Ilustración para "El pájaro de fuego"
Otra llamada
que la del bosque, hace pura
la umbría insomne.
Yo voy delante. ¿Sigues?
No me giraré. ¿Me amas?
Carles Riba, Del Foc i del joc (1946).
En el corazón del invierno se suceden los últimos días del año gregoriano, con su corte de recuerdos del tiempo en que crecimos; Reuniones familiares, campanadas y uvas, apartarse un poco del bullicio y pegarse al cristal empanado de la ventana para perder la vista en la oscuridad salpicada de luces de colores. Sosteniendo con fuerza un puñado de deseos, para dejarlos volar más allá de un cielo nocturno empapado de toda la expectación de un nuevo principio.
Podemos hacerlo en cualquier momento, pero culturalmente - y aunque a menudo no se aproveche como un trabajo real - conservamos la tendencia a reservar algo de este tiempo para la revisión de lo que ha pasado en nuestras vidas a lo largo del año que se va, y plantear nuevos propósitos para el que viene. Hace poco más de un año, con motivo del Solsticio de Invierno, hablé de las listas de compromisos, objetivos y deseos... (*)
La rueda del año me deja en otro punto esta vez, en aquello que sentimos cuando nos hallamos en el trance que discurre desde un final a un nuevo principio. Se suele emplear la imagen de la puerta, o del umbral, y sin embargo, rara vez cerramos los ojos para abrirlos en una realidad distinta. Sin embargo, a menudo el paso de un estadio a otro se asemeja más a un largo y angosto pasillo, un sendero poblado de fantasmas, como el que conduce del Inframundo a la luz del sol. Un recorrido imposible de cuantificar en tiempo o distancia, en el que como Psique, no podemos dejarnos atrapar por las espectrales manos que se tienden hacia nosotros, implorando nuestra atención y, como Orfeo, no podemos ni siquiera permitirnos mirar atrás. El mismo recorrido que lleva de la disolución a la germinación, de Samhain a Imbolg, en el que perdernos no significa ya morir, sino vagar por tiempo indefinido en la región de las sombras y despertar, tal vez, a la otra orilla de una vasta laguna de años de incertidumbre.
Puede no ser un recorrido agradable, cuando quedamos suspendidos entre el dolor por la pérdida y el deleite de aquello que está por llegar, entre nuestros deseos de felicidad y nuestra tendencia al autocastigo. Pero estamos preparados para ello, y podemos dejarnos llevar con confianza por la parte de nosotros que sabe lo que debe hacer. Somos más fuertes de lo que solemos considerar, sobrevivimos cuando el mundo de ilusiones que hemos dejado crecer a nuestro alrededor se derrumba, y lo hacemos, porque no somos ese reflejo pálido que lo recorre y juega a ser el rey, sino el ser que se permite proyectarlo. El despertar de esa conciencia que manteníamos en letargo puede ser como un gran pájaro de fuego alzándose y abrasando aquello que pueda impedirle batir sus alas. Y en muchas ocasiones la liberación no consiste tanto en romper un manojo de cadenas, sino en aceptar que nunca estuvieron ahí realmente.
Es comprensible que resulte aterrador, tanto cuando lo vemos como un cúmulo de factores externos que vienen a perturbar nuestro "statu quo", como cuando nos sentimos identificados con ello. Ir por el mundo destrozando aquello que ha tardado años en formarse y que, de alguna manera, "ya estaba bien", no suele hacernos sentir precisamente mejor con nosotros mismos. Solemos quedarnos a vivir por demasiado tiempo en un sueño petrificado, aunque la vida nos empuje siempre hacia adelante, incluso en el discreto destello de las pequeñas cosas.
Cuando el ave ígnea despliega sus alas y se dispone a emprender el vuelo, pensamos antes en aquello que va a terminar, en vez de en la bendición del vuelo. Posiblemente esta sea la causa de que suframos demasiadas veces los embates del monstruo de fuego al que insistimos en encerrar una y otra vez en la misma jaula imposible, y que sepamos tan poco del arte de volar, a pesar de que esté escrito en nuestra sangre como la canción más vieja del mundo.
***
Nota: (1) Lo justo es hablar de resultados cumplidos: 5 de 5 en lo que a compromisos respecta, 9'5 de 11 objetivos cumplidos y - para mi sorpresa - 16'75 de los 18 deseos. No todos eran fáciles, no hice trampas al respecto. Ahora doy las gracias por la realización de todos ellos, incluyendo aquellos que han traído con ellos alguna que otra lección dura de digerir. El tiempo dirá, al repetir la experiencia, si ha sido sólo una cuestión de "suerte", pero como experiencia considero que las estadísticas están a favor de volverlo a probar.
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