jueves, 30 de diciembre de 2010

El pájaro de fuego


Ilustración para "El pájaro de fuego"

Otra llamada
que la del bosque, hace pura
la umbría insomne.
Yo voy delante. ¿Sigues?
No me giraré. ¿Me amas?

Carles Riba, Del Foc i del joc (1946).


En el corazón del invierno se suceden los últimos días del año gregoriano, con su corte de recuerdos del tiempo en que crecimos; Reuniones familiares, campanadas y uvas, apartarse un poco del bullicio y pegarse al cristal empanado de la ventana para perder la vista en la oscuridad salpicada de luces de colores. Sosteniendo con fuerza un puñado de deseos, para dejarlos volar más allá de un cielo nocturno empapado de toda la expectación de un nuevo principio.
Podemos hacerlo en cualquier momento, pero culturalmente - y aunque a menudo no se aproveche como un trabajo real - conservamos la tendencia a reservar algo de este tiempo para la revisión de lo que ha pasado en nuestras vidas a lo largo del año que se va, y plantear nuevos propósitos para el que viene. Hace poco más de un año, con motivo del Solsticio de Invierno, hablé de las listas de compromisos, objetivos y deseos... (*)

La rueda del año me deja en otro punto esta vez, en aquello que sentimos cuando nos hallamos en el trance que discurre desde un final a un nuevo principio. Se suele emplear la imagen de la puerta, o del umbral, y sin embargo, rara vez cerramos los ojos para abrirlos en una realidad distinta. Sin embargo, a menudo el paso de un estadio a otro se asemeja más a un largo y angosto pasillo, un sendero poblado de fantasmas, como el que conduce del Inframundo a la luz del sol. Un recorrido imposible de cuantificar en tiempo o distancia, en el que como Psique, no podemos dejarnos atrapar por las espectrales manos que se tienden hacia nosotros, implorando nuestra atención y, como Orfeo, no podemos ni siquiera permitirnos mirar atrás. El mismo recorrido que lleva de la disolución a la germinación, de Samhain a Imbolg, en el que perdernos no significa ya morir, sino vagar por tiempo indefinido en la región de las sombras y despertar, tal vez, a la otra orilla de una vasta laguna de años de incertidumbre.

Puede no ser un recorrido agradable, cuando quedamos suspendidos entre el dolor por la pérdida y el deleite de aquello que está por llegar, entre nuestros deseos de felicidad y nuestra tendencia al autocastigo. Pero estamos preparados para ello, y podemos dejarnos llevar con confianza por la parte de nosotros que sabe lo que debe hacer. Somos más fuertes de lo que solemos considerar, sobrevivimos cuando el mundo de ilusiones que hemos dejado crecer a nuestro alrededor se derrumba, y lo hacemos, porque no somos ese reflejo pálido que lo recorre y juega a ser el rey, sino el ser que se permite proyectarlo. El despertar de esa conciencia que manteníamos en letargo puede ser como un gran pájaro de fuego alzándose y abrasando aquello que pueda impedirle batir sus alas. Y en muchas ocasiones la liberación no consiste tanto en romper un manojo de cadenas, sino en aceptar que nunca estuvieron ahí realmente.

Es comprensible que resulte aterrador, tanto cuando lo vemos como un cúmulo de factores externos que vienen a perturbar nuestro "statu quo", como cuando nos sentimos identificados con ello. Ir por el mundo destrozando aquello que ha tardado años en formarse y que, de alguna manera, "ya estaba bien", no suele hacernos sentir precisamente mejor con nosotros mismos. Solemos quedarnos a vivir por demasiado tiempo en un sueño petrificado, aunque la vida nos empuje siempre hacia adelante, incluso en el discreto destello de las pequeñas cosas.

Cuando el ave ígnea despliega sus alas y se dispone a emprender el vuelo, pensamos antes en aquello que va a terminar, en vez de en la bendición del vuelo. Posiblemente esta sea la causa de que suframos demasiadas veces los embates del monstruo de fuego al que insistimos en encerrar una y otra vez en la misma jaula imposible, y que sepamos tan poco del arte de volar, a pesar de que esté escrito en nuestra sangre como la canción más vieja del mundo.


***

Nota: (1) Lo justo es hablar de resultados cumplidos: 5 de 5 en lo que a compromisos respecta, 9'5 de 11 objetivos cumplidos y - para mi sorpresa - 16'75 de los 18 deseos. No todos eran fáciles, no hice trampas al respecto. Ahora doy las gracias por la realización de todos ellos, incluyendo aquellos que han traído con ellos alguna que otra lección dura de digerir. El tiempo dirá, al repetir la experiencia, si ha sido sólo una cuestión de "suerte", pero como experiencia considero que las estadísticas están a favor de volverlo a probar.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Solsticio de Invierno


Cada nuevo ciclo las mismas celebraciones nos muestran un aspecto diferente de su significado. El Solsticio de Invierno llega como una invitación a adentrarse en la oscuridad más profunda para abrazar las semillas de lo que vendrá, sintiendo su latido, percibiendo su luz como la de un joven sol que se erguirá de nuevo desde la raíz de la noche.

Curiosamente, esto puede suceder mientras las horas escapan, las tareas se juntan, las reuniones y compromisos se multiplican y unos días acaban por confundirse con otros en una carrera loca que, de no saber que en realidad no es más que un juego en el que decidimos participar, nos desesperaría.

También el primer aniversario del proyecto Ouróboros coincide con el Solsticio; Se estrena página en Facebook y otras actualizaciones que se irán viendo a lo largo de las siguientes semanas. Gracias y felicidades por este primer ciclo a todos aquellos que de una manera u otra han formado parte de este proyecto, y que sean muchos más :)

sábado, 11 de diciembre de 2010

El sueño del frío


Ilustración para "A Story for a Bear" (2002), por Jim LaMarche


Hay noches en las que la luna se envuelve en sombras. En su lugar, como surgidas del sueño de la reina celeste, brillan, nítidas y multiplicadas, las estrellas. Durante los meses fríos, también la Tierra parece volver hacia sí para acunar las preciosas semillas, adentrándose en un profundo sueño del que habrán de brotar los verdes de la primavera.
La llegada del frío invita al recogimiento, a ver el mundo a través de las ventanas de un hogar a resguardo de los rigores del invierno y disfrutar el lento transcurrir de las horas de oscuridad bañadas de silencio. Pensar en todo, también dejar de pensar, mientras contemplamos la llama de una vela o la respiración de un gato perezosamente acurrucado.

En ocasiones se asocia erróneamente el hecho de bajar el ritmo habitual con la letargia. Desde esta perspectiva descansar, es similar a detener o ralentizar por capricho una cadena de montaje programada para funcionar al máximo rendimiento, boicoteando las previsiones de producción. Pero los seres humanos no somos cadenas de producción, sino criaturas vivas y, por lo general, también criaturas pensantes. Llevamos asociados una serie de mecanismos infinitamente más complejos que una fábrica y , a pesar de nuestros intentos de emancipación del medio ambiente, nuestra naturaleza aún está más próxima a la del resto de seres vivos que a la de las máquinas.

De modo que el descanso constituye una necesidad básica; necesitamos descansar y reponernos. Cuando nos resistimos ello es cuando empezamos a funcionar a medias y la temible letargia entra en escena. En vez de proveernos un descanso reparador, y mantenernos adecuadamente despiertos en la vigilia, quedamos atrapados en un estado que no puede considerarse ni lo uno ni lo otro, y arrastramos día tras día una presencia lastimera, agotada y propicia al enojo.

Pero además de detener o ralentizar nuestro ritmo, necesitamos un tiempo propio. Además de establecer relaciones con el mundo que nos rodea, necesitamos crear y conservar un sendero hacia ese lugar seguro en el que nos encontramos con nosotros mismos. Y además de dormir, necesitamos soñar. Muchos de nosotros hemos crecido en una cultura que ha olvidado que al otro lado de lo visible existen muchas e importantes tareas que no conviene desatender si pretendemos conservar un cierto equilibrio existencial.

De algún modo hemos aceptado la peligrosa idea de que si algo no es percibido por otros, entonces sencillamente no existe. De ella deriva esa insana compulsión por mostrar, por realizar continuas demostraciones de cualquier cosa que queramos o nos guste tener, experimentar, o ser. Este apremio, a su vez relacionado con la falta de sosiego y reflexión, termina por robarnos de modo subrepticio la capacidad de vivir conscientemente (y disfrutar) aquello que exponemos con tal urgencia a otros sin pararnos a considerar que seguramente tendrán unos intereses distintos de los nuestros, que lo que nos empeñamos en mostrar no tendrá el mismo sentido, o ningún sentido, para ellos.

Tal vez no esté de más subrayar que, salvo alguna excepción que podemos ignorar sin mayor dificultad, al resto de la humanidad y, por supuesto, al resto del universo, suele importarle poco lo que hacemos con nuestro tiempo. A menudo los obstáculos, peligros, problemas e inconvenientes percibidos son mucho más terribles que los reales. Si hemos caído en una de esas corrientes que parecen arrastrarnos en contra de nuestra voluntad y que susurrarnos hora tras hora que el mundo nos presiona, también podremos salir de ella simplemente tomando conciencia de la situación real, evitandonos la estupidez de vernos ahogados en un charco.

En esta época relativamente cómoda en la que hemos nacido, las señales con las que nuestros cuerpos y mentes dan la bienvenida al invierno, constituyen también un recordatorio de aquel reino olvidado en el que el tiempo discurre de un modo particular, y al que, llegado el momento, todos somos llamados. De aquellas tierras abandonadas que esperan que su legítimo propietario las recorra, las trabaje y descubra sus tesoros.

Cuando desconocemos esta parte de nuestra realidad que permanece oculta a los ojos de otros, es posible que nos pánico quedarnos solos. Tampoco es extraño que nos agotemos buscando hasta los confines de la tierra ciertas respuestas que podríamos obtener si fuéramos capaces de guardar silencio. Cuando descuidamos las tareas que se llevan a cabo en este reino personal, tales como discernir nuestras necesidades reales (físicas, emocionales y mentales) y encontrar la vía adecuada para satisfacerlas, detectar aquello que cargamos innecesariamente y dejarlo ir, descubrir los modos en los que nos estamos poniendo obstáculos a nosotros mismos - y, aún más importante, porqué lo estamos haciendo - o planificar aquello que deseamos ver realizado en nuestras vidas, todo el sistema de nuestra vida "visible" se resiente. Funcionamos a medias, nos abandonamos a cualquiera de esas corrientes imaginarias que al tiempo que fosilizan automatismos alimentan el fantasma de la impotencia, y una letargia mucho peor que la imaginada se apodera de nosotros, sustrayéndonos, en dosis prácticamente imperceptibles, nuestra propia vida.

Hay un tiempo para cada cosa, un tiempo para descansar y otro para trabajar, para dormir y otro para mantenernos despiertos, para estar fuera y para estar adentro. Nuestro cuerpo, y también algún rincón de nuestra mente lo sabe y lo recuerda, y tiene la capacidad de reconocerlo, de llevarnos ante el umbral y guiarnos adecuadamente por los mundos del otro lado. Sólo tenemos que aprender a prestar atención.

martes, 30 de noviembre de 2010

Cruzar el bosque

No tengo miedo (2007), por Robertobas


Hace poco me preguntaban si ya no me interesaba la Magia, pues "ya no escribo como antes", es decir, como lo hacía hace tres o cinco o siete años... Ahora, el lugar que ocupaban listas de correspondencias ha sido invadido por traducciones literarias, y al lado de los antiguos mitos han ido apareciendo esas otras historias que la labor científica nos brinda, o me entretengo tal vez demasiado en buscar fragmentos e imágenes y en documentarlos.

Respondí que después de estos años conozco muchas más cosas de las que al iniciar el camino sabía - o incluso podía imaginar-, pero que, sin embargo, tras encontrarlas hay un largo proceso hasta digerirlas y hacerlas propias, y trecho aún más largo hasta llegar a aventurarse a tratar de comunicarlas a otros. No se trata de conocimiento hermético, y no hay secretos que guardar; hay muchas y variadas vías de acceso, muchos cauces que se reunen en ese camino que un día me decidí a seguir.


Hoy por hoy pienso, en ocasiones, en cierta novela cuyo protagonista era sometido a una tomada de pelo de dimensiones descomunales. A veces yo misma me siento así, sorprendida de las cosas que en algún momento he llegado a creer... Sin embargo, he adquirido un gran respeto por todo aquello que no sé, aquello que desconozco o que no ha estado en mi mano desvelar. Existen muchas cosas en el mundo que no serán válidas para nosotros, pero decir que no lo serán para nadie sería estúpido y precipitado. Supongo que esta es, al fin y al cabo, una prueba que muchos fallan al quedar atrapados en una rabia o una decepción que no se deben a otra cosa que a las propias proyecciones y expectativas.


Como el bosque encantado de los cuentos de hadas, una etapa más en la vida del buscador, en la que avanza a tientas por un paraje que no es completamente real, pero tampoco falso; Un bosque poblado de fantasmas y visiones que dependiendo de la naturaleza del viajero ayuda o condena, que puede atraparlo - a través del dolor o el placer -, o dejarlo pasar. No se puede aconsejar a nadie, a pesar del peso de ser cómplice, en cierta manera, de lo que tal vez para ese individuo en concreto se convierta en padecimiento; del mismo modo en que no se puede prevenir a nadie de sí mismo. Hay un momento en el que sabemos que no podemos hacer otra cosa que confiar en la persona, en que será capaz de orientarse y encontrar su camino aún entre esa niebla de la que surgirá transformado, confiando en que sea para bien.


El sentido de la Magia ha cambiado para mí. Como tantos otros, en el inicio, buscaba aquello extraordinario, aquello que estaba fuera de lo común. Sin embargo, paso tras paso la balanza se ha inclinado en el sentido contrario y todo cuanto he ido entendiendo me ha remitido a mí misma, todo me ha dicho que no se trata de buscar algo más allá, sino de sacar y limpiar aquello que nos separa de la maravilla natural de cada rincón y cada momento. La lejanía de las cosas más próximas puede ser en realidad abismal. Y, al menos en lo que a mi respecta, no he encontrado en manuales o discursos magistrales nada a lo que antes no me hubieran invitado con callada complicidad las palabras de algún escritor, o un conjunto de percepciones sensoriales procedentes de la más terrena naturaleza.

De modo que no me queda más que concluir que a menudo no sólo sabemos, sino que tenemos al alcance, todo aquello que pudiéramos necesitar para tener una vida buena y feliz, pero a pesar de ello insistimos en complicarla con dificultades prescindibles. En el tránsito de uno a otro estadio, raramente se puede traducir a palabras lo vivido, sino, con mucho, sugerirlo con más o menos éxito. Así, al menos por el momento, no puedo más que decir que pienso en reincorporarme a la Vida, discretamente, haciendo limpieza de todo aquello que me sobra, como la forma más alta de Magia que he conocido, esa que no necesita ni del nombre que se le pretende asignar.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Solsticio


Reconduzcámosla poco a poco, la vida,
poco a poco y con mucha confianza,
no por los viejos senderos ni por atajos
grandilocuentes, sino por el discretísimo
camino del hacer y deshacer de cada día.
Reconduzcámosla con dudas y proyectos,
y con torpezas, anhelos y desfallecimientos,
humanamente, entre ruido y angustias,
por la cuenca de los años que nos corresponde vivir.


En soledad, pero no solitarios,
reconduzcamos la vida con la certeza
de que ningún esfuerzo cae en tierra estéril.
Llegará el día en que alguien beberá a manos llenas
el agua de luz que brote de las piedras
de este tiempo nuevo que ahora nosotros esculpimos.


Miquel Martí i Pol,
L'àmbit de tots els àmbits (1980)

"Kamilah", retrato de la madre de Khalil Gibran realizado por el autor
al fondo se encuentra el relieve asirio de la leona herida (palacio de Nínive).

domingo, 21 de noviembre de 2010

Todo crecimiento

Monte Damavand (Irán), fotografía de Hamed Saber

Es impúdica la añoranza, confiere una extraña
complicidad a sentimientos y objetos,
traza con colores brillantes perfiles casi olvidados
y de todo saca provecho para adormecer y subyugar.

Con verdes de verano te lo digo, pero me recorren
la sangre y las palabras los primeros
escalofríos de un invierno plácido.

Mira, a lo lejos
siempre hay un punto en que azul y azul se confunden
tanto en el mar como en la tierra, más allá
la luz abreva plenitud y fuerza.

Quien llama a hacerse con vigor ni espera ni pide,
piensa el camino y lo hace.

Así todo crecimiento.
Miquel Martí i Pol,
Les clares paraules (1979)

martes, 16 de noviembre de 2010

El Descenso

Cuevas de Ailwee, Irlanda


El umbral puede aparecer tanto en lugares y fechas recurrentes, como en otros en los que tal vez nunca antes estuvo. Lo cruzamos: A veces, como un valiente acto de voluntad consciente; Otras por rendición, cuando dejamos de resistirnos a un llamado que aunque tal vez no pudiéramos definir con exactitud resulta lo suficientemente explícito como para provocar nuestro temor. También en ciertas ocasiones el descenso inicia sencillamente por distracción, sin imaginar que, de un momento a otro, nos veremos sumergidos en una realidad que no respeta el mismo orden de cosas que nuestra mente se ha acostumbrado a atribuir al mundo.

En rarísimas ocasiones sabemos qué nos espera y, sin embargo, independientemente de aquello que nos ha llevado a cruzar la delgada frontera, una vez nos encontramos en el camino que discurre al otro lado, una parte de nosotros parece conocerlo a la perfección. Y se ve inundada por la alegría propia de aquel que regresa al hogar después de una larga ausencia, a pesar de nuestro lamento por aquello que debemos dejar atrás.

A menudo, al hablar de la muerte, se dice que no podemos llevar nada material con nosotros. Sin embargo, se omite el hecho de que hay mucha carga inmaterial de la que también será necesario prescindir incluso en estos intermedios vitales, incluso mucho antes de nuestra partida definitiva: emociones, ideas, patrones o estructuras que a medida que nos aproximemos a las profundidades se debilitarán y perderán, en más una ocasión, el sentido que una vez les dimos.

Mientras descendemos a través de las capas con las que hemos envuelto nuestro ser último para sobrevivir bajo el cielo, entendemos que elegimos una determinada manera de concebir el mundo, una determinada manera de interpretar la realidad que nos circunda, incluyendo a los demás, incluyéndonos a nosotros mismos. Y como en el antiguo mito del descenso de Inanna al Inframundo, es necesario que nos desprendamos de cada una de nuestras joyas, de nuestras telas, y de nuestra carne, de todo aquello a lo que nos aferramos... Hasta llegar a ese nivel en el que no reconoceríamos nuestra imagen si alguien nos pusiera un espejo delante para que pudiéramos ver la realidad de lo que somos, en lugar de aquello que creemos - que tal vez siempre hemos creído- ser.

A medida que descendemos más y más nos acercamos a ese seno en el que las cosas pierden su nombre y yacen, latentes, posibilidades sin límite. Por un momento, podremos ver todas las mentiras que nos hemos obligado a creer, por un momento seremos liberados de todo aquello que hemos acumulado de modo innecesario - que siempre es más de lo que creemos-.

En ese momento se nos permitirá preguntarnos acerca de lo que realmente queremos de nosotros mismos, del tiempo de vida que nos ha sido concedido: Ninguna excusa será permitida. Entenderemos que es una posibilidad real que se nos da a elegir. Iniciaremos el regreso.
La experiencia puede resultar difícil de digerir. Una vez en el mundo de la superficie, en no pocas ocasiones nos haremos a la idea de que sólo fue un momento extraño y lejano como un sueño. Nos convenceremos que la hermosa imagen que devolvía el lago no era la nuestra, que todos los patos y las gallinas del mundo tienen razón: los cisnes no existen y, aunque existieran, nosotros no seríamos uno de ellos.

A pesar de haber sido capaces de auyentar temporalmente los temores, las dudas, las mentiras, las excusas y el resto de ruidos que habitualmente pueblan nuestra mente no es raro que los dejemos volver a entrar, que, de hecho, los llamemos desesperados para que regresen y todo vuelva al orden habitual, por incómodo que éste sea.

Después del Descenso, podemos negar o aceptar la experiencia, pero no la olvidaremos. Por ello puede tanto liberarnos del sufrimiento como aumentarlo... Una y otra vez nuestra alma se asomará a las grietas de nuestra realidad construida, susurrándonos que hay siempre algo de artificial en ella, tratará de arrastrarnos a ese medio que conoce y añora, como un perro tira de su correa para acercarse a aquello que llama su atención, aunque no se lo deje ir.
Sin embargo, cuando se ha visto lo que a su debido tiempo todos pueden ver, y se ha empezado a comprender, la vida puede volverse algo mucho más sencillo y satisfactorio. Ciertamente ya no podremos usar el recurso a las culpabilidades ajenas y las excusas de cualquier tipo, pero adquiriremos las cualidades de un ser enteramente responsable y creador, con el derecho y el deber de elegir que va a hacer con su vida y llevar a cabo este proyecto con éxito.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Entre lobos

Fotograma de la película "Entre Lobos" (2010)

En la mitología y el folclore de muchas culturas alrededor del mundo aparecen con frecuencia dioses, héroes y ancestros fundadores que en su infancia fueron protegidos, o incluso criados, por animales. La idea es recuperada por la literatura, por ejemplo en El Libro de las Tierras Vírgenes de Rudyard Kipling (1894) o en la serie de Tarzán (iniciada en 1912) de Edgar Rice Burroughs, posteriormente llevadas al cine. A lo largo de la historia, sin embargo, se documentan numerosos casos reales en los que niños humanos han sobrevivido en condiciones silvestres gracias a la ayuda de otras especies animales. En 1758, basándose en estos hechos, el iniciador de la taxonomía moderna, Carl von Linne, llegó a incluir al homo ferus como una subespecie humana.

Entre las especies que han adoptado a niños humanos destaca el lobo: Cabe considerar que hombres y lobos comparten importantes aspectos en cuanto a su organización social, existiendo además factores biológicos que posibilitan el éxito a la hora de mantener al niño con vida.

En una manada de lobos sólo la pareja líder puede reproducirse, sin embargo, cuando esto sucede, los cachorros son criados por todo el grupo. De hecho, cuando una hembra de lobo alcanza su madurez reproductiva, experimenta cada año un "pseudo embarazo", durante el cual su estado hormonal es idéntico al del embarazo real, llegando a producir leche y siendo capaz de adoptar a los cachorros, pudiendo sustituir a la madre biológica si ésta llega a morir. La leche de loba es muy nutritiva, y en caso de prolongarse el periodo de lactancia, la producción de la misma puede prolongarse más allá del periodo común. Posteriormente, todos los lobos adultos de la manada contribuyen a la alimentación de los cachorros regurgitando la carne predigerida.

Cuando un niño humano es adoptado por una manada adquiere el estatus de cachorro, quedando a resguardo de represalias por parte de otros miembros de la manada. Entre los cuentos populares existen historias de lobas que roban niños humanos tras haber perdido a sus cachorros, para sustituirlos. Sin embargo es más probable que los niños recogidos por lobos fueran previamente abandonados por sus padres.

En la década de 1950 unos estudios realizados con niños autistas, hijos de americanos de clase media, revelaron múltiples similitudes con los niños ferales, criados por animales y recogidos de nuevo por humanos. Caminaban cuatro patas, les molestaba el ir vestidos y creaban refugios. No hablaban, y en ocasiones eran incapaces de reír o sonreír, sin embargo imitaban sonidos de animales, y preferían la compañía de éstos antes que la humana. Esto llevó a la hipótesis de que la causa de abandono de los niños por parte de sus padres fuera precisamente su autismo, mismo factor que posteriormente les hubiera ayudado a sobrevivir entre animales.

Sin embargo, existen casos que no encajan en estos parámetros, como el de Marcos Rodríguez Pantoja, el "niño salvaje de Sierra Morena". Marcos nació en 1946, en Córdoba (España). A los 7 años, fue vendido por su padre a un anciano cabrero de Sierra Morena. Algún tiempo más tarde, el anciano salió a cazar y no regresó, dejando a Marcos solo en la montaña. Hasta que dio con una camada de lobeznos y paulatinamente fue aceptado en la manada. En un documental de El Mundo se recogen sus declaraciones:

"Un día oí ruido detrás de unas rocas. Me acerqué y había unos lobeznos. Les fui a dar comida, a revolcarme con ellos… Vino la loba y lanzó un mordisco… Me fui… Un día estaba en la cueva y entró la loba. Yo me fui al fondo… Creía que me iba a comer… ¡Como antes me había atacado! Pero me dejó un trozo de carne… Me lo iba acercando… Y al final se acercó y la abracé… Y fueron confiando en mí. Yo les daba comida y jugaba con los lobeznos y poco a
poco, así, fue como me fui convirtiendo en el jefe de la manada
".


Marcos vivió con los lobos, y con otros animales como una zorra o una serpiente, durante más de una década. Contaba ya con 19 años cuando fue descubierto por un guarda y denunciado a la Guardia Civil. Marcos trató de defenderse, se consideró cazado. Fue llevado a Madrid y dejado al cuidado de unas monjas. Se trató de "civilizarlo", si bien esto no parece haberle reportado demasiados beneficios.

En 1979 el antropólogo Gabriel Janer Manila retomó la historia para su tesis doctoral, acerca de la problemática de los niños ferales. Años más tarde el mismo autor creó una novela infantil titulada "He jugado con Lobos". Éste era el material disponible al respecto cuando el director Gerardo Olivares, empezó a investigar sobre el caso de Marcos. Más tarde, a base de insistencia, Olivares consiguió localizar al propio Marcos, protagonista de la historia que el director se ha encargado de llevar al cine bajo el título "Entre Lobos". La película se estrena el próximo 26 de noviembre, pero ya ha motivado numerosos reportajes en los medios que han contribuido a la difusión de una historia, humana y animal, que supera con creces muchas de las figuraciones literarias con la que hemos crecido.



martes, 2 de noviembre de 2010

Una despedida





Hace tiempo que siento que debería escribir una despedida. No es una despedida para una persona, ni de un lugar; tampoco es una despedida de este sitio, ni mucho menos una despedida del mundo.

Podría decirse, de un modo genérico, que es simplemente una despedida de todo aquello que, a partir de cierto punto, queda atrás. Algunas cosas malas, algunas buenas, muchas que no son ni lo uno ni lo otro, o bien lo son según el momento en que las piense. Una despedida, un sello rojo y dorado como las hojas de este otoño que pronto se convertirá en invierno.

También es un reencuentro con algo que llevaba tal vez demasiado tiempo esperando para iniciar juntos un nuevo ciclo, de aquellos que se extienden a lo largo de los años. Es posible que en las próximas semanas escriba un poco menos, por un lado, hay mucho que hacer, por otro, todo principio conlleva un nuevo aprendizaje.

Colmada de agradecimiento, me despido y doy la bienvenida :)

sábado, 30 de octubre de 2010

Vida y Muerte


Beauty's Altar (1900), Hubert von Herkomer


La muerte forma parte de nosotros y de cuanto nos rodea, nos habita. Que no la queramos ver, que el miedo que despierta en nuestra cultura la disfrace de una cohorte de espectros, es otra cosa. Morimos un poco con cada respiración, con cada acto realizado, con cada pensamiento que eleva el vuelo y se pierde. Vivir es ir muriendo, ir muriendo es vivir, consumir el plazo indeterminado que nos ha sido otorgado. Queda bajo nuestra responsabilidad la tarea de dar un sentido a la experiencia.

A veces la Muerte tiene que acercarse más de la cuenta para que recordemos lo que la Vida es. En estas ocasiones nos asusta como cualquier extraño que invada y haga temblar nuestra ilusión de seguridad. Sin embargo podemos encontrarla también en nosotros mismos, caminando a nuestro lado, bajo aspectos menos aterradores. Podemos, sin miedo, ir conociéndola como hermana y amiga de la Vida, de nuestra propia vida. Cuenta grandes historias y nos enseña a desprendernos poco a poco de todo cuanto no resulta esencial, preparándonos, en cierto modo, para el momento en que sean nuestros huesos los que se desnuden de la carne, antes de verse reducidos a polvo o cenizas. Nos enseña dejar ir, a liberarnos de cargas y ataduras innecesarias, a aclararnos y purificarnos hasta que seamos capaces de expresarnos desde el mismo fuego vital que arde en nosotros, tan únicos como somos.

Cuando pensamos detenidamente en ambos conceptos, Vida y Muerte, haciendo el esfuerzo de ahondar en la relación de estos contrarios aparentemente irreconciliables, terminamos por aceptar que, de hecho, no pueden ser separadas. Como en la ilustración de Von Herkomer "Beauty's Altar", a medida que observamos empezamos a dudar si la vida emerge de una muerte derrotada que yace bajo sus pies, si por el contrario está condenada a ser completamente devorada por ella, o si sencillamente ambas cosas suceden al mismo tiempo. Pero más allá de estas primeras visiones surge aún otro interrogante; Si la exuberancia de la Vida y la sobriedad de la Muerte no son acaso dos aspectos, dos disfraces con los que vestimos a nuestro parecer una única realidad que de modo recurrente nos empeñamos en disociar.

viernes, 29 de octubre de 2010

"Altar de Muertos", Gabriela Ortiz / Kronos Quartet


Altar de Muertos (1997) es una composición basada en la tradición mexicana del Día de Muertos realizada por Gabriela Ortiz para el Kronos Quartet. Consta de cuatro movimientos titulados "Ofrenda", "Mictlán", "Danza Macabra" y "La Calaca", destacando por una singular puesta en escena que ha acabado formando parte de la misma obra al ser esta interpretada por otras formaciones.



domingo, 24 de octubre de 2010

Gandhi y la lata de atún

Hace tiempo que no publico una nota o fragmento de prensa. Sigo leyendo los periódicos, como un reto, un intento de localizar uno o varios destellos de algo más o menos esperanzador entre la habitual sucesión de desgracias. La proporción entre lo uno y lo otro no me abruma. Como he comentado en alguna ocasión, no se trata de obsesionarse con el mal, ni tampoco de ignorarlo o negarlo, sino de hacer algo que valga la pena ser hecho, a pesar la larga sombra que proyecta sobre nuestras vidas.

Sin embargo, las personas que se que se ocupan en hacer y crear esas cosas que valen la pena, y compartirlas con otros, que en resumidas cuentas llevan a cabo una activa resistencia en múltiples frentes contra el guión dramático que parece imponerse sobre la actualidad (y no me refiero a la mexicana, sino a la mundial), raramente se dan a conocer en estos grandes medios. Uno las encuentra más a menudo en sus casas, en sus centros de trabajo, en pequeñas comunidades, o en algún rincón de internet, un blog, un podcast. Cada vez que doy con uno de ellos, despiertan mi admiración. Cada vez que descubro que allí había alguien con la luz prendida, por pequeña que sea, y aunque yo, como tantos otros, la ignoraran hasta el momento, doy las gracias porque sean muchos los que están dispuestos a hacer algo bueno, en muchas ocasiones sin esperar nada a cambio.

Dicho esto, hace unos días encontré uno de esos escritos que contra la tendencia antes mencionada, sí aparecen en prensa, y nos animan a seguir haciendo lo que creemos correcto, a pesar de los pesares. Y aquí está.

Gandhi y la lata de atún
Verónica Murguía (Las rayas de la cebra)
Publicado en La Jornada, el 17 de octubre de 2010


"Mientras escribo estas líneas miro la portada de un libro editado por Thomas Merton que recoge algunas ideas de Mahatma Gandhi acerca de la no violencia y sus posibilidades espirituales y políticas. (...)

Yo aspiro a ser pacifista, pero soy la peor del mundo. En los días que precedieron el bombardeo de Bagdad hice como doscientos letreros en los que se leía simplemente la palabra paz. Iba por todas partes con mis letreros bajo el brazo y pedía permiso para pegarlos en los escaparates de las tiendas. Entonces entré a una de ésas en las que hay incienso, fuentecitas y ángeles por todos lados. Me pareció apropiadísimo para poner un letrero pacifista, pues en la puerta se ofrecía “ayuda espiritual” y vendían cuarzos, gotas de Bach y cosas tranquilizadoras. Me llevé un chasco. Dijeron que no y que “ellos no se metían en cosas de ésas”. Les menté la madre. Gandhi me hubiera puesto como chancla. Decía de la gente como yo: quienes aspiran a ser pacifistas pero persisten en ser violentos –una mentada de madre es violencia– son hipócritas, deshonestos y cobardes.

Después de este incidente han pasado muchas cosas. ¿Quién me iba a decir que mis carteles serían apropiados para la situación mexicana? (...)

Sigo siendo una pésima aspirante a la ahimsa o paz. Bastan diez minutos de propaganda del Senado, gobierno federal, la Fundación Fox, Televisa o TV Azteca, para que se me vayan los estribos. Pero mis reflexiones, vertidas en el molde de nuestra realidad, tienen la paz, la resistencia no violenta a la brutalidad y la preservación de lo humano, como tema.

Lo que me lleva a la lata de atún. Una noche iba de regreso a mi casa cuando escuché en la radio a dos periodistas quienes, estupefactos, se preguntaban qué pasaba que casi nadie llevaba ayuda a la Cruz Roja para los damnificados de Veracruz, Chiapas y Oaxaca. Decían, con razón, que en ocasión del terremoto que destruyó Puerto Príncipe, la ayuda fue tan abundante que no había dónde ponerla. ¿Y ahora?

Tengo una hipótesis: estamos exhaustos. Escuchamos a diario noticias de balaceras, levantados, narcofosas, etcétera. Los desastres naturales son la cereza de un pastel horroroso y, además, nadie quiere que le tomen el pelo y que su donación sea usada como propaganda política, o robada por funcionarios sin escrúpulos. En el caso haitiano, tal vez la gente se dijo: yo doy lo que pueda y que se hagan bolas en Haití. Si se lo roban, será asunto de sus conciencias.

Bueno, pues en este caso, dar la lata, aunque le pongan su calcomanía del PRI, como decían que estaba haciendo el gobernador de Veracruz, es resistencia pacífica. Sabemos lo que puede pasar, es decir, que hagan caravana con nuestro sombrero. Que acabe en la mesa de una persona corrupta. Lo sabemos. Nadie nos está haciendo tontos. Damos a pesar de ellos. Damos porque no podemos permitir que también nos quiten (junto con la posibilidad de trabajar y vivir en paz) la disposición a ser solidarios. Damos porque es una forma de diferenciarnos de ellos, los que están del lado de la descomposición y la indiferencia. Damos porque un acto solidario en estas circunstancias es un acto libérrimo y soberano. Nadie nos obliga a dar la lata de atún. Todo conspira en contra: el tráfico, el hastío, el temor a que no llegue a manos del hambriento, la desesperanza. Pero si lo damos a sabiendas de todo esto, nos alejamos del camino que lleva a este país a convertirse, de una sociedad, en una turba de gente con la boca abierta frente a la tele.

Demos, pues. "

Libertad, control y decisiones


Lilith (1892), John Maler Collier


Una persona libre, a la que no la puede comprar o condicionar, puede ser percibida como un peligro porque escapa de control. Por esto a menudo se intenta ejercer el control sobre ella a través de diferentes medios, presión, chantaje, amenazas, violencia... Obviamente, dado que sólo en raras ocasiones el ser humano está dispuesto a aceptar que se está metiendo donde no lo llaman, esta amplia gama de agresiones (veladas o directas) que tiene como objetivo tratar de controlar a otros, inicia con acusaciones.
El miedo proyecta fantasmas y hace volar la imaginación acerca de aquello que el individuo que no se puede subyugar a otra voluntad puede pensar, decir o hacer, así como disparar interminables elucubraciones respecto aquello que se puede criticar de él, pasajes y estancias "oscuros" de su vida, a pesar de que lo que éstos tengan de oscuros sea antes la ignorancia del acusador al respecto que cualquier clase de "mal". Así, las personas que escapan al control son acusadas, con razón o sin ella, de falta de obediencia, amabilidad, gentileza, etc. terminando por sentenciar primero que no son "buenos" o "buenas"; Luego, que son un peligro, y finalmente que son auténticos monstruos a los que "es necesario" dar caza, "poner en su sitio", derrotar, eliminar. Por supuesto siempre por el bien de "todos" - de unos "todos" perfectamente desconocidos, cuyos intereses y necesidades son igualmente ignorados, claro-.

Estas acusaciones delatan el temor a la libertad por parte del que señala y, con él, también el miedo a la propia libertad, al control sobre uno mismo ejercido por uno mismo; Cuando una persona se dedica al intento de controlar las vidas ajenas omite el hecho de que tiene una vida propia de la que ocuparse, faltando así a su primer deber, tal vez por miedo a que la tarea sea demasiado grande para él o ella.
En cierto modo es como si sostuviera un número infinito de cadenas y lazos esperando la ocasión adecuada para entorpecer el paso ajeno, mientras su propia existencia se agita en un desorden exacerbado y padece la traición de sus emociones. Por negligencia, ha permitido desviar su atención hacia un lugar equivocado, como un canal que en vez de servir para abrevar ganado y regar sembradíos se perdiera entre rocas, dejando morir aquello que se dejó a su cuidado. El peso de las cadenas en sus ocupadas manos, impide no sólo restablecer el orden básico y necesario para el desarrollo de una vida digna, sino también toda posibilidad creadora.

El controlador, el censor, el agresor se condena a sí mismo a una vida de miserias, materiales en ocasiones, existenciales siempre. Cuando se observa la vida encerrado en las prisiones que uno mismo ha construido, la libertad y felicidad ajenas son una ofensa y el confinamiento, castigo y sufrimiento ajenos constituyen un tibio consuelo que, por más que no alcanza a reparar el daño, al menos lo entretiene. Como todo aquel que deja morir la llama que lo anima y en vez de tratar de recuperarla trata de apagar ese fuego en otros, no espera sino el momento de dormitar en la ceguera de una oscuridad homogénea, puesto que una simple chispa es capaz de revelar las diferencias entre los hombres y recordarle aquello que hubiera podido llegar a ser... Aquello que, de hecho, aún podría llegar a ser si enfrentara su situación real. El controlador no es sino alguien que se ha rendido antes de tiempo, que no es capaz de reunir el valor para volver a empezar, y hacer las cosas bien.

Mientras realizamos nuestro propio camino, bien sea que hayamos dado unos pocos pasos, o que llevemos un largo recorrido, habrá momentos en que será más o menos fácil tropezar y caer en estas trampas, las cuales pueden herirnos o, lo que es peor, extraviarnos por una buena temporada. Así que es siempre importante permanecer atentos, porque el haber evitado una, o varias de ellas, no nos impide resbalar más adelante. Sin embargo, en lugar de colgarnos el patético y teatral cartel de víctimas - o verdugos - potenciales, lo más importante que se puede aprender de esta cuestión es la necesidad de liberarnos del temor a la libertad, a la ajena y a la propia, por ejemplo (y especialmente) a la hora de tomar decisiones.

Cuando debemos tomar una decisión, y queremos hacerlo bien, es normal que vayamos en la búsqueda de la mayor cantidad de datos al respecto. También es usual que esto nos lleve a una persona que sepa más que nosotros acerca de un tema determinado y a solicitar su consejo. Ahora bien, su consejo, incluso cuando pueda indicarnos una posible solución, no es una solución que provenga de nosotros, así que posiblemente no tenga en cuenta nuestras prioridades o incluso nuestros principios. Si lo seguimos a ciegas es muy posible que nos arrepintamos porque los resultados de nuestra decisión no tengan mucho que ver con nosotros mismos, con lo que respetamos o deseamos; mientras que si no lo hacemos es posible que nos llamen desagradecidos, estúpidos... o que nos espeten uno de aquellos manidos "ya te lo dije, pero no me hiciste caso" :) Sin embargo, si seguimos un consejo, y el resultado es nefasto, no es muy probable que la persona que nos lo dio - a la que, tal vez, se lo pedimos- sufra las consecuencias o se haga responsable de las mismas. Mientras que si cometemos un error por causa de una decisión propia, al menos sabremos que factores intervinieron y podremos comprender que hay que cambiar para la próxima.

Las responsabilidades que tenemos respecto a nuestra propia vida, al camino que seguimos, a la persona que somos, no se pueden derivar en otros. En la medida que comprendamos esto seremos libres. Y en la medida que nuestra libertad se manifieste de un modo auténtico, nos llevará cada vez más lejos del asedio de persecutores, censores y agresores... como un fantasma, como el mismo diablo que han formado en sus mentes enfermizas, si intenta atacar a un ser libre resulta que ya no está allí, si se lo pretende herir las armas no encuentran un blanco en el que dar.

viernes, 22 de octubre de 2010

Divinidades oscuras


Baba Yaga dines (2006), Forest Rogers


Hace ya años que, al menos en los círculos paganos, los términos "dioses/as oscuros/as" - como tantos otros- han sido bañados con el engañoso barniz de la familiaridad. Soy de la opinión que esta familiaridad es una especie de clave que nos permite sellar las mismas puertas que nos permitirían cruzar hacia lo desconocido, donde deberíamos enfrentar aquello que nos desagrada, que nos cuesta admitir, o que incluso nos produce un profundo temor.
Por esto, todo cuanto nos resulta demasiado familiar, de sobras conocido o "resuelto", debería ser revisado y repensado cada cierto tiempo, con el fin de evitar que nuestra capacidad de percepción, nuestra disposición a aprender y cumplir con las exigencias un camino que nos obliga a permanecer atentos, llegue a atrofiarse bajo la coraza de la apariencia, de la autocomplacencia o la letargia.

En la actualidad se han recompilado, y devuelto al conocimiento público numerosos mitos referentes a divinidades tanto "ensombrecidas" por la incomprensión de épocas posteriores a aquellas que en que se relataron, como consideradas oscuras desde los orígenes de la narración. Esto último deriva de esa cierta falta de criterio o indolencia tan común en nuestros días, que echa por tierra los esfuerzos de muchos investigadores y profesionales. Constituyendo una falta de respeto hacia la sabiduría de otras épocas, pero también hacia el público interesado en las mismas por otras razones que el entretenimiento.
Es un intento de domesticar lo indomable, cortar al tigre las garras y los colmillos para exhibirlo en el jardín de una mansión. Una cosa es tratar de disipar las sombras acumuladas, como capas de polvo, sobre una cuestión que fue olvidada y tergiversada con el paso de los siglos... en resumen, combatir la propia ignorancia - o los remilgos -. Otra, muy diferente, es negarse a aceptar que, sin importar la multitud de equívocas pantallas sobre las que la humanidad ha proyectado sus miedos, existe una oscuridad inasible e insondable en la que éstos tienen su origen. La cuestión no es vivir atemorizados, sino, en todo caso, ser capaces de mantener la serenidad aún contemplando la negrura de estos abismos.

Una vez subrayado esto, podemos regresar a aguas menos profundas, a las orillas de nuestro devenir cotidiano, para replantearnos el papel de lo "oscuro" en nuestras vidas, y la utilidad de esas recientes interpretaciones de los restos de antiguos conocimientos que han servido de base para crear una nueva mitología, propia de la época en la que vivimos y de nuestro particular contexto cultural y social.

Generalmente, cuando se habla de arquetipos oscuros, ya se trate de divinidades u otras entidades, se relaciona a éstos con determinados aspectos de un individuo. A menos que se esté hablando de personas con graves trastornos antisociales de personalidad, o incluso de psicópatas, raramente se hará alusión a esa dimensión última e incomprensible de la oscuridad, a la que sin duda es más sabio no despertar, y no ir a visitar. Por lo tanto, lo que encontramos en la mayoría de ocasiones es la exposición de una serie de aspectos relegados en cierto momento a los márgenes de lo comúnmente aceptado en un grupo social determinado - aún cuando, en otro contexto, puedan no sólo ser perfectamente aceptados, sino incluso fomentados y celebrados-.
Se trata, pues, de una serie de elementos antes ensombrecidos que propiamente sombríos, lo cual no implica que no constituyan un desafío, en ocasiones terrible, ante las pretensiones de comodidad de nuestra conciencia.

Enfundados en los márgenes de una cotidianidad más o menos recurrente, puede suceder que olvidemos echar de vez en cuando un vistazo a los márgenes del camino, que olvidemos que, de hecho, existen un cielo muy alto y una tierra muy profunda sobre la que se se siguen trazando una infinidad de caminos tan válidos como el que en ese determinado momento recorremos. Esto puede provocar una vaga ilusión de seguridad, sin embargo nos va aislando de nuestras propias posibilidades de desarrollo, y provoca a la larga cierto desgaste. Lo mismo sucede cuando reiteradamente, no sólo por la presión ejercida por parte de otros individuos sino especialmente por una serie de ideas que hemos interiorizado, tratamos de negar aquello que realmente somos o quisiéramos ser, hacer o experimentar.

Un aspecto de nosotros se alza tiránico por encima del resto, censurando y condenando aquellos que no se ajustan a los parámetros que impone. Con suerte, otros aspectos serán capaces de retarlo, de manifestarse y poner en duda la legitimidad de este poder absoluto, reclamando su espacio. Cuando hemos aprendido a escucharnos, a estar atentos a nuestras necesidades, el relevo que permite una auto-actualización se produce de un modo natural.
Sin embargo, cuando nos resistimos al cambio, nos aferramos a patrones de pensamiento y conducta que de hecho ya no resultan funcionales para nosotros, y negamos la evidencia de nuestra actual necesidad con una lista ilimitada de excusas, forzamos una revolución interna que raramente se manifestará de un modo apacible. A causa de esto, por ejemplo, no es extraño que cuando una parte de nosotros está reclamando una atención que no le es concedida, nuestras noches se pueblen de pesadillas o que empecemos a sentir molestias físicas, pudiendo llegar a dolencias de mayor gravedad, por efecto psicosomático. Obviamente como si de una sociedad humana se tratara, el aspecto que pretende eternizarse en el trono de dirigente, percibe este conjunto de aspectos insumisos como una molestia, una amenaza, un peligro, algo que surge de la oscuridad a la que fue relegado para cuestionar el orden establecido, pintándolos como heraldos del desorden, portadores de caos, y enemigos.

Loa arquetipos sombríos son aquellos cuya presencia nos resulta incómoda, pues viene a alterar un estado de las cosas en el que si bien tal vez no nos sentíamos cómodos, al menos ya estábamos habituados. Llegan para decirnos aquellas verdades que hemos tratado por todos los medios a nuestro alcance de desoír, y para ponernos a trabajar en aquello que, aún siendo de vital importancia para nosotros, hemos ido postergando día tras día. Nos hacen vestir andrajos para recuperar la humildad, contemplar lo desagradable para curarnos de espanto, tomar la medicina amarga para liberarnos de nuestras manías de criaturas malcriadas. Rompen, despedazan o tiran al fuego, sin compasión, las ilusiones, las falsas imágenes que nos hemos permitido acumular, nos enfrentan a un espejo y ponen el dedo en la yaga, la sal en la herida, casi deleitándose en ello, para que duela tanto que no podamos nunca más negar que está ahí, y que algo hay que hacer al respecto, pero también, al fin y al cabo, para recordarnos que somos humanos y estamos vivos.

Es preciso apuntar que estos arquetipos no sólo actúan como si una parte de nosotros nos martirizara, sino que en determinadas ocasiones nos prestan sus ropas y otros atributos para que nos pongamos en su papel, para que veamos a través de sus ojos, aumentando sensiblemente nuestra comprensión sobre el mundo que nos rodea y nuestra relación con otros. Es un hecho que no es agradable ser el malo de la historia, algo que con frecuencia nos lleva a dar mil rodeos y negarnos infinidad de cosas por el temor ya no de dañar a otros, sino de no contar su aprobación, de no cumplir con las expectativas vertidas sobre nuestra persona.
Nos obligan con frecuencia a dejar a un lado el temor que sentimos hacia nosotros mismos, hacia nuestras propias preferencias o anhelos, que normalmente no tienen nada de malo, aún cuando otros no los compartan o desaprueben. Los arquetipos sombríos nos sustraen del mundo cotidiano para llevarnos, de la mano o a empujones dependiendo de nuestra disposición al respecto, a la soledad donde distanciados -y protegidos- de influencias externas recuperamos para nosotros el sonido de nuestra propia voz. Y, habiendo perdido por el camino gran parte de la carga extra que usualmente llevamos, regresamos del encuentro más ligeros, más seguros, más serenos, y agradecidos.

Hay muchas cosas que los aspectos oscuros tienen por enseñarnos. Volverán cada vez que sea preciso a sacudirnos, de modo que si hacemos bien nuestra parte del trabajo, sus visitas dejarán de ser traumáticas y se espaciarán en el tiempo, tal vez incluso reduciéndose a recibir algún mensaje de tarde en tarde, sólo para recordar que no nos conviene bajar la guardia.