domingo, 17 de octubre de 2010

A las puertas de Samhain


Persephone (2003)

Caminamos a través de las estaciones, tratando de seguir el ritmo que nos marcan, como una rueda que gira desde tiempos inmemorables. Sin embargo, también ellas recorren los paisajes ocultos de nuestro ser, sucediéndose a su vez primaveras y otoños, inviernos y veranos. En ocasiones podemos sentir con toda claridad cómo uno de aquellos momentos naturales resuena en nuestro interior con especial intensidad.

Una tranquila tarde de domingo otoñal, no hace frío ni calor. El sol, retirándose muy lentamente tras las montañas, deja caer un manto de cálida luz dorada desde el alto cielo despejado hasta las calles empedradas y silenciosas, hasta las bulliciosas plazas llenas de niños que gritan y corren en locos juegos, de vendedores ambulantes, de familias que pasean, de amigos que se encuentran para ponerse al día, sentados en una banca, de parejas que en otro no perciben el gentío a su alrededor. Siempre presentes y por lo general ignorados por generaciones sucesivas, de vez en cuando las ramas de esos árboles gigantescos, con troncos más gruesos que columnas, son agitadas por una suave corriente de aire, por encima del constante borboteo de las fuentes de piedra, mientras las aves van y vienen desde los rincones de los relieves más altos de la vieja iglesia. Uno puede pasar por allí, como un observador fugaz que agradece aspirar en silencio una bocanada de esa benevolencia atemporal, que resiste el sitio de la vorágine de la ciudad.

Porque del mismo modo que los árboles, las aguas y las aves saben de esta luz serena que baña al mundo, aunque las gentes lo ignoren, saben también de las sombras que se extienden junto a las noches frías, aunque las gentes lo ignoren. Y del mismo modo que la oscuridad precede a la aurora, la serena calidez de estas tardes suena como un canto de despedida que se cruza con el viejo llamado que nos empuja a cruzar ese umbral que nos aguarda para adentrarnos en lo olvidado y aún lo desconocido. Olvidado y desconocido a pesar de que lo habitemos y nos habite.

A las puertas de la víspera de Noviembre, el mundo entero se transforma por completo ante nuestros ojos, adquiriendo un matiz onírico. Seguimos el ritmo marcado de lo cotidiano, levantarnos, ir a trabajar, preparar las comidas, limpiar la casa... pero algo nos envuelve aislándonos sutilmente de todo ello, permitiendo que lo veamos con unos ojos que comprenden la infinidad de opciones que se esconden entre un segundo y otro y que podrían abrirse como grietas, como abismos insondables, dar nacimiento a toda serie de sucesos y personajes y convertir nuestra vida en algo irreconocible. Y esa cotidianidad a la que estamos tan acostumbrados, reivindica su faceta maravillosa, por el simple hecho de no desintegrarse de un momento a otro. Sin embargo, en el mismo momento en que nos damos cuenta de ello, sabemos que nos toca dar algunos pasos sobre uno de esos caminos sin nombre posible y que una parte de lo que conocíamos quedará atrás.

Se dice, a modo de advertencia, que cuando se firma un pacto con el diablo éste tarde o temprano vendrá a cobrar su parte... Lo que raramente se advierte es que esta ley se cumplirá siempre que asumamos un auténtico compromiso con fuerzas mayores - internas o externas según cómo se quiera ver- a nosotros. Tarde o temprano se exige nuestro pago, según las condiciones que ya entendemos, pero cuando andamos por el camino correcto - aquel que nos pertenece y al que pertenecemos - , respondemos con el sacrificio requerido, sin escusas, sin condiciones. Sabemos que estamos preparados para ello, entregándonos sin reservas, colmados de agradecimiento.

Agrademos todo lo bueno y hermoso que la Vida nos ha permitido experimentar, sin codiciarlo, sin tratar de retenerlo cuando llega el momento de la separación. Pero agradecemos también las decepciones, medicina amarga que nos acerca a la verdad y pone a prueba cuánta realidad podemos aceptar sin sucumbir al impulso de la huida, pues hablan de nosotros mismos - de nuestra ignorancia - antes que de cualquier otra cosa. Agradecemos a todos aquellos que por malicia o desidia nos negaron su ayuda, porque nos permiten descubrir aquello que somos capaces de hacer por nosotros mismos. Agradecemos los ataques y la difamación, que nos permiten responder la cuestión de si seremos capaces de seguir en pos de nuestros sueños o nos permitiremos desviarnos por cualquier insignificancia. Agradecemos incluso la pérdida de aquello que nos ha costado esfuerzo lograr, porque nos enseña que nada se pierde en realidad... Que nada de lo que vivimos es en vano, pues lo que el tiempo puede llevarse nos deja algo mucho más valioso, aquello que nada nos podrá quitar.

Como en el viejo mito del descenso de Inanna al Inframundo, el pago es un desprendimiento, capa por capa, que nos acerca a la desnudez última capaz de revelar el núcleo de nuestro ser. Un aprendizaje que nos muestra que mientras este centro siga intacto, el resto del universo podrá desintegrarse y ser nuevamente creado.

El camino que nos lleva a descubrir lo que realmente somos, lo que realmente queremos, nuestra propia forma de magia, no es fácil. Nuestro primer y tal vez único enemigo son nuestros errores de percepción. Podemos perder en el proceso muchas cosas que nos gustaban o nos hacían sentir cómodos, pero podemos perder también miedos y prejuicios, dependencias e inseguridades. Despertar desnudos y solos en la oscuridad y sentir, no obstante, una felicidad indecible por poder levantarnos y movernos con una libertad desconocida hasta el momento, agradecidos, satisfechos y admirados ante la Vida que nos espera.

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