jueves, 29 de mayo de 2008

Leteo y Mnemósine

El Leteo es el río del Inframundo griego del que beben las almas para olvidar la vida que dejan atrás. Y, sin embargo, algo más adelante mana la fuente o laguna de Mnemósine, la memoria, reservada para los iniciados.

Hallarás, a la izquierda de la mansión de Hades, una fuente,
y cerca de ella, erguido, un albo ciprés.
Allí, al bajar, las ánimas de los muertos se refrescan.
¡A esa fuente no te allegues de cerca ni un poco!
Pero más adelante hallarás, de la laguna de Mnemósine
agua que fluye fresca. Y a su orilla hay unos guardianes.
Ellos te preguntarán, con sagaz discernimiento,
por qué investigas las tinieblas del Hades sombrío.
«¿Quién eres? ¿De dónde eres?»
Y tú les dirás absolutamente toda la verdad.
Di: ¨Hijo de Tierra soy y de Cielo estrellado;
mas mi estirpe es celeste. Sabedlo también vosotros.
De sed estoy seco y me muero. Dadme, pues, enseguida,
a beber agua fresca de la laguna de Mnemósine».
Y de cierto que consultarán con la reina subterránea,
y te darán a beber de la laguna de Mnemósine.
Así que, una vez que hayas bebido, también tú te irás por la sagrada vía
por la que los demás iniciados y bacos avanzan, gloriosos.


Cf. Bernabé, Alberto, y Jiménez San Cristóbal, Ana Isabel, Instrucciones para el Más Allá. Las laminillas órficas de oro, Madrid, 2001


No pocas veces nos aferramos a nuestros recuerdos, como una forma de autocastigo. Nos identificamos con ellos, reviviéndolos una y otra vez, a pesar de que hayan caducado y, buenos o malos en origen, resulten igualmente dañinos por estorbar en la vivencia del presente. El olvido es, entonces, el consuelo de aquellos que no son capaces de digerir las experiencias, impresiones o conocimientos que se acumulan como una carga tan pesada como inútil.

Sentimos pánico, en ocasiones, ante la noción de olvido, como si las cosas que no recordamos se perdieran para siempre, como si supusiera una traición a lo que un día fuimos. Y, sin embargo, hay demasiadas viejas historias ocupando un espacio en nuestra mente, el mismo espacio que debería destinarse a otras.

Y, sin embargo, no es tan necesario olvidar como gestionar correctamente los recuerdos, a medida que avanzamos en nuestro camino; de modo que ni sean una fuente de sufrimiento, ni nuestra felicidad dependa de ellos... lo que ya fue no se puede revivir, ni cambiar.

La única opción es emprender una absurda lucha con ello, que no haga más que avivar el fuego que pretendemos apagar; o bien tratar observar las cosas como son, digerirlas, quedar en paz, y seguir adelante con lo que nos ocupa en el presente.

Y, en ocasiones, también es necesario, incluso vital, recordar. Recordar las cosas que sí importan, que sí nos ayudan a avanzar, aquellas que, cuando se hunde nuestro barco, vienen a sacarnos a flote en lugar de arrastrarnos con ellas al fondo. Las mismas cosas que suelen quedar relegadas al fondo de la memoria, porque el plano inmediato está obstaculizado por montañas de otros pensamientos y recuerdos más bien mediocres que no hacen más que molestar.

Sólo se puede apelar a la Memoria cuando ya no se necesita olvidar, cuando los recuerdos son una ayuda y no una carga; cuando nada de lo rescatado es en vano, porque nada se ha acumulado a ciegas y en desorden: cuando se ha vivido de un modo consciente.


sábado, 24 de mayo de 2008

Del prefacio de "Afrodita"

(...) El sabio Prodicos de Cos, que florecía a fines del siglo V de nuestra era, es el autor del célebre apólogo que San Basilio recomendaba para las meditaciones cristianas: Heracles entre la Virtud y el Vicio. Sabemos que Heracles optó por la primera, lo que le permitió realizar algunos grandes crímenes contra las Ciervas, las Amazonas, las Manzanas de Oro y los Gigantes.

Si Prodicos se hubiera detenido allí, sólo habría escrito una fábula de un simbolismo bastante fácil: pero era un buen filósofo, y su conjunto de historias, Las Horas, dividido en tres partes, presentaba las verdades morales según los distintos aspectos que comprenden, en las tres edades de la vida. A los niños le gustaba proponer como ejemplo la elección austera de Heracles; a los jóvenes contaba, sin duda, la elección voluptuosa de Paris, e imagino que a los hombres maduros les decía más o menos esto:

- Un día Odiseo cazaba al pie de las montañas de Delfos, cuando encontró en su camino a dos vírgenes tomadas de la mano. Una tenía cabellos de violetas, ojos transparentes y labios graves; le dijo: "Yo soy Aretea". La otra tenía párpados débiles, manos delicadas y senos tiernos; le dijo: "Yo soy Trifera". Y las dos continuaron: "Elige entre nosotras". Pero el sutil Odiseo respondió sabiamente: " ¿Cómo elegiría? Sois inseparables. Los ojos que os han visto pasar a la una sin la otra sólo sorprendieron una sombra estéril. Así como la virtud sincera no se priva de los placeres eternos que la voluptuosidad le concede, del mismo modo que la molicie iría mal sin una cierta grandeza del alma. Os seguiré a ambas. Mostradme el camino." En cuando terminó de hablar, las dos visiones se fundieron y Odiseo supo que había hablado a la gran diosa Afrodita. (...)
Prefacio de Afrodita, de Pierre Louÿs, 1896

martes, 20 de mayo de 2008

Primera Comunión

Lo que sigue, aclaro, no es un ataque contra el catolicismo, simplemente la crónica de lo que observé, desde la privilegiada posición en la galería del segundo piso de la iglesia, silenciosa como una gárgola - y, me temo, con similar expresión de horror-, durante una ceremonia de "primera comunión" a la que acudí por deferencia hacia otra persona.

Veo a los niños entrar en fila, vestidos para la ocasión, se sientan ordenadamente en los asientos dispuestos a ambos lados del altar. Una mujer madura saluda a la concurrencia, exigiendo silencio y dando las líneas introductorias a lo allí sucederá. Luego el cura oficiante sigue, explicando que se trata de una "gran fiesta"... Sé que la mayoría de asistentes están allí siguiendo los dictados del convencionalismo. Ni siquiera asisten a la misa de los domingos, pero han comprado ropas nuevas y un regalo para la criatura. Esperan que la ceremonia acabe pronto... ni siquiera se plantean que se trate de un ritual religioso.

Pero lo es.

Y los pocos que sí son conscientes de ello, tratan de imponer silencio sobre la agitación de los saludos de reencuentro entre familiares y conocidos, tratan de imponer un sentido de sacralidad al evento, cerrando los ojos al hecho de que es precisamente a esta falta de conciencia a lo que se debe el éxito de la convocatoria que llenará los cepillos que no dudaran en sacar en el momento preciso.

Oigo los cuchicheos a mi alrededor, comentarios maliciosos de personas que, estando allí por lo que ellos consideran "un compromiso", necesitan matar el aburrimiento de algún modo. Si observo la imagen de la virgen coronada que preside el altar, me siento tentada a exigir respeto. Pero al ver las muecas amargadas de aquellos que, a pesar de saber que algo así sucedería prefieren que esas personas estén allí para tener dinero y concurrencia en lugar de respeto, no puedo pensar más que "es su elección".

Los niños más movidos, que permanecen como clavados al asiento, agitan con disimulo sus brillantes zapatitos, nerviosos por todo lo que se sucede alrededor, como si estuvieran actuando sobre el escenario de la función escolar de fin de curso, conscientes de las miradas del vecindario y los flashes de las cámaras. El cura les hace algunas preguntas, y les indica punto por punto lo que ellos deben responder.

Les dice "Vamos a renovar las promesas del bautismo, porque no os podéis acordar, pero entonces vuestros padres prometieron por vosotros, y ahora que ya sois conscientes, vais a comprometeros vosotros mismos para formar parte de la comunidad".

A penas puedo creer lo que estoy oyendo, una parte de mí se enciende de indignación. Como un puñado de pajarillos a los que una mano oscura lanza una red y los mete en un saco, "Tus padres nos prometieron que sería nuestra, confirmarlo, entréganos tu alma... ya tenemos una nueva remesa para enviar al Señor".
Veo a esas personitas enfundadas en trajes extraños declarar a la vez, bajo disimulada coacción o descarado chantaje ("si haces la comunión como el resto de niños de su clase te compraremos una Wii"), aquello a lo que renuncian, aquello en lo que creen, aquello a lo que se comprometen de por vida.

Y por un momento, a pesar de ser consciente de que en la mayor parte el rito es poco más que una obra de teatro de primaria, quisiera saltar allí mismo y gritar que dejen a los niños en paz, que no les pertenecen; ni a la iglesia, ni a la comunidad, ni a los propios padres.
Me apena que en esos momentos no estén sucios, exaltados y jugando como salvajes bajo el sol de mayo, sin duda más puro que esta introducción a lo que no deja de ser otra manera, socialmente aceptada, de comerciar con lo sagrado.

Sigue un discurso de palabras vacías, buenas intenciones y deseos que no llevan a ningún lugar, aderazados con una benevolencia desfasada... Valores tan generales, imágenes tan manidas, que si sólo se tratara de asegurarse que los niños los conocieran, la ceremonia entera no tendría ningún sentido. Hacen sus inocentes ofrendas de trabajo manual, las acompañan por los cepillos repletos de dinero que se han pasado entre los asistentes. Luego, comulgan por primera vez. Cantan un poco, se despiden.

Bajo de mi observatorio y soy la primera que se encuentra el menor por el que estoy allí. Le pregunto ¿Qué se siente? Su respuesta, sin tapujos, aún dentro de la iglesia: Nada.

No es que crea que los niños no tengan una espiritualidad propia. La tienen, a su modo, en ese jardín de libertad que les corresponde como un derecho inalienable, en el que los frutos de la fe maduran a su propio tiempo, que debe ser respetado.

Que yo sepa, la cita bíblica dice "Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el Reino de los cielos" (MC 10, 14) y no "Idme empaquetando a los niños, exijo recibirlos a la mayor brevedad", que parece es lo que se prefiere entender por interés. Algunos niños son realmente cristianos en el momento de recibir su primera comunión; pero éstos no constituyen más que una minoría entre los que son arrastrados a prometer cosas o adoptar creencias que no entienden o incluso, en ocasiones, ni siquiera comparten. Y si esto se hace en algo tan personal como la religión, no hay escrúpulos al hacerlo con otras mil cosas.

El motivo por el que no es una crítica al catolicismo, es sencillamente que en otras muchas comunidades, ya sean éstas religiosas o laicas, y en otros -demasiados- aspectos de la vida, se dan fenómenos paralelos, o aún peores. Es asombroso pensar en todos los escollos, los convencionalismos, las coacciones, que deben sortear los niños para llegar a la edad adulta como seres íntegros en lugar de como productos manufacturados y vendidos al mundo como ganado, como perros sorprendentemente bien entrenados, como bestias de carga, por un entorno mucho menos consciente que ellos.

jueves, 15 de mayo de 2008

Simple

Soñé que salia a pasear de noche por la montaña. Entre los árboles encontraba una cabaña no mucho más grande que la caseta de un perro. En el porche, sobre el suelo, estaba sentado un hombre adulto, vestido con harapos. Entre el cabello y la barba, largos y enredados, reconocí los ojos de alguien de la época de la adolescencia, cuyo nombre no recuerdo.

- ¿Qué haces aquí? - le decía-.
- Vine a este lugar, y me gustó tanto que decidí quedarme.
- ¿Pero cómo?
- Simplemente decidí quedarme, y me quedé.
- ¿Y cómo subsistes?
- Recojo agua, raíces, bayas, carroña, lo que encuentre. Todo lo que necesito está aquí.

Empezaba a llover, pero no se movió.

- ¿No vas a entrar a la cabaña?
- Ya no me molesta la lluvia, formo parte de esto, como los árboles, como las rocas, como las estrellas.
- ¿No echas nada en falta?
-No.
- ... ¿Fue difícil?
- Simplemente tomé la decisión de permanecer aquí, y pagar el precio por ello. El resto no importa.

lunes, 12 de mayo de 2008

Letra, música y magia

Hace unos días estuve repitiendo mentalmente una serie de canciones; consciente que inciden en el tono de mis pensamientos, y el modo en el que percibo cuanto acontece a mi alrededor. Canciones genéricas, que cobran un sentido específico en mis circunstancias, palabras ajenas que hago propias; ni sus letras ni su música han sido elegidas al azar. Escucharlas, y luego recrearlas en mi mente, sirve para un propósito específico. Y funcionan.

Pensando más tarde en ello, volvió a mi memoria una curiosa escena; con diez años menos, de pie ante un mueble usado a modo de atril, a la luz de las velas, y rodeada del humo de incienso, abro ceremoniosamente un libro y leo unos versos concretos, una y otra vez.
Primero, rápida y entrecortadamente, una segunda vez, calmada... otra vez saboreando cada palabra como un fruto maduro entre mis dientes y mis labios, luego haciendo lo propio con las imágenes sugeridas, y así hasta volcarme en cada letra, cada símbolo, hasta quedar desligada de los sonidos y significados. Luego emprendo el camino de regreso.

Era un poema de "Las Flores del Mal", de Baudelaire. Y ya sé entonces que hay cosas con las que se puede hacer daño, pero yo sé manejar estas cosas, del mismo modo que no uso los cuchillos de la cocina para autolesionarme o dañar a otros. Del mismo modo en que sé que si alguien me pregunta qué he hecho, no lo sabré explicar de un modo convincente. Pero necesitaba encontrar a cierta persona y, pocas horas después, compruebo hasta que punto ha funcionado.

No es la primera, ni la última vez que unos versos - con o sin rima, con o sin acompañamiento musical -, pronunciados, elevados, recorridos con la intención precisa, me servirán de puente hacia el objetivo a alcanzar; Un llamado, un destierro, un escudo, una limpieza, una catarsis...

Mucho antes de que irrumpieran en el mercado los manuales, yo recorría sola a un tiempo los bosques de la tierra y la literatura, tomando los frutos que allí crecían. Con la insolencia de la niñez, de la juventud, robaba alguna de aquellas manzanas prohibidas - no eran lecturas que correspondieran a mi edad- y las arrastraba a escondidas a la intimidad de mi refugio. Jugaba con las palabras para que dijeran lo que yo quería que dijeran, deleitándome en aquellas imágenes que mi sentir empapaba de nuevos significados, tan propios como si yo misma las hubiera hilvanado en aquellos versos.

Tardé algún tiempo en darme cuenta de los malos usos que se pueden dar una acción así, o de lo que se puede perder por el camino. Tardé algún tiempo en comprender que con Nietzsche o Platon, Goethe o Valéry no compartirian precisamente mi visión del mundo, y que era mejor crecer tratando de aprender de su pensamiento que tratar de reducir sus aportaciones hasta que cupieran en mis propias interpretaciones.

Uno de los golpes más duros que puede recibir una persona es el ver como otra emplea sus palabras, su creación, para unos propósitos desviados o incluso contrarios a los que defiende. Pero también aprendes que ciertas ideas, como los hijos, no nos pertecen sino que pasan a través de nosotros; y una vez salen al mundo seguirán un camino propio.

Así, buscando el modo correcto de proceder, llegué a la conclusión de que las obras que el mundo nos ha dado tienen dos planos de existencia, el sentido que les dieron su autor por un lado, y el contexto por otro; y el sentido que les dan los diferentes receptores. ( Lo incorrecto es tratar de imponer el sentido que uno da a las cosas sobre la persona que las trajo al mundo).

Ya en paz con los autores, y sin menospreciar la capacidad creativa de cada cual, lo cierto es que a veces nos encontramos con palabras que, de un modo u otro, están perfectamente alineadas para describir algo que no sabríamos explicar mejor por nuestra propia mano.

Versos, canciones, que ante nosotros se convierten en clarísimos espejos del momento que vivimos, reflejos de la flor de nuestros anhelos, o de la sombra oscura de nuestros temores. Que despiertan una parte de nosotros que hasta el momento dormía, que parecen tirar del otro extremo de una cuerda que nos rodea. Que nos dan alas, o nos ayudan a tocar tierra, que nos dan valor, o nos apaciguan, o prenden nuestro deseo y nos permiten encauzarlo en la dirección correcta.

Canciones inocentes, que podemos escuchar o repetir mentalmente en un contexto ritual, o bien mientras vamos de camino al trabajo o realizamos las tareas domésticas. Sonidos e imágenes cargados de intención que volverán, fieles, a nuestra mente como un acto reflejo cuando sin otra herramienta a mano sintamos miedo, o estemos demasiado nerviosos, o necesitemos romper un momento de parálisis.

Práctico, discreto, sencillo y económico :)

La contraparte, por supuesto, existe; y del mismo modo en el que podemos atraer lo que más adecuado, podemos atraer lo más inadecuado. De ahí la importancia de hacer una buena selección de aquello que leemos o aquello que escuchamos... Las canciones tienen una manera de envolvernos, de filtrarse en nosotros, que luego puede resultar difícil desprenderse de los ecos que siguen repitiéndose en nuestro interior, con sus correspondientes efectos.

Aunque algunos autores que han tratado el tema dan consejos generales, yo no me aventuraría a decir que tipo de música (o mensajes) es mejor o peor, pues considero que esto dependerá en gran medida de la persona y la situación. De cada cuál depende el darse cuenta de lo que le sienta mal, y lo que le sienta bien, como debe tener claros la atmósfera que le conviene crear y los objetivos que quiere alcanzar. Hasta el néctar y la ambrosía pueden ser perjudiciales en exceso, mientras que la dosis adecuada de veneno en la situación precisa, puede ser una excelente medicina.

***

PD: Las emisoras de radio comunes, resultan un juego o una herramienta de auto observación bastante curioso, siempre que uno;

a) tenga tiempo o, en su defecto, carezca de algo mejor que hacer, y
b) sea capaz de dejar sus prejuicios musicales de lado :P

Se trata de sintonizar una emisora y dejar que suenen unas cuantas canciones, ahora sí, al azar ( si son muy horribles o no nos dicen nada, se puede cambiar de emisora, porque no se trata de un ejercicio de autotortura). Tarde o temprano, sonará algo cuya letra podremos interpretar poniéndola en relación con nuestra vida, algo aplicable a nuestra situación presente... Hazle una pregunta a la radio, a ver que te responde.

Cuando has escuchado tres o cuatro canciones, ya puedes empezar a darte cuenta de cuáles has seleccionado como adecuadas como un mensaje-respuesta, y cómo has tratado de hacer encajar los personajes y situaciones de la canción y los de tu vida. Plasmando los propios temores o deseos, jugamos con ellos, les damos la vuelta para que digan lo que queremos oír. ..

Siempre hay una parte de nosotros que trata de interpretar a su gusto los mensajes que recibe, y otra que trata de hacer encajar nuestra propia experiencia vital en argumentos dados como "moldes"; es bueno observarlas, conocer sus trampas, para que no nos pillen desprevenidos cuando menos falta nos hace.

jueves, 8 de mayo de 2008

Regeneración

CREÍ QUE TE HABÍAS MUERTO...

Creí que te habías muerto, corazón mío,
en Junio.
Creí que, definitivamente, te habías muerto:
sí, lo creí.
Que, después de haber esparcido el revoloteo púrpura
de tu desesperación, como una alondra caíste en el
alféizar; que te extinguiste como el fulgor atemorizado
de un espectro; que como una cuerda tensa te rompiste,
con un chasquido seco y terminante.
Creí que, acorralado por tus desvaríos, traicionado por
los todavías, alcanzado por las evidencias, exhausto,
abatido, habías sido derribado al fin.
Y contigo, se desvanecieron los engarces entre
sentimientos, imágenes, suposiciones y pruebas.
Se me fueron abriendo las costuras de la memoria: ya
me estaba acostumbrando a vivir sin ti.
Pero tus fragmentos estallados se han ido
buscando, encontrando, cohesionándose como gotas de
mercurio, sin cicatriz ni señal.
Y ahí estás, otra vez inocente, sin acusar enmienda ni
escarmiento, guiando, dirigiendo, adentrando en ti el
peligro, como si fueras invulnerable o sabio, como si,
recién nacido apenas, ya fueras capaz de distinguir, en
el mellado filo del clavel,
la espada.

Ana Rossetti

Fuente:www.amediavoz.com/rossetti.htm

martes, 6 de mayo de 2008

Recuerdos de Mayo

Hay mensajes que viajan a la deriva, como una flor roja en el cauce del río. Rescatada de la corriente por mi mano, la ajusto en mi pelo, y me llega el recuerdo de otros días de sol...

Una presencia sombría, acechando en el umbral, unas palabras dejadas ir al aire, como si mi oído no estuviera allí para beberlas... Como si mi espíritu no temblara cada vez que lo sorprendían, como relámpagos en el cielo oscuro, que deslumbran un instante y para desaparecer al siguiente, como si jamás hubieran sido. Una invitación intermitente, hacia regiones lejanas...

Atreverse a creer, o no hacerlo.

Y yo era tan joven que no tenía miedo de entregarme, por entero, a un sueño. Tan dispuesta que no sentía las heridas, o más bien, soportaba el embate de tus astas furiosas, cuando temías que lo que alimentabas como ambigua fantasía pudiera hacerse una realidad.

Aún sonrío.

No siempre nos hablamos bien, pero sé que nos llevamos bien, en el fondo, allí donde se entrelazan los hilos de un destino que no escojemos por completo. Como a los otros, te deseo la mejor de las suertes. Como a los otros deseo que no se haya extinguido el brillo en los ojos, que la vida no se haya convertido en una prisión. Que aún si la ceniza os cubre por completo, sople ese viento que tan bien conocemos, despertando los rescoldos; y os levanteis y salgais al mundo como las flamígeras criaturas que sois.

No importa que hayais olvidado, yo recuerdo por vosotros. No importa que no creais, yo creo por vosotros. En todo aquello que me contabais, sin la decisión de creer, sin dar el paso necesario hacia el vacío, la larga travesía de la noche oscura, el desierto.

No me pesa.

Es ya una ramificación de mis propias raíces, que aún en dias propicios sabe traer alimento a mi existencia. En algún rincón bajo el cielo aún estais, amigos o enemigos, en todo caso hermanos; yo no os busco ya... aunque tal vez nos volvamos a encontrar. Sino, encontrareis a alguna igual a mi, como yo encontré a quienes son vuestros iguales.

Tomará vuestras manos y os dirá que aquellas palabras descreídas se convirtieron con el tiempo en una especie de oráculo, que todo era real, y aún vive bajo la piel de los que están dispuestos a cobijarlo. Podreis entonces amarla u odiarla por ello, pero conscientes de nuevo, volvereis al principio de una historia que vale la pena vivir.

jueves, 1 de mayo de 2008

Víspera de Mayo

Salgo del trabajo echa sientiéndome como el protagonista del romance del prisionero,

Que por mayo era, por mayo, cuando hace la calor, cuando los trigos encañan y están los campos en flor, cuando canta la calandria y responde el ruiseñor, cuando los enamorados van a servir al amor; sino yo, triste, cuitado, que vivo en esta prisión, que ni sé cuándo es de día ni cuándo las noches son, (...)

Mi prisión no está hecha de piedra o barrotes, es una red de tiempo preasignado a tareas pendientes y espacios cerrados ... de todo aquello que me separa de lo que quiero, y está cerca, pero aún no puedo abrazar.

Pero hasta en el muro más sólido, se abren rendijas, y puedo permitirme el lujo de desaparecer del mundo mientras regreso a casa andando, una hora o dos horas para mí. Sé a dónde ir, sé hacia donde caminar, incluso en esta gran ciudad, siguiendo la ruta custodiada árboles tan altos como los edificios a los que dan sombra y, sin embargo, parecen resultar invisibles para el que pasa bajo sus regias copas.

No es difícil encontrar el camino cuando tienes su olor en la memoria, cruzar el umbral por el lugar más insospechado, y adentrarte en ese otro mundo, que está aquí mismo. Aunque las aceras están llenas de transeúntes no andamos por el mismo suelo, en su lugar, algunos de los otros habitantes de la ciudad saludan en silencio desde lejos, cómplices, como viejos conocidos reencontrados.

Llego a las puertas de un lugar dañado, pero aún vivo. Un viento fresco ha despejado el cielo, de un limpísimo azul este mediodía; y el sol luce soberbio, filtrándose entre las hojas plateadas de los álamos, extendiendo su resplandor como un amante sobre el manto de hierba verde y brillante. Acaricia y calienta el lomo suave de piedra clara de las quimeras y dragones que vigilan desde las aguas, regios en esa inmovilidad que parece no tener que durar más de un segundo... y calienta esta piel mía que tanto lo ha añorado, encendiendo mis mejillas, dando nuevo brillo a mis ojos, que reverdecen como la vegetación circundante, enfrentando la amenaza de la ofensa, de la mutilación, del encierro y la extinción.

Hay un pacto secreto entre este mundo y mi corazón de fiera, que se entrega a él con devota lealtad, aún a escondidas de la conciencia. Mientras su belleza me colma sólo siento mis latidos con los suyos; no hay circunstancia ni persona que entre nosotros se interponga, ni me duelen los recuerdos, ni otra vivencia podría superar el dorado instante que reverbera en la eternidad.

Es amor. Es fuego.
Suaves pasos de leona.
Nos volvemos a encontrar.

Hablaremos del corazón y la piel, de los ojos y las garras. No puedo dar órdenes a mi corazón, no puedo pedir a mi piel que finja, ni a los ojos que me engañen, pero sí puedo controlar las garras.

No envidio a las personas a las que su corazón obedece, a aquellas que saben enmudecerlo, y toman las decisiones conforme a lo que creen que les conviene por intereses foráneos, personas que no respetan las señales de su piel, forzándola a caricias vacias. La fortuna es caprichosa, le importan bien poco nuestros planes; sabe derrivar aquello que parece más estable, de un soplo se lleva aquello que creíamos asegurado. Si traicionan su corazón por un bien pasajero, ¿qué les quedará cuando pierdan también ésto?

A mi nunca me faltará un hogar al que regresar.

Pido a mis ojos que sean sabios para ver la realidad más allá de la apariencia, de las proyecciones, libres del influjo del deseo y el temor. Y a mis garras pido que no sean caprichosas ni crueles, que guarden sus fuerzas y no me fallen cuando se haga necesaria una respuesta contundente y definitiva, limpia, sin arrepentimiento ni culpa.

Nadie me apresará.

La leona, descansando plácidamente, tendida en la roca; ser alimentado de sol y sangre. En algún un momento se levantara... irá a besar las aguas frescas con su lengua, roja inocencia entre las terribles dagas de marfil. O tal vez saldrá a acechar, silenciosa e invisible entre las matas, la presa escogida con suma sapiencia; luego una breve carrera, un golpe, un desgarro. Ninguna corrupción resiste su directa mirada sin abrasarse, nada puede detenerla salvo ese filtro preparado por los mismos dioses. Pero también es hermana, madre, cómplice.
Y aparece en el momento preciso.