martes, 28 de abril de 2009

Aprendizaje y atención


Hay un tiempo para cada cosa, y aunque el aprendizaje es continuo, se dan épocas en las que una mayor cantidad de recursos nos es requerida para el mismo. Tiempo para ensayos, tiempo para guardar silencio porque la función que nos corresponde es, antes que prestarnos a dar, estar dispuestos a recibir.
Desde esta perspectiva es más comprensible uno de los puntos en los que todos tropezamos alguna vez, y no pocos caen por siempre: el cómo un original, bienintencionado, impulso de atender a otros, de servir a otros, ciega la visión a nuestros ojos, del propio estado y necesidad del momento. Se entiende - pero nunca justifica- la existencia de tantas personas que dejan a medias un camino, por creer estar preparados antes de tiempo, y consideran un gesto altruista el dedicarse a esparcir fragmentos arañados de un conocimiento que, en realidad, nunca llegaron a conquistar.

Hace un tiempo, durante un largo viaje por carretera, tuve la oportunidad de ver una película bastante mala en la que se trataba de transmitir la curiosísima idea según la cual "la mayoría de personas venden su alma por codicia, pero no hay problema si lo mismo se hace en nombre del amor". Cuando, en realidad, la mayoría de personas acaba vendiéndose antes que por maldad, por un amplio repertorio de errores en el que sin duda caben muy buenos propósitos. Una de las pocas cosas que puede salvarnos de caer en el error es la conciencia, a menudo bajo esa forma, tan simple como efectiva, de "estar atentos y tener sentido común".
De hecho, el aprendizaje no se trataría tanto de una serie de datos, sentencias y correspondencias a memorizar, sino de aprender a dirigir nuestra atención de modo que ésta pueda llevarnos a "darnos cuenta" del modo en cómo esos mismos datos, siempre presentes en formas sencillas y accesibles en nuestro entorno - donde quiera que nos encontremos-, pueden estar conectados; llegando a adquirir una nuevo nivel de significados.
Debo añadir que, posteriormente, para que nuestro conocimiento sea digno de tal nombre, deberemos aún saber darles un uso constructivo y eficiente o, lo que es lo mismo, por muchas herramientas que lleguemos a acumular en nuestro bagaje, a menos que se les de un buen uso, no serán más que carga y estorbo.

¿Qué es el aprendizaje? No es tomar cursos que llenen nuestro "currículum esotérico", sino algo mucho más sutil y valioso, algo orgánico, que llega a integrarse en nuestro propio ser, razón por la cual no puede ser ni vendido ni regalado... y me atrevería a decir que a penas puede ser realmente transmitido, puesto que depende antes del sujeto en el que se da dicho aprendizaje, que de cualquier otra condición externa, como la suerte de la semilla depende en mayor medida de la calidad de la tierra que la recibe, que del cuidado de su jardinero.

Aprender es hacerse consciente de aquello que somos, y del territorio que nos rodea, de nuestras necesidades y los modos más eficientes de atenderlas. Y aunque ha de sonar prosaico, éste será el aprendizaje que valga la pena siempre, independientemente del camino que tomemos, o del lugar en el que nos encontremos. Por esto mismo, por lo que de esencial tiene, nada ni nadie puede interponerse lícitamente, ni mucho menos tratar de cobrar peaje, entre la persona y esta clase de objetivos, al que todas las áreas de nuestra vida pueden servir para avanzar.

Distinguir aquello que importa de lo que no, o distinguir las necesidades reales, de aquellas que de un modo u otro, han sido inducidas. Buscar y ensayar, la mejor manera de resolver nuestros retos o mejorar nuestras vidas, con serenidad, confianza y paciencia. Aprenderemos, pues, constantemente, tanto en las escuelas como en el trabajo, o en el camino que nos lleva a éstos; en las reuniones entorno al domesticado fuego de una cocina, o bajo el manto de las estrellas en el bosque. Aprenderemos acerca de los modos de hacer las cosas, de movernos, de alimentarnos, de llenar nuestra vida con sonidos, palabras, imágenes, tactos y olores... de los múltiples niveles en los que nuestras emociones pueden vibrar. Nada es trivial para el que vive de un modo consciente, nada se pierde para el que sabe cómo encontrar una ganancia en su derrota, y vuelve a levantarse, alegre y de buen ánimo, dispuesto a confrontar la imagen que el espejo le devuelve.

Incluso cuando caemos, una parte en nosotros sabe cómo sacarnos del pozo, de modo que basta con escucharla para que todo se resuelva favorablemente... suele suceder de modo natural porque, en el oscuro fondo, no tenemos mucho más que escuchar a parte de nuestros lamentos. Así que la cuestión, más bien, es estar dispuestos a atender esa sabia voz también en los tiempos menos oscuros, y en los completamente soleados, y no permitir que otras cosas nos distraigan de lo que en realidad importa. Ella ha de indicarnos, siempre, aquello que debemos hacer, salvándonos en primer lugar de ese aburrimiento o letargia que, dado que la naturaleza odia el vacío, acaba por convertirse en el origen de la mayoria de males y desgracias personales.


domingo, 19 de abril de 2009

Dioses Menores

Hay, en nuestro interior, un centro inexpugnable al que podemos regresar, de vez en cuando, para refugiarnos del trasiego del exterior... un espacio en el que podemos hallar descanso y recarga, pero al que acudimos - o con el que nos reencontramos-, antes que nada, cuando nos es necesario volver a escuchar el mismo suave murmullo que no cesa, pero que el ruido del mundo cotidiano oculta, incluso sin que lleguemos a darnos cuenta.

Cierro los ojos para encontrarme con ese lugar, como con uno de esos viejos amigos que se diría han llegado a conocernos, en la distancia, más que nosotros mismos.
Recuerdo mi cuerpo aún infantil, con el bracito extendido hacia el árbol y la palma bien abierta sintiendo la rugosidad de la corteza del pino. Estoy cantando mi canción preferida para despedirme, mientras observo un sol agonizante que tiñendo de rojo el regazo de las montañas, minutos antes de que la noche y su manto estrellado vengan a cubrir el bosque del que casi me duele ausentarme.
Es el mismo ritual cada vez que hay que regresamos a la ciudad, así como el de bienvenida consiste en volver a pisar sobre mis pasos de niña revisando que cada piedra y cada arbusto sigan en su lugar, asegurándome de recordar esos senderos que ningún camino ha marcado, bosque a través... sólo tras la revisión llega uno hasta la roca-altar, y saluda a las montañas, a los árboles, y a los espíritus que por allí rondan.
Y traza después de leer los anteriores, sobre la piedra, los símbolos e imágenes de una mitología personal que narran lo acontecido desde la última visita; algunos surcos más profundos, los que se repiten, son los que la lluvia no arrastrará...

Eran juegos de niñez, tal vez, pero eran ritos con mayor sentido y profundidad que los que años después llevaría a cabo, persiguiendo la formalidad. Entonces sólo quería aprender, entonces sólo aspiraba a encontrar libros que hablaran "seriamente" de los temas que me interesaban, y buceaba entre los disponibles, rescatando lo poco que sentía que valía la pena en apuntes personales. Cuando sólo podía soñar con encontrar aquellos compañeros de ruta que yo sabía que debían respirar en algún rincón sobre la misma tierra, bajos los mismos cielos. Hubiera dado cualquier cosa, cualquier cosa... por encontrar a mis iguales, por formar parte de una comunidad en la que fuera posible formarse y practicar.

Y, en cierto modo, aquella entrega encontró su recompensa, muchas de aquellas cosas que yo concebía imposibles, llegaron a realizarse. Y finalmente aquellos horizontes que yo contemplaba, fueron cruzados, uno tras otro... La vida nos empuja, y, entregados a su servicio, nos alejamos cada vez más de esa virginidad del origen, y así como surca el arado los campos, aparecen las huellas de la experiencia en nuestra propia piel, y conocemos como se abren las mismas heridas que han de devenir puertas a nuevos conocimientos.

Sin embargo, mi última definición de lo que era el paganismo, estaba irremediablemente empapada de hastío. Es extraño y cruel, que aquello mismo a lo que otrora me sentía empujada por un designio inescrutable, haya ido perdiendo su original encanto, hasta llegar a carecer de interés. En una pesadilla, hace años, estaba yo en el mismo lugar del recuerdo infantil contemplando el mismo ocaso, pero esta vez bajo él la ciudad avanzaba, como un ejército de asfalto y cemento, reptando sobre la tierra y amenazando el bosque donde los animales, los espíritus y yo misma con ellos nos refugiábamos. No era la ciudad lo que temía, la ciudad sólo era un símbolo, una metáfora, al igual que el mismo bosque. Lo entiendo mejor ahora, cuando la pesadilla parece concretarse en términos más cercanos a la realidad.

Desde el lugar sagrado, contemplo ese mundo ajeno a mi subjetividad. Conmigo siento el murmullo de ríos y fuentes, el susurro del viento entre los árboles del bosque; y esa luz especial, ese olor en el aire que anuncia la lluvia en la ciudad más grande del mundo. Se trata de un dialogo silencioso, una canción que nace del alma y agita nuestro espíritu y nos da el impulso, colmándolo de alegría o emoción... Pero, sin embargo, hablar de "paganismo" me aburre; discutir acerca de fórmulas, ritos y dioses, me hunde en el tedio; me parece que nada de lo que se dice importa, y ahora que podría acumular más información de la que en mi infancia llegué a soñar tengo la triste impresión de que esa misma abundancia acumulada ha sido maldecida por la esterilidad.

Siento demasiadas palabras vacías y , silvestre, me escapo, huyo, como en aquellos días en los que, en lugar de entrar en la escuela, seguía mi camino hasta la playa, demasiado consciente de un tiempo no iba a regresar, y a la vez de que la decisión acarrearía consecuencias... pero que era la única que, para mí, siendo sincera, valía la pena hacer.
Leo autores que, lejos de los manuales, reviven el fuego del sentir poético, de la realidad mágica. Me relaciono con personas que poco, o nada, saben de los temas que antaño fueron tabú, pero que -no sin esfuerzo- han conseguido moldear con su mente y forjar con sus manos la vida que querían, evitando venderse. Paseo por los mismos senderos que nunca fueron trazados como caminos, bosque a través, ciudad a través, y me parece estar más cerca de aquello que creo que vale la pena, que agotándome en discusiones interminables...

Hace unos días volví a emplear la magia práctica. Con gusto seguí los habituales pasos, la elección de las herramientas y elementos y el diseño del ritual... una cuarta parte viene de lo que leí hace ya muchos años, otra de la experiencia; las otra mitad se debe al instinto. Antes de empezar tengo la cómica impresión de sacudirme el polvo acumulado por el tiempo que hace que no realizo un trabajo del tipo... Respiro profundo, me sumerjo en la vieja confianza y siento, como de costumbre, que regreso a un hogar en el que siempre seré bien recibida. El ritual se desarrolla de un modo natural, fluido, sin forzar nada. Al fin, sé que todo ha ido bien, y lo sé porque, al término del mismo, ya de regreso a una realidad común, revivo la conocida sensación que actúa de indicativo; estoy cansada y satisfecha como si hubiera pasado el día jugando en la playa, y el sueño me llama para acogerme en sus brazos. Y en todo el proceso no ha habido un "vacío" que llenar, no ha habido aburrimiento, ni hastío, todo era tan hermoso y pleno de significado como la vez primera...

Pasa una semana, pregunto por los resultados: me confirman que ha funcionado, superando mis propias expectativas. Para mi tranquilidad, a pesar de tanta "herejía" recurrente, no hemos perdido facultades.

Aunque de pequeña hubiera dado mi vida por aprender, nunca permití que cualquiera pusiera su mano sobre mí... así he cruzado paredes ilusorias, que sólo estaban allí para que el que se lo creyera, diera por concluida su búsqueda; así me he convertido en una discreta molestia, tan discreta que a penas resulta efectiva. Y me he aislado - aunque cuento aún con algunos compañeros de camino que estimo en gran medida y no sería justo omitir en este punto- , como en la pesadilla, con mis ritos infantiles y la compañía de un puñado de dioses menores que ni siquiera necesitan un nombre. Y a eso lo llamo Postpaganismo.

No creo en realidad que sea muy diferente a lo que en otros tiempos nosotros, y otros, llamamos "paganismo" a secas, simplemente señalamos la frontera hacia ese nuevo mundo que avanza rápido y tal vez no entendemos plenamente, pero que nos parece construido a base de proclamas y ornado por un gusto con el que no podemos sentirnos identificados.
El gesto nos devuelve la profundidad y el sentido que fueron lo suficientemente efectivos como para lanzarnos a esa búsqueda conscientes de que todo tiene un precio - que raramente puede pagarse en monedas -, y que lo que encontramos puede no ser tan agradable como la imagen que nuestra esperanza acariciaba, pero debe ser aceptado y digerido como si lo fuera, porque es el alimento que ha de llevarnos más allá.

Muchas veces pienso que este espacio no es realmente un blog al uso, por la falta de actualización, de planificación...por la extensión de los escritos que, por temporadas se distancian de toda practicidad para convertirse en divagaciones que, como aquellos antiguos trazos en la roca, el tiempo se encargará de hacer perdurar o de borrar. Como un cuaderno de viaje , inconstante por naturaleza, en el que voy dejando impresiones, a medida que éstas se suceden, en el que no se habla tanto de lo que "ya se sabe" como de lo que se descubre. Y, sin embargo, esto es, y no otra cosa, el fruto que a este árbol que yo soy le es dado ofrecer.

martes, 14 de abril de 2009

Tejer y sembrar

Tenemos la certeza de que aún tras la noche más larga, seguirá un amanecer... de manera que, en alguna ocasión, podemos preguntarnos si no será estúpido invocar o celebrar algo que de todos modos va a suceder aún mucho depués de que no vivamos para ser testigos de ello.
Sin embargo, cuando uno se encuentra derrepente arrancado de la comodidad del hogar, yaciendo en algún rincón incómodo, sintiendo el frío y la humedad penetrando hasta los huesos, la promesa de que tarde o temprano podrá recibir la cálida caricia de los rayos de sol adquiere otras dimensiones y significados muy distintos de aquellos que hasta el momento le eran familiares, y el llamado y la celebración se hacen mucho más comprensibles y dignos de respeto.

Creo que he escrito mucho, con anterioridad, y de un modo personal, acerca de lo que es la Magia. Hoy, de todos modos, me siento empujada a volver a hacerlo. Hoy, que para mí, la Magia es algo parecido a tejer, a sembrar.

Sembrar, porque la Magia puede aparecer a los ojos del público, de aquellos que nos rodean, un truco de prestidigitación en el que se sacan conejos de un sombrero o, lo que es lo mismo, resultados de la nada. Sin embargo, para el practicante, la Magia consiste en primer lugar en saber emplear ciertos conocimientos e, inevitablemente, en tener la paciencia y la constancia necesarias para seguir posteriormente el proceso que ha de darnos el resultado esperado... aún cuando aquellos que nos rodean, no puedan ver nada de lo que está sucediendo, aunque no crean en nosotros que no estamos en condiciones, por el momento, de demostrar nada aún.

Así como un primigenio agricultor, uno selecciona ciertas semillas para sembrarlas en el tipo de terreno que cree el más adecuado, luego las cuidará hasta que germinen y surjan los primeros brotes, luego hasta que llegue el momento de transplantarlos, verlos crecer y fortalecerse.
No todas las semillas sobrevivirán, ni entre los incipientes tallos todos llegarán a fructificar. Pero ante la visión de la huerta vacía, de la negra tierra removida, desdeñar la posibilidad de la siembra sería una terrible estupidez. Todo lo que podemos hacer es seleccionar las semillas y darles los cuidados que consideremos mejores, y aprender a través del ciclo de su crecimiento, cómo mejorar nuestra técnica.
Con el tiempo ha de aumentar forzosamente nuestra cosecha, tanto de resultados como de conocimientos. Pero hay que entregarse a la tarea hasta el punto que escuchemos más a nuestras semillas y nuestra tierra, dictándonos qué es aquello que necesitan para completar el proceso, que las voces de aquellos vecinos que vengan a criticar... la tierra y las semillas pueden dar frutos, las voces sólo nos distraen de la verdadera tarea.

Tejer, porque la Magia es también creación, y recreación. Como la araña, sacando de uno mismo el hilo infinito que permite crear un nido, conseguir alimento, coser heridas o lanzar puentes hacia desconocidas orillas. Las arañas son tan ligeras que aún cuando caen de grandes alturas no se dañan, y si sus telarañas resultan estropeadas o inutilizadas, como otros tantos insectos que ven interrumpida una tarea de largo tiempo; simplemente vuelven a empezar.
Y así cada vez, que un pedazo de nuestro mundo - esa selección que hicimos entre todas las posibilidades que estaban a nuestro alcance - resulta desgarrado por lo imprevisto, recreamos, o elegimos un nuevo motivo para nuestra tela, porque la naturaleza odia el vacío, y es nuestra labor continuar con la única tarea que realmente nos ha sido encomendada; dar forma y sentido a nuestra existencia.