jueves, 17 de diciembre de 2009

Repensando la ecología (II)

Viene de : Repensando la ecología (I)


IV. En qué nos beneficia el acercamiento a la ecología.


Tal como se ha planteado el tema, parece que el hecho de familiarizarse con la ecología no nos va a llevar a otra cosa que la desesperación. Sin embargo, esto no tiene porqué ser así. Cuando una cuestión se complica y nos rebasa, el camino más eficiente para recuperar nuestra capacidad de comprensión e incidencia al respecto es desmenuzarla en fragmentos digeribles.


En el aspecto mental, el contacto con la ecología en tanto que ciencia, nos provee de herramientas a la hora de filtrar la información procedente del entorno natural o social y, sobretodo, de los medios de comunicación. Esto significa que nuestra aproximación a la realidad, a las necesidades de la humanidad y de la conservación del entorno no se producirá a través de las emociones, sino de la racionalidad. Nos hacemos menos vulnerables a la manipulación y a la publicidad, adquirimos criterios objetivos de evaluación y estamos en condiciones de exigir resultados concretos, por lo que aumentan las posibilidades de acercarnos a la problemática real que se intenta disimular.


Por ejemplo, durante mucho tiempo, la entrada de la soja en los mercados se vendió como una innovación “natural” colmada de beneficios, y se asoció a productos supuestamente “verdes”. Pero lo cierto es que el monocultivo de soja acarrea desequilibrios ecológicos y económicos si se mantiene prolongadamente. Por no mencionar los daños sobre la economía local y el impacto en el medio que puede tener el hecho de traer la soya desde grandes distancias, o de la existencia de la soja transgénica, de dudosa fiabilidad. Otra estrategia publicitaria en la que interviene el cultivo extensivo de soja es la defensa del biodiesel como producto ecológico. Técnicamente el biocombustible sería menos contaminante que el combustible fósil, sin embargo, para poder abastecer los niveles de necesidad de combustible que se manejan hoy día, sería necesario sustituir las plantaciones destinadas a alimento por plantaciones destinadas a la elaboración de biodiesel. Esto disminuiría la cantidad de alimento disponible para una población en constante aumento, y conllevaría un aumento de los precios en productos tan básicos que condenaría a una gran parte aún mayor de la población mundial al hambre, mientras que, en el proceso, se perderían espacios naturales y especies que los habitan, y se inutilizaría la tierra por desgaste. Ergo, no importa como lo quieran vender, se mire por donde se mire eso no es una solución ecológica. De hecho, ni siquiera podría considerarse una solución.


En el aspecto emocional, la aproximación a la ecología nos obliga en primer lugar a asumir que no se piensa con el “corazón”, sino con la “cabeza”. Puede parecer contradictorio, pero, de hecho, gran parte del trabajo que hacemos respecto a nuestras emociones es aprender a gestionarlas, y no dejar que nos dominen. En el caso de la problemática ambiental , las desgracias que acarrea, y las soluciones que existen (aunque no se apliquen) la gracia está en no dejarnos llevar por emociones como la culpabilidad, el enojo o la euforia. Hay que acepta las cosas como son, para poder ver qué podemos y qué no podemos hacer al respecto. No tiene sentido sentirse culpable por algo que ya pasó o ya hicimos, porque de ninguna manera podemos volver atrás para cambiarlo. Tampoco tiene sentido el enojo, si lo conservamos después de que haya cumplido su función señalándonos que hay algo con lo que no podemos estar de acuerdo, sólo lograremos sembrar de obstáculos el camino que deberíamos recorrer en la mejor condición posible. En cuanto a la euforia, puede darnos un potente empujón a la hora de iniciar un proyecto, pero toda vez que nos vuelve ciegos hacia nuestras propias limitaciones, por ella misma no es capaz de mantener el ritmo... así que terminará dejándonos tirados en la orilla de la autoderrota. No importa cómo nos sintamos, no vamos a resolver todos los problemas del mundo, y no vamos a cambiar a otros, pero debemos entender , al mismo tiempo, que el sentimiento de impotencia del que he hablado a lo largo de este y otros artículos es también una nociva ilusión.


De modo que, poniendo a funcionar nuestra racionalidad, y reservando nuestras emociones para los escenarios a los que pertenecen, será más fácil inventariar los recursos que sí tenemos a nuestro alcance y las acciones que sí podemos llevar a cabo.


Como comenté más arriba, cuando la problemática es compleja, hay que dividirla en pequeños fragmentos que resulten abordables desde nuestra propia dimensión y ámbito de acción. La conciencia de la interacción de estos fragmentos nos dará el marco en el que evaluaremos si son útiles en el conjunto. Por ejemplo, en el caso hipotético de que pudiéramos emplear biocombustibles, evaluaríamos los pros (reducción de emisiones) y los contras (desgaste, empobrecimiento, etc.) y concluiríamos que no es beneficioso, por lo tanto, nos olvidamos de ello.


¿Qué cosas podemos hacer sin perjudicar a su vez a otros aspectos del conjunto? El ejemplo más claro, para el que no necesitamos ni una inversión económica, ni un gran esfuerzo, ni pensar demasiado, ni tampoco la colaboración de nadie, sería tratar de reducir por un lado nuestro consumo y, por otro, la cantidad de residuos que generamos.

Todos hemos visto que, en ocasiones, se trata de fomentar estas prácticas aduciendo un ahorro económico, o apelando a proyecciones catastrofistas del futuro. En lo personal me parecen técnicas bastante estúpidas, porque las personas no son tan tontas como para no darse cuenta que el ahorro logrado no es significativo, y el hecho que traten de asustarnos respecto, por ejemplo, a la escasez de agua producida por estar 5 minutos de más en la ducha, mientras sabemos que la industria malgasta el agua a espuertas sin que se lleguen a tomar medidas, constituye un enorme acto de cinismo que provoca en más de uno la reacción contraria a lo que se pretendía conseguir. Obviamente nos molesta que nos traten como tontos, pero dejar de hacer algo que es, por sí, beneficioso a causa de esto... no dice mucho de nuestra inteligencia.


Retomando, podemos empezar por gastar menos agua y menos electricidad. No se trata de privarnos de lo necesario, ni siquiera se trata de “ahorrar”, sino de apreciar el valor real de estos bienes y aprender a no malgastar. Lo mismo sucede con la basura; no se trata de revisar todos los envases para asegurarnos de que sean renovables... simplemente, puedes usar una bolsa de plástico varias veces y tener un carrito de la compra, que además resulta bastante más cómodo. Si además la basura se puede separar, se separa, y se deposita en el contenedor correspondiente.

Desde luego no es la gran solución, pero es útil en varios aspectos, incluyendo nuestro desarrollo como personas, dado que asumimos una rutina que procede de una toma de conciencia de nuestro papel en el mundo y se concreta en una acción voluntaria, repetida en el tiempo, como un ejercicio de constancia. Existe también la posibilidad de explotar el paralelismo a la hora de manejar otras áreas de nuestra vida: Fraccionar la cuestión/problema a resolver en unidades abordables, cuidar que guarden coherencia con el marco de referencia, gastar en ello la energía necesaria (no divagar, no dar más vueltas de las que necesita) y no procurar no generar demasiada basura en el proceso (léase, complicaciones adicionales o nuevos problemas).


Por otro lado, abrimos una brecha en el muro de la impotencia que se nos impone como un límite infranqueable (y luego, decidiremos hasta dónde la extenderemos). Nos da la oportunidad de enseñar con el ejemplo, que “poco” es mejor que “nada” - toda vez que estamos en calidad de aportar argumentos más sustentables y admisibles que aquellos del “ahorro” y la catástrofe”-. Este punto es más importante de lo que pueda parecer.


Tenemos claro que el propósito no es imponer a otros nuestro punto de vista, pero si otros ven lo que hacemos, y es algo nuevo, muy posiblemente sientan cierta curiosidad. Pueden burlarse de nosotros, pero esa no es la cuestión, porque nuestras acciones han sido elegidas racionalmente y no dependen del juicio ajeno. Así que la cuestión es que, mientras haces algo que no supone un gran esfuerzo y tiene una utilidad práctica para tí, otra persona se acerca y se encuentra con una serie de cuestiones que tal vez antes no se había planteado o, incluso, no se había podido plantear. Es cosa suya lo que esta persona decida hacer con ello, pero ha encontrado la oportunidad de pensar al respecto y tomar sus propias decisiones. Si una de las aportaciones que, como humanos, deberíamos hacer en el conjunto de la naturaleza es aportar conciencia, estamos cumpliendo.


Cuando nos hallábamos inmersos en la discusión respecto a las políticas ambientales, la irresponsabilidad industrial, el interés de algunas ONG, los destrozos del activismo mal entendido, y las resistencias culturales que, con toda razón, desconfían de la imposición de nuevos modelos de gestión (porque algunas veces tienen en cuenta a la gente, pero otras muchas no), encarábamos una inmensa sombra encargada de recordarnos que no podíamos confiar en nada.


No es que este lema sea falso, de hecho, rara vez podemos depositar nuestra confianza en nada... salvo en aquello que depende de nosotros mismos. Podemos realizar pequeñas acciones, podemos participar en proyectos que impliquen la participación de otras personas o comunidades (aunque el resultado no dependa de nosotros, nuestra parte sí lo hará) y también podemos actuar como generadores, conductores y filtros de la información. Cuando olvidamos esto, entramos en un proceso en el que vamos cediendo progresivamente la parcela de poder personal (poder para hacer, crear o transformar aplicado a nosotros mismos o a nuestro entorno) que viene de serie junto las manos, la cabeza y el corazón con los que llegamos al mundo. La cesión de este poder personal para actuar en el conjunto del mundo del que formamos parte puede eximirnos aparentemente del peso de la responsabilidad, pero automáticamente nos carga con la extraña angustia, creada en el vacío de esa parte de nosotros que nos falta.


La parte más difícil de la conclusión es la que trata acerca de la necesidad de desligarse del resultado final. Al hablar de establecer una rutina consistente, por ejemplo, en no malgastar recursos, o al llevar a cabo medidas políticas o sociales en pro de la conservación ambiental, es obvio estas acciones deben producir resultados medibles y comprobables, muchos de los cuales incluso podremos tener ocasión de disfrutar por nosotros mismos.

Por “resultado final” me refiero a que nuestras acciones, o nuestra participación en acciones que impliquen más personas, tengan un impacto perceptible a nivel global que sea capaz de prolongarse a futuro... posiblemente no vivamos el tiempo suficiente para comprobarlo, pues en gran medida se trata de participar en la siembra de una cosecha que otros deberían poder recoger. Ahora bien, tenemos tanto que ganar al dedicarnos a esa tarea, al formar parte de esta contra la desolación, que sería un auténtico desperdicio de oportunidades no incluirnos en ella.



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