miércoles, 27 de enero de 2010

Los autores y "sus" obras

Aún a riesgo de que este parezca el "mes del libro" - o algo por el estilo- en Perro Aullador, he creído adecuado publicar también un fragmento que originalmente escribí junto a los Derechos del Lector, pero que del que en su momento prescindí, para preservar la idea central de texto.


(...) La base filosófica del sistema de copyright actual se apoya en un malentendido: la originalidad de los artistas es inagotable, concepto que se aplica a creadores e intérpretes. Pero la realidad indica otra cosa, porque los artistas siempre tienen en cuenta las obras creadas en el pasado y en el presente, y agregan elementos al corpus existente. Esos agregados merecen respeto y admiración, pero sería inadecuado otorgar a sus creadores, intérpretes y productores derechos de exclusividad monopólicos sobre algo que se inspira en el conocimiento y la creatividad que forman parte del dominio público y son producto de la labor de otros artistas. (Barthes, 1968; Boyle, 1996:42, 53-59)
Joost Smiers, Un mundo sin Copyright (1)


Dar crédito a los autores no es lo más importante, a veces ni siquiera para los autores. En cierto modo el crédito al autor es una propina, algo adicional que otorgamos para agradecer el modo en que un trabajo ha sido realizado, o se ha posiblitado que llegara a nosotros.

Cuando uno se dedica a la tarea de escribir, tarde o temprano debe admitir que su obra es como un hijo (2), que llega al mundo a través de nosotros, pero que no nos pertenece por completo. Por un lado, tarde o temprano se cae al suelo la noción de exclusividad, sobre un tema, una idea, o incluso un estilo. El que escribe se sabe deudor de aquellos que escribieron antes que él, y sabe también que antes - o después, o al mismo tiempo -, alguien en algún rincón del mundo se planteó las mismas cuestiones y halló similares respuestas, que incluso las expresó tan bien o mejor que él, aunque nunca vaya a encontrarse con el otro autor o la otra obra, y aunque nadie llegue a saberlo jamás (3).

Algunas ideas están agazapadas en su propio mundo, esperando el momento de encarnarse en palabras a través de las personas que, tal vez por casualidad, se encuentren en el momento oportuno para recibirlas. El proceso sería similar al de algunos vegetales cuando esparcen al azar sus semillas; algunas darán, a través de recorridos muy diversos, con las condiciones adecuadas para germinar, desarrollarse, crear nuevas semillas y preservar la especie.

Las semillas pueden ser recolectadas, sembradas y cuidadas para facilitar su desarrollo. Pero las semillas, especialmente aquellas de especies no domesticadas, también pueden viajar durante mucho tiempo, y hacer muchas paradas en su recorrido, antes de convertirse en planta, flor o fruto. Pueden ser transportadas por el viento, por aves y mamíferos, o incluso por la suela del zapato de un transeúnte que ignora por completo el rol que está jugando en esta odisea vegetal por la supervivencia. Con las ideas, puede suceder lo mismo.

Por otro lado, del mismo modo que el hijo crece y se relaciona con otras personas, que podrán tener mayor influencia sobre él que nosotros mismos, del mismo modo en que es posible que no tome el camino que imaginamos para él, porque tiene uno propio, nuestra obra sale al mundo y se expone a varios lectores que la recrearán mediante su propia subjetividad, que verán en ella cosas que nosotros, a pesar de ser sus autores, no advertimos en el momento de redactarla.

Con el paso de los años es posible que lleguemos a arrepentirnos de haber escrito algo, porque no nos parece lo suficientemente bueno, porque cambiamos de opinión respecto al tema, o porque no estamos de acuerdo con la interpretación que el público le ha dado de un modo mayoritario; Y, sin embargo, también es posible que aquello que escribimos, con lo que ya no nos sentimos satisfechos o identificados, tenga un público propio que se encargue de mantener el texto, o cualquier interpretación del mismo con la que estamos en completo desacuerdo, vivos en el tiempo.

No se puede equiparar una obra a su autor, o a la inversa, del mismo modo que no podemos equiparar a los hijos con sus padres, sin embargo, la relación que existe entre ambos es lo suficientemente importante como para afirmar que el conocer a uno nos ayudará a profundizar en el conocimiento del otro.


Notas:

1 La negrita es mía, la cita está extraída de la entrada en Wikipedia correspondiente al Derecho de Autor.

2 Siempre recuerdo en este punto el fragmento de El Profeta, en el que Gibran Khalil Gibran hace referencia a los hijos, por eso decidí publicarlo en la anterior entrada.

3 Un ejemplo de simultaneidad que si llegó a conocerse, es el caso de Charles Darwin, Alfred Russell Wallace y la teoría de la selección natural, que elaboraron de forma independiente en una misma época - de hecho, Wallace se adelantó- y que debieron publicar conjuntamente, aunque con el tiempo el nombre del primero eclipsara al segundo.


2 comentarios:

Violeta dijo...

"La resistencia a reconocer la originalidad del sampleador es un prejuicio premoderno (...) lo que el sampleador hace suyo no es un fragmento ajeno, sino un instante que le había sido robado."

(Eloy Fernández Porta)

Y mencionas a Barthes, la crítica literaria, la semiótica, las palabras de Eco: solo el lector importa... pues va a ser que sí, que parece el mes del libro :D Demasiado que pensar/recordar/discutir con esta entrada.

Me ha gustado, especialmente, la metáfora de las semillas, tornemos a la tierra entre tanta idea de mundo inteligible.

Sibila dijo...

Sí que parece el mes del libro, sí... pero no seré yo quien se queje, ya lo sabes. ;)

Sin entrar en el tema de derechos de autor y precios (que creo que es algo aparte, y que ojalá el mundo estuviera mejor distribuido y todos pudieran ganarse la vida haciendo uso de sus auténticos talentos), creo que el autor y su obra no son equivalentes, pero que muchas veces la evolución del autor que se aprecia en el conjunto de sus escritos puede desvelarnos y enseñarnos mucho, más allá de cada texto en particular.

Un saludo.