sábado, 30 de octubre de 2010

Vida y Muerte


Beauty's Altar (1900), Hubert von Herkomer


La muerte forma parte de nosotros y de cuanto nos rodea, nos habita. Que no la queramos ver, que el miedo que despierta en nuestra cultura la disfrace de una cohorte de espectros, es otra cosa. Morimos un poco con cada respiración, con cada acto realizado, con cada pensamiento que eleva el vuelo y se pierde. Vivir es ir muriendo, ir muriendo es vivir, consumir el plazo indeterminado que nos ha sido otorgado. Queda bajo nuestra responsabilidad la tarea de dar un sentido a la experiencia.

A veces la Muerte tiene que acercarse más de la cuenta para que recordemos lo que la Vida es. En estas ocasiones nos asusta como cualquier extraño que invada y haga temblar nuestra ilusión de seguridad. Sin embargo podemos encontrarla también en nosotros mismos, caminando a nuestro lado, bajo aspectos menos aterradores. Podemos, sin miedo, ir conociéndola como hermana y amiga de la Vida, de nuestra propia vida. Cuenta grandes historias y nos enseña a desprendernos poco a poco de todo cuanto no resulta esencial, preparándonos, en cierto modo, para el momento en que sean nuestros huesos los que se desnuden de la carne, antes de verse reducidos a polvo o cenizas. Nos enseña dejar ir, a liberarnos de cargas y ataduras innecesarias, a aclararnos y purificarnos hasta que seamos capaces de expresarnos desde el mismo fuego vital que arde en nosotros, tan únicos como somos.

Cuando pensamos detenidamente en ambos conceptos, Vida y Muerte, haciendo el esfuerzo de ahondar en la relación de estos contrarios aparentemente irreconciliables, terminamos por aceptar que, de hecho, no pueden ser separadas. Como en la ilustración de Von Herkomer "Beauty's Altar", a medida que observamos empezamos a dudar si la vida emerge de una muerte derrotada que yace bajo sus pies, si por el contrario está condenada a ser completamente devorada por ella, o si sencillamente ambas cosas suceden al mismo tiempo. Pero más allá de estas primeras visiones surge aún otro interrogante; Si la exuberancia de la Vida y la sobriedad de la Muerte no son acaso dos aspectos, dos disfraces con los que vestimos a nuestro parecer una única realidad que de modo recurrente nos empeñamos en disociar.

viernes, 29 de octubre de 2010

"Altar de Muertos", Gabriela Ortiz / Kronos Quartet


Altar de Muertos (1997) es una composición basada en la tradición mexicana del Día de Muertos realizada por Gabriela Ortiz para el Kronos Quartet. Consta de cuatro movimientos titulados "Ofrenda", "Mictlán", "Danza Macabra" y "La Calaca", destacando por una singular puesta en escena que ha acabado formando parte de la misma obra al ser esta interpretada por otras formaciones.



domingo, 24 de octubre de 2010

Gandhi y la lata de atún

Hace tiempo que no publico una nota o fragmento de prensa. Sigo leyendo los periódicos, como un reto, un intento de localizar uno o varios destellos de algo más o menos esperanzador entre la habitual sucesión de desgracias. La proporción entre lo uno y lo otro no me abruma. Como he comentado en alguna ocasión, no se trata de obsesionarse con el mal, ni tampoco de ignorarlo o negarlo, sino de hacer algo que valga la pena ser hecho, a pesar la larga sombra que proyecta sobre nuestras vidas.

Sin embargo, las personas que se que se ocupan en hacer y crear esas cosas que valen la pena, y compartirlas con otros, que en resumidas cuentas llevan a cabo una activa resistencia en múltiples frentes contra el guión dramático que parece imponerse sobre la actualidad (y no me refiero a la mexicana, sino a la mundial), raramente se dan a conocer en estos grandes medios. Uno las encuentra más a menudo en sus casas, en sus centros de trabajo, en pequeñas comunidades, o en algún rincón de internet, un blog, un podcast. Cada vez que doy con uno de ellos, despiertan mi admiración. Cada vez que descubro que allí había alguien con la luz prendida, por pequeña que sea, y aunque yo, como tantos otros, la ignoraran hasta el momento, doy las gracias porque sean muchos los que están dispuestos a hacer algo bueno, en muchas ocasiones sin esperar nada a cambio.

Dicho esto, hace unos días encontré uno de esos escritos que contra la tendencia antes mencionada, sí aparecen en prensa, y nos animan a seguir haciendo lo que creemos correcto, a pesar de los pesares. Y aquí está.

Gandhi y la lata de atún
Verónica Murguía (Las rayas de la cebra)
Publicado en La Jornada, el 17 de octubre de 2010


"Mientras escribo estas líneas miro la portada de un libro editado por Thomas Merton que recoge algunas ideas de Mahatma Gandhi acerca de la no violencia y sus posibilidades espirituales y políticas. (...)

Yo aspiro a ser pacifista, pero soy la peor del mundo. En los días que precedieron el bombardeo de Bagdad hice como doscientos letreros en los que se leía simplemente la palabra paz. Iba por todas partes con mis letreros bajo el brazo y pedía permiso para pegarlos en los escaparates de las tiendas. Entonces entré a una de ésas en las que hay incienso, fuentecitas y ángeles por todos lados. Me pareció apropiadísimo para poner un letrero pacifista, pues en la puerta se ofrecía “ayuda espiritual” y vendían cuarzos, gotas de Bach y cosas tranquilizadoras. Me llevé un chasco. Dijeron que no y que “ellos no se metían en cosas de ésas”. Les menté la madre. Gandhi me hubiera puesto como chancla. Decía de la gente como yo: quienes aspiran a ser pacifistas pero persisten en ser violentos –una mentada de madre es violencia– son hipócritas, deshonestos y cobardes.

Después de este incidente han pasado muchas cosas. ¿Quién me iba a decir que mis carteles serían apropiados para la situación mexicana? (...)

Sigo siendo una pésima aspirante a la ahimsa o paz. Bastan diez minutos de propaganda del Senado, gobierno federal, la Fundación Fox, Televisa o TV Azteca, para que se me vayan los estribos. Pero mis reflexiones, vertidas en el molde de nuestra realidad, tienen la paz, la resistencia no violenta a la brutalidad y la preservación de lo humano, como tema.

Lo que me lleva a la lata de atún. Una noche iba de regreso a mi casa cuando escuché en la radio a dos periodistas quienes, estupefactos, se preguntaban qué pasaba que casi nadie llevaba ayuda a la Cruz Roja para los damnificados de Veracruz, Chiapas y Oaxaca. Decían, con razón, que en ocasión del terremoto que destruyó Puerto Príncipe, la ayuda fue tan abundante que no había dónde ponerla. ¿Y ahora?

Tengo una hipótesis: estamos exhaustos. Escuchamos a diario noticias de balaceras, levantados, narcofosas, etcétera. Los desastres naturales son la cereza de un pastel horroroso y, además, nadie quiere que le tomen el pelo y que su donación sea usada como propaganda política, o robada por funcionarios sin escrúpulos. En el caso haitiano, tal vez la gente se dijo: yo doy lo que pueda y que se hagan bolas en Haití. Si se lo roban, será asunto de sus conciencias.

Bueno, pues en este caso, dar la lata, aunque le pongan su calcomanía del PRI, como decían que estaba haciendo el gobernador de Veracruz, es resistencia pacífica. Sabemos lo que puede pasar, es decir, que hagan caravana con nuestro sombrero. Que acabe en la mesa de una persona corrupta. Lo sabemos. Nadie nos está haciendo tontos. Damos a pesar de ellos. Damos porque no podemos permitir que también nos quiten (junto con la posibilidad de trabajar y vivir en paz) la disposición a ser solidarios. Damos porque es una forma de diferenciarnos de ellos, los que están del lado de la descomposición y la indiferencia. Damos porque un acto solidario en estas circunstancias es un acto libérrimo y soberano. Nadie nos obliga a dar la lata de atún. Todo conspira en contra: el tráfico, el hastío, el temor a que no llegue a manos del hambriento, la desesperanza. Pero si lo damos a sabiendas de todo esto, nos alejamos del camino que lleva a este país a convertirse, de una sociedad, en una turba de gente con la boca abierta frente a la tele.

Demos, pues. "

Libertad, control y decisiones


Lilith (1892), John Maler Collier


Una persona libre, a la que no la puede comprar o condicionar, puede ser percibida como un peligro porque escapa de control. Por esto a menudo se intenta ejercer el control sobre ella a través de diferentes medios, presión, chantaje, amenazas, violencia... Obviamente, dado que sólo en raras ocasiones el ser humano está dispuesto a aceptar que se está metiendo donde no lo llaman, esta amplia gama de agresiones (veladas o directas) que tiene como objetivo tratar de controlar a otros, inicia con acusaciones.
El miedo proyecta fantasmas y hace volar la imaginación acerca de aquello que el individuo que no se puede subyugar a otra voluntad puede pensar, decir o hacer, así como disparar interminables elucubraciones respecto aquello que se puede criticar de él, pasajes y estancias "oscuros" de su vida, a pesar de que lo que éstos tengan de oscuros sea antes la ignorancia del acusador al respecto que cualquier clase de "mal". Así, las personas que escapan al control son acusadas, con razón o sin ella, de falta de obediencia, amabilidad, gentileza, etc. terminando por sentenciar primero que no son "buenos" o "buenas"; Luego, que son un peligro, y finalmente que son auténticos monstruos a los que "es necesario" dar caza, "poner en su sitio", derrotar, eliminar. Por supuesto siempre por el bien de "todos" - de unos "todos" perfectamente desconocidos, cuyos intereses y necesidades son igualmente ignorados, claro-.

Estas acusaciones delatan el temor a la libertad por parte del que señala y, con él, también el miedo a la propia libertad, al control sobre uno mismo ejercido por uno mismo; Cuando una persona se dedica al intento de controlar las vidas ajenas omite el hecho de que tiene una vida propia de la que ocuparse, faltando así a su primer deber, tal vez por miedo a que la tarea sea demasiado grande para él o ella.
En cierto modo es como si sostuviera un número infinito de cadenas y lazos esperando la ocasión adecuada para entorpecer el paso ajeno, mientras su propia existencia se agita en un desorden exacerbado y padece la traición de sus emociones. Por negligencia, ha permitido desviar su atención hacia un lugar equivocado, como un canal que en vez de servir para abrevar ganado y regar sembradíos se perdiera entre rocas, dejando morir aquello que se dejó a su cuidado. El peso de las cadenas en sus ocupadas manos, impide no sólo restablecer el orden básico y necesario para el desarrollo de una vida digna, sino también toda posibilidad creadora.

El controlador, el censor, el agresor se condena a sí mismo a una vida de miserias, materiales en ocasiones, existenciales siempre. Cuando se observa la vida encerrado en las prisiones que uno mismo ha construido, la libertad y felicidad ajenas son una ofensa y el confinamiento, castigo y sufrimiento ajenos constituyen un tibio consuelo que, por más que no alcanza a reparar el daño, al menos lo entretiene. Como todo aquel que deja morir la llama que lo anima y en vez de tratar de recuperarla trata de apagar ese fuego en otros, no espera sino el momento de dormitar en la ceguera de una oscuridad homogénea, puesto que una simple chispa es capaz de revelar las diferencias entre los hombres y recordarle aquello que hubiera podido llegar a ser... Aquello que, de hecho, aún podría llegar a ser si enfrentara su situación real. El controlador no es sino alguien que se ha rendido antes de tiempo, que no es capaz de reunir el valor para volver a empezar, y hacer las cosas bien.

Mientras realizamos nuestro propio camino, bien sea que hayamos dado unos pocos pasos, o que llevemos un largo recorrido, habrá momentos en que será más o menos fácil tropezar y caer en estas trampas, las cuales pueden herirnos o, lo que es peor, extraviarnos por una buena temporada. Así que es siempre importante permanecer atentos, porque el haber evitado una, o varias de ellas, no nos impide resbalar más adelante. Sin embargo, en lugar de colgarnos el patético y teatral cartel de víctimas - o verdugos - potenciales, lo más importante que se puede aprender de esta cuestión es la necesidad de liberarnos del temor a la libertad, a la ajena y a la propia, por ejemplo (y especialmente) a la hora de tomar decisiones.

Cuando debemos tomar una decisión, y queremos hacerlo bien, es normal que vayamos en la búsqueda de la mayor cantidad de datos al respecto. También es usual que esto nos lleve a una persona que sepa más que nosotros acerca de un tema determinado y a solicitar su consejo. Ahora bien, su consejo, incluso cuando pueda indicarnos una posible solución, no es una solución que provenga de nosotros, así que posiblemente no tenga en cuenta nuestras prioridades o incluso nuestros principios. Si lo seguimos a ciegas es muy posible que nos arrepintamos porque los resultados de nuestra decisión no tengan mucho que ver con nosotros mismos, con lo que respetamos o deseamos; mientras que si no lo hacemos es posible que nos llamen desagradecidos, estúpidos... o que nos espeten uno de aquellos manidos "ya te lo dije, pero no me hiciste caso" :) Sin embargo, si seguimos un consejo, y el resultado es nefasto, no es muy probable que la persona que nos lo dio - a la que, tal vez, se lo pedimos- sufra las consecuencias o se haga responsable de las mismas. Mientras que si cometemos un error por causa de una decisión propia, al menos sabremos que factores intervinieron y podremos comprender que hay que cambiar para la próxima.

Las responsabilidades que tenemos respecto a nuestra propia vida, al camino que seguimos, a la persona que somos, no se pueden derivar en otros. En la medida que comprendamos esto seremos libres. Y en la medida que nuestra libertad se manifieste de un modo auténtico, nos llevará cada vez más lejos del asedio de persecutores, censores y agresores... como un fantasma, como el mismo diablo que han formado en sus mentes enfermizas, si intenta atacar a un ser libre resulta que ya no está allí, si se lo pretende herir las armas no encuentran un blanco en el que dar.

viernes, 22 de octubre de 2010

Divinidades oscuras


Baba Yaga dines (2006), Forest Rogers


Hace ya años que, al menos en los círculos paganos, los términos "dioses/as oscuros/as" - como tantos otros- han sido bañados con el engañoso barniz de la familiaridad. Soy de la opinión que esta familiaridad es una especie de clave que nos permite sellar las mismas puertas que nos permitirían cruzar hacia lo desconocido, donde deberíamos enfrentar aquello que nos desagrada, que nos cuesta admitir, o que incluso nos produce un profundo temor.
Por esto, todo cuanto nos resulta demasiado familiar, de sobras conocido o "resuelto", debería ser revisado y repensado cada cierto tiempo, con el fin de evitar que nuestra capacidad de percepción, nuestra disposición a aprender y cumplir con las exigencias un camino que nos obliga a permanecer atentos, llegue a atrofiarse bajo la coraza de la apariencia, de la autocomplacencia o la letargia.

En la actualidad se han recompilado, y devuelto al conocimiento público numerosos mitos referentes a divinidades tanto "ensombrecidas" por la incomprensión de épocas posteriores a aquellas que en que se relataron, como consideradas oscuras desde los orígenes de la narración. Esto último deriva de esa cierta falta de criterio o indolencia tan común en nuestros días, que echa por tierra los esfuerzos de muchos investigadores y profesionales. Constituyendo una falta de respeto hacia la sabiduría de otras épocas, pero también hacia el público interesado en las mismas por otras razones que el entretenimiento.
Es un intento de domesticar lo indomable, cortar al tigre las garras y los colmillos para exhibirlo en el jardín de una mansión. Una cosa es tratar de disipar las sombras acumuladas, como capas de polvo, sobre una cuestión que fue olvidada y tergiversada con el paso de los siglos... en resumen, combatir la propia ignorancia - o los remilgos -. Otra, muy diferente, es negarse a aceptar que, sin importar la multitud de equívocas pantallas sobre las que la humanidad ha proyectado sus miedos, existe una oscuridad inasible e insondable en la que éstos tienen su origen. La cuestión no es vivir atemorizados, sino, en todo caso, ser capaces de mantener la serenidad aún contemplando la negrura de estos abismos.

Una vez subrayado esto, podemos regresar a aguas menos profundas, a las orillas de nuestro devenir cotidiano, para replantearnos el papel de lo "oscuro" en nuestras vidas, y la utilidad de esas recientes interpretaciones de los restos de antiguos conocimientos que han servido de base para crear una nueva mitología, propia de la época en la que vivimos y de nuestro particular contexto cultural y social.

Generalmente, cuando se habla de arquetipos oscuros, ya se trate de divinidades u otras entidades, se relaciona a éstos con determinados aspectos de un individuo. A menos que se esté hablando de personas con graves trastornos antisociales de personalidad, o incluso de psicópatas, raramente se hará alusión a esa dimensión última e incomprensible de la oscuridad, a la que sin duda es más sabio no despertar, y no ir a visitar. Por lo tanto, lo que encontramos en la mayoría de ocasiones es la exposición de una serie de aspectos relegados en cierto momento a los márgenes de lo comúnmente aceptado en un grupo social determinado - aún cuando, en otro contexto, puedan no sólo ser perfectamente aceptados, sino incluso fomentados y celebrados-.
Se trata, pues, de una serie de elementos antes ensombrecidos que propiamente sombríos, lo cual no implica que no constituyan un desafío, en ocasiones terrible, ante las pretensiones de comodidad de nuestra conciencia.

Enfundados en los márgenes de una cotidianidad más o menos recurrente, puede suceder que olvidemos echar de vez en cuando un vistazo a los márgenes del camino, que olvidemos que, de hecho, existen un cielo muy alto y una tierra muy profunda sobre la que se se siguen trazando una infinidad de caminos tan válidos como el que en ese determinado momento recorremos. Esto puede provocar una vaga ilusión de seguridad, sin embargo nos va aislando de nuestras propias posibilidades de desarrollo, y provoca a la larga cierto desgaste. Lo mismo sucede cuando reiteradamente, no sólo por la presión ejercida por parte de otros individuos sino especialmente por una serie de ideas que hemos interiorizado, tratamos de negar aquello que realmente somos o quisiéramos ser, hacer o experimentar.

Un aspecto de nosotros se alza tiránico por encima del resto, censurando y condenando aquellos que no se ajustan a los parámetros que impone. Con suerte, otros aspectos serán capaces de retarlo, de manifestarse y poner en duda la legitimidad de este poder absoluto, reclamando su espacio. Cuando hemos aprendido a escucharnos, a estar atentos a nuestras necesidades, el relevo que permite una auto-actualización se produce de un modo natural.
Sin embargo, cuando nos resistimos al cambio, nos aferramos a patrones de pensamiento y conducta que de hecho ya no resultan funcionales para nosotros, y negamos la evidencia de nuestra actual necesidad con una lista ilimitada de excusas, forzamos una revolución interna que raramente se manifestará de un modo apacible. A causa de esto, por ejemplo, no es extraño que cuando una parte de nosotros está reclamando una atención que no le es concedida, nuestras noches se pueblen de pesadillas o que empecemos a sentir molestias físicas, pudiendo llegar a dolencias de mayor gravedad, por efecto psicosomático. Obviamente como si de una sociedad humana se tratara, el aspecto que pretende eternizarse en el trono de dirigente, percibe este conjunto de aspectos insumisos como una molestia, una amenaza, un peligro, algo que surge de la oscuridad a la que fue relegado para cuestionar el orden establecido, pintándolos como heraldos del desorden, portadores de caos, y enemigos.

Loa arquetipos sombríos son aquellos cuya presencia nos resulta incómoda, pues viene a alterar un estado de las cosas en el que si bien tal vez no nos sentíamos cómodos, al menos ya estábamos habituados. Llegan para decirnos aquellas verdades que hemos tratado por todos los medios a nuestro alcance de desoír, y para ponernos a trabajar en aquello que, aún siendo de vital importancia para nosotros, hemos ido postergando día tras día. Nos hacen vestir andrajos para recuperar la humildad, contemplar lo desagradable para curarnos de espanto, tomar la medicina amarga para liberarnos de nuestras manías de criaturas malcriadas. Rompen, despedazan o tiran al fuego, sin compasión, las ilusiones, las falsas imágenes que nos hemos permitido acumular, nos enfrentan a un espejo y ponen el dedo en la yaga, la sal en la herida, casi deleitándose en ello, para que duela tanto que no podamos nunca más negar que está ahí, y que algo hay que hacer al respecto, pero también, al fin y al cabo, para recordarnos que somos humanos y estamos vivos.

Es preciso apuntar que estos arquetipos no sólo actúan como si una parte de nosotros nos martirizara, sino que en determinadas ocasiones nos prestan sus ropas y otros atributos para que nos pongamos en su papel, para que veamos a través de sus ojos, aumentando sensiblemente nuestra comprensión sobre el mundo que nos rodea y nuestra relación con otros. Es un hecho que no es agradable ser el malo de la historia, algo que con frecuencia nos lleva a dar mil rodeos y negarnos infinidad de cosas por el temor ya no de dañar a otros, sino de no contar su aprobación, de no cumplir con las expectativas vertidas sobre nuestra persona.
Nos obligan con frecuencia a dejar a un lado el temor que sentimos hacia nosotros mismos, hacia nuestras propias preferencias o anhelos, que normalmente no tienen nada de malo, aún cuando otros no los compartan o desaprueben. Los arquetipos sombríos nos sustraen del mundo cotidiano para llevarnos, de la mano o a empujones dependiendo de nuestra disposición al respecto, a la soledad donde distanciados -y protegidos- de influencias externas recuperamos para nosotros el sonido de nuestra propia voz. Y, habiendo perdido por el camino gran parte de la carga extra que usualmente llevamos, regresamos del encuentro más ligeros, más seguros, más serenos, y agradecidos.

Hay muchas cosas que los aspectos oscuros tienen por enseñarnos. Volverán cada vez que sea preciso a sacudirnos, de modo que si hacemos bien nuestra parte del trabajo, sus visitas dejarán de ser traumáticas y se espaciarán en el tiempo, tal vez incluso reduciéndose a recibir algún mensaje de tarde en tarde, sólo para recordar que no nos conviene bajar la guardia.

domingo, 17 de octubre de 2010

A las puertas de Samhain


Persephone (2003)

Caminamos a través de las estaciones, tratando de seguir el ritmo que nos marcan, como una rueda que gira desde tiempos inmemorables. Sin embargo, también ellas recorren los paisajes ocultos de nuestro ser, sucediéndose a su vez primaveras y otoños, inviernos y veranos. En ocasiones podemos sentir con toda claridad cómo uno de aquellos momentos naturales resuena en nuestro interior con especial intensidad.

Una tranquila tarde de domingo otoñal, no hace frío ni calor. El sol, retirándose muy lentamente tras las montañas, deja caer un manto de cálida luz dorada desde el alto cielo despejado hasta las calles empedradas y silenciosas, hasta las bulliciosas plazas llenas de niños que gritan y corren en locos juegos, de vendedores ambulantes, de familias que pasean, de amigos que se encuentran para ponerse al día, sentados en una banca, de parejas que en otro no perciben el gentío a su alrededor. Siempre presentes y por lo general ignorados por generaciones sucesivas, de vez en cuando las ramas de esos árboles gigantescos, con troncos más gruesos que columnas, son agitadas por una suave corriente de aire, por encima del constante borboteo de las fuentes de piedra, mientras las aves van y vienen desde los rincones de los relieves más altos de la vieja iglesia. Uno puede pasar por allí, como un observador fugaz que agradece aspirar en silencio una bocanada de esa benevolencia atemporal, que resiste el sitio de la vorágine de la ciudad.

Porque del mismo modo que los árboles, las aguas y las aves saben de esta luz serena que baña al mundo, aunque las gentes lo ignoren, saben también de las sombras que se extienden junto a las noches frías, aunque las gentes lo ignoren. Y del mismo modo que la oscuridad precede a la aurora, la serena calidez de estas tardes suena como un canto de despedida que se cruza con el viejo llamado que nos empuja a cruzar ese umbral que nos aguarda para adentrarnos en lo olvidado y aún lo desconocido. Olvidado y desconocido a pesar de que lo habitemos y nos habite.

A las puertas de la víspera de Noviembre, el mundo entero se transforma por completo ante nuestros ojos, adquiriendo un matiz onírico. Seguimos el ritmo marcado de lo cotidiano, levantarnos, ir a trabajar, preparar las comidas, limpiar la casa... pero algo nos envuelve aislándonos sutilmente de todo ello, permitiendo que lo veamos con unos ojos que comprenden la infinidad de opciones que se esconden entre un segundo y otro y que podrían abrirse como grietas, como abismos insondables, dar nacimiento a toda serie de sucesos y personajes y convertir nuestra vida en algo irreconocible. Y esa cotidianidad a la que estamos tan acostumbrados, reivindica su faceta maravillosa, por el simple hecho de no desintegrarse de un momento a otro. Sin embargo, en el mismo momento en que nos damos cuenta de ello, sabemos que nos toca dar algunos pasos sobre uno de esos caminos sin nombre posible y que una parte de lo que conocíamos quedará atrás.

Se dice, a modo de advertencia, que cuando se firma un pacto con el diablo éste tarde o temprano vendrá a cobrar su parte... Lo que raramente se advierte es que esta ley se cumplirá siempre que asumamos un auténtico compromiso con fuerzas mayores - internas o externas según cómo se quiera ver- a nosotros. Tarde o temprano se exige nuestro pago, según las condiciones que ya entendemos, pero cuando andamos por el camino correcto - aquel que nos pertenece y al que pertenecemos - , respondemos con el sacrificio requerido, sin escusas, sin condiciones. Sabemos que estamos preparados para ello, entregándonos sin reservas, colmados de agradecimiento.

Agrademos todo lo bueno y hermoso que la Vida nos ha permitido experimentar, sin codiciarlo, sin tratar de retenerlo cuando llega el momento de la separación. Pero agradecemos también las decepciones, medicina amarga que nos acerca a la verdad y pone a prueba cuánta realidad podemos aceptar sin sucumbir al impulso de la huida, pues hablan de nosotros mismos - de nuestra ignorancia - antes que de cualquier otra cosa. Agradecemos a todos aquellos que por malicia o desidia nos negaron su ayuda, porque nos permiten descubrir aquello que somos capaces de hacer por nosotros mismos. Agradecemos los ataques y la difamación, que nos permiten responder la cuestión de si seremos capaces de seguir en pos de nuestros sueños o nos permitiremos desviarnos por cualquier insignificancia. Agradecemos incluso la pérdida de aquello que nos ha costado esfuerzo lograr, porque nos enseña que nada se pierde en realidad... Que nada de lo que vivimos es en vano, pues lo que el tiempo puede llevarse nos deja algo mucho más valioso, aquello que nada nos podrá quitar.

Como en el viejo mito del descenso de Inanna al Inframundo, el pago es un desprendimiento, capa por capa, que nos acerca a la desnudez última capaz de revelar el núcleo de nuestro ser. Un aprendizaje que nos muestra que mientras este centro siga intacto, el resto del universo podrá desintegrarse y ser nuevamente creado.

El camino que nos lleva a descubrir lo que realmente somos, lo que realmente queremos, nuestra propia forma de magia, no es fácil. Nuestro primer y tal vez único enemigo son nuestros errores de percepción. Podemos perder en el proceso muchas cosas que nos gustaban o nos hacían sentir cómodos, pero podemos perder también miedos y prejuicios, dependencias e inseguridades. Despertar desnudos y solos en la oscuridad y sentir, no obstante, una felicidad indecible por poder levantarnos y movernos con una libertad desconocida hasta el momento, agradecidos, satisfechos y admirados ante la Vida que nos espera.

martes, 12 de octubre de 2010

Historias de estrellas



Te bajo una estrella... (2010) Jorge Murillo

(...) Y me contó la historia de un muchacho enamorado de una estrella. Adoraba a su estrella junto al mar, tendía sus brazos hacia ella, soñaba con ella y le dirigía todos sus pensamientos. Pero sabía, o creía saber, que una estrella no puede ser abrazada por un ser humano. Creía que su destino era amar a una estrella sin esperanza; y sobre esta idea construyó todo un poema vital de renuncia y de sufrimiento silencioso y fiel que habría de purificarle y perfeccionarle. Todos sus sueños se concentraban en la estrella.
Una noche estaba de nuevo junto al mar, sobre un acantilado, contemplando la estrella y ardiendo de amor hacia ella. En el momento de mayor pasión dio unos pasos hacia adelante y se lanzó al vacío, a su encuentro. Pero en el instante de tirarse pensó que era imposible y cayó a la playa destrozado. No había sabido amar. Si en el momento de lanzarse hubiera tenido la fuerza de creer firmemente en la realización de su amor, hubiese volado hacia arriba a reunirse con su estrella.
-El amor no debe pedir -dijo-, ni tampoco exigir. Ha de tener la fuerza de encontrar en sí mismo la certeza. En ese momento ya no se siente atraído, sino que atrae él mismo. (...)


(...) Un tiempo después me contó otra historia. Se trataba de un enamorado que amaba sin esperanza. Se refugió por completo en su corazón y creyó que se abrasaba de amor.
El mundo a su alrededor desapareció; ya no veía el azul del cielo ni el bosque verde; el arroyo ya no murmuraba, su arpa no sonaba; todo se había hundido, quedando él pobre y desdichado. Su amor, sin embargo, crecía; y prefirió morir y perecer a renunciar a la hermosa mujer que amaba. Entonces se dio cuenta de que su amor había quemado todo lo demás, de que tomaba fuerza y empezaba a ejercer su poderosa atracción sobre la hermosa mujer, que tuvo que acudir a su lado. Cuando estuvo ante él, que la esperaba con los brazos abiertos, vio que estaba transformada por completo; y, sobrecogido, sintió y vio que había atraído hacia sí a todo el mundo perdido. Ella se acercó y se entregó a él: el cielo, el bosque, el arroyo, todo le salió al encuentro con nuevos colores
frescos y maravillosos; ahora le pertenecía, hablaba su lenguaje. Y en vez de haber ganado solamente una mujer, tenía el mundo entero entre sus brazos y cada estrella del firmamento ardía en él y refulgía gozosamente en su alma. (...)

Demian (1919), Herman Hesse



jueves, 7 de octubre de 2010

Todo regresa





A medida que crecemos tomamos conciencia de que la edad es un sacrificio sutil, que cada ciclo se lleva algo de nosotros, para dejarnos algo tal vez más valioso en su lugar. Miramos atrás y reencontramos en el recuerdo los lugares que hemos visto, las personas que hemos conocido... Encuentros, despedidas y regresos.

Cada ciclo de nuestras vidas nos hace más resistentes, aumenta la profundidad de nuestras raíces, eleva nuestra conciencia, incrementa nuestro radio de acción y, como los anillos en el tronco de un árbol, deja un registro de aquello que hemos vivido en nuestro interior, una marca de crecimiento única, que nos ayuda a comprender aquello de lo que venimos y nos inspira para crear nuestra realidad, pero también a dejar de rehuir las herencias o memorias negativas que deberíamos evitar perpetuar.

A menudo es un error contar la edad por años, pues éstos pueden escapar como un puñado de arena entre nuestros dedos, sin que hayamos aprendido a ver lo que siempre estuvo allí. Sin embargo, cuando acumulamos unos cuantos ciclos y observamos con atención las marcas que han dejado en nuestro ser, empezamos a entrever los roles que otros cumplieron para nosotros y aquellos que nos fueron impuestos o bien nosotros mismos asumimos.

Terminamos aceptando que, de maneras que no podíamos predecir, hemos vivido varias veces la misma situación, desde diversos niveles de conciencia, desde diferentes ángulos, interpretando en cada ocasión un personaje distinto en una serie de historias cuya esencia última podría remontarse a los orígenes de la humanidad. Todos tenemos algunas historias a las que hemos regresado en múltiples ocasiones, las necesarias hasta darnos cuenta de que los papeles nos corresponde interpretar cada vez en ella no son completamente ficticios, pero tampoco pueden ser del todo reales. Y es necesario, más que luchar por deshacernos de estas máscaras, comprenderlas, con el fin de acercarnos a la realidad de aquello capaz de darles vida.

La disposición adecuada o, en su defecto, por acumulación, el paso del tiempo, nos dan la oportunidad de asumir la responsabilidad de nuestras elecciones y emplearlas para cambiar aquello que creemos necesario, ya sea variando un comportamiento propio, ya sea introduciendo las modificaciones pertinentes, sutiles o radicales, en aquellos modelos que nos enseñaron, impusieron o adquirimos desde fuentes externas. Pero sobretodo nos proveen de la prudencia necesaria para tratar de ampliar nuestra comprensión sobre el mundo, los demás y nosotros mismos, en lugar de emitir juicios precipitados.

Al fin y al cabo, hagamos lo que hagamos con nuestra interpretación, probablemente nunca será tan bueno como para poder dejar de trabajar en nosotros mismos, ni tan malo que no pueda ser redimido. Todo pasa y todo regresa, de diferentes maneras, a través de diferentes escenarios, en interacción con diferentes personas... un mapa encriptado de círculos concéntricos que cada individuo lleva consigo y que, aún cuando no sepamos capaces de advertirlo, y aún menos de entenderlo por completo, cumple su función de modo perfecto.