domingo, 11 de julio de 2010

Prescindir del juicio


Hercules at the Crossroads (1742), Pompeo Batoni

En todo inicio existe una tendencia a la radicalidad. En parte este es el motivo por el que por ejemplo, durante nuestra niñez, cuando identificamos algo como bueno nos parezca imposible que al mismo tiempo pueda ser malo, o de que en nuestra adolescencia pretendamos que todo deba encajar en estrictas categorías. Sin embargo, tarde o temprano un destello de conciencia se encargará de demostrarnos que la realidad es algo más compleja de lo que solíamos creer y es muy posible que incluso antes de llegar a adultos todos nos hayamos arrepentido en una o más ocasiones de algo que decidimos a raíz de un juicio precipitado.
Si permanecemos en la línea radical, la experiencia puede llevarnos al extremo contrario, aquel en el que nos negamos a tomar partido, hacer una elección o tomar una decisión debido al miedo de equivocarnos, de cometer otro error de juicio lo que a su vez nos lleva a una parálisis de actuación.

Muchas tradiciones apelan a la idea de que no es necesario juzgar, y es posible que todo error de juicio provenga de que el juicio, en sí, constituya un error de percepción. Entendemos que juzgar es señalar una opción como correcta y condenar su opuesta: Juzgamos algo como correcto, luego, todo lo demás no lo es, no puede serlo. A través del juicio reducimos la amplia gama de opciones que cualquier situación conlleva a un contraste entre dos opuestos, lo que a su vez empobrece terriblemente nuestra percepción de la realidad, pero también nuestra capacidad de movernos de un modo efectivo en ella.

Está claro que a lo largo de nuestras vidas no podremos mantener eternamente todas las posibilidades potenciales, y será preciso, para llegar a realizar alguna de ellas, elegir entre dos o más opciones, cada una de las cuales conllevará la apertura de unas puertas y el cierre de otras. Sin embargo, nuestras decisiones serán más acertadas cuanto más aprendamos a prescindir de esta necesidad de condenar las opciones descartadas, pues cuando elegimos a través del juicio es muy probable que nuestra supuesta elección no provenga sino de una respuesta automática a un condicionamiento previo. Esto implica que nuestro juicio pueda no ser tan nuestro como creíamos, sino que incluso pueda no tener nada de racional.

Juzgar puede parecer una necesidad imperiosa para mantener un cierto orden en "nuestro" mundo, y dado que nos ayuda a dar un sentido al cúmulo de percepciones que llegan a nosotros rara vez nos planteamos que el mundo pueda estar en perfecto orden tal como es. Rara vez nos planteamos que existan otras opciones de las que alcanzamos a distinguir, y aún más raramente aceptamos que otras opciones, al margen de la que elegimos, sean igualmente válidas o correctas. De este modo levantamos, piedra sobre piedra, los muros que habrán de apresarnos de perseverar en la actitud del juicio.

Queremos estar seguros de que tomamos la mejor elección posible, incluso cuando asumimos que podemos estar equivocados, y esto desemboca más tarde en otros errores adicionales como las ilusiones del fracaso o del triunfo. Sabemos que la vida da muchas vueltas, sabemos que todo cambia y que el futuro, nuestro propio futuro, es un misterio que se descubrirá a su debido tiempo, ni un segundo antes... pero aún así insistimos en imaginar que existe para nosotros la posibilidad de un camino único, trazado con anticipación.

Un verso de Martí i Pol que responde esta incógnita en pocas palabras: "Todos los caminos son buenos para caminar". No importa si avanzamos rápido o lento, si tropezamos con un obstáculo o lo superamos, si encontramos un atajo o nos perdemos en un desvío: Es el acto de caminar lo que construye el camino, y es el individuo el que le da la característica de único.

A medida que avanzamos, y maduramos, nos liberamos progresivamente de la necesidad de identificarnos con posicionamientos y categorías preestablecidos, demasiado rígidos o estáticos, y nuestro mundo se hace rico en complejidades y matices. En la medida que aprendemos a conciliar los aspectos aparentemente contradictorios de la vida que nos salen al encuentro, sustituimos la necesidad de juicio por las capacidades de deliberación y discernimiento.
Aprendemos a considerar serenamente las posibilidades u opciones que se nos plantean, teniendo en cuenta todos aquellos elementos que al menos por ahora escapan a nuestra visión, y en función de la información disponible, apelamos a nuestra voluntad profunda y hacemos una elección, que será la que mejor se ajuste a lo que somos en ese momento. Y en lugar de pasar tres días sin dormir barajando el resto de posibilidades que dejamos atrás, o reiterando la condena a todas las opciones descartadas para terminar de convencernos de que la elegida es la "buena", seguimos tranquilamente nuestro camino. Realmente podríamos haber tomado otro, pero en el fondo no tiene mayor importancia, pues incluso si erramos nuestra dirección volveremos a recuperarla sin problemas mientras conservemos la intención correcta.

Tomemos la opción que tomemos, siempre habrá argumentos a favor y en contra de ella, tanto en nuestro entorno como en nuestro interior. Iniciar o entrar en interminables debates para tratar de defenderla, de justificarla, de sobreponerla a otras o de convencer a otros requerirá de un de valioso tiempo que deberíamos plantearnos si merece la pena invertir en tales propósitos. Lo que es, no requiere que nadie le de permiso para ser; podemos relajarnos. Podemos dejar de atacar , porque no va a servir, y podemos dejar de defendernos, porque es innecesario.

Cada persona en este mundo toma sus decisiones, más o menos conscientes, pero suyas al fin y al cabo. Muchas veces ignoramos los motivos que la llevan a ello. Que estemos de acuerdo o en desacuerdo no va a cambiar las cosas allá afuera, sin embargo, tanto la voluntad de comprensión como el respeto al misterio que no está en nuestra mano desvelar, puede ayudar a transformarnos a nosotros mismos desde el interior.
Cuando nos liberamos de la necesidad de juzgar crecen nuestra visión y nuestra comprensión profunda acerca del mundo y de nosotros mismos, obligándonos a crecer con ellas para poder contenerlas. Es posible entonces comprender una decisión, actitud o acción ajena (o propia, localizada en el pasado), sin tener por ello que estar de acuerdo o compartirla. Y es posible que no las entendamos en absoluto, y sin embargo este factor no desate la confusión en nuestro interior.

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