martes, 16 de noviembre de 2010

El Descenso

Cuevas de Ailwee, Irlanda


El umbral puede aparecer tanto en lugares y fechas recurrentes, como en otros en los que tal vez nunca antes estuvo. Lo cruzamos: A veces, como un valiente acto de voluntad consciente; Otras por rendición, cuando dejamos de resistirnos a un llamado que aunque tal vez no pudiéramos definir con exactitud resulta lo suficientemente explícito como para provocar nuestro temor. También en ciertas ocasiones el descenso inicia sencillamente por distracción, sin imaginar que, de un momento a otro, nos veremos sumergidos en una realidad que no respeta el mismo orden de cosas que nuestra mente se ha acostumbrado a atribuir al mundo.

En rarísimas ocasiones sabemos qué nos espera y, sin embargo, independientemente de aquello que nos ha llevado a cruzar la delgada frontera, una vez nos encontramos en el camino que discurre al otro lado, una parte de nosotros parece conocerlo a la perfección. Y se ve inundada por la alegría propia de aquel que regresa al hogar después de una larga ausencia, a pesar de nuestro lamento por aquello que debemos dejar atrás.

A menudo, al hablar de la muerte, se dice que no podemos llevar nada material con nosotros. Sin embargo, se omite el hecho de que hay mucha carga inmaterial de la que también será necesario prescindir incluso en estos intermedios vitales, incluso mucho antes de nuestra partida definitiva: emociones, ideas, patrones o estructuras que a medida que nos aproximemos a las profundidades se debilitarán y perderán, en más una ocasión, el sentido que una vez les dimos.

Mientras descendemos a través de las capas con las que hemos envuelto nuestro ser último para sobrevivir bajo el cielo, entendemos que elegimos una determinada manera de concebir el mundo, una determinada manera de interpretar la realidad que nos circunda, incluyendo a los demás, incluyéndonos a nosotros mismos. Y como en el antiguo mito del descenso de Inanna al Inframundo, es necesario que nos desprendamos de cada una de nuestras joyas, de nuestras telas, y de nuestra carne, de todo aquello a lo que nos aferramos... Hasta llegar a ese nivel en el que no reconoceríamos nuestra imagen si alguien nos pusiera un espejo delante para que pudiéramos ver la realidad de lo que somos, en lugar de aquello que creemos - que tal vez siempre hemos creído- ser.

A medida que descendemos más y más nos acercamos a ese seno en el que las cosas pierden su nombre y yacen, latentes, posibilidades sin límite. Por un momento, podremos ver todas las mentiras que nos hemos obligado a creer, por un momento seremos liberados de todo aquello que hemos acumulado de modo innecesario - que siempre es más de lo que creemos-.

En ese momento se nos permitirá preguntarnos acerca de lo que realmente queremos de nosotros mismos, del tiempo de vida que nos ha sido concedido: Ninguna excusa será permitida. Entenderemos que es una posibilidad real que se nos da a elegir. Iniciaremos el regreso.
La experiencia puede resultar difícil de digerir. Una vez en el mundo de la superficie, en no pocas ocasiones nos haremos a la idea de que sólo fue un momento extraño y lejano como un sueño. Nos convenceremos que la hermosa imagen que devolvía el lago no era la nuestra, que todos los patos y las gallinas del mundo tienen razón: los cisnes no existen y, aunque existieran, nosotros no seríamos uno de ellos.

A pesar de haber sido capaces de auyentar temporalmente los temores, las dudas, las mentiras, las excusas y el resto de ruidos que habitualmente pueblan nuestra mente no es raro que los dejemos volver a entrar, que, de hecho, los llamemos desesperados para que regresen y todo vuelva al orden habitual, por incómodo que éste sea.

Después del Descenso, podemos negar o aceptar la experiencia, pero no la olvidaremos. Por ello puede tanto liberarnos del sufrimiento como aumentarlo... Una y otra vez nuestra alma se asomará a las grietas de nuestra realidad construida, susurrándonos que hay siempre algo de artificial en ella, tratará de arrastrarnos a ese medio que conoce y añora, como un perro tira de su correa para acercarse a aquello que llama su atención, aunque no se lo deje ir.
Sin embargo, cuando se ha visto lo que a su debido tiempo todos pueden ver, y se ha empezado a comprender, la vida puede volverse algo mucho más sencillo y satisfactorio. Ciertamente ya no podremos usar el recurso a las culpabilidades ajenas y las excusas de cualquier tipo, pero adquiriremos las cualidades de un ser enteramente responsable y creador, con el derecho y el deber de elegir que va a hacer con su vida y llevar a cabo este proyecto con éxito.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

En la vida tenemos que dejar muchas cosas atrás. Sucede cuando debemos de entrar en un nuevo ciclo, no podemos arrastrar con nosotros lo que se quedó en el viejo ciclo que no nos deja avanzar.

Vaelia dijo...

A veces,nos resistimos con todas nuestras fuerzas a lo inevitable, otras, llevados por el impulso o conducidos por una necesidad clara ni siquiera nos damos cuenta del proceso en el que estamos hasta que todo ha pasado y todo se ha transformado, incluyéndonos a nosotros.
Los hechos son los mismos, el cambio está en nuestra percepción... No deja de ser curioso pensar en las dosis de autocastigo que somos capaces de proporcionarnos sin miramientos.