sábado, 16 de enero de 2010

Los Caminos Sin Nombre: Cuando las etiquetas no sirven

No pude evitar desviarme de mi camino para ir a sentarme al lado del árbol, aunque fuera sólo un momento. No hay nada que, a priori, invite a fijarse en ese árbol más que en cualquier otro. Pasé a su lado muchas veces antes de llegar a percatarme de su existencia; Sin embargo, en cierta ocasión, me llevé un susto tremendo al verlo... y a partir de ese momento, no pude evitar fijar mi atención en él, saludándolo en silencio, deteniéndome en ocasiones para sentarme a su lado, observando los dibujos de su corteza, o la danza de sus hojas... Si salía pronto del turno de noche las calles estaban desiertas aún y podía observar tranquilamente el amanecer invernal en su compañía. Me gustaba quedarme allí, un momento, antes de seguir mi camino.
No sabría explicar porqué, pero ese árbol fue importante... al menos lo suficiente como para que, años después, al volver a la ciudad, sintiera el impulso de volver a sentarme unos momentos a su lado. No se trataba de recordar, sino de estar allí, una vez más, junto al silencioso y viejo conocido. Un árbol común y corriente que, para mí, siempre será diferente a los demás.

Realmente no sé mucho de vegetales. Algunas especies me gustan en particular, y algunos individuos despiertan en mí algo que me hace intuir una personalidad o carácter en ellos con el que debo sentir cierta afinidad... pero no intento hablar con ellos, ni nada por el estilo. Puedo buscar cuál es su nombre científico, o añadir una fotografía que permita al lector tener una imagen específica del árbol del que hablo; Pero esto no servirá para añadir información significativa respecto a la situación o al tipo de vínculo al que hago referencia. Tampoco es un tema en sí, pero me hizo pensar en el uso que hacemos de las categorías y etiquetas, acerca de las que escribí recientemente.

Las etiquetas, denominaciones, categorías, etc. pueden ser fundamentales a la hora de compartir algunos tipos de información, ya que funcionan como puntos de referencia "objetivos", es decir, que para todos son lo mismo. Si doy el nombre científico del árbol, cualquiera puede conseguir una imagen de la especie, y hacerse una idea bastante clara del aspecto que el árbol sin nombre debe tener. Y, sin embargo, en ocasiones, esto no es lo más importante... No es extraño que algunas personas conozcan en profundidad un árbol, o una especie de árboles ignorando, al mismo tiempo, el nombre que la ciencia les dio. Ahora bien, si estas personas quisieran comunicar estos conocimientos derivados de la experiencia directa a otras personas que no pueden tenerla, carecer del referente "objetivo" haría mucho más difícil la tarea.

Cuando una persona se adentra en el estudio de la Magia, o de la Tradición, puede hacerlo partiendo de cero, en busca de experiencias. Sin embargo, es muy posible que una persona se acerque al estudio en un intento de objetivizar en la medida de lo posible sus propias experiencias; Que esté buscando un marco de referencia que le aporte las claves, denominaciones, categorías y esquemas capaces de traducir un cúmulo de impresiones subjetivas y personales, en información que pueda ser compartida, comparada, clasificada, etc. Para que la comunicación sea posible, requerimos de una serie de referencias no personales para referirnos a ciertas cosas (vocabularios técnicos, símbolos, clasificaciones, etc.) y por ello parte del estudio pasa por el dominio de estas herramientas de conversión o traducción del universo subjetivo -propio o ajeno- a uno más objetivo.

Sin embargo, lamentablemente, podemos olvidar que "el mapa no es el territorio", y terminar por dar más importancia a los nombres que reciben las cosas/fenómenos/experiencias que a las cosas/fenómenos/experiencias en sí.

En Les Batailles Nocturnes, de Ginzburg nos encontramos con las dificultades de los inquisidores al tratar de hacer encajar forzosamente las declaraciones de los acusados de brujería en sus esquemas (pre-establecidos) acerca del culto al diablo. Al parecer, muchos de los acusados poseían ciertos conocimientos, cuanto menos referenciales, acerca de la brujería propia del lugar, la cual constituía una realidad compartida por los habitantes de la zona, pero no tenía demasiado - o nada- que ver con el modelo propuesto por los manuales de los inquisidores.

Como un ejemplo más cercano, al mismo tiempo que la Wicca empezó a convertirse en un fenómeno popular, se extendió el modelo de bruja-sacerdotisa-pagana poseedora de una antigua sabiduría pre-cristiana y en profundo contacto con la naturaleza. Este modelo deja de lado la imagen de la brujas con las que, algunas generaciones atrás, se había asustado a los niños. Pero excluía también muchas prácticas mágicas y tradicionales llevadas a cabo de un modo absolutamente efectivo por mujeres y hombres que no entrarían en el esquema propuesto, prácticas que no tenían relación con devoción a las deidades, o con el paganismo, o incluso con la naturaleza, que se llevaban a cabo en las ciudades, y que podían ser también tan positivas como negativas. El modelo de la bruja-sacerdotisa empujaba con fuerza, respondiendo a las necesidades e intereses de diferentes grupos, para sustituir a aquel -igualmente incompleto- que le había precedido.
Tal vez logró que el que en esa época empezaba a buscar información acerca de la Magia, o la Tradición, considerara que la vecina del quinto que ponía una vela a cada santo como lo habían hecho su madre y su abuela antes que ella no fuera realmente una bruja, y que lo "serio" era aquella tradición revivida a partir de un puñado de retales con una trayectoria real de menos de 50 años que nos hablaba de los dioses y los ritos de los antepasados. El nuevo modelo dominante pudo condenar a aquellas cosas que no cabían en él al no-reconocimiento, a la marginalidad... Pero no pudo hacer que aquello que no encajaba en él desapareciera. Y no creo que ningún modelo, por extendido o publicitado que sea, pueda conseguir esto jamás.

Las cosas son lo que son. Los fenómenos de brujería tienen una fuerza propia que no requiere de recibir permisos o aprobación ajena para acontecerse. No importa que los admitamos o no, que los comprendamos o no, allí están, incluso cuando su existencia misma constituye un desafío para muchos órdenes. La magia suele tener una vertiente salvaje que se resiste a ser atrapada con redes de palabras, e incluso cuando ha pasado al ámbito cotidiano nos sorprende de vez en cuando... del mismo modo que en el gato más manso y cariñoso, reencontramos sin esperarlo, de vez en cuando, una chispa del espíritu de los grandes felinos y comprendemos que, a pesar de los miles de años de convivencia, el gato no ha sido completamente domesticado.

Es triste darse cuenta que algunas personas que se presentan como expertos en el tema no han tenido otro contacto con la magia o la tradición que el proporcionado por lo que sobre ella se ha escrito o contado, mientras que otras, aún están buscando un nombre para aquello que conocen de primera mano, como parte de su experiencia vital, siendo por ello relegadas a la marginalidad.

A veces es necesario confiar en nuestras propias armas, y adentrarnos en la oscuridad de lo que nos queda por conocer, por los caminos sin nombre o incluso bosque a través, abriendo un sendero que tal vez se extinguirá a nuestro paso. Todos aquellos que comprenden lo que es oír la llamada saben que hay una fuerza que por difícil que resulte aceptar siempre será más difícil tratar de ignorar, y que ésta funciona como una guía, como una atracción inevitable que nos empuja a acercarnos a aquello que la parte más profunda, a veces desconocida, de nosotros mismos anhela. Sabemos que existe, y que hay que confiar en ella... pero también lo difícil que resulta mantener las vías de comunicación limpias, con el fin que sus indicaciones y consejos no sean alterados, tergiversados o malinterpretados.
Puede que en algún punto de nuestro viaje lleguemos a un camino general, incluso a una carretera, que sigamos un largo tramo en ellos, y que luego nos volvamos a separar y reincorporarnos las veces que sea necesario. Pero nadie, nunca, podrá recorrer nuestro propio camino o conocerlo mejor que nosotros. Y nada, nunca, podrá sustituir a la experiencia... aunque puede ser algo bastante difícil de digerir en más de una ocasión.

1 comentarios:

Francis Ashwood dijo...

Fantástico... Me abruma la claridad con la que expresas esta realidad de las cosas...

Siempre me ha disgustado las etiquetas. Aunque por otro lado pienso que a veces son de gran utilidad para protegerse de posibles invasiones populares...

Estoy contigo en cuanto a reclamar la realidad individual de las experiencias y de la brujería como experiencia individual en sí misma.

Me encanta este escrito... una joya, como la que lo escribe...