lunes, 12 de mayo de 2008

Letra, música y magia

Hace unos días estuve repitiendo mentalmente una serie de canciones; consciente que inciden en el tono de mis pensamientos, y el modo en el que percibo cuanto acontece a mi alrededor. Canciones genéricas, que cobran un sentido específico en mis circunstancias, palabras ajenas que hago propias; ni sus letras ni su música han sido elegidas al azar. Escucharlas, y luego recrearlas en mi mente, sirve para un propósito específico. Y funcionan.

Pensando más tarde en ello, volvió a mi memoria una curiosa escena; con diez años menos, de pie ante un mueble usado a modo de atril, a la luz de las velas, y rodeada del humo de incienso, abro ceremoniosamente un libro y leo unos versos concretos, una y otra vez.
Primero, rápida y entrecortadamente, una segunda vez, calmada... otra vez saboreando cada palabra como un fruto maduro entre mis dientes y mis labios, luego haciendo lo propio con las imágenes sugeridas, y así hasta volcarme en cada letra, cada símbolo, hasta quedar desligada de los sonidos y significados. Luego emprendo el camino de regreso.

Era un poema de "Las Flores del Mal", de Baudelaire. Y ya sé entonces que hay cosas con las que se puede hacer daño, pero yo sé manejar estas cosas, del mismo modo que no uso los cuchillos de la cocina para autolesionarme o dañar a otros. Del mismo modo en que sé que si alguien me pregunta qué he hecho, no lo sabré explicar de un modo convincente. Pero necesitaba encontrar a cierta persona y, pocas horas después, compruebo hasta que punto ha funcionado.

No es la primera, ni la última vez que unos versos - con o sin rima, con o sin acompañamiento musical -, pronunciados, elevados, recorridos con la intención precisa, me servirán de puente hacia el objetivo a alcanzar; Un llamado, un destierro, un escudo, una limpieza, una catarsis...

Mucho antes de que irrumpieran en el mercado los manuales, yo recorría sola a un tiempo los bosques de la tierra y la literatura, tomando los frutos que allí crecían. Con la insolencia de la niñez, de la juventud, robaba alguna de aquellas manzanas prohibidas - no eran lecturas que correspondieran a mi edad- y las arrastraba a escondidas a la intimidad de mi refugio. Jugaba con las palabras para que dijeran lo que yo quería que dijeran, deleitándome en aquellas imágenes que mi sentir empapaba de nuevos significados, tan propios como si yo misma las hubiera hilvanado en aquellos versos.

Tardé algún tiempo en darme cuenta de los malos usos que se pueden dar una acción así, o de lo que se puede perder por el camino. Tardé algún tiempo en comprender que con Nietzsche o Platon, Goethe o Valéry no compartirian precisamente mi visión del mundo, y que era mejor crecer tratando de aprender de su pensamiento que tratar de reducir sus aportaciones hasta que cupieran en mis propias interpretaciones.

Uno de los golpes más duros que puede recibir una persona es el ver como otra emplea sus palabras, su creación, para unos propósitos desviados o incluso contrarios a los que defiende. Pero también aprendes que ciertas ideas, como los hijos, no nos pertecen sino que pasan a través de nosotros; y una vez salen al mundo seguirán un camino propio.

Así, buscando el modo correcto de proceder, llegué a la conclusión de que las obras que el mundo nos ha dado tienen dos planos de existencia, el sentido que les dieron su autor por un lado, y el contexto por otro; y el sentido que les dan los diferentes receptores. ( Lo incorrecto es tratar de imponer el sentido que uno da a las cosas sobre la persona que las trajo al mundo).

Ya en paz con los autores, y sin menospreciar la capacidad creativa de cada cual, lo cierto es que a veces nos encontramos con palabras que, de un modo u otro, están perfectamente alineadas para describir algo que no sabríamos explicar mejor por nuestra propia mano.

Versos, canciones, que ante nosotros se convierten en clarísimos espejos del momento que vivimos, reflejos de la flor de nuestros anhelos, o de la sombra oscura de nuestros temores. Que despiertan una parte de nosotros que hasta el momento dormía, que parecen tirar del otro extremo de una cuerda que nos rodea. Que nos dan alas, o nos ayudan a tocar tierra, que nos dan valor, o nos apaciguan, o prenden nuestro deseo y nos permiten encauzarlo en la dirección correcta.

Canciones inocentes, que podemos escuchar o repetir mentalmente en un contexto ritual, o bien mientras vamos de camino al trabajo o realizamos las tareas domésticas. Sonidos e imágenes cargados de intención que volverán, fieles, a nuestra mente como un acto reflejo cuando sin otra herramienta a mano sintamos miedo, o estemos demasiado nerviosos, o necesitemos romper un momento de parálisis.

Práctico, discreto, sencillo y económico :)

La contraparte, por supuesto, existe; y del mismo modo en el que podemos atraer lo que más adecuado, podemos atraer lo más inadecuado. De ahí la importancia de hacer una buena selección de aquello que leemos o aquello que escuchamos... Las canciones tienen una manera de envolvernos, de filtrarse en nosotros, que luego puede resultar difícil desprenderse de los ecos que siguen repitiéndose en nuestro interior, con sus correspondientes efectos.

Aunque algunos autores que han tratado el tema dan consejos generales, yo no me aventuraría a decir que tipo de música (o mensajes) es mejor o peor, pues considero que esto dependerá en gran medida de la persona y la situación. De cada cuál depende el darse cuenta de lo que le sienta mal, y lo que le sienta bien, como debe tener claros la atmósfera que le conviene crear y los objetivos que quiere alcanzar. Hasta el néctar y la ambrosía pueden ser perjudiciales en exceso, mientras que la dosis adecuada de veneno en la situación precisa, puede ser una excelente medicina.

***

PD: Las emisoras de radio comunes, resultan un juego o una herramienta de auto observación bastante curioso, siempre que uno;

a) tenga tiempo o, en su defecto, carezca de algo mejor que hacer, y
b) sea capaz de dejar sus prejuicios musicales de lado :P

Se trata de sintonizar una emisora y dejar que suenen unas cuantas canciones, ahora sí, al azar ( si son muy horribles o no nos dicen nada, se puede cambiar de emisora, porque no se trata de un ejercicio de autotortura). Tarde o temprano, sonará algo cuya letra podremos interpretar poniéndola en relación con nuestra vida, algo aplicable a nuestra situación presente... Hazle una pregunta a la radio, a ver que te responde.

Cuando has escuchado tres o cuatro canciones, ya puedes empezar a darte cuenta de cuáles has seleccionado como adecuadas como un mensaje-respuesta, y cómo has tratado de hacer encajar los personajes y situaciones de la canción y los de tu vida. Plasmando los propios temores o deseos, jugamos con ellos, les damos la vuelta para que digan lo que queremos oír. ..

Siempre hay una parte de nosotros que trata de interpretar a su gusto los mensajes que recibe, y otra que trata de hacer encajar nuestra propia experiencia vital en argumentos dados como "moldes"; es bueno observarlas, conocer sus trampas, para que no nos pillen desprevenidos cuando menos falta nos hace.

4 comentarios:

Sibila dijo...

Simplemente magnífico.
Es algo que yo también he hecho, pero que nunca se me ocurrió practicar conscientemente.

Por cierto, sobre el dar a las palabras uns entido distinto al que el dieron sus autores y obtener poder de ellas... te recomiendo encarecidamente la novela "La Dama nº 13" de José Carlos Somoza, libro magnífico (aunque un poco gore) donde los haya.

Francis Ashwood dijo...

Me encanta que hables de literatura, música y magia en una misma entrada (son todas bases en mi vida).

Me he quedado literalmente con la boca abierta he leido tu teoría sobre los "planos de existencia" de las obras... he estudiado esos dos planos en una asignatura dedicada a la Teoría literaria. ¿Sabías que esos conceptos existen en este campo?

Un abrazo. ^^

Vaelia dijo...

Antes de nada, disculpas por lo que llego a tardar en responder a los comentarios. Os aseguro que no significa que no los lea.

Sibila: De Somoza leí "Clara y la penumbra" por casualidad - el libro me lo encontré - y la verdad es que me sorprendió a varios niveles y me pasé un buen tiempo recomendándolo :P A ver si encuentro el de "La Dama nº13" porque seguro que me gusta.

Ashwood: La verdad es que no tenía idea de en Teoría literaria existieran esos conceptos. Sí recuerdo que Rilke aconsejaba no leer las introducciones, reseñas o críticas de las obras, o en su defecto, no hacerles demasiado caso; porque no dejaban de ser una interpretación de las mismas que -con el conocimiento apropiado- era algo que podía hacer uno mismo, ahorrándose las interferencias propias del mediador. En ese sentido sí amplié conocimientos más tarde acerca de estas interferencias a través de la historiograía.

Saludos,
Vae.

Violeta dijo...

Sobre literatura, magia y música me voy a permitir aportar, por altamente recomendable, la insólita novela Kafka en la orilla.

Y si a esto le añadimos cine, la extraordinaria película: Bab'Aziz.