Deberíamos ser conscientes que las fechas estipuladas que manejamos son sólo una indicación; que en la naturaleza todo transita siguiendo ritmos propios, variables, prácticamente íntimos, y que nuestro concepto de las "estaciones" no deja de ser una contrucción cultural heredada que depende en gran medida más del ojo de la cultura que ha observado y catalogado, que del objeto de observación en sí.
A este respecto, recupero un fragmento de "Mujeres que Corren con los Lobos", la obra de C. Pinkola, que ejemplifica perfectamente la cuestión:
Cuando yo era pequeña en los bosques del norte, antes de aprender que el año tenía cuatro estaciones, yo creía que tenía varias docenas: el tiempo de las tormentas nocturnas, el tiempo de los relámpagos, el tiempo de las hogueras en los bosques, el tiempo de la sangre en la nieve, los tiempos de los árboles de hielo, de los árboles inclinados, de los árboles que lloran, de los árboles que brillan, de los árboles del pan, de los árboles que sólo agitan las copas y el tiempo de los árboles que sueltan a sus hijitos. Me encantaban las estaciones de la nieve que brilla como los diamantes, de la nieve que exhala vapor, de la nieve que cruje e incluso de la nieve sucia y de la nieve tan dura como las piedras, pues todas ellas anunciaban la llegada de la estación de las flores que brotaban en la orilla del río.
Las estaciones eran como unos importantes y sagrados invitados Y todas ellas enviaban a sus heraldos: las piñas abiertas, las piñas cerradas, el olor de la podredumbre de las hojas, el olor de la inminencia de la lluvia, el cabello crujiente, el cabello lacio, el cabello enmarañado, las puertas abiertas, las puertas cerradas, las puertas que no se cierran ni a la de tres, los cristales de las ventanas cubiertas de amarillo polen, los cristales de las ventanas salpicados de resina de árboles. Nuestra piel también tenía sus ciclos: reseca, sudorosa, áspera, quemada por el sol, suave.
El ciclo anual de las 8 celebraciones resulta un método de trabajo evolutivo que posibilita que el cuerpo y la mente se vayan sincronizando según una pauta que establece al menos 8 oportunidades de conexión bastante eficientes, tanto para recibir información, como para aprovechar "las mareas" si hay algún trabajo mágico a realizar en mente.
Y, sin embargo, no hace falta un listado de rituales para eso, ni estar pendientes del calendario, sólo entrenar la percepción adecuada tanto hacia nuestro mundo interno cómo el externo. Es comprensible que en los inicios del acercamiento a la materia, uno adquiera uno o varios manuales y realice por un tiempo en las fechas estrictamente marcadas por la literatura, los mismos rituales... es el modo por el que uno entrena cuerpo y mente para la sincronización con una pauta de trabajo. Pero cuando estas prácticas se prolongan más allá de lo necesario, es como si un ciclista tratara de participar en una carrera usando ruedecillas auxiliares.
Tan sencillo como que una vez aprendemos a nadar, dejamos de lado el flotador, y con ello adquirimos seguridad y libertad de movimiento, también hay un momento en el que empezamos a reconocer los ciclos y momentos internos y externos, e, independientemente de la tradición a la que nos hayamos adscrito, encontramos la manera más apropiada para nosotros de trabajar con ellos.
Como con tantas otras cuestiones, ni la más elaborada de las literaturas puede suplir la experiencia personal, y al acercanos a uno de estos puntos de conexión, deberíamos estar dispuestos a vivirlos más allá de la costumbre o de la intelectualización (sin descartarlas), también a través de los sentidos y desde el centro de nuestro ser.
De este modo recuperaremos nuestras docenas de estaciones particulares, como puertas que han permanecido invisibles, esperando a ser cruzadas, esperando mostrar el tesoro de su interior; tanto si alguna vez las perdimos, por encajarlas a la fuerza en otras estructuras por no coincidir con las divisiones establecidas, como si nunca las llegamos a percibir.
Deberíamos ser conscientes que las fechas estipuladas que manejamos son sólo una indicación; que en la naturaleza todo transita siguiendo ritmos propios, variables, prácticamente íntimos, y que nuestro concepto de las "estaciones" no deja de ser una contrucción cultural heredada que depende en gran medida más del ojo de la cultura que ha observado y catalogado, que del objeto de observación en sí.
A este respecto, recupero un fragmento de Mujeres que Corren con los Lobos, que ejemplifica perfectamente la cuestión:
Cuando yo era pequeña en los bosques del norte, antes de aprender que el año tenía cuatro estaciones, yo creía que tenía varias docenas: el tiempo de las tormentas nocturnas, el tiempo de los relámpagos, el tiempo de las hogueras en los bosques, el tiempo de la sangre en la nieve, los tiempos de los árboles de hielo, de los árboles inclinados, de los árboles que lloran, de los árboles que brillan, de los árboles del pan, de los árboles que sólo agitan las copas y el tiempo de los árboles que sueltan a sus hijitos. Me encantaban las estaciones de la nieve que brilla como los diamantes, de la nieve que exhala vapor, de la nieve que cruje e incluso de la nieve sucia y de la nieve tan dura como las piedras, pues todas ellas anunciaban la llegada de la estación de las flores que brotaban en la orilla del río.
Las estaciones eran como unos importantes y sagrados invitados Y todas ellas enviaban a sus heraldos: las piñas abiertas, las piñas cerradas, el olor de la podredumbre de las hojas, el olor de la inminencia de la lluvia, el cabello crujiente, el cabello lacio, el cabello enmarañado, las puertas abiertas, las puertas cerradas, las puertas que no se cierran ni a la de tres, los cristales de las ventanas cubiertas de amarillo polen, los cristales de las ventanas salpicados de resina de árboles. Nuestra piel también tenía sus ciclos: reseca, sudorosa, áspera, quemada por el sol, suave.
El ciclo anual de las 8 celebraciones resulta un método de trabajo evolutivo que posibilita que el cuerpo y la mente se vayan sincronizando según una pauta que establece al menos 8 oportunidades de conexión bastante eficientes, tanto para recibir información, como para aprovechar "las mareas" si hay algún trabajo mágico a realizar en mente.
Pero, más allá de esto, encontramos 8 puntos de enraizamiento dónde hacernos conscientes de la correspondencia a diversos niveles entre el mundo interior del individuo y el exterior que lo circunda, y a la vez al menos 8 puntos de autoevaluación, agrupando las celebraciones en grupos y viendo la conexión entre ellas (por ejemplo, en grupos de tres se marca la relación entre pasado/de dónde vengo, presente/dónde estoy y futuro/en qué dirección avanzo... y si es hacia allí dónde quiero ir o hay que corregir el rumbo).
Y, sin embargo, no hace falta un listado de rituales para eso, ni estar pendientes del calendario, sólo entrenar la percepción adecuada tanto hacia nuestro mundo interno cómo el externo. Es comprensible que en los inicios del acercamiento a la materia, uno adquiera uno o varios manuales y realice por un tiempo en las fechas estrictamente marcadas por la literatura, los mismos rituales... es el modo por el que uno entrena cuerpo y mente para la sincronización con una pauta de trabajo. Pero cuando estas prácticas se prolongan más allá de lo necesario, es como si un ciclista tratara de participar en una carrera usando ruedecillas auxiliares.
Tan sencillo como que una vez aprendemos a nadar, dejamos de lado el flotador, y con ello adquirimos seguridad y libertad de movimiento, también hay un momento en el que empezamos a reconocer los ciclos y momentos internos y externos, e, independientemente de la tradición a la que nos hayamos adscrito, encontramos la manera más apropiada para nosotros de trabajar con ellos.
Como con tantas otras cuestiones, ni la más elaborada de las literaturas puede suplir la experiencia personal, y al acercanos a uno de estos puntos de conexión, deberíamos estar dispuestos a vivenciarlo más allá de la costumbre o de la intelectualización (sin descartarlas), también a través de los sentidos y desde el centro de nuestro ser.
De este modo recuperaremos nuestras docenas de estaciones particulares, como puertas que han permanecido invisibles, esperando a ser cruzadas, esperando mostrar el tesoro de su interior; tanto si alguna vez las perdimos, por encajarlas a la fuerza en otras estructuras por no coincidir con las divisiones establecidas, como si nunca las llegamos a percibir.
0 comentarios:
Publicar un comentario