miércoles, 27 de febrero de 2008

De la Ilusion, a la Deconstrucción.

Termina el invierno para algunos, comienza la primavera para otros. Sea como sea, es una época dura, en la que se avanza en solitario desde el refugio de la oscuridad a la promesa de una nueva mañana bajo el sol, atravesando un territorio incierto con la carga de aquellas esperanzas que no quisieramos enunciar en voz alta, como si un ignoto devorador acechara en el territorio entre la sombra y la luz, para robarlas.

En este tiempo en el que una caricia inesperada de sol en la piel despierta nuestros sentidos y el anhelo por esa calidez y esa luz de la sólo algunas horas más tarde seremos cruelmente separados por la barrera de un cielo plomizo, mientras una brisa húmeda e incómoda nos atrapa como un castigo por lo encendido de nuestro deseo.

Vemos florecer los almendros, osados heraldos del cambio. Flanqueadas de rojas yemas, vemos cómo se abren, como pentagramas de líneas curvas, sus flores blancas. Como si reverenciaran a la Señora de la Luna que las observa prendidas entre las ramas oscuras como joyas de su cuerpo de Tierra. Tan delicadas y, no obstante, desafiando la amenaza del viento que en un fiero soplo las desarma y esparce indiferente sus pétalos sobre el suelo.

En este delicado camino que transcurre de inicios de febrero a finales de marzo, en el que nada es seguro, en el que al mismo tiempo manan de una fuente inagotable los proyectos y las inspiraciones pero todo está por confirmar y nada es sólido aún, puede suceder cualquier cosa; para desaparecer un instante después, y aún reaparecer al momento siguiente... Y repitiendo la secuencia, el universo circundante parece entretenerse juagando malicioso al escondite con una pobre conciencia desesperada por asir un signo estable de aquello que, por necesidad práctica,llamamos "realidad".

Es un tiempo realmente estraño, que nos arrastra a los límites; observando la lucha encarnizada de las fuerzas de la Vida por confirmarse - ya no contrala muerte, sino contra la negación del ser -, nos sorprendemos desnudos, solos e insignificantes ante la Inmensidad, respirando profundo el aliento primigenio del temor reverencial hacia ese viento surgido de quién sabe dónde que amenaza con arrebatar nuestras esperanzas, nuestra propia vida... despojarnos de ellas, robar su espíritu, dejando abandonados e inertes sus fragmentos en cualquier lugar que ya no hemos de conocer.

¿Cómo no temer ceder a la seducción de ese sol tan joven, cómo creer en esas bellas promesa sin tener en cuenta lo que sabemos de su inconstancia?, y, al mismo tiempo, ¿Cómo renunciar sólo por nuestro anhelo de belleza... cómo amordazar nuestras propias pulsiones hacia la Vida?.

Ser prudentes, pero no tanto para caer en la cobardía; dar pasos seguros, pero no priorizar la seguridad al punto de que se sonvierta en una carga que impide nuestra movilidad. Dejar de lado esa codicia a la que nos empuja el vivir con miedo, y no temer esa desnudez propia, conscientes de que tendremos las herramientas necesarias para enfrentar, en el momento, cualquier situación que se presente en nuestro caminar. Al fin y al cabo, si los zarpazos del viento y las heladas fueran tan terribles para los almendros, la especie hubiera tomado otra estrategia evolutiva.

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Existe una lucha paralela - de la que se habla aún menos -, que se inicia al enfrentarse con la miríada de imagenes que nos rodea, que despierta y danza a nuestro alrededor como una corte de espíritus locos que no conocen la calma. Todos los deseos que se anuncian y la multiplicidad de opciones que se muestran a nuestra conciencia, reclamando su atención, como si supieran que el escoger una u otra eliminará forzosamente al resto de competidoras.
Nos toman de las manos, estiran del cabello, mordisquean la punta de la nariz, como cachorros hambrientos que gimen incesantemente exigiendo su alimento, agotándonos en el momento en el que debemos elegir, sabiendo que podemos errar en nuestro juicio, tomar la opción más inadecuada y descartar su contraria.

Sin embargo, la tortura de este pasaje, llevada a los extremos, cuando los deseos contrarios se anulan entre sí, desemboca en una tierra de nadie. Es entonces cuando surge de lo profundo una nueva necesidad, un distanciamiento del ruido y la confusión de esta batalla que ninguno de los bandos puede ganar o perder por completo, que amenza con prolongarse eternamente o, al menos, hasta haber consumido el total de nuestras fuerzas. Y se abre un nuevo espacio en nuestro interior desde el que observar, desapegado, consciente de la trampa tan vieja como la humanidad, que nos impulsa hacia la búsqueda de aquello que en realidad importa.

A veces, esta invasión de posibilidades, de promesas por confirmar, de deseos contradictorios; sólo sirve para desmontar aquellos conceptos, ideas o imágenes que dábamos por sentado hasta el momento. Todo lo concerniente a lo que creíamos ser, a lo creíamos querer, a lo que creíamos que estaría ahí por siempre... derrumbando nuestro mundo, nuestra construccion de la realidad que creíamos tan sólidamente fundamentada. Es difícil aceptar esta ruptura sorpresiva, cuando creíamos que teníamos todo el trabajo hecho... pero una y otra vez el ciclo vital nos lleva a este punto para que despertemos y recuperemos la conciencia acerca la naturaleza de lo transitorio y conozcamos aquello que es esencial y, como tal, aquello que no podemos perder, aquello en lo que podemos confiar.

Asediada por estas tribulaciones, camino al trabajo, veo cómo están tirando al suelo lo que en su día fueron naves industriales. Hacía tiempo que estaban abandonadas, o, cuanto menos, en desuso; pero no imaginé que se acabarían antes de que yo dejara de pasar por allí. Ahora, bajando por la calle "de siempre", sólo se ven grandes pedazos de pared de cemento, como un lecho de hojas gigantescas y pétreas sobre una tierra que quién sabe cuánto hacía que no quedaba expuesta al sol, a la lluvia, a ese aire que ahora huele a ceniza, humedad y a la tierra misma... como si besándolo intensamente, tras la larga separación, lo hubiera impregnado de su propio hálito.

Pronto dejaré yo misma de pasar por ese camino, y no puedo evitar mirar el urbano paisaje, y pensar en el paralelo con mi propia existencia. No sé qué construirán allí, pero lo que sea no empezará de cero, sobre un espacio virgen, sino que quedarán en los cimientos los restos de lo que un día fue, discretos y sin molestar, dejando paso a lo que ha de venir, continuando la idea de "construcción" bajo una nueva forma. En algún lugar fuera de la ciudad, campesinos removerán también las tierras de cultivo para oxigenarlas, mezclándolas con los rastrojos y cenizas de la cosecha anterior, para que pueda obtener los nutrientes necesarios para la nueva siembra... el mismo campo ve crecer las orgullosas mieses, las ve segadas, apaleadas y despojadas de su tesoro, convertidas en despojos que volverán a la tierra para una nueva generación.

Hay un cartel en la valla del descampado sobre el que trabajan. Literalmente se lee:

Control Demeter : Deconstrucción.

Y a pesar de la sensación de rareza que sacude el cuerpo cuando nos enfrentamos a los filos cortantes de algunas ideas, resulta inevitable sonreír, tiene sentido...

miércoles, 20 de febrero de 2008

Dioses llegados a nuestros días

...Fue lo primero que pensé al encontrarme con estos versos, el devenir de los Dioses que han llegado a nuestros días; sus nombres custodiados en el olvido, sus trabajos constantes en la tierra.

Pido disculpas de antemano porque, a falta de la fuente original (por el momento), es posible haber cometido un crimen literario en lo referente a la ordenación de versos y párrafos.

T.S. Eliot The Dry Salvages , de "Cuatro Cuartetos" (1935-1942)

No sé mucho de dioses, mas supongo que el río
es un dios pardo y fuerte -hosco, indómito, intratable,
paciente hasta cierto punto, al principio reconocido como frontera;
útil, poco de fiar, como transportador del comercio,
luego sólo un problema para los constructores de puentes.
Ya resuelto el problema queda casi olvidado el gran dios pardo
por quienes viven en ciudades -sin embargo, es implacable siempre,
fiel a sus sus estaciones y sus cóleras, destructor que recuerda
cuanto prefieren olvidar los humanos. No es objeto de de honras
ni actos propiciatorios por parte de los veneradores de las máquinas;
Está siempre esperando, acechando, esperando.
En la cuna del niño su ritmo estuvo presente,
en el frondoso ailanto del jardín en abril,
el olor de las uvas en la mesa otoñal
y el círculo nocturno ante la luz de gas del invierno.

El río está dentro de nosotros, el mar en torno nuestro;
El mar es también el borde de la tierra,
el granito en que se adentran las olas,
las playas donde arroja
sugerencias de una creación anterior y distinta:
La estrella de mar, el límulo, el espinazo de la ballena;
Las pozas donde ofrece a nuestra curiosidad
la anémona de mar y las algas más delicadas.
Arroja nuestras pérdidas: la jábega rota, la nasa de langostas maltrecha, el remo quebrado
y los arreos de extranjeros muertos.
El mar tiene muchas voces,
muchos dioses y muchas voces.

La sal está en la rosa silvestre,
La niebla en los abetos.
El aullido del mar
Y su bramido son voces diferentes
que a menudo se escuchan juntas: el gemir en los aparejos,
la amenaza y caricia de la ola que estalla mar adentro,
la rompiente lejana contra la dentadura de granito
y el lamento que avisa del promontorio que se acerca
todas son voces del mar, y la boya silbante
al girar hacia tierra, y la gaviota.
Y bajo la opresión de la niebla silenciosa
el redoble de la campana, tañida sin prisa
por la ola que se hincha allá en el fondo,
mide el tiempo, no nuestro tiempo
sino un tiempo más antiguo
que el tiempo de los cronómetros, más antiguo
que el tiempo medido por las mujeres que en su angustia y su insomnio
calculan el porvenir, tratan de destejer, devanar, desenredar
y remendar pasado y futuro,
entre la medianoche y el amanecer,
cuando es engaño ya todo el pasado,
el futuro no tiene porvenir,
antes de que amanezca y cambien la guardia,
cuando el tiempo se detiene,
y el tiempo no acaba nunca,
Y la ola que se hincha en el fondo
y es y era desde el principio
hace sonar la campana.

Traducción: José Emilio Pacheco
Fuente:
http://www.literatura.us/idiomas/tse_cuatro.html

domingo, 17 de febrero de 2008

La magia, y el paso de los años

Cada vez lo de magia me suena más extraño, y se hace raro pensar en la idea que tenía sobre el tema en hace años; con sus círculos, sus invocaciones, sus amuletos y demás. Ahora se me hace cada vez más difícil hacer una diferencia entre la magia y el resto de cosas de la vida en sí.
Hay mecanismos, modos de hacer las cosas que el paso del tiempo se encarga de tornar tan sutiles como si no estuvieran allí. Cómo si hubiera un camino que lleva a cada cosa, y una parte del ser como la capacidad olfativa que lo rastrea, y me la trae o me lleva, sin más parafernalia.
De modo que ante la necesidad uno puede confiar en con esta parte de nuestra persona, y olvidarse del asunto el resto del tiempo, hasta que vienen de regreso, como respuesta, las imágenes e ideas más precisas acerca de la situación o de lo que se debería hacer al respecto. Y siguiendo este intercambio como quien dialoga con un cómplice, llega sin esperarlo el momento de abrazar nuestro objetivo, cuando entendemos que nunca estuvo tan lejos como podía parecer.

En la magia de la que hoy hablo, se hacen las cosas como si no estuviera haciendo nada, y se hacen porque es un deber o una necesidad, sin concesiones a los caprichos y sin importar lo que suceda al final... Porque el Universo puede conocer de nuestros planes y cambiarlos a su antojo; pero son nuestros pasos los que forjan ese camino que es nuestro único patrimonio en la Tierra.

Siempre lo mismo, es como ver una maraña de hilos, y encontrar el que tira de la información o el objeto de nuestra voluntad; y lo demás ya viene solo. A veces es incluso tan simple como que no estamos en el lugar adecuado, o no tenemos la visión adecuada... y entonces es cuestión de moverse uno en lugar de ponerse testarudo en el propósito de mover el resto de elementos de nuestro entorno.

Una vez alguien decía, algo asqueado, que la "magia natural" requería paciencia. Es verdad. A veces quiero saber algo y lanzo la pregunta, sé que la respuesta llegará; pero también sé que, depende cómo, puede ser mejor que me siente o me dedique a otros mientras tanto, ya llegará cuando sea el momento. Reconocer los momentos de las cosas es una habilidad que no debería descuidarse en este Arte, que ya no es sólo magia, que es el Vivir.

¿Dónde quedan, pues, los círculos, las herramientas, las invocaciones... ? En el montoncito de elementos a nuestro alcance, como elementos que pueden ayudar en un momento dado, pero de los que se puede prescindir. Todo lo que necesitamos está en nosotros, y lo que significan en realidad unas manos, un corazón y un cerebro es algo que formará parte, sobretodo, de nuestro aprendizaje.

Y el aprendizaje es constante, en todos los aspectos de la vida, o no es.

De poco sirve invertir de modo parcial nuestro tiempo y recursos en el aprendizaje. Es un proceder que, aunque pueda ser disciplinado, como una vela ilumina un tiempo pero acaba por consumirse, creando además una ilusoria distinción entre nuestra experiencia mágica y nuestra experencia vital, como una mancha de aceite flotando en un vaso de agua.

Los años pasan y nosotros, personas del común, no podremos usualmente tomarnos el lujo de retirarnos , faltar al trabajo, dejar de cuidar nuestras casas, o atender nuestras obligaciones. De modo que la única estrategia para que el camino que elegimos no se cierre ante nuestros ojos será comprender que nosotros somos ese camino, abriéndose paso en la vida día a día, como sucedió muchas otras veces antes de que nuestros pies aprendieran a acariciar la tierra, y como sucederá después que ya no estemos; y, sin embargo, siempre como si fuera la vez primera.
Y si nuestros propios pasos son el camino, cada uno de nuestros actos será un reflejo de su esencia; en cualquier momento... no perdemos nuestro punto de enlace con las raíces, ni nuestra referencia en las estrellas; no nos sentimos abandonados, ni apartados del camino y ni nada podrá robarnos el tesoro que del que somos custodios mientras vivimos.

lunes, 11 de febrero de 2008

El Ciclo Anual pagano

Posiblemente una de las aportaciones más útiles con las que cuenta el paganismo actual es el calendario de celebraciones del Cilo Anual que divide el año en 8 segmentos más o menos equidistantes; señalando 4 celebraciones mayores y 4 menores en relación con el tiempo natural y, por extensión, con todo el haber de mitos y conceptos ensartados en sucesivas contribuciones culturales en esa cadena que discurre desde la noche de los tiempos hasta el presente.

Deberíamos ser conscientes que las fechas estipuladas que manejamos son sólo una indicación; que en la naturaleza todo transita siguiendo ritmos propios, variables, prácticamente íntimos, y que nuestro concepto de las "estaciones" no deja de ser una contrucción cultural heredada que depende en gran medida más del ojo de la cultura que ha observado y catalogado, que del objeto de observación en sí.

A este respecto, recupero un fragmento de "Mujeres que Corren con los Lobos", la obra de C. Pinkola, que ejemplifica perfectamente la cuestión:

Cuando yo era pequeña en los bosques del norte, antes de aprender que el año tenía cuatro estaciones, yo creía que tenía varias docenas: el tiempo de las tormentas nocturnas, el tiempo de los relámpagos, el tiempo de las hogueras en los bosques, el tiempo de la sangre en la nieve, los tiempos de los árboles de hielo, de los árboles inclinados, de los árboles que lloran, de los árboles que brillan, de los árboles del pan, de los árboles que sólo agitan las copas y el tiempo de los árboles que sueltan a sus hijitos. Me encantaban las estaciones de la nieve que brilla como los diamantes, de la nieve que exhala vapor, de la nieve que cruje e incluso de la nieve sucia y de la nieve tan dura como las piedras, pues todas ellas anunciaban la llegada de la estación de las flores que brotaban en la orilla del río.

Las estaciones eran como unos importantes y sagrados invitados Y todas ellas enviaban a sus heraldos: las piñas abiertas, las piñas cerradas, el olor de la podredumbre de las hojas, el olor de la inminencia de la lluvia, el cabello crujiente, el cabello lacio, el cabello enmarañado, las puertas abiertas, las puertas cerradas, las puertas que no se cierran ni a la de tres, los cristales de las ventanas cubiertas de amarillo polen, los cristales de las ventanas salpicados de resina de árboles. Nuestra piel también tenía sus ciclos: reseca, sudorosa, áspera, quemada por el sol, suave.


El ciclo anual de las 8 celebraciones resulta un método de trabajo evolutivo que posibilita que el cuerpo y la mente se vayan sincronizando según una pauta que establece al menos 8 oportunidades de conexión bastante eficientes, tanto para recibir información, como para aprovechar "las mareas" si hay algún trabajo mágico a realizar en mente.
Pero, más allá de esto, encontramos al menos 8 puntos de enraizamiento dónde hacernos conscientes de la correspondencia a diversos niveles entre el mundo interior del individuo y el exterior que lo circunda, y a la vez al menos 8 puntos de autoevaluación, agrupando las celebraciones en grupos y viendo la conexión entre ellas (por ejemplo, en grupos de tres se marca la relación entre pasado/de dónde vengo, presente/dónde estoy y futuro/en qué dirección avanzo... y si es hacia allí dónde quiero ir o hay que corregir el rumbo).

Y, sin embargo, no hace falta un listado de rituales para eso, ni estar pendientes del calendario, sólo entrenar la percepción adecuada tanto hacia nuestro mundo interno cómo el externo. Es comprensible que en los inicios del acercamiento a la materia, uno adquiera uno o varios manuales y realice por un tiempo en las fechas estrictamente marcadas por la literatura, los mismos rituales... es el modo por el que uno entrena cuerpo y mente para la sincronización con una pauta de trabajo. Pero cuando estas prácticas se prolongan más allá de lo necesario, es como si un ciclista tratara de participar en una carrera usando ruedecillas auxiliares.

Tan sencillo como que una vez aprendemos a nadar, dejamos de lado el flotador, y con ello adquirimos seguridad y libertad de movimiento, también hay un momento en el que empezamos a reconocer los ciclos y momentos internos y externos, e, independientemente de la tradición a la que nos hayamos adscrito, encontramos la manera más apropiada para nosotros de trabajar con ellos.

Como con tantas otras cuestiones, ni la más elaborada de las literaturas puede suplir la experiencia personal, y al acercanos a uno de estos puntos de conexión, deberíamos estar dispuestos a vivirlos más allá de la costumbre o de la intelectualización (sin descartarlas), también a través de los sentidos y desde el centro de nuestro ser.

De este modo recuperaremos nuestras docenas de estaciones particulares, como puertas que han permanecido invisibles, esperando a ser cruzadas, esperando mostrar el tesoro de su interior; tanto si alguna vez las perdimos, por encajarlas a la fuerza en otras estructuras por no coincidir con las divisiones establecidas, como si nunca las llegamos a percibir.
Posiblemente algo de lo mejor que tiebe el paganismo actual es su calendario de celebraciones; dividiendo el año en 8 segmentos más o menos equidistantes; marcando 4 puntos mayores y 4 menores en relación con el tiempo natural y, por extensión, con todo el haber de mitos y conceptos ensartados en sucesivas contribuciones culturales en esa cadena que discurre desde la noche de los tiempos hasta el presente.

Deberíamos ser conscientes que las fechas estipuladas que manejamos son sólo una indicación; que en la naturaleza todo transita siguiendo ritmos propios, variables, prácticamente íntimos, y que nuestro concepto de las "estaciones" no deja de ser una contrucción cultural heredada que depende en gran medida más del ojo de la cultura que ha observado y catalogado, que del objeto de observación en sí.

A este respecto, recupero un fragmento de Mujeres que Corren con los Lobos, que ejemplifica perfectamente la cuestión:
Cuando yo era pequeña en los bosques del norte, antes de aprender que el año tenía cuatro estaciones, yo creía que tenía varias docenas: el tiempo de las tormentas nocturnas, el tiempo de los relámpagos, el tiempo de las hogueras en los bosques, el tiempo de la sangre en la nieve, los tiempos de los árboles de hielo, de los árboles inclinados, de los árboles que lloran, de los árboles que brillan, de los árboles del pan, de los árboles que sólo agitan las copas y el tiempo de los árboles que sueltan a sus hijitos. Me encantaban las estaciones de la nieve que brilla como los diamantes, de la nieve que exhala vapor, de la nieve que cruje e incluso de la nieve sucia y de la nieve tan dura como las piedras, pues todas ellas anunciaban la llegada de la estación de las flores que brotaban en la orilla del río.
Las estaciones eran como unos importantes y sagrados invitados Y todas ellas enviaban a sus heraldos: las piñas abiertas, las piñas cerradas, el olor de la podredumbre de las hojas, el olor de la inminencia de la lluvia, el cabello crujiente, el cabello lacio, el cabello enmarañado, las puertas abiertas, las puertas cerradas, las puertas que no se cierran ni a la de tres, los cristales de las ventanas cubiertas de amarillo polen, los cristales de las ventanas salpicados de resina de árboles. Nuestra piel también tenía sus ciclos: reseca, sudorosa, áspera, quemada por el sol, suave.

El ciclo anual de las 8 celebraciones resulta un método de trabajo evolutivo que posibilita que el cuerpo y la mente se vayan sincronizando según una pauta que establece al menos 8 oportunidades de conexión bastante eficientes, tanto para recibir información, como para aprovechar "las mareas" si hay algún trabajo mágico a realizar en mente.
Pero, más allá de esto, encontramos 8 puntos de enraizamiento dónde hacernos conscientes de la correspondencia a diversos niveles entre el mundo interior del individuo y el exterior que lo circunda, y a la vez al menos 8 puntos de autoevaluación, agrupando las celebraciones en grupos y viendo la conexión entre ellas (por ejemplo, en grupos de tres se marca la relación entre pasado/de dónde vengo, presente/dónde estoy y futuro/en qué dirección avanzo... y si es hacia allí dónde quiero ir o hay que corregir el rumbo).

Y, sin embargo, no hace falta un listado de rituales para eso, ni estar pendientes del calendario, sólo entrenar la percepción adecuada tanto hacia nuestro mundo interno cómo el externo. Es comprensible que en los inicios del acercamiento a la materia, uno adquiera uno o varios manuales y realice por un tiempo en las fechas estrictamente marcadas por la literatura, los mismos rituales... es el modo por el que uno entrena cuerpo y mente para la sincronización con una pauta de trabajo. Pero cuando estas prácticas se prolongan más allá de lo necesario, es como si un ciclista tratara de participar en una carrera usando ruedecillas auxiliares.

Tan sencillo como que una vez aprendemos a nadar, dejamos de lado el flotador, y con ello adquirimos seguridad y libertad de movimiento, también hay un momento en el que empezamos a reconocer los ciclos y momentos internos y externos, e, independientemente de la tradición a la que nos hayamos adscrito, encontramos la manera más apropiada para nosotros de trabajar con ellos.
Como con tantas otras cuestiones, ni la más elaborada de las literaturas puede suplir la experiencia personal, y al acercanos a uno de estos puntos de conexión, deberíamos estar dispuestos a vivenciarlo más allá de la costumbre o de la intelectualización (sin descartarlas), también a través de los sentidos y desde el centro de nuestro ser.

De este modo recuperaremos nuestras docenas de estaciones particulares, como puertas que han permanecido invisibles, esperando a ser cruzadas, esperando mostrar el tesoro de su interior; tanto si alguna vez las perdimos, por encajarlas a la fuerza en otras estructuras por no coincidir con las divisiones establecidas, como si nunca las llegamos a percibir.

viernes, 8 de febrero de 2008

Nueva primavera

Brote del labio lo que el pecho siente;
Rompa su cárcel el interno fuego
Que nutrí con amor por tantos días,
Y devorando hasta el postrer rastrojo
Del seco campo de mi amor perdido,
Inflame el pensamiento
Con nueva luz, de dichas precursora,
Y el mundo del espíritu convierta
En realidad radiante de hermosura.
*
¡Cuánto tiempo pasó, sin que lograsen
En el centro del alma resonancia
Los himnos del placer y de la vida!
Y en la región de sombras encantadas
Y de flotantes sueños y quimeras,
¡Cuánta niebla veló la alzada cumbre!
¡Qué brava tempestad tronchó las flores!
¡Cómo enturbiaba su caudal el río!
*
Hoy siento que la vida
Llama a mis puertas en alegre coro;
Hoy reverdece mi esperanza muerta,
Hoy se agolpa en tropel mi hirviente sangre
Por un filtro genial vigorizada;
Hoy tienen para mí caricias nuevas
Las fuentes y las auras y las flores;
Hoy despierta mi espíritu abatido,
Más fuerte tras el duelo y la derrota,
Como retoña secular encina,
Cobrando esfuerzo doble
Del hierro mismo que mutila el tronco.
(...)

Marcelino Menéndez y Pelayo, 1882