viernes, 21 de mayo de 2010

Desapego


Gingko (2004), Jia Lu


Una de las capacidades que presentan mayor dificultad a la hora de ser interiorizadas es el desapego, es decir, el no aferrarse a las cosas, personas o ideas que encontramos a lo largo de nuestra vida. Saber que todo a nuestro alrededor, y también dentro de nosotros mismos, constantemente se transforma y cambia, y que este cambio sigue pautas mayores, que pueden escapar a nuestra comprensión en un momento determinado.

No aferrarse a las cosas, entendidas como elementos del mundo material, es un primer paso para muchos. Muchas culturas y enseñanzas han hecho hincapié en este punto, en referencia a las posesiones o riquezas materiales, y también han sido frecuentemente malentendidas. No se trata de deshacerse de todo elemento material, sino de comprender que, dado que nuestro ser no depende en ningún caso de ello, su presencia o ausencia no tiene mayor relevancia. Esta noción de desapegarse de las cosas materiales no se restringe a las riquezas o excesos, puede referirse a cosas más básicas. Si llegamos a perder documentación, o un recuerdo de alguien querido, podemos sentirnos muy enojados o tristes, pero esas emociones no nos van a ayudar a resolver nada. En el caso de la documentación, deberemos renovarla, y en el caso del objeto su desaparición no borrará ese recuerdo que consideramos tan importante, porque está en nosotros mismos.

Entre las bondades del desapego esta, por lo tanto, eliminar el miedo y el sufrimiento por la pérdida. Y esto también se aplica en las relaciones con otras personas, las cuales aparecen en nuestra vida física para acompañarnos por un tiempo. Aquí el desapego no consiste sólo en aceptar que estas personas pueden irse del mismo modo en que llegaron, y que así como antes hubieron otras, otras llegarán después; Sino en comprender que aún cuando estén caminando a nuestro lado lo hacen por un sendero propio. El desapego implica dejar que cada persona tenga su espacio y su tiempo, aún cuando no siempre quiera o pueda compartirlos con nosotros, implica dejar ser a los demás en una relación, y aprender a dejarse ser a uno mismo.

Es difícil cuando un ser querido se va no sentir la tristeza de la despedida, pero el desapego nos ayuda a que esa tristeza no se convierta en desesperación ciega, y pueda diluirse en un sincero agradecimiento por la experiencia vivida, abriéndonos a nuevas experiencias y posibilidades.

Nuestra vida no termina cuando nos despedimos, voluntaria o forzosamente, de las cosas y las personas, muy al contrario nos empuja aún cuando pretendamos negarnos a seguir. Y así, aunque pretendamos no estar haciendo nada, nuestro organismo sigue reclamándonos alimento, nuestro corazón sigue latiendo y nuestro sistema respiratorio funcionando, a la espera del día en que decidamos dejar atrás nuestro abandono. Sobrevivimos a la circunstancia, por horrible que esta pueda parecernos, y con el paso del tiempo va perdiendo importancia hasta el punto en que nos cuesta comprender cómo fue - o cómo pudimos permitir - que nos afectara tanto.

Es posible que, ahondando en la cuestión, nos demos cuenta que no nos aferramos realmente a las cosas y a las personas, sino a las emociones que despiertan en nosotros o a las ideas que relacionamos con ellas. Estas emociones e ideas pueden ser positivas tanto como negativas; apegarnos a experiencias positivas nos paraliza a través del miedo de la posible pérdida, mientras que apegarnos a experiencias negativas nos paraliza a través del sentimiento de impotencia.

Existen muchas cosas, de toda índole, a las que nos aferramos, aún sin ser conscientes de ello. No se trata de querer más a nuestro coche que a nuestros hijos, o de pensar que si nuestra actual pareja nos deja correremos a tirarnos del puente más cercano. Nos apegamos cualquier cosa a través de la cual estemos pretendiendo definirnos en tanto que personas, ya sea un trabajo que realizamos maravillosamente, o un trauma del pasado que nos negamos a superar. De hecho, muchos apegos provienen de nuestro empeño en encajar en una imagen determinada que hemos forjado de nosotros mismos, y que insistimos en mantener, en lugar de estar dispuestos a actualizar.

Nos aferramos a nuestras propias emociones e ideas, ya se refieran al mundo externo, a los demás o a nosotros mismos. Por eso en nuestro aprendizaje mágico será importante discernir quién tiene el derecho y el deber de manejar la máquina de construir la realidad. No es nuestra parte física, ni la emocional, ni siquiera la intelectual; Es la conciencia que queda por detrás y por encima de ellas la que debe tener el control. La parte que permanece mientras todo pasa y ve y percibe aquello que escapa a nuestros sentidos y, en ocasiones, incluso a nuestra percepción.

El desapego nos ayuda a comprender que somos seres completos e independientes, nos enseña que no somos poseedores (ni posesiones) de nada ni nadie, que somos libres para elegir aquello que hacemos con nuestras vidas y responsables de nuestras elecciones.

Ahora, una cuestión que suele surgir entorno al desapego es cómo aplicarlo a la magia. ¿Cómo es posible que alimentemos un deseo, que nos fijemos una meta y estemos emprendiendo acciones, para luego fingir como que ésta no nos importa en absoluto?

He comentado en otras ocasiones que la vida mágica no se restringe a los momentos en los que nos hallamos dentro del círculo, prendiendo una vela o agitando la varita... que la vida es mágica de por sí, hasta en su aspecto más estúpido y la cuestión es ser consciente para participar de ello (1). Estar consciente de esa magia significa tener la absoluta seguridad de que todo cuanto uno necesite, acudirá en el momento preciso y del modo más adecuado. Agradecerlo todo y, a partir de ahí, llamar a lo que sea que uno pueda querer en un momento dado: Porque se quiere experimentar, así, sin más... No usando excusas del tipo que si no se nos concede se nos acaba el mundo.
Si uno está bien alineado con lo que es, con su "verdadera" e íntima voluntad, no hay razón alguno para que el deseo en cuestión no llegue a materializarse. El desapego en este caso es tener presente que si por cualquier motivo que escapa a nuestra comprensión aquello que estamos llamando no llegara a materializarse, o no lo hiciera en el modo exacto en el que lo hemos imaginado, no pasaría absolutamente nada. Si alguno de nuestros intentos no da los resultados esperados, y nos damos por vencidos, es que no lo queríamos tanto. Pero insistir no significa tratar de forzar las cosas, así que si algo "falla" posiblemente valga la pena volver a la raíz y replantearse la situación: tal vez nuestra formulación no estaba clara, había algo que no podíamos ver, o incluso estábamos centrándonos en una imagen tan concreta que restringía lo que en realidad podemos conseguir.

Cuando somos incapaces de desapegarnos, cada vez que algo no sale como esperábamos lo convertimos en un problema. El desapego nos da la capacidad de disfutar sin temor las experiencias positivas y no dejarnos apocar por las negativas, aprendiendo de todas ellas a medida que se suceden.


Notas:

(1) Recientemente en Axis se publicó la traducción de un artículo de J.L. Colnot, titulado "La evidencia de la gracia", bastante esclarecedor al respecto.

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