La nieve ha llegado en estos últimos días a muchos lugares en los que su presencia resulta aún una curiosidad. Entre la lista interminable de esos lugares está el bosque que me vio crecer y con el que, debido precisamente a los efectos de la nieve, me entristecía pensar que no podría reencontrar en este viaje. No obstante, el reencuentro se produjo, en uno de los días más bellos que recuerdo. En uno de esos días en los que aparentemente nada importante sucede, pero que una vez en la cama, antes de caer en el sueño, sabemos que su memoria nos acompañará a través de los años que nos queden por vivir. Aunque lo que escribiré aquí no sea el motivo principal de esto.
El bosque parecía emanar serenidad. Todo estaba en calma, y sin embargo, la intensidad de la vida latía en cada escena, como si se concentrara en el menor detalle. El sol de mediodía hacía resplandecer la nieve blanquísima que cubría los caminos, a penas marcada por algunas imprecisas huellas, como un manto grueso y suave que hubiera sido tendido sobre la tierra, la hierba y hasta el mismo asfalto sin hacer diferencia entre ellos, con extrema delicadeza. En las paredes de rocas oscuras y húmedas, los carámbanos cristalinos destellaban, mientras las verdes aguas del pantano empezaban a cubrirse con una capa de hielo. El aire, limpio y silencioso, era cruzado por pardas avecillas que, en vuelos cortos y rápidos, transitaban inagotables, perdiéndose en la profundidad del bosque. Todos los árboles soportaban el frío de la nieve abrazando sus troncos, penetrando hasta sus raíces... Y el peso de la nieve curvaba las ramas de las coníferas, cuyas agujas, desde las más ancianas y oscuras hasta los jóvenes y claros brotes, cedían mansamente a la gélida caricia.
He aprendido tanto de los paseos bajo esas ramas como de las palabras de la humanidad. El reencuentro con el bosque, con ese bosque, es tan importante como el reencuentro con alguien que nos conoce, y conocemos desde nuestra infancia, que nos ha escuchado en innumerables ocasiones, que nos ha contado innumerables historias, alguien con quien tenemos incluso un lenguaje privado para comunicarnos, a quien no hace falta preguntar para recibir las respuestas adecuadas, que podamos entender.
El peso de la nieve me hizo pensar en aquellos momentos en los que todo lo que podemos hacer es concentrarnos en nosotros mismos y esperar que, aquello que no está en nuestra mano siga su curso hasta el momento en el que podamos entender lo que en el momento seríamos incapaces de descifrar. Aunque las coníferas no duerman el sueño del invierno, y conserven el verde de sus agujas, soportan el peso de la nieve; No pueden sacudirse, pero el peso se aligerará progresivamente, hasta desaparecer.
Del mismo modo, la quietud silenciosa de la nieve y el hielo que se acumula en las cimas llegará a fundirse, y correrá como agua en impetuosos torrentes, brincando imparables a través de las mismas rocas en las que por años han abierto su camino, para alimentar el cauce de los ríos.
Muchas veces nos preocupamos por cosas que ni siquiera sabemos si sucederán... paradójicamente, nos cuesta confiar en aquellas cosas que sabemos que sucederán, pero aún no llegan, y estar tranquilos mientras lo hacen. En cierto modo, la desesperación es en gran medida, precisamente, lo contrario de esperar. Cambiamos todas las posibilidades que nos pertenecen una idea del tipo "hasta que llegue o suceda X cosa, nada importará o tendrá valor, no podré estar tranquilo/a, no podré disfrutar".
En lugar de centrarnos en el momento, en el presente, en todo lo que deberíamos hacer o todo lo que podríamos hacer, convertimos ese tiempo de la espera en un tiempo muerto, creando un vacío en nuestras vidas que rellenamos de inquietud mientras desperdiciamos esos segundos que no volverán.
Si en alguna área de nuestra vida estamos paralizados, o detenidos, nuestro corazón sigue latiendo para que podamos atender las demás. Si nos quedamos sin trabajo, podemos disponer de un tiempo extra para revisar nuestras relaciones. Si perdemos una relación, podemos recuperar otras, o bien preguntarnos que nos gustaría hacer con el tiempo y energías que esta relación consumía, y ahora quedan a nuestra entera disposición. Si caemos enfermos y no podemos salir de casa, podemos aprovechar para interrogarnos acerca de nuestra conciencia corporal. Si estamos en un proyecto creativo y de repente la inspiración se da a la fuga, y nos vemos saturados, podemos aprovechar para dedicarnos a alguna actividad manual... siempre podemos hacer algo que nos sea de provecho con nuestro tiempo, y disfrutar con ello, y esto nos hará un mayor bien que quedarnos temerosos a la espera de un acontecimiento que venga a rescatarnos. Hay, como dicen, un momento para cada cosa, y una cosa para cada momento, la gracia está en saber detectar qué tiempos y cosas se corresponden, y no dejar escapar demasiados. [Como inciso, hay tiempos en los que lo que corresponde es "no hacer nada"; Realmente podemos necesitar el precioso tiempo de "quedarnos roneando calentitos en la cama, porque fuera hace un frío horrible y es muy agradable no levantarme ahora". Si vivimos la experiencia conscientemente, damos valor a nuestro tiempo, en lugar de dejarlo ir.]
Aprender a esperar consiste, muchas veces, en dejar de esperar, en despreocuparnos. Si no estamos seguros de que vaya a suceder, no tiene sentido gastar recursos en ello en lugar de hacerlo en aquello que está en nuestra mano hacer o cambiar. Y si sabemos que algo va a suceder, llegará en su momento y no podremos hacer nada por adelantar o retardar éste. Si las cosas dependen de nosotros, trabajemos en ellas, sino... nuevamente no podemos hacer nada y resulta inútil - e incluso contraproducente - inquietarse, o padecer, o jugar con la ilusión de que podríamos hacer algo al respecto, porque no es cierto.
Saber esperar no es otra cosa que vivir atentos. Cuando sentimos el peso de la nieve sobre las ramas, sobre nuestras propias ramas, hay que preguntarnos qué es lo que toca hacer en este momento, para qué es adecuado, qué necesidades estamos expresando. Probablemente, si en estas circunstancias lo que queremos es bañarnos en la playa, es que hemos perdido la conexión con nosotros mismos, o bien que estamos intentando escapar de alguna evidencia. Démonos tiempo. Cuando seamos capaces de entender el momento en el que vivimos y las necesidades que expresamos, las cosas - por complicadas que nos parezcan - irán encontrando su lugar y la situación se verá mucho más clara y sencilla. La resolución vendrá por añadidura, prácticamente sola: muchas veces asumimos que tenemos problemas cuando, en realidad, sólo estamos un poco desordenados.
El bosque parecía emanar serenidad. Todo estaba en calma, y sin embargo, la intensidad de la vida latía en cada escena, como si se concentrara en el menor detalle. El sol de mediodía hacía resplandecer la nieve blanquísima que cubría los caminos, a penas marcada por algunas imprecisas huellas, como un manto grueso y suave que hubiera sido tendido sobre la tierra, la hierba y hasta el mismo asfalto sin hacer diferencia entre ellos, con extrema delicadeza. En las paredes de rocas oscuras y húmedas, los carámbanos cristalinos destellaban, mientras las verdes aguas del pantano empezaban a cubrirse con una capa de hielo. El aire, limpio y silencioso, era cruzado por pardas avecillas que, en vuelos cortos y rápidos, transitaban inagotables, perdiéndose en la profundidad del bosque. Todos los árboles soportaban el frío de la nieve abrazando sus troncos, penetrando hasta sus raíces... Y el peso de la nieve curvaba las ramas de las coníferas, cuyas agujas, desde las más ancianas y oscuras hasta los jóvenes y claros brotes, cedían mansamente a la gélida caricia.
He aprendido tanto de los paseos bajo esas ramas como de las palabras de la humanidad. El reencuentro con el bosque, con ese bosque, es tan importante como el reencuentro con alguien que nos conoce, y conocemos desde nuestra infancia, que nos ha escuchado en innumerables ocasiones, que nos ha contado innumerables historias, alguien con quien tenemos incluso un lenguaje privado para comunicarnos, a quien no hace falta preguntar para recibir las respuestas adecuadas, que podamos entender.
El peso de la nieve me hizo pensar en aquellos momentos en los que todo lo que podemos hacer es concentrarnos en nosotros mismos y esperar que, aquello que no está en nuestra mano siga su curso hasta el momento en el que podamos entender lo que en el momento seríamos incapaces de descifrar. Aunque las coníferas no duerman el sueño del invierno, y conserven el verde de sus agujas, soportan el peso de la nieve; No pueden sacudirse, pero el peso se aligerará progresivamente, hasta desaparecer.
Del mismo modo, la quietud silenciosa de la nieve y el hielo que se acumula en las cimas llegará a fundirse, y correrá como agua en impetuosos torrentes, brincando imparables a través de las mismas rocas en las que por años han abierto su camino, para alimentar el cauce de los ríos.
Muchas veces nos preocupamos por cosas que ni siquiera sabemos si sucederán... paradójicamente, nos cuesta confiar en aquellas cosas que sabemos que sucederán, pero aún no llegan, y estar tranquilos mientras lo hacen. En cierto modo, la desesperación es en gran medida, precisamente, lo contrario de esperar. Cambiamos todas las posibilidades que nos pertenecen una idea del tipo "hasta que llegue o suceda X cosa, nada importará o tendrá valor, no podré estar tranquilo/a, no podré disfrutar".
En lugar de centrarnos en el momento, en el presente, en todo lo que deberíamos hacer o todo lo que podríamos hacer, convertimos ese tiempo de la espera en un tiempo muerto, creando un vacío en nuestras vidas que rellenamos de inquietud mientras desperdiciamos esos segundos que no volverán.
Si en alguna área de nuestra vida estamos paralizados, o detenidos, nuestro corazón sigue latiendo para que podamos atender las demás. Si nos quedamos sin trabajo, podemos disponer de un tiempo extra para revisar nuestras relaciones. Si perdemos una relación, podemos recuperar otras, o bien preguntarnos que nos gustaría hacer con el tiempo y energías que esta relación consumía, y ahora quedan a nuestra entera disposición. Si caemos enfermos y no podemos salir de casa, podemos aprovechar para interrogarnos acerca de nuestra conciencia corporal. Si estamos en un proyecto creativo y de repente la inspiración se da a la fuga, y nos vemos saturados, podemos aprovechar para dedicarnos a alguna actividad manual... siempre podemos hacer algo que nos sea de provecho con nuestro tiempo, y disfrutar con ello, y esto nos hará un mayor bien que quedarnos temerosos a la espera de un acontecimiento que venga a rescatarnos. Hay, como dicen, un momento para cada cosa, y una cosa para cada momento, la gracia está en saber detectar qué tiempos y cosas se corresponden, y no dejar escapar demasiados. [Como inciso, hay tiempos en los que lo que corresponde es "no hacer nada"; Realmente podemos necesitar el precioso tiempo de "quedarnos roneando calentitos en la cama, porque fuera hace un frío horrible y es muy agradable no levantarme ahora". Si vivimos la experiencia conscientemente, damos valor a nuestro tiempo, en lugar de dejarlo ir.]
Aprender a esperar consiste, muchas veces, en dejar de esperar, en despreocuparnos. Si no estamos seguros de que vaya a suceder, no tiene sentido gastar recursos en ello en lugar de hacerlo en aquello que está en nuestra mano hacer o cambiar. Y si sabemos que algo va a suceder, llegará en su momento y no podremos hacer nada por adelantar o retardar éste. Si las cosas dependen de nosotros, trabajemos en ellas, sino... nuevamente no podemos hacer nada y resulta inútil - e incluso contraproducente - inquietarse, o padecer, o jugar con la ilusión de que podríamos hacer algo al respecto, porque no es cierto.
Saber esperar no es otra cosa que vivir atentos. Cuando sentimos el peso de la nieve sobre las ramas, sobre nuestras propias ramas, hay que preguntarnos qué es lo que toca hacer en este momento, para qué es adecuado, qué necesidades estamos expresando. Probablemente, si en estas circunstancias lo que queremos es bañarnos en la playa, es que hemos perdido la conexión con nosotros mismos, o bien que estamos intentando escapar de alguna evidencia. Démonos tiempo. Cuando seamos capaces de entender el momento en el que vivimos y las necesidades que expresamos, las cosas - por complicadas que nos parezcan - irán encontrando su lugar y la situación se verá mucho más clara y sencilla. La resolución vendrá por añadidura, prácticamente sola: muchas veces asumimos que tenemos problemas cuando, en realidad, sólo estamos un poco desordenados.
4 comentarios:
A veces te veo como una gurú terapéutica, espero que no te moleste, es un halago ;)
Rescato si en alguna área de nuestra vida hasta... el final. Habría que leerlo asiduamente.
Me gusta tu positivismo cuando escribes, que dices cosas con las que empatizo y que estás viva, pues narras y no analizas.
Muy cierto, aunque yo creo que lo primero es analizar la situación con mirada limpia para ver si se trata de una circunstancia realmente inevitable en la que sólo queda esperar al deshielo, o si en lugar de árboles somos perros de trineo, echados a dormir bajo la nieve, y que en algún momento tendrán que sacudírsela con energía y volver a tirar del arnés. :)
Violeta, cuánta razón tienes!
Vae, sabes? Yo tengo muy mala memoria, las cosas se me olvidan a los 5 minutos de haberlas aprendido. Pero lo que leo y aprendo contigo, se me queda para siempre :)
Gracias, gracias!
Rebeccah.
Sibila, Completamente cierto. Lo primero es tener claro en qué situación está uno, la respuesta de lo que debemos hacer (esperar o moverse) suele venir al momento de conseguir conciencia de la necesidad real. Sólo es que a veces me parece que demasiado a menudo queremos cerezas en diciembre, sin caer en la cuenta que es diciembre y: a)no hay cerezas b) los frutos de temporada nos dan lo que el cuerpo necesita para estas fechas.
Violeta y Rebeccah Cierto, las palabras "gurú" y "terapéutico" me dan miedito y desde luego no las usaría para describirme XD
En todo caso me alegra mucho que lo que escribo pueda servir de alguna manera a otras personas, así que gracias a vosotras por hacermelo saber, y por los comentarios que muchas veces me hacen cuestionar y matizar lo que he escrito, o plantearme nuevas cuestiones :)
Publicar un comentario