Els fruits saborosos (los frutos sabrosos) es un libro de 18 poemas de Josep Carner, publicado por primera vez en el año 1906. Situando al lector en un ambiente bucólico, el autor evoca diferentes etapas y experiencias de la vida humana, enlazándolas con las características de diferentes frutos.
Dado el rico vocabulario y las formas complejas empledas por Carner, siento que cualquier traducción comporta una pérdida significtiva respecto al original, sin embargo, con la única intención de dar a conocer la obra, siguen a continuación traducciones libres de algunos poemas que ilustran el viaje de la infancia a la vejez.
Como las Fresas
La abuela come fresas de antes de San Juan;
para que sean más frescas, las quiere regogidas por un niño.
Por eso la nieta menor, que es Pandara,
sabeís, la que se encanta ante la claridad
y va creciendo tranquila y en admiración y a veces,
cierra los ojos, levanta al cielo la cara,
ella, que aún no dice palabras bien armadas
y las mezcla en una música de los sentidos,
recoge ahora las fresas agachada,
la punta de los dedos teñida de rosa.
Cada mañana la sientan, protegida del viento,
en el lecho de las fresas.
Y mira como el airecillo agita sombras ligeras,
y el cuerpecillo decanta antes que el pensamiento.
Le place la correhuela y aquel herbaje tan fino,
y cree que el cielo se acaba tras el jardín.
En vano la fresa cubría su don;
al sacar las fresas del refugio sombrío,
Pandara se ruboriza, trabaja, se extasía:
si ha encontrado más de una, levanta los ojos y ríe.
Pandara siempre ha visto el cielo sereno;
ignora la tempestad y el grito de las brujas.
Es fe y es vida de ella la luz que todo lo envuelve.
El mundo, en maravillas y juegos ajetreado,
es pequeño y rojo y fresco como las fresas.
Aglae y las naranjas
Aglae, bajo un bello naranjo detenida,
de lejos oye a las hermanas como pájaros al viento.
Ya no va a encontrarlas por la hierba y el rocío,
su cara pálida a causa un gran desfallecimiento .
Ella danzaba y reía recién casada con Drias,
altiva entre el ruido, gozosa de la luz.
Y ya del huerto se esconde por las desiertas vías
y aún se hace más blanca, perdida entre el perfume.
Y llega a las naranjas, las recoge y se las lleva;
la sed, con sólo mirarlas, hace brillar sus ojos.
Muerde un fruto y entorna los ojos como una muerta
y con ambas manos afloja el peso del cabello.
Y Aglae, ya recuperada, se mece en la esperanza;
con un suspiro muy tierno levanta el pecho caído;
si pudiera besar el niño que ya se acerca,
latido tan cercano y tan desconocido.
Ve la piadosa naranja que fue bella,
y yace abandonada del riego cerca del espejo.
La suerte de la esposa se transparenta en ella:
volverse exprimida y fatigada por la frescor del hijo.
Eglé y la sandía
Llegan las comadres. Riendo, haciendo de tripas corazón,
se pasan una sandía que es la más grande del huerto;
sus maridos están en la villa, y han merendado juntas,
y juegan a atraparse sobre los trigos deshechos;
hacen algazara, saltan, empiezan cancioncillas;
va rodando la sandía y aplasta los pies distraídos.
El atardecer desangrado hace temblar la hierbecilla.
Una comadre esgrime el fuerte cuchillo.
Dice que es Eglé, la mujer de ese hombre tan pequeño,
que asusta a las cuñadas y supera a su marido.
-¡A mí! -dicen las amigas, gritando a la vez.
Y, rebasándolas a todas, Eglé responde irada:
-¡No sea de nadie la primera rebanada!
A tí, la luna roja, la lanzo en sacrificio,
ahora que con innumerables estrellas por seguicio,
roja como la sandía, sonríes a cada quien:
rueda de amor que encantas caseríos, caminos y matorrales,
si nos ves alborotadas devuélvenos a la razón.
No nos haga el amor dóciles, estaríamos locas;
si no nos menguaran, bien lacra o bien carcoma.
Es cosa fatua el vivir cuando alguien no se arremanga para ordeñar
o apacentar o batallar con el barro:
y bien si los maridos se enojan y los hijos dan trabajo,
nos es necesario el hombre de la casa y nos son necesarios los pícaros.
Tu pues, tu que con tu mirada compasiva
ves que los niños se duermen y que el esposo llega del campo,
y nos iluminas el gozo de la cena
y alegras la botella puesta a refrescar,
mañana, cuando al amanecer te volvamos a ver aún,
preguntanos, chafardera, con tu menguada cara,
si, encerradas en la oscuridad, nos revolvió en la cama
el llanto de los niños o los besos del marido.
La manzana escogida
Alidé se ha hecho vieja y Lamon es viejito,
y, más pequeños y blancos, permanecen siempre juntos.
Ahora que están en la cama, los besa el solecillo.
Llora Alidé; Lamon quiere consolarla y llora.
-Oh pequeña Alidé, ¿ Porqué lloras tanto?
-Oh Lamon, porque me sé tan vieja y tan encorvada
y siempre me siento,y envidio a las nueras trabajando,
y cuando vienen a mí los nietos me encuentran tan helada.
Y no te sabría apacentar como en el tiempo florido
ni fundir la nostalgia de los días que se escapan,
y tu quieres que te abrigue y los brazos me tiemblan
y me hablas de unas cosas donde me ha caído el olvido.
Lamon hace un gran suspiro y le dice:
-Oh mi vida, mis pies son torpes
y siento que se me va la luz,
y te tengo cerca de mí como la manzana escogida
que se vuelve amarilla y vieja y aún emana perfume.
A nuestro alrededor nadie es dulce con la vejez:
el frío nos da temor, la negra noche horror,
gritan los hijos, las nueras nos hablan con aspereza.
¿Qué importa ir cayendo, si nos llevamos el amor?
Los higos matinales
Neera, aquella viuda benigna y sensata,
baja lenamente la escalera del jardín;
cantan pájaros, la fuente gorgojea enamorada,
las hojas parlotean y alegran el camino.
-En vida de Caropos, ¡ Siempre corriendo noche y día !
Venia, tras de mí, desde el fondo de escondrijos;
con rojas miradas de amor me acometía,
y me zarandeaba como el viento a las ramitas.
Pero ya vivo tranquila, no debo atormentarme;
se llena mi cintura, no esclava de ningún brazo;
el fino mentón que él siempre manoseaba,
ahora ya cria papada por el placer de reposar.
Cada día vengo al jardín de buena mañana
cerca de la fuente, con higos de los de cuello de dama.
Y me besa el aire, sin ninguna agitación ni llama,
y ahora tomo un higo, ahora un sorbito.
Dado el rico vocabulario y las formas complejas empledas por Carner, siento que cualquier traducción comporta una pérdida significtiva respecto al original, sin embargo, con la única intención de dar a conocer la obra, siguen a continuación traducciones libres de algunos poemas que ilustran el viaje de la infancia a la vejez.
Como las Fresas
La abuela come fresas de antes de San Juan;
para que sean más frescas, las quiere regogidas por un niño.
Por eso la nieta menor, que es Pandara,
sabeís, la que se encanta ante la claridad
y va creciendo tranquila y en admiración y a veces,
cierra los ojos, levanta al cielo la cara,
ella, que aún no dice palabras bien armadas
y las mezcla en una música de los sentidos,
recoge ahora las fresas agachada,
la punta de los dedos teñida de rosa.
Cada mañana la sientan, protegida del viento,
en el lecho de las fresas.
Y mira como el airecillo agita sombras ligeras,
y el cuerpecillo decanta antes que el pensamiento.
Le place la correhuela y aquel herbaje tan fino,
y cree que el cielo se acaba tras el jardín.
En vano la fresa cubría su don;
al sacar las fresas del refugio sombrío,
Pandara se ruboriza, trabaja, se extasía:
si ha encontrado más de una, levanta los ojos y ríe.
Pandara siempre ha visto el cielo sereno;
ignora la tempestad y el grito de las brujas.
Es fe y es vida de ella la luz que todo lo envuelve.
El mundo, en maravillas y juegos ajetreado,
es pequeño y rojo y fresco como las fresas.
Aglae y las naranjas
Aglae, bajo un bello naranjo detenida,
de lejos oye a las hermanas como pájaros al viento.
Ya no va a encontrarlas por la hierba y el rocío,
su cara pálida a causa un gran desfallecimiento .
Ella danzaba y reía recién casada con Drias,
altiva entre el ruido, gozosa de la luz.
Y ya del huerto se esconde por las desiertas vías
y aún se hace más blanca, perdida entre el perfume.
Y llega a las naranjas, las recoge y se las lleva;
la sed, con sólo mirarlas, hace brillar sus ojos.
Muerde un fruto y entorna los ojos como una muerta
y con ambas manos afloja el peso del cabello.
Y Aglae, ya recuperada, se mece en la esperanza;
con un suspiro muy tierno levanta el pecho caído;
si pudiera besar el niño que ya se acerca,
latido tan cercano y tan desconocido.
Ve la piadosa naranja que fue bella,
y yace abandonada del riego cerca del espejo.
La suerte de la esposa se transparenta en ella:
volverse exprimida y fatigada por la frescor del hijo.
Eglé y la sandía
Llegan las comadres. Riendo, haciendo de tripas corazón,
se pasan una sandía que es la más grande del huerto;
sus maridos están en la villa, y han merendado juntas,
y juegan a atraparse sobre los trigos deshechos;
hacen algazara, saltan, empiezan cancioncillas;
va rodando la sandía y aplasta los pies distraídos.
El atardecer desangrado hace temblar la hierbecilla.
Una comadre esgrime el fuerte cuchillo.
Dice que es Eglé, la mujer de ese hombre tan pequeño,
que asusta a las cuñadas y supera a su marido.
-¡A mí! -dicen las amigas, gritando a la vez.
Y, rebasándolas a todas, Eglé responde irada:
-¡No sea de nadie la primera rebanada!
A tí, la luna roja, la lanzo en sacrificio,
ahora que con innumerables estrellas por seguicio,
roja como la sandía, sonríes a cada quien:
rueda de amor que encantas caseríos, caminos y matorrales,
si nos ves alborotadas devuélvenos a la razón.
No nos haga el amor dóciles, estaríamos locas;
si no nos menguaran, bien lacra o bien carcoma.
Es cosa fatua el vivir cuando alguien no se arremanga para ordeñar
o apacentar o batallar con el barro:
y bien si los maridos se enojan y los hijos dan trabajo,
nos es necesario el hombre de la casa y nos son necesarios los pícaros.
Tu pues, tu que con tu mirada compasiva
ves que los niños se duermen y que el esposo llega del campo,
y nos iluminas el gozo de la cena
y alegras la botella puesta a refrescar,
mañana, cuando al amanecer te volvamos a ver aún,
preguntanos, chafardera, con tu menguada cara,
si, encerradas en la oscuridad, nos revolvió en la cama
el llanto de los niños o los besos del marido.
La manzana escogida
Alidé se ha hecho vieja y Lamon es viejito,
y, más pequeños y blancos, permanecen siempre juntos.
Ahora que están en la cama, los besa el solecillo.
Llora Alidé; Lamon quiere consolarla y llora.
-Oh pequeña Alidé, ¿ Porqué lloras tanto?
-Oh Lamon, porque me sé tan vieja y tan encorvada
y siempre me siento,y envidio a las nueras trabajando,
y cuando vienen a mí los nietos me encuentran tan helada.
Y no te sabría apacentar como en el tiempo florido
ni fundir la nostalgia de los días que se escapan,
y tu quieres que te abrigue y los brazos me tiemblan
y me hablas de unas cosas donde me ha caído el olvido.
Lamon hace un gran suspiro y le dice:
-Oh mi vida, mis pies son torpes
y siento que se me va la luz,
y te tengo cerca de mí como la manzana escogida
que se vuelve amarilla y vieja y aún emana perfume.
A nuestro alrededor nadie es dulce con la vejez:
el frío nos da temor, la negra noche horror,
gritan los hijos, las nueras nos hablan con aspereza.
¿Qué importa ir cayendo, si nos llevamos el amor?
Los higos matinales
Neera, aquella viuda benigna y sensata,
baja lenamente la escalera del jardín;
cantan pájaros, la fuente gorgojea enamorada,
las hojas parlotean y alegran el camino.
-En vida de Caropos, ¡ Siempre corriendo noche y día !
Venia, tras de mí, desde el fondo de escondrijos;
con rojas miradas de amor me acometía,
y me zarandeaba como el viento a las ramitas.
Pero ya vivo tranquila, no debo atormentarme;
se llena mi cintura, no esclava de ningún brazo;
el fino mentón que él siempre manoseaba,
ahora ya cria papada por el placer de reposar.
Cada día vengo al jardín de buena mañana
cerca de la fuente, con higos de los de cuello de dama.
Y me besa el aire, sin ninguna agitación ni llama,
y ahora tomo un higo, ahora un sorbito.
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