sábado, 8 de mayo de 2010

Soledad y unión sagradas

Sweet Summer (1912), John William Waterhouse

Beltane es la celebración de la unión de dos principios complementarios, que muchas veces se simboliza en una hierogamia alegórica de una divinidad masculina y una divinidad femenina, o un matrimonio sagrado entre un dios y un humano. En muchas ocasiones, dentro del paganismo, es esta unión la que permite, como si de un eco del acto original se tratara, la fertilidad de los reinos animal y vegetal. Desgraciadamente, a menudo se toma esta imagen de un modo tan literal que pensamos en parejas, sexo, campos y rebaños, sin a penas darnos cuenta de aquellos otros ecos más sutiles, resonando en nuestro interior, que nos hablan de los principios que pueden habitar al ser humano, y los frutos que éste puede dar.

Alrededor de la festividad del primero de mayo, en muchas tierras pueden sentirse los primeros pasos del estío avanzando sobre los verdes campos. Estamos en el ciclo sobre-tierra, el tallo ha crecido y lentamente se abren las flores para ser polinizadas; Está más cerca de la semilla que generará que de aquella que le dio origen. Pasamos más tiempo fuera de casa y en compañía de otros, de modo que la reclusión del invierno parece tan distante como esos sueños en los que somos otra persona.

Sin embargo, aún en este momento del ciclo en el que pudiera parecer fuera de lugar, la soledad tiene una dimensión profunda, que tarde o temprano necesitaremos conocer. Se asemeja a una de esas temidas criaturas míticas que el hecho de encarar sin miedo permite descubrir y aún cruzar el umbral hacia una realidad más allá de la apariencia, una verdad colmada de belleza y bienes. Se podría decir que la soledad desconocida habita cuevas oscuras y áridos peñascos contra los que chocan las aguas de un mar violento, pero la soledad amiga, a la que se va a buscar, nos abraza bajo la luz del sol, en los bosques en los que el latido de la vida puede sentirse en el aire.
La soledad, hermana del silencio, es una potencia que puede dar más vida a nuestra vida, y sin embargo es constantemente rehuida como una enfermedad. Necesitamos de ella para conocernos, para trabajar con nosotros mismos. Para saber cuál es nuestro propósito en la vida, descansar, y también para sanar algunas de nuestras heridas. Cuando abrazamos la soledad, tomamos conciencia de nosotros mismos, inventariamos nuestra vida, nuestras necesidades y deseos, los procesos que seguimos, etc. pudiendo corregir aquello que sabemos que no está funcionando como debería y tomamos aquellas decisiones que de nadie más han de depender pues quedan bajo nuestra responsabilidad.

La soledad escogida, deseada, es tomarse el tiempo y la privacidad necesarios para uno mismo, pero dado que vivimos en unas sociedades aterrorizadas ante las ideas de silencio y falta de compañía, solicitar nuestro espacio, tiempo o privacidad individuales puede interpretarse erróneamente como una falta de consideración hacia otros. Este, sin embargo, será un riesgo necesario que asumir en miras a nuestro propio bien y el de aquellos que nos rodean.

Porque también es la soledad la que nos permite recobrar nuestra plenitud, de modo que, carentes de exigencias o proyecciones, podamos encontrar a otros por el simple placer de compartir la existencia. Así como hay cosas que no podemos hacer solos, hay muchas otras que no podemos hacer acompañados... De hecho, del mismo modo que si nos aisláramos completamente terminaríamos desvinculándonos del mundo, es necesaria una dosis de soledad, de trabajo individual, para poder estar en buenas condiciones en ese mundo.

Así, cuando pensamos en la hierogamia divina, en los ecos de esta unión sagrada en todas las cosas, deberíamos tratar de darnos cuenta de aquello que sucede en nuestro interior, deberíamos considerar hasta qué punto estamos unidos o divididos respecto a nosotros mismos, respecto a nuestra propia vida o nuestro propósito en ella, identificando los aspectos de nuestro ser que han quedado dispersados a lo largo del camino y llamándolos a regresar en caso de ser necesario.

Una unión sagrada con nocsotros mismos, con nuestra vida y con la divinidad que tiene lugar dentro del individuo, ayudándonos a comprender que somos seres completos conteniendo en nosotros todo cuanto podamos necesitar, y que es esta conciencia la que permite que podamos salir a recorrer los caminos del mundo sin miedo, con agradecimiento perpetuo y constante generosidad.

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