martes, 1 de diciembre de 2009

El suelo que pisamos

Este es un texto que tenía pendiente desde que, al hablar acerca de los grupos de manipulación psicológica, un lector propuso la pregunta “Estas segura del suelo que pisas?”. Pero como ésta fue formulada sin contexto alguno, dio pie a varios planteamientos al respecto.


I.

El sólo hecho de plantear ciertos temas implica un conjunto de responsabilidades. No se debería crear una página o un blog (o dar conferencias, publicar libros, filmar películas, organizar eventos...) para soltar lo primero que nos pasa por la cabeza, lo que creemos que otros querrán leer oír o ver, o lo que nos resultará más lucrativo, antes - al menos - de haberlo probado y digerido por uno mismo, varias veces. Lo lógico es pensar que a nadie se le ocurriría hacer algo así, y sin embargo ahí están los tristes ejemplos de libros en los que se dan recetas que luego resultan ser tóxicas, o esos pseudotemazcales que terminan con la muerte de sus participantes.

Supongo que las personas que cometen ese tipo de errores y negligencias por los que otros terminan pagando estaban tan sobradamente seguras del suelo que pisaban que no creyeron necesario molestarse en adoptar medidas básicas de prevención, y que las desgracias consecuentes son proporcionales a su exceso de confianza.


Hay que tener claro que el “riesgo 0” no existe en ningún ámbito de la vida, por algo está en nuestra naturaleza el evaluar constantemente los posibles riesgos de nuestros actos. Uno puede salir a comprar el pan, tropezarse en la calle, y morir a causa del mal golpe... Es algo que puede suceder, pero también es algo altamente improbable, de modo que el sentido común nos dicta que no es necesario llevar casco las 24 horas del día. Ahora bien, si nos disponemos a dar un paseo en motocicleta, las probabilidades de sufrir un accidente que termine con nuestra cabeza abierta aumentan hasta el punto en que nuestro sentido común – y la normativa vial, en su defecto- nos obliga a hacer uso del casco. Las palabras clave aquí son “sentido común”, algo que, por básico que sea, comprobamos a diario que hay quien desgraciadamente carece de él.


Además del sentido común, contamos con la experiencia, algo que no depende tanto de los años como del conjunto de nuestras vivencias. Tampoco hay que engañarse respecto a la infalibilidad de la experiencia, puesto que cada cuál tiene la suya. Por eso es importante diferenciar entre la experiencia subjetiva que nos lleva a decir, por ejemplo, que “el calor del sol es más agradable que el frío de la nieve”, y aquella más objetiva que nos lleva a alertar a otros de la existencia de una brecha enorme en la carretera.


En tercer lugar, contamos con la información que los especialistas en diversas materias ponen disposición del público general... o de quien esté dispuesto a ir a buscarlos y preguntar - tal vez sea necesario aún remarcar que estos especialistas pueden proceder del ámbito académico tanto como no haber pisado una escuela en su vida-. Estas fuentes nos permiten contrastar en detalle nuestras propias ideas acerca de una cuestión, o la información que nos llega de otras fuentes, y nos ayudan a hacernos una idea general de su validez o confiabilidad.


Hasta aquí van tres filtros/métodos de evaluación fácilmente aplicables tanto por parte del autor como por parte del público, pero podrían añadirse muchos más. En casos como los que mencionábamos al principio del artículo, la desgracia no se produce sólo porque la persona que escribe el libro u organiza el evento no aplique filtros, sino porque las personas que reciben esa información o asisten al pseudo-ritual tampoco lo hacen: Sencillamente confían en que otros lo hagan por ellos, eludiendo su propia responsabilidad en un asunto en el que los peores perjudicados son ellos mismos.

A veces no se trata de dar los peces, sino de enseñar a pescar.


II.


Muchos de los compañeros de viaje que he conocido iniciaron este camino por su cuenta y riesgo. Y por más que fantasearan con la idea de una escuela o un grupo en el que recibieran una enseñanza estructurada y realizaran una prácticas acordes a su nivel, ascendiendo en grados de modo ordenado, bajo la tutela de instructores prácticamente omnisapientes y en un ambiente armónico; la realidad de las condiciones de su búsqueda fueron muy otras. Tal vez no mejores, tampoco peores, simplemente muy diferentes.


En algún momento, pudimos sentir – con todo el dolor que en la juventud se puede experimentar- que el conocimiento se servía como un manjar opíparo en grandes salones iluminados por el fuego del hogar y la luz de los candelabros, mientras como huérfanos de algún cuento de Andersen, esperábamos a las puertas por si alguien se compadecía o se encaprichaba y nos dejaba entrar. O, como perros abandonados, buscábamos nuestra propia comida en las calles.

Probablemente el sentimiento de desamparo no hubiera sido tan frustrante si, en lugar de centrar nuestras miradas tras las ventanas de aquellos salones, hubiéramos tenido en cuenta a los pescadores, los labradores y los pastores que tampoco eran invitados al gran banquete, pero cuyo alimento resultaba más sencillo y nutritivo... Que es lo que uno termina por entender.


Por suerte no todo en esta vida son engaños o decepciones. Algunas personas fueron buenas con nosotros, sin que hubiera una segunda intención en su gesto. Pero, y esto es algo sumamente importante, por más que quedemos en deuda con estas personas nunca les podemos retornar directamente el favor, ya que no necesitan de nosotros. En consecuencia, lo único que podemos hacer para saldar esta deuda pendiente es ofrecer lo que sí tenemos, a nuestra vez, allí donde pueda servir, resultar útil.

Por nuestros propios y burdos medios habíamos acumulado un cierto conocimiento, y unas experiencias, que si bien no nos habían convertido en maestros de nada nos situaban en una posición de responsabilidad respecto a los que habrían de venir detrás nuestro. Llevábamos cierto tiempo recorriendo aquellas calles imaginarias, de modo que podíamos señalar dónde encontrar agua o comida limpias, y también advertir dónde era mejor no acercarse, por más que te prometieran el cielo; que aquello era una trampa y terminabas apaleado.


Y esto es lo que hacemos al escribir, desde hace ya más de una década; Pagar gustosos nuestra deuda. No importa que el tiempo haya pasado, que hayamos crecido, que encontráramos o fundáramos una familia propia, o que entráramos a una escuela de conocimiento mucho mejor de lo que jamás llegarán a ser los salones dorados. Sin sentirnos ya humillados u engrandecidos por ese origen, siempre recordaremos de dónde venimos, y la deuda que contrajimos y nos permitió sobrevivir íntegros, sin sacrificar nuestro más profundo anhelo.

Significa que tenemos hacia los que han de venir el mismo respeto que sentimos por aquellos que en algún momento nos dieron algo que nos permitió seguir. No se trata de que hayamos consagrado nuestra existencia a resolver problemas ajenos, o a masticar la comida de otros, sino que si vemos o hacemos algo que pueda servir a otros, lo dejamos a su disposición en el ambiente más seguro posible, para que puedan tomarlo si quieren, si creen que les puede servir.


Es posible que la historia suene un tanto melodramática, pero creo que ayuda a entender el compromiso que algunos tenemos hacia nuestros lectores, mismo que nos lleva a no hablar por hablar, a estar dispuestos a rectificar, y evitar poner a otros en riesgos innecesarios.

Creo que también se entenderá mejor la idea de la imposibilidad de hablar de un “riesgo 0”, porque aún con las condiciones del entorno bajo estricto control nos encontramos con los monstruos y escollos que cada cuál posee en sus entrañas, esa sombra que tarde o temprano debemos enfentar (por ejemplo, el fijar la atención en lo que brillaba dentro de los salones y no darnos cuenta en aquel momento de lo más valioso que estaba fuera, a nuestro alcance, era un obstáculo que sólo nosotros habíamos puesto ahí).

También el peligro de sentirse demasiado seguros del suelo que pisamos, dado que en nuestra búsqueda individual, partiendo de donde partimos, cometimos muchos errores, no pocas veces debidos a un exceso de confianza... Fuimos a dar a callejones cerrados, a comidas insalubres, y metimos la pata en varias trampas; Simplemente salimos y sobrevivimos para contarlo. Ya no es tan fácil engañarnos, apresarnos o utilizarnos. De modo que tal vez aún no sepamos mucho, en realidad, pero lo que sabemos, lo sabemos bien.


A estas alturas no nos costaría nada proveernos de un bonito atuendo y entrar por la puerta grande a esos salones dorados, pero habiendo dormido tantas noches bajo las estrellas nos dimos cuenta de que eran una trampa más. Estamos en el camino, que es donde el buscador debe estar.


III.


Publicar en un espacio abierto implica ciertas responsabilidades, que inician con tener la capacidad de crear un espacio seguro para aquellos que se acerquen a leer, enriqueciendo un tema propuesto con sus propias aportaciones, conocimientos, cuestionamientos o puntos de vista. La creación de este espacio seguro pasa por aplicar los filtros necesarios, por ejemplo requiriendo un mínimo de educación y claridad mental a la hora de participar.


No hay que olvidar que una persona que escribe es sólo una persona que escribe, tiene el deber de entregar al público, o a sus compañeros, un trabajo que cumpla con los requisitos mínimos, que haya pasado por varios filtros. Eso nos da una cierta seguridad, avalada por el sentido común, la experiencia, la bibliografía, etc. Pero este trabajo no estará nunca completamente terminado, dado que no es otra cosa que un punto de partida; seguirán las diversas interpretaciones que los lectores den al mismo, y si éstas son hechas públicas, con el debate o la reformulación del original que surjan, y así sucesivamente. Dicho de otro modo, algo que escribimos en un momento dado de nuestro recorrido es como un guijarro del camino, contiene propiedades del todo que el camino es, pero es al mismo tiempo sólo uno entre muchos, sólo una excusa para fijar la atención en una serie de ideas. Caminemos un trecho, y recogeremos otro distinto. Un poco más y tal vez lo que sostengan nuestras manos sea una hoja, una brizna de hierba, o una flor.


Estar demasiado seguros del suelo que pisamos no es la mejor manera de transitar por la vida, dado que puede llevarnos a la parálisis, o a los errores por exceso de confianza. El suelo puede ser inseguro, irregular, tener sus baches, sus brechas, lo importante es cómo nos preparemos para superar esos obstáculos, o evitar caer en ellos.


IV.


Hay momentos en la vida en los que, sin buscar las cosas, nos las encontramos de frente, tal vez en el lugar y momentos más inoportunos. En la primera pesadilla que puedo recordar, y también muchos años después, en la adolescencia, sentí que no había suelo bajo mis pies, ni techo, ni paredes, nada más que una profunda negrura extendiéndose alrededor... negrura, porque es imposible visualizar el vacío completo alrededor, que es la forma en que mi mente trata de aproximarse a la idea de una realidad desnuda.


En un plano terrenal, todos hemos vivido la experiencia de sentir que nuestro propio universo se derrumba, que todo lo que creíamos que nuestra vida era, o que nosotros mismos éramos, se cae al suelo, como si alguien lo hubiera convertido en arena y luego hubiera soplado un viento terrible, llevándoselo todo, menos nuestra conciencia, que permanece allí. Y aunque nos parezca fuera de lugar, no tardamos en comprender que ese es precisamente su lugar, porque su función es construir en derredor un universo que podamos habitar.


De un modo similar, hasta la fecha he conocido varios sistemas que tratan de explicar las formas, comunes o extraordinarias, con las que la humanidad se encarga de vestir esta realidad. Sistemas que de algún modo deberían contradecirse, pero como resultan completamente funcionales, no nos dejan otra opción que admitir que existen al mismo tiempo, tal vez en distintos niveles. Sistemas que ponen un “arriba” y un “abajo” y permiten trazar los caminos por los que como humanos transitamos.


Así que, siendo sinceros, a la pregunta de si estoy segura del suelo que piso, la primera respuesta que se me ocurre es “¿Qué suelo? ¿Éste que yo creé? Sé que se deshace cada cierto tiempo: Pero también sé que puedo crear otro que cumpla la misma función”.


1 comentarios:

Sibila dijo...

Gracias. Necesitaba recordar que por más veces que se derrumben algunas torres, mi conciencia puede reconstruirlas, cada vez más fuertes.