jueves, 20 de mayo de 2010

Volver al mercado

Hace ya unos cuantos años, ciertas mañanas mis pasos seguían más allá de las aulas para adentrarse, en las calles del centro de la ciudad. Uno de los lugares de visita obligada era el viejo mercado, cuyos pasillos recorría con apresuramiento fingido absorviendo furtivamente cuantas sensaciones surgieran al paso; colores, olores, sonidos, texturas... El mercado era un mundo en el que reinaba una serena amabilidad, al que yo sólo pertenecía en recuerdos de infancia.

Y así, durante mucho tiempo, incluso después de independizarme, el mercado siguió pareciéndome un pequeño universo al que, a pesar de la atracción que ejercía sobre mí, era ajena. Todo el mundo allí dentro parecía conocerse, parecía saber qué decir, qué pedir, cómo responder, etc...

A veces, en el aspecto más cotidiano y aparentemente banal de nuestras vidas, criamos pequeños temores absurdos, reparos y excusas que se alzan como muros impidiéndonos alcanzar una mayor calidad de vida. Se trata de obstáculos que no tienen demasiada importancia, pero que en todo caso vale la pena superar.

Un día volví al mercado para dejar de limitarme a ser una observadora y empezar a participar. En poco tiempo, a medida que adquiría seguridad en lo que estaba haciendo, fui conociendo los diferentes puestos, las personas que los atienden y los productos que se ofrecen.
Ahora, el ir al mercado forma parte de mi cotidianidad, como una actividad que me reporta grandes beneficios. Está más cerca de casa que las grandes superficies comerciales y encuentro prácticamente cualquier cosa que pueda necesitar, adquiero alimentos frescos a mejor precio y ahorro en empaques innecesarios, y además de tener un contacto más cercano y cordial con los vecinos del barrio, puedo preguntar cómo se llaman las cosas, de dónde vienen o cómo se cocinan, y probar muchas cosas nuevas.

Es algo muy sencillo, completamente intrascendente, pero es también un buen ejemplo acerca de cómo con pequeñas acciones podemos mejorar nuestra calidad de vida. Debemos darnos la oportunidad de probar cosas nuevas que creemos que pueden ayudarnos, por insignificantes que parezcan. Estar conscientes de que cada día nos ofrece múltiples oportunidades de experimentación, que pueden abrir caminos que ahora no podemos imaginar y que tal vez conduzcan a aquello que más deseamos.


Mercat de la Boqueria, Barcelona (2007), por Bocadorada.

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