viernes, 22 de octubre de 2010

Divinidades oscuras


Baba Yaga dines (2006), Forest Rogers


Hace ya años que, al menos en los círculos paganos, los términos "dioses/as oscuros/as" - como tantos otros- han sido bañados con el engañoso barniz de la familiaridad. Soy de la opinión que esta familiaridad es una especie de clave que nos permite sellar las mismas puertas que nos permitirían cruzar hacia lo desconocido, donde deberíamos enfrentar aquello que nos desagrada, que nos cuesta admitir, o que incluso nos produce un profundo temor.
Por esto, todo cuanto nos resulta demasiado familiar, de sobras conocido o "resuelto", debería ser revisado y repensado cada cierto tiempo, con el fin de evitar que nuestra capacidad de percepción, nuestra disposición a aprender y cumplir con las exigencias un camino que nos obliga a permanecer atentos, llegue a atrofiarse bajo la coraza de la apariencia, de la autocomplacencia o la letargia.

En la actualidad se han recompilado, y devuelto al conocimiento público numerosos mitos referentes a divinidades tanto "ensombrecidas" por la incomprensión de épocas posteriores a aquellas que en que se relataron, como consideradas oscuras desde los orígenes de la narración. Esto último deriva de esa cierta falta de criterio o indolencia tan común en nuestros días, que echa por tierra los esfuerzos de muchos investigadores y profesionales. Constituyendo una falta de respeto hacia la sabiduría de otras épocas, pero también hacia el público interesado en las mismas por otras razones que el entretenimiento.
Es un intento de domesticar lo indomable, cortar al tigre las garras y los colmillos para exhibirlo en el jardín de una mansión. Una cosa es tratar de disipar las sombras acumuladas, como capas de polvo, sobre una cuestión que fue olvidada y tergiversada con el paso de los siglos... en resumen, combatir la propia ignorancia - o los remilgos -. Otra, muy diferente, es negarse a aceptar que, sin importar la multitud de equívocas pantallas sobre las que la humanidad ha proyectado sus miedos, existe una oscuridad inasible e insondable en la que éstos tienen su origen. La cuestión no es vivir atemorizados, sino, en todo caso, ser capaces de mantener la serenidad aún contemplando la negrura de estos abismos.

Una vez subrayado esto, podemos regresar a aguas menos profundas, a las orillas de nuestro devenir cotidiano, para replantearnos el papel de lo "oscuro" en nuestras vidas, y la utilidad de esas recientes interpretaciones de los restos de antiguos conocimientos que han servido de base para crear una nueva mitología, propia de la época en la que vivimos y de nuestro particular contexto cultural y social.

Generalmente, cuando se habla de arquetipos oscuros, ya se trate de divinidades u otras entidades, se relaciona a éstos con determinados aspectos de un individuo. A menos que se esté hablando de personas con graves trastornos antisociales de personalidad, o incluso de psicópatas, raramente se hará alusión a esa dimensión última e incomprensible de la oscuridad, a la que sin duda es más sabio no despertar, y no ir a visitar. Por lo tanto, lo que encontramos en la mayoría de ocasiones es la exposición de una serie de aspectos relegados en cierto momento a los márgenes de lo comúnmente aceptado en un grupo social determinado - aún cuando, en otro contexto, puedan no sólo ser perfectamente aceptados, sino incluso fomentados y celebrados-.
Se trata, pues, de una serie de elementos antes ensombrecidos que propiamente sombríos, lo cual no implica que no constituyan un desafío, en ocasiones terrible, ante las pretensiones de comodidad de nuestra conciencia.

Enfundados en los márgenes de una cotidianidad más o menos recurrente, puede suceder que olvidemos echar de vez en cuando un vistazo a los márgenes del camino, que olvidemos que, de hecho, existen un cielo muy alto y una tierra muy profunda sobre la que se se siguen trazando una infinidad de caminos tan válidos como el que en ese determinado momento recorremos. Esto puede provocar una vaga ilusión de seguridad, sin embargo nos va aislando de nuestras propias posibilidades de desarrollo, y provoca a la larga cierto desgaste. Lo mismo sucede cuando reiteradamente, no sólo por la presión ejercida por parte de otros individuos sino especialmente por una serie de ideas que hemos interiorizado, tratamos de negar aquello que realmente somos o quisiéramos ser, hacer o experimentar.

Un aspecto de nosotros se alza tiránico por encima del resto, censurando y condenando aquellos que no se ajustan a los parámetros que impone. Con suerte, otros aspectos serán capaces de retarlo, de manifestarse y poner en duda la legitimidad de este poder absoluto, reclamando su espacio. Cuando hemos aprendido a escucharnos, a estar atentos a nuestras necesidades, el relevo que permite una auto-actualización se produce de un modo natural.
Sin embargo, cuando nos resistimos al cambio, nos aferramos a patrones de pensamiento y conducta que de hecho ya no resultan funcionales para nosotros, y negamos la evidencia de nuestra actual necesidad con una lista ilimitada de excusas, forzamos una revolución interna que raramente se manifestará de un modo apacible. A causa de esto, por ejemplo, no es extraño que cuando una parte de nosotros está reclamando una atención que no le es concedida, nuestras noches se pueblen de pesadillas o que empecemos a sentir molestias físicas, pudiendo llegar a dolencias de mayor gravedad, por efecto psicosomático. Obviamente como si de una sociedad humana se tratara, el aspecto que pretende eternizarse en el trono de dirigente, percibe este conjunto de aspectos insumisos como una molestia, una amenaza, un peligro, algo que surge de la oscuridad a la que fue relegado para cuestionar el orden establecido, pintándolos como heraldos del desorden, portadores de caos, y enemigos.

Loa arquetipos sombríos son aquellos cuya presencia nos resulta incómoda, pues viene a alterar un estado de las cosas en el que si bien tal vez no nos sentíamos cómodos, al menos ya estábamos habituados. Llegan para decirnos aquellas verdades que hemos tratado por todos los medios a nuestro alcance de desoír, y para ponernos a trabajar en aquello que, aún siendo de vital importancia para nosotros, hemos ido postergando día tras día. Nos hacen vestir andrajos para recuperar la humildad, contemplar lo desagradable para curarnos de espanto, tomar la medicina amarga para liberarnos de nuestras manías de criaturas malcriadas. Rompen, despedazan o tiran al fuego, sin compasión, las ilusiones, las falsas imágenes que nos hemos permitido acumular, nos enfrentan a un espejo y ponen el dedo en la yaga, la sal en la herida, casi deleitándose en ello, para que duela tanto que no podamos nunca más negar que está ahí, y que algo hay que hacer al respecto, pero también, al fin y al cabo, para recordarnos que somos humanos y estamos vivos.

Es preciso apuntar que estos arquetipos no sólo actúan como si una parte de nosotros nos martirizara, sino que en determinadas ocasiones nos prestan sus ropas y otros atributos para que nos pongamos en su papel, para que veamos a través de sus ojos, aumentando sensiblemente nuestra comprensión sobre el mundo que nos rodea y nuestra relación con otros. Es un hecho que no es agradable ser el malo de la historia, algo que con frecuencia nos lleva a dar mil rodeos y negarnos infinidad de cosas por el temor ya no de dañar a otros, sino de no contar su aprobación, de no cumplir con las expectativas vertidas sobre nuestra persona.
Nos obligan con frecuencia a dejar a un lado el temor que sentimos hacia nosotros mismos, hacia nuestras propias preferencias o anhelos, que normalmente no tienen nada de malo, aún cuando otros no los compartan o desaprueben. Los arquetipos sombríos nos sustraen del mundo cotidiano para llevarnos, de la mano o a empujones dependiendo de nuestra disposición al respecto, a la soledad donde distanciados -y protegidos- de influencias externas recuperamos para nosotros el sonido de nuestra propia voz. Y, habiendo perdido por el camino gran parte de la carga extra que usualmente llevamos, regresamos del encuentro más ligeros, más seguros, más serenos, y agradecidos.

Hay muchas cosas que los aspectos oscuros tienen por enseñarnos. Volverán cada vez que sea preciso a sacudirnos, de modo que si hacemos bien nuestra parte del trabajo, sus visitas dejarán de ser traumáticas y se espaciarán en el tiempo, tal vez incluso reduciéndose a recibir algún mensaje de tarde en tarde, sólo para recordar que no nos conviene bajar la guardia.

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