugar determinados; Por ejemplo, cuando Goethe escribe acerca de las hadas, y el rapto de los niños, echando por tierra todo intento de la fantasía postmoderna por proyectarse hacia al pasado.

El horror de Yule

Hay nieve en el campo
Y los valles están helados,
Y una profunda medianoche
Se cierne sombría sobre el mundo;
Pero una luz entrevista en las cumbres
Revela festines profanos yantiguos.

Hay muerte en las nubes,
Hay miedo en la noche,
Pues los muertos en sus mortajas
Celebran la puesta del sol,
Yentonan cantos salvajes en los bosques mientras danzan
En torno al altar de Yule, fungoso y blanco.

Un viento que no es de este mundo
Recorre el bosque de robles,
Cuyas mórbidas ramas se ahogan
En una maraña de delirante muérdago,
Porque éstos son los poderes de las tinieblas, que perviven
En las tumbas de la raza perdida de los Druidas.

Diciembre, 1926

Versión de Juan Antonio Santos y Sonia Trebelt



Actualizaciones

Estaba buscando otra cosa - para variar - y terminé agregando la herramienta de búsqueda a la barra lateral del blog. No la había probado nunca y me pareció bastante útil a la hora de buscar por palabras o temas clave, tanto en el blog como en la página original.
Por otra parte descubrí en qué consiste "seguir" otros blogs... ( Tarde pero seguro :P) Así que distinguí entre los enlaces a otros sitios webs y los enlaces a blogs que me parecen interesantes. A parte, agregué una lista de enlaces a webcomics en una tercera categoría - No es lo mismo, pero muchas veces nos dan que pensar... -.

Habrá más novedades en breve, pero de eso hablaremos llegado el momento :)

jueves, 17 de diciembre de 2009

Repensando la ecología (II)

Viene de : Repensando la ecología (I)


IV. En qué nos beneficia el acercamiento a la ecología.


Tal como se ha planteado el tema, parece que el hecho de familiarizarse con la ecología no nos va a llevar a otra cosa que la desesperación. Sin embargo, esto no tiene porqué ser así. Cuando una cuestión se complica y nos rebasa, el camino más eficiente para recuperar nuestra capacidad de comprensión e incidencia al respecto es desmenuzarla en fragmentos digeribles.


En el aspecto mental, el contacto con la ecología en tanto que ciencia, nos provee de herramientas a la hora de filtrar la información procedente del entorno natural o social y, sobretodo, de los medios de comunicación. Esto significa que nuestra aproximación a la realidad, a las necesidades de la humanidad y de la conservación del entorno no se producirá a través de las emociones, sino de la racionalidad. Nos hacemos menos vulnerables a la manipulación y a la publicidad, adquirimos criterios objetivos de evaluación y estamos en condiciones de exigir resultados concretos, por lo que aumentan las posibilidades de acercarnos a la problemática real que se intenta disimular.


Por ejemplo, durante mucho tiempo, la entrada de la soja en los mercados se vendió como una innovación “natural” colmada de beneficios, y se asoció a productos supuestamente “verdes”. Pero lo cierto es que el monocultivo de soja acarrea desequilibrios ecológicos y económicos si se mantiene prolongadamente. Por no mencionar los daños sobre la economía local y el impacto en el medio que puede tener el hecho de traer la soya desde grandes distancias, o de la existencia de la soja transgénica, de dudosa fiabilidad. Otra estrategia publicitaria en la que interviene el cultivo extensivo de soja es la defensa del biodiesel como producto ecológico. Técnicamente el biocombustible sería menos contaminante que el combustible fósil, sin embargo, para poder abastecer los niveles de necesidad de combustible que se manejan hoy día, sería necesario sustituir las plantaciones destinadas a alimento por plantaciones destinadas a la elaboración de biodiesel. Esto disminuiría la cantidad de alimento disponible para una población en constante aumento, y conllevaría un aumento de los precios en productos tan básicos que condenaría a una gran parte aún mayor de la población mundial al hambre, mientras que, en el proceso, se perderían espacios naturales y especies que los habitan, y se inutilizaría la tierra por desgaste. Ergo, no importa como lo quieran vender, se mire por donde se mire eso no es una solución ecológica. De hecho, ni siquiera podría considerarse una solución.


En el aspecto emocional, la aproximación a la ecología nos obliga en primer lugar a asumir que no se piensa con el “corazón”, sino con la “cabeza”. Puede parecer contradictorio, pero, de hecho, gran parte del trabajo que hacemos respecto a nuestras emociones es aprender a gestionarlas, y no dejar que nos dominen. En el caso de la problemática ambiental , las desgracias que acarrea, y las soluciones que existen (aunque no se apliquen) la gracia está en no dejarnos llevar por emociones como la culpabilidad, el enojo o la euforia. Hay que acepta las cosas como son, para poder ver qué podemos y qué no podemos hacer al respecto. No tiene sentido sentirse culpable por algo que ya pasó o ya hicimos, porque de ninguna manera podemos volver atrás para cambiarlo. Tampoco tiene sentido el enojo, si lo conservamos después de que haya cumplido su función señalándonos que hay algo con lo que no podemos estar de acuerdo, sólo lograremos sembrar de obstáculos el camino que deberíamos recorrer en la mejor condición posible. En cuanto a la euforia, puede darnos un potente empujón a la hora de iniciar un proyecto, pero toda vez que nos vuelve ciegos hacia nuestras propias limitaciones, por ella misma no es capaz de mantener el ritmo... así que terminará dejándonos tirados en la orilla de la autoderrota. No importa cómo nos sintamos, no vamos a resolver todos los problemas del mundo, y no vamos a cambiar a otros, pero debemos entender , al mismo tiempo, que el sentimiento de impotencia del que he hablado a lo largo de este y otros artículos es también una nociva ilusión.


De modo que, poniendo a funcionar nuestra racionalidad, y reservando nuestras emociones para los escenarios a los que pertenecen, será más fácil inventariar los recursos que sí tenemos a nuestro alcance y las acciones que sí podemos llevar a cabo.


Como comenté más arriba, cuando la problemática es compleja, hay que dividirla en pequeños fragmentos que resulten abordables desde nuestra propia dimensión y ámbito de acción. La conciencia de la interacción de estos fragmentos nos dará el marco en el que evaluaremos si son útiles en el conjunto. Por ejemplo, en el caso hipotético de que pudiéramos emplear biocombustibles, evaluaríamos los pros (reducción de emisiones) y los contras (desgaste, empobrecimiento, etc.) y concluiríamos que no es beneficioso, por lo tanto, nos olvidamos de ello.


¿Qué cosas podemos hacer sin perjudicar a su vez a otros aspectos del conjunto? El ejemplo más claro, para el que no necesitamos ni una inversión económica, ni un gran esfuerzo, ni pensar demasiado, ni tampoco la colaboración de nadie, sería tratar de reducir por un lado nuestro consumo y, por otro, la cantidad de residuos que generamos.

Todos hemos visto que, en ocasiones, se trata de fomentar estas prácticas aduciendo un ahorro económico, o apelando a proyecciones catastrofistas del futuro. En lo personal me parecen técnicas bastante estúpidas, porque las personas no son tan tontas como para no darse cuenta que el ahorro logrado no es significativo, y el hecho que traten de asustarnos respecto, por ejemplo, a la escasez de agua producida por estar 5 minutos de más en la ducha, mientras sabemos que la industria malgasta el agua a espuertas sin que se lleguen a tomar medidas, constituye un enorme acto de cinismo que provoca en más de uno la reacción contraria a lo que se pretendía conseguir. Obviamente nos molesta que nos traten como tontos, pero dejar de hacer algo que es, por sí, beneficioso a causa de esto... no dice mucho de nuestra inteligencia.


Retomando, podemos empezar por gastar menos agua y menos electricidad. No se trata de privarnos de lo necesario, ni siquiera se trata de “ahorrar”, sino de apreciar el valor real de estos bienes y aprender a no malgastar. Lo mismo sucede con la basura; no se trata de revisar todos los envases para asegurarnos de que sean renovables... simplemente, puedes usar una bolsa de plástico varias veces y tener un carrito de la compra, que además resulta bastante más cómodo. Si además la basura se puede separar, se separa, y se deposita en el contenedor correspondiente.

Desde luego no es la gran solución, pero es útil en varios aspectos, incluyendo nuestro desarrollo como personas, dado que asumimos una rutina que procede de una toma de conciencia de nuestro papel en el mundo y se concreta en una acción voluntaria, repetida en el tiempo, como un ejercicio de constancia. Existe también la posibilidad de explotar el paralelismo a la hora de manejar otras áreas de nuestra vida: Fraccionar la cuestión/problema a resolver en unidades abordables, cuidar que guarden coherencia con el marco de referencia, gastar en ello la energía necesaria (no divagar, no dar más vueltas de las que necesita) y no procurar no generar demasiada basura en el proceso (léase, complicaciones adicionales o nuevos problemas).


Por otro lado, abrimos una brecha en el muro de la impotencia que se nos impone como un límite infranqueable (y luego, decidiremos hasta dónde la extenderemos). Nos da la oportunidad de enseñar con el ejemplo, que “poco” es mejor que “nada” - toda vez que estamos en calidad de aportar argumentos más sustentables y admisibles que aquellos del “ahorro” y la catástrofe”-. Este punto es más importante de lo que pueda parecer.


Tenemos claro que el propósito no es imponer a otros nuestro punto de vista, pero si otros ven lo que hacemos, y es algo nuevo, muy posiblemente sientan cierta curiosidad. Pueden burlarse de nosotros, pero esa no es la cuestión, porque nuestras acciones han sido elegidas racionalmente y no dependen del juicio ajeno. Así que la cuestión es que, mientras haces algo que no supone un gran esfuerzo y tiene una utilidad práctica para tí, otra persona se acerca y se encuentra con una serie de cuestiones que tal vez antes no se había planteado o, incluso, no se había podido plantear. Es cosa suya lo que esta persona decida hacer con ello, pero ha encontrado la oportunidad de pensar al respecto y tomar sus propias decisiones. Si una de las aportaciones que, como humanos, deberíamos hacer en el conjunto de la naturaleza es aportar conciencia, estamos cumpliendo.


Cuando nos hallábamos inmersos en la discusión respecto a las políticas ambientales, la irresponsabilidad industrial, el interés de algunas ONG, los destrozos del activismo mal entendido, y las resistencias culturales que, con toda razón, desconfían de la imposición de nuevos modelos de gestión (porque algunas veces tienen en cuenta a la gente, pero otras muchas no), encarábamos una inmensa sombra encargada de recordarnos que no podíamos confiar en nada.


No es que este lema sea falso, de hecho, rara vez podemos depositar nuestra confianza en nada... salvo en aquello que depende de nosotros mismos. Podemos realizar pequeñas acciones, podemos participar en proyectos que impliquen la participación de otras personas o comunidades (aunque el resultado no dependa de nosotros, nuestra parte sí lo hará) y también podemos actuar como generadores, conductores y filtros de la información. Cuando olvidamos esto, entramos en un proceso en el que vamos cediendo progresivamente la parcela de poder personal (poder para hacer, crear o transformar aplicado a nosotros mismos o a nuestro entorno) que viene de serie junto las manos, la cabeza y el corazón con los que llegamos al mundo. La cesión de este poder personal para actuar en el conjunto del mundo del que formamos parte puede eximirnos aparentemente del peso de la responsabilidad, pero automáticamente nos carga con la extraña angustia, creada en el vacío de esa parte de nosotros que nos falta.


La parte más difícil de la conclusión es la que trata acerca de la necesidad de desligarse del resultado final. Al hablar de establecer una rutina consistente, por ejemplo, en no malgastar recursos, o al llevar a cabo medidas políticas o sociales en pro de la conservación ambiental, es obvio estas acciones deben producir resultados medibles y comprobables, muchos de los cuales incluso podremos tener ocasión de disfrutar por nosotros mismos.

Por “resultado final” me refiero a que nuestras acciones, o nuestra participación en acciones que impliquen más personas, tengan un impacto perceptible a nivel global que sea capaz de prolongarse a futuro... posiblemente no vivamos el tiempo suficiente para comprobarlo, pues en gran medida se trata de participar en la siembra de una cosecha que otros deberían poder recoger. Ahora bien, tenemos tanto que ganar al dedicarnos a esa tarea, al formar parte de esta contra la desolación, que sería un auténtico desperdicio de oportunidades no incluirnos en ella.



Repensando la ecología (I)

Recientemente he tenido oportunidad de colaborar como "correctora de estilo" en unos ensayos universitarios de temática ecológica. Me di cuenta del tiempo que la palabra que un día me fue tan familiar, había sido desterrada de mi vocabulario, y a medida que avanzaba el trabajo, llegaban más y más ideas, que resultaron en el replanteamiento completo (y personal) de la cuestión que sigue a continuación. Con agradecimiento, estas líneas van dedicadas a la persona que me puso en contacto con los citados ensayos, esperando que no encuentre demasiado desacertada la propuesta...


I. Cómo conocimos (y perdimos) el concepto de ecología.


Allá por los 80 éramos niños y comíamos Bollycaos mientras nos reñían por acercarnos demasiado al televisor, en esa época en que la franja horaria de la tarde aún se consagraba al público infantil. Entre la programación había muchas series dedicadas a la naturaleza, como las adaptaciones de las novelas de Thompson Seton - El bosque de Tallac - o la obra de Will Huygen y Rien Poortvliet - La Llamada de los Gnomos - . En la escuela, el papel reciclado era enseñado como una novedad, y se nos hablaba de la contaminación, de los animales en peligro de extinción, de los países pobres y de los derechos humanos. Parecía que la Tierra estaba en apuros pero gracias a que algunas personas se habían dado cuenta también iban apareciendo posibles soluciones: Si todos éramos buenos y contribuíamos un poco todo se arreglaría a tiempo... Obviamente, mientras algunos nos emocionábamos, a muchos niños – sobretodo a los que no habían visto un bosque en su vida - el tema les era bastante indiferente. Pero el caso es que el discurso nos parecía creíble.


A menos que se convirtiera en una temprana vocación, con el paso de los años, el tema de la ecología fue perdiendo ese poder de atracción. Por un lado, olía demasiado a “cuando éramos pequeños”, y teníamos cosas más interesantes en las que pensar. Por otro, la vida empezaba a complicarse, los problemas devenían complejos y las soluciones menos evidentes, al mismo tiempo que esa sensación de “poder” - poder para hacer, para actuar, para transformar- iba perdiéndose progresivamente. Empujamos lejos de la vista muchas de aquellas cosas que alguna vez antes nos habían parecido cruciales y, aunque no nos gustaba que los ríos se contaminaran, los bebés foca fueran apaleados, y la pobreza y la hambruna siguieran aumentando, no podíamos ocuparnos de esas cosas dado que, simplemente, rebasaban los límites de nuestra atención. Lo importante ahora eran las calificaciones que debíamos entregar, cómo integrarnos en un grupo, si en casa nos dejarían salir de fiesta, o si éramos correspondidos por el chico/a que nos gustaba.


Años más tarde, estas importancias quedarán, a su vez, debidamente relativizadas. Pero serán sustituidas por los desvelos de la carrera, la necesidad de encontrar trabajo o la de pagar el alquiler. Y, a menos que descubramos tardíamente una vocación ecologista, o algo nos lleve a un reencuentro con la misma, el tema nos parecerá aún más lejano. Ciertamente, podemos adoptar buenas costumbres, como el reciclaje, comprar productos “verdes” con la idea de contribuir a la causa, aplaudir normativas contra la contaminación de los ríos y lamentarnos de la extinción de las especies. Pero tanto nuestro conocimiento acerca de la ecología, como el espacio que le damos en nuestra mente, será algo marginal. Podemos, incluso, llegar a sentir cierto rechazo hacia la ecología, debido a las acciones estúpidas de ciertos activistas, a las estrategias publicitarias que tratan de aumentar las ventas con la excusa del verde, o al cinismo de los gobiernos y sus políticas ambientales.


Todos hemos escuchado algo como: “La ecología es a lo que se dedican esos que no tienen otra cosa que hacer más que molestar a las personas decentes que van a ganarse el pan de cada día” o bien “El dinero que se gastan en proteger los árboles y los animales deberían dedicarlo a las personas que mueren de hambre”. Y, de hecho, incluso aunque seguramente no firmaríamos bajo tales declaraciones, permanece la idea subyacente de que son los gobiernos quienes deciden sobre estas cuestiones, y las ONG o los “ecologistas” quienes pueden permitirse el lujo de defender los ideales y encargarse de esos temas tan alejados de nuestra realidad cotidiana.


II. La ecología como ciencia y las herramientas que nos ofrece.


Cuando la noción de la ecología regresa a mí, la encuentro increíblemente transmutada. La ecología, en tanto que ciencia, se encarga del estudio de las interacciones entre los seres vivos en y hacia su ambiente (y a la inversa); prestando atención a la transformación de los flujos de energía y materia. Por lo tanto, es al mismo tiempo la confirmación científica del hecho que, en último término, todos estamos relacionados y lo que sucede a una parte del conjunto afecta directa o indirectamente al resto.

No hay en esto rastro de ingenuidad en ella, no hay falsas ilusiones del tipo “con un poco de esfuerzo limpiaremos la tierra y volveremos a sembrar el paraíso en ella, los hombres se amarán y habrá paz en el mundo”. Está armada con la voluntad de encontrar soluciones, y la certeza de que el mínimo avance es mejor que nada. Tiene una claridad de visión acerca del estado de las cosas y una capacidad de reconocer las verdaderas necesidades que apela a la lógica y al sentido común, en lugar de a las emociones o la “bondad”. La ecología se presenta como la búsqueda de estrategias en las que, por pocos que participen, “todos ganan”, puesto que se trata de favorecer al conjunto. Otra cosa es que los datos y las posibles soluciones aportados sean, en una lamentable vuelta de tuerca, desoídos o, peor aún, tergiversados para convertirse en instrumentos al servicio de intereses particulares muy alejados del bien común.


Así que la ecología versa acerca de la interconexión con otros individuos, otras especies y el entorno en el que habitamos, del que extraemos los recursos que no sólo nos permiten vivir, sino mantener e incrementar nuestro grado de bienestar. Y busca la manera en que estos sistemas resulten funcionales y puedan permanecer.


Esta búsqueda de soluciones debe ser realista. En el actual estado de las cosas, la desaparición del hombre de la faz de la tierra arreglaría poco, dado que, sólo para empezar, no quedaría nadie en posición de reponer el daño que ya se ha ocasionado. En otras palabras, la ecología viene a demandar que el humano ocupe el papel que le corresponde en el conjunto de la naturaleza. Y como el humano es una criatura consciente, esta conciencia debería ser su aportación principal al resto del conjunto.


Esta búsqueda tiene relación con el sentido común. No nos remite al pasado, pues si bien es cierto que en periodos históricos anteriores el impacto de la humanidad sobre el entorno pudo ser menor, debemos considerar que esto se debe antes a que la población era también menor a que las técnicas empleadas en la explotación y gestión de los recursos naturales fueran menos destructivas. De igual modo, lo que pudo funcionar en un lugar y un momento determinados, para una comunidad o serie de comunidades determinadas, probablemente no resultara funcional, llegando a ser muy perjudicial, en otras condiciones.

No se tratará tampoco, por tanto, de huir de las ciudades, hacerse una cabaña en el monte y abastecernos con nuestro propio huerto. Hoy día no podemos considerar ideas tales como abandonar la electricidad, los sistemas de transporte, o la parte efectiva de la medicina moderna; No con el volumen de población existente. Obviamente, tampoco deberíamos jugar con la idea de destruir el “sobrante” de la humanidad... sino partir de nuestra capacidad para encontrar soluciones que permitan una producción sostenible, que no genere problemas adicionales, y que sea capaz de abastecer las necesidades de la humanidad en su conjunto.


Obviamente éste es un principio tan alto y difícil de alcanzar como el de la objetividad a la hora de redactar una nota de prensa, un estudio histórico o una obra de divulgación científica. Se diría que el pensar en un bien más allá de nuestros propios intereses (aquellos que definimos desde los límites de nuestras circunstancias, historia personal, etc.), aún cuando nos incumba junto al resto de la humanidad habida y por haber, no es una característica inherente en el ser humano. Sin embargo, simplemente con hacer el intento de acercarnos al ideal en la medida de nuestras posibilidades, de dejarnos orientar por esta luz, es mucha la ganancia.


En resumen, los planteamientos ecológicos nos permiten objetivizar nuestra relación con el resto de la naturaleza (viviente, como animales y plantas, y no-viviente, como montañas y ríos), obligándonos a situarnos en nuestro tiempo y en entornos concretos, con recursos y necesidades particulares, con el fin de evaluar racionalmente el estado de estas interacciones, prever las consecuencias a futuro y encontrar las acciones necesarias para evitar aquellas indeseables, con el fin que las próximas generaciones cuenten, al menos, con las mismas oportunidades de desarrollo que nosotros disfrutamos.


III. Las sombras de la ecología.


Creo importante subrayar que cuando en un discurso no se presta atención al conjunto o sistema, a las interacciones entre los individuos y comunidades que éstos abarcan, no se trata de ecología, sino de uno o varios elementos de disturbio que dañan aquello que supuestamente pretenden defender. Como ejemplos podemos tomar la farsa de las ONG's que se lucran a costa de explotar la sensibilidad ajena echando mano de campañas emotivo-agresivas que, sin embargo, resultan estériles a la hora de dar resultados concretos y comprobables; Las estrategias caza-subvenciones o caza-electores de los gobiernos dispuestos a levantar una cortina de humo “políticamente correcta” ante las necesidades de aquellos que deberían atender; O a la violencia irracional y regresiva de aquellos grupos que predican que la Tierra sería un lugar mucho mejor si los humanos desaparecieran. Todo esto constituye una inmerecida sombra con la que la verdadera ecología debe cargar, mientras sigue adelante buscando soluciones lógicas a problemas reales.


Nos dimos cuenta pronto, las cosas son complicadas, por eso escurrimos algunas cuestiones a pesar de su innegable importancia. Quisiéramos creer que por el mundo andan equipos especializados en atender “esos temas”, del mismo modo en que existen cuadrillas de basureros haciendo lo que no consideraríamos hacer nosotros mismos, y nos asusta pensar que este rol ficticio pueda ser empañado, burlado o despedazado.


La última vez que el tema apareció en la mesa de nuestra casa enlazó con una variedad tremenda de cuestiones, partiendo de la existencia de posibles soluciones que podrían empezar a aplicarse, entró en los peligrosos terrenos de la política, que permite o censura estas pruebas según sus propios intereses, pero también nos adentramos en la cultura, teniendo que admitir que no siempre la población está en condiciones de comprender la importancia de la conservación del medio, o siquiera de aceptar una propuesta “alternativa”, que en algunos casos podría ser la misma información o la básica educación a la que muchas personas no tienen acceso. Resumiendo, el camino desde que se halla una posible solución hasta que se prueba, está lleno de obstáculos. Incluso cuando la efectividad de la misma ha sido comprobada, y sus beneficios detallados, es necesario y difícil convencer a todos los implicados para que las acciones a realizar se establezcan como medida, y se de continuidad al proyecto.


La idea se une a tantas otras que le son parejas, saliendo del ámbito “ambientalista”. La existencia de posibles soluciones a ese tipo de problemas que afectan a la humanidad en su conjunto y la demora interminable a la hora de aplicarlas, obstaculizada por intereses ajenos, nos arrastra aún más al interior de esa espiral de impotencia que engendra una rabia contenida contra la injusticia reinante e impune, haciéndonos descender hacia el fondo de la desesperanza que no queremos permitirnos... Muchos corren entonces a ver películas de grandes desastres naturales y leemos novelas de dudosa calidad acerca de la proximidad del “fin de los tiempos” como si esa exageración de la ficción pudiera encargarse de exorcizar la angustia provocada por una realidad que nos rebasa y ningunea. Calmamos la agitación por un tiempo, pero ésta sigue pataleando en el fondo, reclamando nuestra parte de responsabilidad en el conjunto, y la necesidad de emprender algún tipo de acción por nuestra parte.


Sigue en: Repensando la ecología (II)

sábado, 12 de diciembre de 2009

Una celebración diferente



Todo empezó pensando en cómo adornar la casa, con la idea de realizar una pequeña celebración antes de que cada cuál volviera a visitar el hogar familiar, o, en su defecto, saliera de vacaciones. Porque, aunque no seamos todos paganos en esta casa, después de la experiencia de la confección de nuestro "Altar de muertos", decidimos no dejar escapar ninguna de las celebraciones del ciclo anual. Ciertamente no teníamos demasiado dinero, pero de todos modos comprar un triste árbol de plástico no es algo que hubiese entrado fácilmente en nuestros planes, mientras que conseguir uno de esos pobres abetos talados sin escrúpulo alguno no creo que nos hubiera hecho sentir demasiado bien con nosotras mismas.

Me fui a la ducha, y salí con una idea. Al día siguiente me presenté con un tubo de papel de embalar y unas cajas de tizas de colores: Dibujemos nuestro árbol! Como no somos artistas, en el sentido plástico de la palabra, decidimos apegarnos a esa tradición “parvulístico-kinderiana” que antepone la intención a los resultados, y nos dejamos llevar, disfrutando de la experiencia.


El árbol en el mural



Teníamos un mural enorme en el suelo, y en primer lugar dibujamos un simple abeto, bien grande, con la idea de decorarlo posteriormente añadiéndole algunos adornos. Pero el juego había iniciado, y no nos íbamos a detener en ese punto.

Es imposible evitarlo, cuando empiezas a trabajar con las manos en un ejercicio de libre expresión, algo salta desde lo más profundo de tu ser , poniéndose cómodo en su lugar, y dirigiendo la función. Hay algo significativo en el simple hecho de elegir un color, en seguir un tipo de trazo, en reproducir una u otra forma, una u otra imagen. Pienso en todos esos tests psicométricos, de los que hacen en las entrevistas de trabajo y en lo que dejan escapar, por falseables. Dibuja, lo que sea, dejando atrás el miedo a ser juzgado, y en un momento estarás teniendo una conversación tan íntima contigo mismo que parece hasta indecente que alguien se atreva a fisgonear en ella sin haber sido invitado.

Nos pareció que el entorno del árbol se veía demasiado vacío, y nos repartimos el espacio de modo que cada quién dibujara, según su parecer, un fondo. Estos fondos, no planeados, convirtieron a nuestro árbol en un auténtico axis mundi , que se rodeaba de naturaleza salvaje, áreas rurales y grandes ciudades. El sol partía, temporalmente derrotado, las estrellas brillaban a sus anchas y la luna llena se reflejaba en las aguas. Por decirlo de un modo resumido...

Fueron apareciendo distintos personajes, cada cuál con una historia que fue revelada a su debido tiempo y que, tal vez, cuando empezó a ser dibujada, aún no estaba ahí. En la ciudad, por ejemplo, había dos personas aburridas, un adicto a internet y una adicta a la televisión - concretamente, a “Sex and the city” (!) -, eran vecinos que se ignoraban hasta el día que fueron a coincidir... ahora, para su suerte, se ahorran uno de los dos alquileres y tienen cosas mucho más interesantes que hacer entre ellos.

Por la campiña, fluía un río en el que nuestros peces – muertos hace algunos meses- pueden al fin nadar eternamente felices. Un pastor de la Cavalleria Rusticana toca para sus ovejas, mientras éstas pastan entre flores y nopales -“algo mexicano tenía que aparecer”-. No demasiado lejos, junto al Lago de los Cisnes, se encuentran Clara y el Cascanueces - todo parecido de nuestro Casacanueces con Jacko es pura coincidencia... pero cómo nos reímos-. Poe si alguien lo duda aún, hay estudiantes de música en casa.

Y en la parte salvaje, dónde ya es de noche y reina el silencio, están las montañas nevadas y los bosques, y las cosas ocurren como hace miles de años; la osa duerme el largo sueño del invierno junto a sus cachorros, en la cueva, mientras el lobo vela contemplando el plenilunio antes de llamar a sus compañeros para iniciar la caza nocturna. El ciervo solitario, señor de los bosques, bebe de las aguas nítidas, en lugar de estar corriendo por los cielos tirando de un estúpido trineo sobrecargado.

Añadimos a la lista de materiales un sobre de diamantina -brillantina-, un paquete de papel de colores, un marcador y algunas cosas más que corrían por la casa y decidimos reciclar. Pasamos unas cuantas horas tiradas por el suelo, dibujando, coloreando e imaginando estas historias. Tal vez fuera algo absurdo, pero al mismo tiempo, tenía sentido... Y no pude evitar pensar en cuántos árboles se salvarían de la tala y cuánto disfrutarían los niños si sus familias decidieran tener el tiempo suficiente para hacer esta clase de manualidades con ellos, y lo que llegarían a conocer unos de otros entre cuentos, imágenes y risas.

Decidimos, por otra parte, que si habíamos dibujado el árbol que no podíamos tener, también podíamos dibujar a Mastropiero – sí, por Les Luthiers- , la mascota que no podemos tener. Mastropiero debía explicar, en principio, que este árbol nuestro era más económico y ecológico que los abetos talados, pero finalmente, fiel a la independencia propia del espíritu gatuno, decidió hacernos un favor y cumplir una función de la que hablaré unas líneas más adelante.

Finalmente, decidimos aparecer, junto a nuestras invitadas, en el paisaje. Nos dibujamos como esas antiguas muñecas de papel para recortarnos y pegarnos por ahí. Lo gracioso fue que, cuando encontramos el lugar para instalarnos, encontramos también la casa por la que tanto hemos peleado - y segumos en ello-, como si nos hubiera estado esperando.

Colgamos el mural de la pared y pusimos a sus pies una mesita que contenía un sobre para cada quien, a modo de esos calcetines que en las ilustraciones navideñas cuelgan de la chimenea, y una velita del mismo color (por lo que decidimos que ya no eran necesarias las guirnaldas eléctricas).



Decorando el árbol


Mientras terminábamos el mural empezamos a pensar cómo decorar nuestro árbol. Teníamos sólo una estrella para coronarlo, pero como contábamos con un paquete de papel de colores, uno por cada invitado, lo lógico era hacer una serie de círculos a modo de esferas, para que cada quien las colocara a su gusto.

En algún momento se nos ocurrió hacer de nuestro árbol un acto de agradecimiento. Realmente la idea se hacía cómica, dado que el año que despedimos, en diferentes aspectos y niveles, ha sido bastante malo para todas. Podríamos haber desechado la idea - haber convertido nuestro árbol en una carta de reclamación, por ejemplo - pero, sin embargo, nos pareció un reto que merecía ser enfrentado. Después de todo, lo que importa no es tanto lo que nos sucede, sino lo que hacemos con ello.

Preparamos las bandas: “Gracias 2009”. “Bienvenido 2010” ... y no podía faltar el grandioso lema “Por la expansión del ser!” (*).

Luego preparamos las esferas, las decoramos y las repartimos. Hubo entonces un momento de silencio. No habíamos contado cuántas había para cada persona, pero a todas nos parecieron demasiadas. En un mal año teníamos que encontrar al menos 10 cosas que agradecer... Y las encontramos. De hecho encontramos aún más, y las esferas pasaron a contener más de uno y de dos agradecimientos. Fue algo realmente extraño darse cuenta de todo lo bueno que ,a pesar de las circunstancias, nos había rodeado... y al mismo tiempo nos ayudó a dejar ir todo lo demás, todas las cosas feas, difíciles y dolorosas que habían sucedido. Simplemente, ya habían sucedido. Ahora, estamos bien. Lo celebramos.


Compromisos, objetivos y deseos.


La idea de los compromisos, objetivos y deseos surgió también mientras estábamos terminando el mural. Teníamos una cena, un árbol, un atípico belén... y sólo nos faltaba algo remotamente parecido a la carta a los Reyes Magos. Tal vez por eso Mastropiero decidió que,en lugar de dar un discurso acerca de ecología a nuestros vecinos, podía ser más útil haciendo de mensajero entre nosotros y “Quien corresponda”.

Aprovechamos nuevamente el papel de colores y, cada cuál con el suyo, preparamos tres cartas distintas. La carta de compromisos era para nosotras mismas, un pacto o una promesa que llevar a cabo durante el ciclo que iniciamos. La carta de objetivos contenía aquellas metas que debían ser claramente definidas, sujetas a una fecha y comprobables. Los compromisos y los objetivos tienen en común que sólo pueden depender de nosotros, la diferencia radica en que, por ejemplo, el propósito “ser fiel a mí mismo” no puede ser comprobable al tiempo que sería un poco absurdo darle una fecha, puesto que se refiere a un proceso continuo. Una vez definidos los compromisos y los objetivos, algo que nos obligó a centrarnos, nos soltamos escribiendo la carta de los deseos, es decir, de aquellas cosas que nos encantaría que pasaran pero que, al menos por el momento, no están en nuestra mano o no dependen sólo de nosotros. Una vez estuvo todo escrito, lo volvimos a revisar, por si acaso... Ya se sabe, hay que tener cuidado con lo que se desea. Luego fuimos desfilando frente al árbol, prendiendo nuestra velita, saludando a Mastropiero - que parecía muy ufano en su carácter de espíritu familiar – e introduciendo nuestras cartas en su saco, para que las llevara donde Él-debe-saber.

Por un momento, recordé los viejos textos e ilustraciones que estereotiparon el akelarre (**), y me pareció que empezábamos a parecer más brujas de lo que habíamos pretendido... pero el hecho es que las cosas así salieron.



La Celebración


En general, todo el proceso fue una gran celebración, el estar jugando en el suelo, coloreando, recortando y pegando, preparar esa comida que terminó siendo una cena, escribir y escribir, hablar y hablar... mientras escuchábamos a Loreena McKennitt, los villancicos de la H. P. Lovecraft Historical Society - para muestra ver Carol of the Old Ones o Awake Ye Scary Great Old Ones -, y otros graciosos himnos youtuberos que tantas veces han llegado para rescatarnos del más bajo de los ánimos... Sólo que en algún momento se nos ocurrió también maquillarnos exageradamente ( algo definitivamente más rápido que confeccionar unas máscaras, verdad?), vestirnos "de gala" para la ocasión, hacernos un millón de fotos que no creo que enseñemos demasiado y alocarnos un poco con el baile... Terminamos terriblemente cansadas y felices.

Coincidimos en que habíamos construido, a partir de un simple enorme pedazo de papel de embalar, la mejor fiesta de "Navidad" en la que hemos estado... sin un momento de aburrimiento, sin responder preguntas maliciosas, sin diálogos de besugos, bromas pesadas y, por cierto, sin una gota de alcohol de por medio. Fue como si alguien hubiera escondido un pedazo de “auténtica navidad”; de esa que de pequeños somos capaces de vivir con todos nuestros sentidos, y la reencontráramos como un tesoro. Hicimos muchas tonterías y bromas, sin embargo, no es menos cierto que raramente los adultos conceden tanta importancia o solemnidad a los momentos que las merecen como los niños hacen.

Oficializábamos al mismo tiempo, de este modo, nuestra calidad de familia, no biológica y no típica, pero familia al fin.


El mejor Regalo


Quedaban por rellenar los sobres-calcetín... Unos días más tarde hubo regalos simbólicos, pero lo mejor estaba por llegar. En un principio habíamos pensado en escribir cada quien una nota, algo así como una postal, para introducir en el sobre de las demás, a modo de felicitación o recuerdo. Sin embargo, éstas terminaron por convertirse en auténticas cartas. Y fue genial abrir el sobre y encontrar cartas de verdad, escritas de puño y letra. Quien sabe cuánto tiempo hacía que no recibíamos una de esas. Pero más genial aún fue lo que contenían, ni rastro del tópico “Espero que pases felices fiestas en compañía de tus amigos y familiares” o derivados. Eran palabras personales, cómplices, dirigidas a alguien que solo podía ser uno, palabras capaces de funcionar en el momento más bajo como un escudo, o una vida extra... Definitivamente, no puede haber un mejor regalo que éste.


Postdata


Todo el material empleado nos costó menos de 200 pesos – que al cambio son unos 10 euros – y con eso varias personas pasamos muchas horas de trabajo y entretenimiento. Prácticamente salió solo... No consultamos libros, simplemente nos pusimos a la tarea, con la disposición adecuada, y nos preguntamos a nosotras mismas qué nos apetecía hacer. Literalmente inventamos, sobre la marcha, la dinámica. A veces no necesitas tanto un “terapeuta”, sino un amigo, no necesitas encontrar un "coven" , sino las personas adecuadas. A veces, a fin de cuentas, no necesitas buscar, sino prestar atención a lo que ya está ahí, esperando a que te des cuenta.

Y mientras escribo el artículo viene una de las compañeras y me comenta “Creemos que Mastropiero ha hecho bien su trabajo, ya empiezan a suceder las cosas...”.



Notas:

(*) La expansión del ser : una filosofía sacada de la nada que predica la voluntad de aferrarse a las ganas de vivir, aderezada con una pizca de hedonismo... Como esto deriva en reuniones que incluyen chocolate, crepas, gigantescos platos de pasta y demás, el resultado es que el “ser” se expande... aunque sea horizontalmente.

(**) Para muestra, revisar el clásico de Margaret Murray : "El Dios de los Brujos" (en Scrib), buscando "gato".

miércoles, 9 de diciembre de 2009

La Máquina de construir la realidad (III). El Tejido: Crear y Transformar


Viene de:
La máquina de construir la realidad (II): Materiales y Planos

El Tejido: Crear y Transformar.

Ratatouille
se ha convertido en una de mis películas preferidas, porque habla con sencillez de la vocación, el impulso de buscar un camino propio, de correr riesgos probando cosas nuevas, las mil formas que tenemos de sabotearnos y ayudarnos, los entresijos de la crítica y de la necesidad de crear y transformar.
La necesidad de crear no corresponde sólo a lo que entendemos por artistas, inventores, etc. está en todos nosotros y, cuando la desoímos, nuestra vida resulta empobrecida. Sin embargo, como estamos acostumbrados a entorno mal construido a base sucedáneos, a penas podemos darnos cuenta de esto. Como quien se habitúa a un espacio débilmente iluminado nos sorprendemos cuando , por una confusión, los focos son cambiados por unos de mayor intensidad y aquel espacio tan cotidiano aparece como algo completamente nuevo ante nuestros ojos.

Es difícil, en ocasiones, aceptar esta función creadora que nos corresponde en nuestras propias existencias, sobretodo cuando concebimos la vida como una película que pasa ante nuestros ojos sin que podamos hacer nada al respecto. La idea de que el humano – cada humano - es el centro del universo – su universo - puede no ser tan desacertada. Sin embargo, se trata de una toma de conciencia que se da de forma progresiva, empezando por las pequeñas cosas, aparentemente carentes de importancia.

Crear no significa sacar cosas de la nada, sino encontrar nuevos caminos, nuevas combinaciones, aportar matices, o rescatar algo olvidado, sacarle el polvo, y lograr que se integre en el contexto en que vivimos. Crear es tomar algo del mundo, y retornarlo transformado después de haberlo procesado dentro de nosotros mismos. Asumir la posición que nos corresponde en esa red a la que todos estamos, conscientemente o no, conectados.

Por poner un ejemplo, hace unos días acudí a un evento en el que se presentaban varios grupos musicales noveles. Algo que me sorprendió fue el hecho que la mayoría de ellos se presentaran interpretando, cada cuál en el género escogido, canciones de otros grupos conocidos. Supongo que lo harían creyendo que tenían más posibilidades de éxito repitiendo fórmulas que ya lo habían tenido, pero lo cierto es que las copias devaluan el producto. No es el original, y tampoco aporta nada nuevo, por lo que el público se aburre... En cambio, en cuanto aparece un grupo con el coraje de enfrentar ese mismo público aportando algo nuevo, aún sin saber si va a funcionar o no, interactuando con él, haciéndolo responder, obtiene de inmediato su complicidad. Incluso aunque su técnica o estilo no sean de lo mejor, algo hace que se reconozca ese esfuerzo de aproximación. Cuando creamos algo, aunque nos inspiremos en algo preexistente, no devolvemos al mundo lo mismo que hemos tomado, sino que aportamos algo de nuestro propio ser antes de retornarlo. Contribuimos a la suma total de lo creado con nuestro granito de arena. Crear es saber dar de lo más importante que tenemos, tal vez de lo único que en realidad nos pertenece: Nosotros mismos. Por eso, a veces, da miedo. Miedo de no hacer las cosas lo suficientemente bien, miedo del rechazo... Sin embargo, en cuanto cumplimos con la tarea, nos sentimos mucho mejor.

Imaginemos que esa red a la que todos estamos vinculados, de la que todos tomamos y a la que todos devolvemos algo, requiere de un poco de trabajo de parte de cada conciencia para que pueda mantenerse. Cuando llegamos al mundo, encontramos un pedazo gigantesco de tejido suficiente para acogernos, porque las generaciones anteriores han trabajado en ello. La tela, la red, está confeccionada con materiales y técnicas muy diversos, de lo que se deduce que por más que algunas partes de la misma gocen de una salud envidiable, otras muchas envejecerán con mayor rapidez y requerirán ser renovadas continuamente a causa de agujeros, roces, manchas, etc.
Cuando somos niños, y nos preguntamos por esas grandes cuestiones universales, como “Quiénes somos”, “De dónde venimos” etc. es porque nos damos cuenta que el pedazo de tejido que conocemos tiene límites y lo que se extiende más allá de éstos es un misterio para nosotros. También nos preguntamos cómo está hecho el tejido que observamos, de qué maneras los hilos se cruzan, juntan, enredan y anudan para formar las imágenes que vemos en el tapiz.
Y a medida que crecemos, con mayor o menor arte, incluso olvidando estas cuestiones universales, aprendemos por mimetismo a tejer nuestro propio pedazo. Éste no tiene porqué ser un proceso consciente, del mismo modo en el que el empleado de una cadena de montaje no tiene porqué conocer el modo en el que la pieza de cuya factura se encarga ensamblará finalmente con aquellas que otros trabajadores están preparando en ese mismo momento, así como no tiene porqué conocer como se hacen esas otras piezas o la función que desempeñan en el producto final.

Entre los criterios que se siguen para evaluar la calidad y durabilidad de las sábanas -por mencionar un tejido- están la calidad de los materiales con los que están fabricadas, la calidad del proceso de confección, y el número de hilos contenidos en una pulgada cuadrada de tela ( a más hilos, mayor calidad). Podemos emplear los mismos criterios para evaluar el modo en el que estamos tejiendo nuestras obras o nuestra realidad: la calidad de los materiales que seleccionamos, la atención y cuidado que ponemos en el proceso, y la intensidad que vertemos en él.
El uso de muchos hilos, muchas líneas que vinculan de diferentes maneras las ideas, acciones, emociones etc. con los que trabajamos no significa que la complicación aporte mayor calidad a nuestra obra: la complicación deriva en nudos y enredos que no representan nada bueno a la hora de tejer. El uso de muchos hilos aporta complejidad ( aunque esta palabra sea en ocasiones sinónima de la anterior, remite directamente al término latino “enlazar” ),y puede conseguirse respetando un patrón sencillo que quedará infinitamente enriquecido y reforzado. Por ende, si tomamos conciencia de la importancia de nuestra tarea creadora, escogemos bien los materiales, somos cuidadosos en el proceso, y nos preocupamos de añadir un plus de calidad con el uso de la mayor cantidad de “hilos” disponibles, la parte de obra que nos toca no sólo tendrá una mayor calidad, sino que durará en el tiempo... algo que nuestro entorno y las generaciones venideras que puedan apreciarlo seguramente nos agradecerán.

La sábana de alta calidad y la de baja calidad pueden tener las mismas medidas, y cumplir la misma función de cubrirnos mientras dormimos, pero no están confeccionadas igual, ni a partir de los mismos materiales, ni nos sentimos igual envueltos en una o en la otra. Podríamos decir que las sábanas de baja calidad imitan la sábana estándard, tratando de abaratar al máximo los costes ( tiempo, energías, etc), aunque eso suponga también una vida útil más corta. Las sábanas de calidad buscan lo contrario, mayor satisfacción y durabilidad aunque ésto suponga un aumento en los costes. Cuando hablo de “aprender a tejer por mimetismo”, no me refiero sólo a que aprendamos las medidas y las funciones del tejido, sino a escoger entre materiales y técnicas de confección que diferencian una sábana de baja calidad, una estándard y una de alta calidad.

Por eso, si aprendemos a “tejer” por mimetismo - es decir, incluso sin necesidad de ser conscientes del proceso- cuantos más tejedores en activo avocados a la búsqueda de la calidad existan, mayor será el número total de tejidos de calidad. Estos tejidos, además, gozarán de una larga vida, por lo que aunque una generación entera de tejedores de calidad se extinga, las que la sigan podrán encontrar pedazos de su tela y tratar de descifrar cómo fue confeccionada, recuperando el saber “perdido”.

Si bien imagen mítica de las Moiras o las Parcas nos remite a la metáfora de la vida humana como un hilo único en este tejido, y un proceso en el que el humano no tiene nada que hacer, encontramos también el mito de Aracné, la muchacha que, consciente de su habilidad en el tejido, osó retar a los Dioses enfrentándose a Minerva. Con su arte Aracné conseguiría demostrar que su habilidad era superior la de la misma diosa, pero también demostró su poca sensatez a la hora de escoger el motivo de su tapiz: una burla a las divinidades que supuso el correspondiente castigo divino.

El mito de Aracné supone para sus mortales lectores a la vez una esperanza y una advertencia. Podemos detentar los poderes, capacidades o habilidades que tradicionalmente son considerados divinos, esto es, fuera del ámbito humano. Ahora bien, ese inmenso poder que está a nuestro alcance conlleva una responsabilidad proporcional. Si aprendemos a tejer nuestra realidad, y con ello a decidir sobre nuestro propio destino... deberemos estar a la altura a la hora de elegir los motivos, puesto que no podremos eludir la responsabilidad sobre nuestras elecciones.

La necesidad de crear, de tomar nuestro lugar en el mundo, tomando de él y devolviendo a nuestra vez, tiene relación con la reciprocidad. Pero en virtud del proceso que efectuamos en nosotros, del que la conciencia puede hacerse responsable, también se relaciona estrechamente con la capacidad de transformación. Pensemos en un entorno hostil al que, por error o necesidad, vamos a parar. Raramente recibamos algo bueno de este entorno, pero podemos transformar este cúmulo de información en nuestro interior, y devolverlo al mundo en una forma nueva, hermosa, útil, etc. Esa será una elección que sólo depende de nosotros porque, de hecho, también podríamos tomar cualquier cosa valiosa del exterior y devolverla desgastada, que es lo que sucede con las malas imitaciones. O incluso podríamos retornarla sucia, estropeada y convertida en basura después de haber pasado por nosotros... Que es lo que sucede cuando un puñado de fanáticos tratan de apropiarse de cualquier obra espiritual patrimonio de la humanidad. El dogmatismo, el maniqueísmo y el autoritarismo, por definición, no admiten demasiados hilos en sus burdos tejidos (incapaces de comprender múltiples conexiones, de aceptar la variedad, de valorar matices), por lo que podemos hacernos una idea de la calidad de sus productos y su contribución al género humano.

En fin, cuando tejemos, o cuando ponemos en funcionamiento nuestra máquina de construir la realidad, no lo hacemos sólo por nosotros mismos, sino por aquellos que nos rodean, y, en último término, por la humanidad en su conjunto. Tampoco lo hacemos porque un rayo divino haya caído sobre nuestras cabezas, convirtiéndonos en una especie de “elegidos”, es una función natural en cada ser humano, la diferencia está en el grado de conciencia que apliquemos a esta tarea. Por último, no hay que tener miedo a no hacer las cosas lo suficientemente bien, lo importante es hacerlas lo mejor posible, con lo que tengamos a mano. Recordemos que damos de lo único que realmente poseemos: nosotros mismos. Si hemos llegado a este mundo, será que tenemos un papel en él, tal como somos: Ni más ni menos. Y que “quien hace lo que puede, no está obligado a hacer más”.

Sigue en: La máquina de construir la realidad (IV): La Mente ociosa y las proyecciones

sábado, 5 de diciembre de 2009

Un Crudo Invierno

Y este es uno de esos cuentos que los sueños nos susurran, dejándonos la tarea de descifrarlos.

Un crudo invierno


Contaba prácticamente 80 de ellos, y aquel era, definitivamente, un crudo invierno. Mientras arrastraba con dificultad los pies sobre el suelo de la cocina a la que fue confinada en alguno de tantos años que quedaron atrás, pensó que tal vez estaría bien que fuera el último. Tenía una larga cabellera blanca, un desgastado vestido negro con un delantal perennemente abrazado a él, y poco más que las arrugas en sus manos. Tenía también un secreto que, ella creía, debía valer más que aquella casa en la que servía, con sus vajillas de lujo y cubertería de plata incluidas, con todas las lámparas, tapices y muebles. Un secreto de niña.

Tras las ventanas, el sol irradiaba en la mañana helada, y la nieve amontonada parecía una valla que marcaba el límite entre el bosque y el patio; entre la enramada salvaje y aquel claro arenoso en el que en otros tiempos corretearan las gallinas y ahora sólo sobrevivía un rosal. Era un invierno crudo, y tras aquellos montones de nieve los lobos, azuzados por el hambre, dejaban atrás su habitual timidez y se acercaban a los pueblos y caseríos en busca de cualquier despojo que les permitiera esquivar la muerte, así fuera sólo por un rato más. Ella no los temía, ni a los lobos, ni a la misma muerte; no le quedaban razones para ello mientras, de hecho, planeaba aquella despedida silenciosa que no quería dirigir a nadie en particular.

Su cuerpo no respondía como antaño, tan desgastado como su ropa, su memoria había hecho una sala selección entre aquello que valía la pena conservar y lo que no, de modo que tenía una fantástica colección de recuerdos cuya joya era el secreto que la había acompañado desde la infancia. Y había sido en un invierno al menos tan frío como este, y había sido del otro lado de la valla de nieve, bajo el enramado salvaje del bosque. Muchos años atrás, cuando su pelo blanco eran dos trenzas trigueñas que se escondían bajo la capucha de un sayal gris y roído. Y estaba sola en el bosque, y se había perdido... Tampoco entonces temía a los lobos o a la muerte, que aún no habían sido presentados. Temía el frío y el hambre que la aguijoneaban y la hacian flaquear mientras el cielo oscurecía y no sabía a dónde dirigirse.

Entonces apareció el hada -rió al recordar esto-, apareció aquella mujer que parecía resplandecientemente hermosa, la tomó de la mano, la acompañó por el camino hasta el pueblo, y allí la dejó, dándole una torta y prometiéndole que nunca volvería a pasar hambre. Ella, ya a solas y camino a la casa, había dado un mordisco ínfimo y reverencial al pan y su hambre había desaparecido como por arte de encantamiento. Entonces decidió guardar el resto, no tanto por si se volvía a presentar la necesidad como una prueba de lo sucedido. Aquel constituía, prácticamente, su primer recuerdo, entorno al cual todo se nublaba, y pudiera muy bien haber sido tan sólo un sueño; Sin embargo el pan seguía en buen estado a pesar del paso de los años, y muchas veces le bastaba con mirarlo para darse ánimos. Ese era su secreto.

Pero ya era vieja, y algo le empujaba a despedirse de la vida, así que tomó su secreto, su tesoro, su mágico pan, dispuesta a desmenuzarlo bajo el rosal para compartirlo con los pájaros y otros animalillos que hallaran en él un consuelo a aquellos rigores que el frío imponía. Pero al salir no fueron pájaros lo que encontró, sino una manada de lobos oteando la casa desde el límite del bosque. La mayoría de ellos eran de colores claros, entre los que destacaban algunos individuos de pelaje castaño y tonalidades más oscuras. A pesar de lo denso de su pelaje, su delgadez se hacía patente. Con todo, aquellas criaturas tenían un aspecto más curioso que fiero, y guardaban las distancias cómo si ellas fueran las que algo debían temer.

Un lobo café oscuro fue el primero en acercarse a la anciana. Le pareció un cachorro grande, tal vez sólo porque ella se sentía vieja. Le dio de su pan, y el animal lo comió, sin un rastro de agresividad. Luego le habló;


- Hermana... tenemos hambre. Pero no quisiéramos causar mal, ¿puedes darnos algo más?


La anciana consideró aquel prodigio del lobo hablador como una culminación de lo que uno puede llegar a ver en la vida. "Claro que sí, déjame ver..." pensó mientras asentía con la cabeza. Luego entró de nuevo en la cocina y abrió la despensa donde, prácticamente junto a la basura, se guardaba aquello que sus amos estimaban que debía bastarle para comer. Entre los insectos que correteaban espantados halló a penas una ristra de tomates secos y harina para preparar unas gachas. Entonces pensó que, después de todo, las salchichas que se estaban cociendo en la olla grande "estarían mucho mejor en boca de lobos que en boca de cerdos", y como debía ser su último día en la tierra tampoco importaba mucho el castigo que quisieran imponerle por la travesura... dado que no iba a estar disponible para recibirlo.

Así que, disfrutando como nunca, preparó unas gachas con salchichas para la manada de lobos que esperaba con civilizada paciencia en la linde del bosque, riéndose sola exactamente como la vieja loca que siempre le decían ser. Cuando estuvieron listas sacó la olla al patio y los llamó a comer. Entonces se oyeron los gritos de la matrona y la mayordoma orondas, descendiendo apresuradamente los escalones que llevaban a la cocina, armadas con escobas cuyo destinatario, antes que los lobos, debía ser la anciana. "¡Esa vieja loca está llamando a los lobos!" " ¡Les da nuestra comida, maldita bruja desagradecida!"

Y la anciana, que no podía hacer otra cosa que reír como una niña en el quicio de la puerta del patio, a penas se dio cuenta al empezar a correr que las arrugas de sus manos habían desaparecido, que su cabello volvía a ser trigueño, que el cuerpo le respondía con mayor agilidad que nunca, o de que, tras saltar el montón de nieve que separaba el patio del bosque, había aterrizado sobre cuatro patas lobunas.

Cuentos

Pienso en noches largas y frías en las que "lo mejor del mundo" es hacer acopio de provisiones y encerrarse en casa, ponerse cómodo cerca de la fuente de calor más próxima, y ver una película, tomar un libro, o simplemente dejar que el tiempo se escurra lentamente y la mente divague, jugando con imágenes e ideas que nunca serán lo mismo cuando tratemos de compartirlas con otros. Eso me hace pensar en los cuentos, en el clima que propicia leerlos, escucharlos, narrarlos, recrearlos en nuestra mente... o verlos nacer. Los cuentos como algo más que hermanos menores de la mitología.

La mitología tal como se nos enseña en las escuelas - cuando hay suerte- es como una de esas fotografías de familia en las que todos posan sonrientes. Tras mirarla por un rato, uno no puede evitar darse cuenta de lo poco que esa imagen fija deja entrever de lo que fueron esos personajes, o las complejas relaciones que entre ellos existieron. Habrá que buscar por nuestra cuenta, en obras especializada, para encontrar el material necesario que llene ese vacío, que complete lo que la pose trata de disimular, esquivar las maniobras publicitarias (cada época tiene las suyas) y hallar algunos de los secretos, detalles, matices y sombras que delatan esa complejidad que abre las puertas a un universo de significados realmente vasto. Dicho de otro modo, dado su carácter "serio", a la mitología se la reduce a un puñado de historias aisladas.

Los cuentos, por el contrario, - tal vez porque no se les ha hecho demasiado caso, o no se los ha considerado algo "serio" - han escapado de estas versiones oficialistas en cuanto han tenido ocasión. Si bien es cierto que en los cuentos "infantiles" conocidos de todos nos encontramos con la censura o dulcificación perpetradas por autores como Perrault o los hermanos Grimm, algo en el propio cuento nos lleva a deducir a través de los silencios y brechas de la narración su verdadera textura... Algo como una semilla enraíza el cuento en nuestra mente y crece junto a nosotros - en nosotros- una versión propia, más acorde a esa naturaleza esencial de la narración. Él recorre la geografía y el tiempo junto a los humanos, como un compañero de viaje, saltando de una persona a otra, siendo interpretado y reinterpretado, adaptándose al lugar al que va a dar sin sentirse lastimado. Se fragmenta continuamente reencontrándose eventualmente, unos años o unos pueblos después. El cuento, cada cuento, parece conocer a los otros como partes de sí mismo, y saber además el punto en el que las distintas narraciones se podrían acoplar.

Todos tenemos cuentos. Algunos llegaron a través de películas o libros, y otros a través de la tradición oral. Son de otros, pero los hacemos nuestros.Existen también cuentos que parecen haber nacido en nosotros, a partir de una imagen que azuzó nuestra imaginación, o una canción que nos llevó más allá de su música y letra, un momento en el que nuestra mente divagaba y encontró algunas ideas que le pareció bien combinar, o bien nos fueron susurrados a través del sueño o la pesadilla. Son nuestros, pero sin embargo, comparten un fondo común con todos los demás.

A pesar de las apariencias, no es tan fácil dañar al cuento. Incluso si la voz del último narrador se extinguiera, o si el cuento y su sabiduría de fondo fueran olvidados, el primero volvería a sugir de la fuente inagotable de la que procede y la segunda a ser buscada, como un misterio que el humano precisa lanzarse a descifrar. Volvería en sueños o visiones, como un fantasma, y se encarnaría en palabras al despertar.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Se acerca el invierno

A mediodía parece que los árboles consiguieron robar el sol de Mayo, pero a medida que oscurece el aire se enfría, y recurrimos al abrigo y la bufanda de rigor. Caía la tarde uno de esos días, extendiendo esa pátina dorada y fugaz sobre calles y edificios, cuando encontré un montón de hojas secas. El aire olía a tierra y leña quemada, y al sentir el crujido de las hojas bajo mis pies sentí que me sumergía en uno de esos momentos perfectos, imposibles de contar con un reloj.
El otoño que yo conocía, como una vasija de barro, había caído al suelo, rompiéndose y dispersando sus pedazos. Pero en ese momento cada fragmento fue recuperado, y la pieza original vuelta a la vida, sin marca o señal alguna del accidente.

Es la primera semana de diciembre, pero llevo cerca de dos meses viendo adornos navideños en WalMart -sí, al ladito de los de Halloween-. Acabo de regresar de un verano improvisado en la costa del Pacífico, y puedo sentir cómo mi memoria corporal busca el invierno del mismo modo en que ha buscado cada una de las estaciones con las que está aliado; Anhelando reencontrarse con su espíritu, aunque para ello no requiera más de un puñado de segundos desgajados del tiempo.

Es una de esas situaciones que evidencian que nuestros componentes físicos, mentales y emocionales están enlazados desde su raíz. La estación nos trae recuerdos de las sensaciones físicas (temperatura, sabores, olores...), evoca en nosotros emociones, y enlaza nuestros pensamientos con una serie de conceptos. Es también una de esas situaciones en las que nuestro cuerpo habla, con más de cinco sentidos, para comunicarse en una forma distinta que la del dolor – porque tal vez sea idea mía, pero tengo la sensación de que a veces sólo prestamos atención al cuerpo cuando nos duele algo-.

Se acerca el solsticio de invierno, y con él todas las celebraciones asociadas. Esa Navidad que persiste aunque su espíritu se haya desdibujado con el paso del tiempo, la que alegra a unos pocos, deprime a muchos y trastorna la cotidianidad de la mayoría: Simplemente no se puede ignorar. Es estresante, cuando nos asaltan preguntas absurdas como qué compraremos, o nos vemos en la necesidad de repartirnos los días festivos entre los distintos bandos familiares. Pero cuando todos se han ido y el lugar, después de reencuentros y risas, permanece cálido, en silencio, y nuestro aliento empaña los cristales a través de los que nos dejamos hechizar por el brillo ínfimo de las luces que desafían la oscuridad circundante... eso, es algo completamente distinto, también a nuestro alcance y, de hecho, a un solo paso.

martes, 1 de diciembre de 2009

El suelo que pisamos

Este es un texto que tenía pendiente desde que, al hablar acerca de los grupos de manipulación psicológica, un lector propuso la pregunta “Estas segura del suelo que pisas?”. Pero como ésta fue formulada sin contexto alguno, dio pie a varios planteamientos al respecto.


I.

El sólo hecho de plantear ciertos temas implica un conjunto de responsabilidades. No se debería crear una página o un blog (o dar conferencias, publicar libros, filmar películas, organizar eventos...) para soltar lo primero que nos pasa por la cabeza, lo que creemos que otros querrán leer oír o ver, o lo que nos resultará más lucrativo, antes - al menos - de haberlo probado y digerido por uno mismo, varias veces. Lo lógico es pensar que a nadie se le ocurriría hacer algo así, y sin embargo ahí están los tristes ejemplos de libros en los que se dan recetas que luego resultan ser tóxicas, o esos pseudotemazcales que terminan con la muerte de sus participantes.

Supongo que las personas que cometen ese tipo de errores y negligencias por los que otros terminan pagando estaban tan sobradamente seguras del suelo que pisaban que no creyeron necesario molestarse en adoptar medidas básicas de prevención, y que las desgracias consecuentes son proporcionales a su exceso de confianza.


Hay que tener claro que el “riesgo 0” no existe en ningún ámbito de la vida, por algo está en nuestra naturaleza el evaluar constantemente los posibles riesgos de nuestros actos. Uno puede salir a comprar el pan, tropezarse en la calle, y morir a causa del mal golpe... Es algo que puede suceder, pero también es algo altamente improbable, de modo que el sentido común nos dicta que no es necesario llevar casco las 24 horas del día. Ahora bien, si nos disponemos a dar un paseo en motocicleta, las probabilidades de sufrir un accidente que termine con nuestra cabeza abierta aumentan hasta el punto en que nuestro sentido común – y la normativa vial, en su defecto- nos obliga a hacer uso del casco. Las palabras clave aquí son “sentido común”, algo que, por básico que sea, comprobamos a diario que hay quien desgraciadamente carece de él.


Además del sentido común, contamos con la experiencia, algo que no depende tanto de los años como del conjunto de nuestras vivencias. Tampoco hay que engañarse respecto a la infalibilidad de la experiencia, puesto que cada cuál tiene la suya. Por eso es importante diferenciar entre la experiencia subjetiva que nos lleva a decir, por ejemplo, que “el calor del sol es más agradable que el frío de la nieve”, y aquella más objetiva que nos lleva a alertar a otros de la existencia de una brecha enorme en la carretera.


En tercer lugar, contamos con la información que los especialistas en diversas materias ponen disposición del público general... o de quien esté dispuesto a ir a buscarlos y preguntar - tal vez sea necesario aún remarcar que estos especialistas pueden proceder del ámbito académico tanto como no haber pisado una escuela en su vida-. Estas fuentes nos permiten contrastar en detalle nuestras propias ideas acerca de una cuestión, o la información que nos llega de otras fuentes, y nos ayudan a hacernos una idea general de su validez o confiabilidad.


Hasta aquí van tres filtros/métodos de evaluación fácilmente aplicables tanto por parte del autor como por parte del público, pero podrían añadirse muchos más. En casos como los que mencionábamos al principio del artículo, la desgracia no se produce sólo porque la persona que escribe el libro u organiza el evento no aplique filtros, sino porque las personas que reciben esa información o asisten al pseudo-ritual tampoco lo hacen: Sencillamente confían en que otros lo hagan por ellos, eludiendo su propia responsabilidad en un asunto en el que los peores perjudicados son ellos mismos.

A veces no se trata de dar los peces, sino de enseñar a pescar.


II.


Muchos de los compañeros de viaje que he conocido iniciaron este camino por su cuenta y riesgo. Y por más que fantasearan con la idea de una escuela o un grupo en el que recibieran una enseñanza estructurada y realizaran una prácticas acordes a su nivel, ascendiendo en grados de modo ordenado, bajo la tutela de instructores prácticamente omnisapientes y en un ambiente armónico; la realidad de las condiciones de su búsqueda fueron muy otras. Tal vez no mejores, tampoco peores, simplemente muy diferentes.


En algún momento, pudimos sentir – con todo el dolor que en la juventud se puede experimentar- que el conocimiento se servía como un manjar opíparo en grandes salones iluminados por el fuego del hogar y la luz de los candelabros, mientras como huérfanos de algún cuento de Andersen, esperábamos a las puertas por si alguien se compadecía o se encaprichaba y nos dejaba entrar. O, como perros abandonados, buscábamos nuestra propia comida en las calles.

Probablemente el sentimiento de desamparo no hubiera sido tan frustrante si, en lugar de centrar nuestras miradas tras las ventanas de aquellos salones, hubiéramos tenido en cuenta a los pescadores, los labradores y los pastores que tampoco eran invitados al gran banquete, pero cuyo alimento resultaba más sencillo y nutritivo... Que es lo que uno termina por entender.


Por suerte no todo en esta vida son engaños o decepciones. Algunas personas fueron buenas con nosotros, sin que hubiera una segunda intención en su gesto. Pero, y esto es algo sumamente importante, por más que quedemos en deuda con estas personas nunca les podemos retornar directamente el favor, ya que no necesitan de nosotros. En consecuencia, lo único que podemos hacer para saldar esta deuda pendiente es ofrecer lo que sí tenemos, a nuestra vez, allí donde pueda servir, resultar útil.

Por nuestros propios y burdos medios habíamos acumulado un cierto conocimiento, y unas experiencias, que si bien no nos habían convertido en maestros de nada nos situaban en una posición de responsabilidad respecto a los que habrían de venir detrás nuestro. Llevábamos cierto tiempo recorriendo aquellas calles imaginarias, de modo que podíamos señalar dónde encontrar agua o comida limpias, y también advertir dónde era mejor no acercarse, por más que te prometieran el cielo; que aquello era una trampa y terminabas apaleado.


Y esto es lo que hacemos al escribir, desde hace ya más de una década; Pagar gustosos nuestra deuda. No importa que el tiempo haya pasado, que hayamos crecido, que encontráramos o fundáramos una familia propia, o que entráramos a una escuela de conocimiento mucho mejor de lo que jamás llegarán a ser los salones dorados. Sin sentirnos ya humillados u engrandecidos por ese origen, siempre recordaremos de dónde venimos, y la deuda que contrajimos y nos permitió sobrevivir íntegros, sin sacrificar nuestro más profundo anhelo.

Significa que tenemos hacia los que han de venir el mismo respeto que sentimos por aquellos que en algún momento nos dieron algo que nos permitió seguir. No se trata de que hayamos consagrado nuestra existencia a resolver problemas ajenos, o a masticar la comida de otros, sino que si vemos o hacemos algo que pueda servir a otros, lo dejamos a su disposición en el ambiente más seguro posible, para que puedan tomarlo si quieren, si creen que les puede servir.


Es posible que la historia suene un tanto melodramática, pero creo que ayuda a entender el compromiso que algunos tenemos hacia nuestros lectores, mismo que nos lleva a no hablar por hablar, a estar dispuestos a rectificar, y evitar poner a otros en riesgos innecesarios.

Creo que también se entenderá mejor la idea de la imposibilidad de hablar de un “riesgo 0”, porque aún con las condiciones del entorno bajo estricto control nos encontramos con los monstruos y escollos que cada cuál posee en sus entrañas, esa sombra que tarde o temprano debemos enfentar (por ejemplo, el fijar la atención en lo que brillaba dentro de los salones y no darnos cuenta en aquel momento de lo más valioso que estaba fuera, a nuestro alcance, era un obstáculo que sólo nosotros habíamos puesto ahí).

También el peligro de sentirse demasiado seguros del suelo que pisamos, dado que en nuestra búsqueda individual, partiendo de donde partimos, cometimos muchos errores, no pocas veces debidos a un exceso de confianza... Fuimos a dar a callejones cerrados, a comidas insalubres, y metimos la pata en varias trampas; Simplemente salimos y sobrevivimos para contarlo. Ya no es tan fácil engañarnos, apresarnos o utilizarnos. De modo que tal vez aún no sepamos mucho, en realidad, pero lo que sabemos, lo sabemos bien.


A estas alturas no nos costaría nada proveernos de un bonito atuendo y entrar por la puerta grande a esos salones dorados, pero habiendo dormido tantas noches bajo las estrellas nos dimos cuenta de que eran una trampa más. Estamos en el camino, que es donde el buscador debe estar.


III.


Publicar en un espacio abierto implica ciertas responsabilidades, que inician con tener la capacidad de crear un espacio seguro para aquellos que se acerquen a leer, enriqueciendo un tema propuesto con sus propias aportaciones, conocimientos, cuestionamientos o puntos de vista. La creación de este espacio seguro pasa por aplicar los filtros necesarios, por ejemplo requiriendo un mínimo de educación y claridad mental a la hora de participar.


No hay que olvidar que una persona que escribe es sólo una persona que escribe, tiene el deber de entregar al público, o a sus compañeros, un trabajo que cumpla con los requisitos mínimos, que haya pasado por varios filtros. Eso nos da una cierta seguridad, avalada por el sentido común, la experiencia, la bibliografía, etc. Pero este trabajo no estará nunca completamente terminado, dado que no es otra cosa que un punto de partida; seguirán las diversas interpretaciones que los lectores den al mismo, y si éstas son hechas públicas, con el debate o la reformulación del original que surjan, y así sucesivamente. Dicho de otro modo, algo que escribimos en un momento dado de nuestro recorrido es como un guijarro del camino, contiene propiedades del todo que el camino es, pero es al mismo tiempo sólo uno entre muchos, sólo una excusa para fijar la atención en una serie de ideas. Caminemos un trecho, y recogeremos otro distinto. Un poco más y tal vez lo que sostengan nuestras manos sea una hoja, una brizna de hierba, o una flor.


Estar demasiado seguros del suelo que pisamos no es la mejor manera de transitar por la vida, dado que puede llevarnos a la parálisis, o a los errores por exceso de confianza. El suelo puede ser inseguro, irregular, tener sus baches, sus brechas, lo importante es cómo nos preparemos para superar esos obstáculos, o evitar caer en ellos.


IV.


Hay momentos en la vida en los que, sin buscar las cosas, nos las encontramos de frente, tal vez en el lugar y momentos más inoportunos. En la primera pesadilla que puedo recordar, y también muchos años después, en la adolescencia, sentí que no había suelo bajo mis pies, ni techo, ni paredes, nada más que una profunda negrura extendiéndose alrededor... negrura, porque es imposible visualizar el vacío completo alrededor, que es la forma en que mi mente trata de aproximarse a la idea de una realidad desnuda.


En un plano terrenal, todos hemos vivido la experiencia de sentir que nuestro propio universo se derrumba, que todo lo que creíamos que nuestra vida era, o que nosotros mismos éramos, se cae al suelo, como si alguien lo hubiera convertido en arena y luego hubiera soplado un viento terrible, llevándoselo todo, menos nuestra conciencia, que permanece allí. Y aunque nos parezca fuera de lugar, no tardamos en comprender que ese es precisamente su lugar, porque su función es construir en derredor un universo que podamos habitar.


De un modo similar, hasta la fecha he conocido varios sistemas que tratan de explicar las formas, comunes o extraordinarias, con las que la humanidad se encarga de vestir esta realidad. Sistemas que de algún modo deberían contradecirse, pero como resultan completamente funcionales, no nos dejan otra opción que admitir que existen al mismo tiempo, tal vez en distintos niveles. Sistemas que ponen un “arriba” y un “abajo” y permiten trazar los caminos por los que como humanos transitamos.


Así que, siendo sinceros, a la pregunta de si estoy segura del suelo que piso, la primera respuesta que se me ocurre es “¿Qué suelo? ¿Éste que yo creé? Sé que se deshace cada cierto tiempo: Pero también sé que puedo crear otro que cumpla la misma función”.