jueves, 18 de febrero de 2010

La vida de otros

Cada cierto tiempo debemos volver a nosotros mismos, no sólo enfrentándonos completamente solos y desnudos al espejo, sino viéndonos, con toda nuestra atención. Pasamos la vida contemplándonos en los ojos de otros, lanzándonos a los brazos del juicio ajeno y pasando de largo ante nuestro propio espejo, mismo que dejamos abandonado, acumulando polvo en cualquier rincón, como si no valiera nada en comparación a los otros.

En cierto modo todos los espejos mienten, puesto que es el observador el que añade una serie de valores sobre a aquello que está viendo. Pero es más probable que aprendamos nosotros a ser buenos observadores, silenciosos en la medida de lo posible, a que podamos estar seguros de hallarnos ante uno.

Es posible que acudamos a otros para contrastar nuestras impresiones acerca de alguna cuestión, de un problema, una situación, o incluso acerca de nosotros mismos. Podemos estar buscando una confirmación, un punto de vista nuevo o distinto, o tal vez que se nos advierta de algo que pasamos por alto en nuestras consideraciones o análisis. Como en un trabajo de investigación, debemos sopesar la confiabilidad y la idoneidad de las fuentes y, en este aspecto, cuantas más consultas realicemos, más posibilidades tendremos de contrastar la información que manejamos, analizar la totalidad de opciones y llegar a una conclusión personal. Como en la investigación, a lo largo de nuestra búsqueda encontraremos lo que podemos llamar “especialistas en su campo” , por ejemplo, un profesor de historia medieval debe tener una idea clara de las bases de la historia contemporánea -ya que la materia entra en su currículo- , pero no va a darnos una clase sobre el armamento empleado en la segunda guerra mundial, porque no es su especialidad. Y, si somos sensatos, no le preguntaremos por ello, a menos que no haya ninguna otra fuente a la que recurrir.

Es necesario comprender que nosotros somos una fuente más, que nuestros ojos son un espejo más en el que otros se miran, y tenemos nuestras especialidades, y un cierto grado de distorsión sobre la realidad correspondiente a nuestras tendencias o preferencias personales. ¿Tenemos debilidades, cosas que no nos gustan de nosotros mismos? Los otros también las tienen. ¿Tienen los demás sus puntos fuertes, cosas que hacemos mejor que la mayoría? Nosotros también los tenemos. Descubrirlas es cuestión de tomar conciencia de aquello para lo que servimos, lo que mejor se nos da, aquello para lo que “parece que estemos hechos”; El paso siguiente siempre es actuar en consecuencia. Pero cuando recuperamos el valor de nuestro propio espejo, a veces es necesario fingir que miramos a cualquier otra persona para empezar a vernos, libres de la carga de juicios externos acumulados y asimilados como propios a lo largo de los años.

Con demasiada frecuencia, consciente o inconscientemente tratamos de equipararnos a las imágenes que nos hemos formado de otros, correspondiendo a modelos o estereotipos. En cierto modo, es como si espiáramos desde la calle, por la ventana, una casa a la que no nos han invitado a entrar, y con lo que llegamos a ver confeccionamos una historia acerca de lo que creemos que es la vida de otros, y acto seguido empezamos a juzgar, o a comparar, aunque en realidad no sepamos nada de la intimidad de esas vidas. Obviamente, esto también lo hacen con nosotros. Y en este proceso, muchas veces inconsciente, se genera una cantidad más que considerable de basura psíquica, como envidias y celos injustificados, desprecio por uno mismo o por los demás, admiraciones ciegas y todo tipo de obsesiones... que además de perjudicarnos personalmente se convierten en una gruesa e innecesaria barrera entre nosotros y la comprensión de la realidad.

Pasa continuamente, cuando, por ejemplo, admiramos o envidiamos el tener una gran casa sin pensar si nosotros seríamos capaces o estaríamos dispuestos a hacer lo que sus poseedores han hecho para conseguirlo, o si realmente nos sentiríamos a gusto en ella. Pero sucede también a la inversa, cuando decimos a alguien que por lo que le ha costado el abrigo nuevo de X marca, podría haber conseguido tres de otra, sin tener en cuenta que tal vez el factor económico no es lo más importante para esa persona, que quería precisamente ese abrigo, por las razones que sean.
Tenemos el ejemplo de llegar a una reunión donde una persona está literalmente custodiando a su pareja, como si cualquiera que pasara por allí pretendiera robársela. Por más fantástica que esta persona en cuestión sea, es muy posible que a los otros asistentes les sea indiferente, sencillamente porque no corresponde a sus propios gustos, y por lo tanto tanto esfuerzo por custodiar es un absurdo... por no mencionar lo que esta actitud está diciendo respecto a la seguridad de uno mismo, y la confianza depositada en su pareja. En el ámbito laboral encontramos, por ejemplo, esas personas que se empeñan en competir con otras por unas consideraciones o un cargo en el que el supuesto “rival” no está interesado. Los ejemplos son casi infinitos, y se manifiestan en aspectos muy diferentes de nuestra vida diaria.

La incapacidad de entender que las personas pueden tener prioridades, gustos, objetivos y deseos distintos, y una escala de valores diferente, es lo que hace que aún cuando podemos decir a alguien que no estamos interesados en competir , ni mucho menos en “quitarle lo suyo” porque ya tenemos “lo nuestro” o estamos en el camino de conseguirlo, esta persona no nos crea. Cuando somos nosotros los que no creemos a otros, es momento de hacer revisión e inventario de nuestra situación personal, de que nos lleva a esa inseguridad acerca de lo que somos o tenemos, si nuestro objetivo es el que creemos o estamos buscando la competencia en sí misma, de dónde viene esa agresividad pasiva o activa que no beneficia a nadie, y cómo vamos a solucionarlo. Pero cuando es el otro el que no nos cree, aferrado a una visión distorsionada acerca de lo que nosotros somos o queremos, raramente vamos a convencerlo siquiera de que se replantee la cuestión, por lo tanto, para no salir dañados, y evitar perder el tiempo dando explicaciones que terminen usándose en nuestra contra, lo más práctico será salir de la vida de esa persona, o sacarla de la nuestra.


Todos estamos en nuestras respectivas circunstancias presentes por algo. Todos llegamos desde dondequiera que estuviéramos hace unos meses, o unos años, hasta dondequiera que estemos ahora, por medio de nuestras decisiones. Y las decisiones se toman en base a las prioridades y los valores. - Cuando actuamos según las prioridades de otros aunque nuestro propio juicio no está de acuerdo con ellas, simplemente hemos decidido de antemano cederle ese poder sobre la dirección de nuestra vida.- Sea cual sea nuestra trayectoria, debemos aceptarla y verla como un recordatorio de cada decisión, de lo que no nos gustaba y dejamos atrás, de lo que aprendimos, de lo que queríamos y logramos alcanzar. Es algo tan personal como nuestra imagen en el espejo y no debería admitir comparaciones, porque, en realidad, no podría haber sido de otro modo.

En cierto modo, todo el mundo hace trampa en el currículum; aunque no añada nada que no haya hecho o cursado en realidad, busca la fotografía en la que sale mejor y emplea expresiones y palabras que suenen bien para describir incluso la tarea más sencilla. No es mentira, pero tampoco es la “cruda” verdad; sirve para crear y proyectar una imagen “ideal” desde lo que se tiene para conseguir que nos abran la puerta. Sin embargo, si escogiéramos nuestra peor fotografía, y redactáramos de una forma burda y con faltas de ortografía para dar la peor imagen posible, esa tampoco sería la “cruda” verdad. Lo mismo sucede con nuestra persona, nuestra trayectoria y nuestra vida, a la hora de presentarla a otros y a nosotros mismos. Cada persona elabora un discurso sobre sí mismo, que es el que muestra a los demás. Sin necesidad de mentir – la mentira no funciona, puedes maquillar un rostro o lustrar un mueble, pero no puedes hacer nada con lo que no existe- , puede presentar las cosas de un modo más o menos positivo para sí mismo, y los demás.

En términos generales, hay que saber guardar algunas formas básicas para la convivencia, siempre que no lleguen a ahogarnos y en casos concretos vale la pena revindicar – aunque corramos el riesgo de ir a parar a la hoguera o a cualquiera de sus equivalentes actuales- lo que somos, tal como es, sin aceptar imposiciones absurdas. Sin embargo, antes de poder revindicar nada, hay que conocerlo, que es precisamente la tarea para la que sirve nuestro espejo personal: conocer lo que somos, tal como es, aceptarlo, respetarlo, tomarlo como referencia primaria.

No hay una mala trayectoria, no hay un currículum erróneo, y si alguna vez llegamos a albergar dudas respecto a esto, y no nos basta con contemplar lo que sucede a nuestro alrededor, bastará con consultar algunas biografías y sorprenderse de los derroteros que toman las diferentes vidas, reflejando todo tipo de combinaciones de luces y sombras. No se trata en este punto de buscar modelos a seguir o a rechazar, sino de darse cuenta de la unicidad de la experiencia de una vida humana. Cada uno tenemos, que sepamos con certeza, una sola de esas vidas, de la que debemos ocuparnos.

Son nuestras decisiones las que nos llevaron por los diferentes eventos de nuestra experiencia vital y nos trajeron al presente, y esas decisiones siempre tienen que ver con nuestras prioridades y valores. Así que lo primero es estar conscientes de estas prioridades y valores, aceptarlos como aquello que debe regir el curso de nuestra vida, y luego decidir y actuar en consecuencia, perseverando en lo que veníamos haciendo o bien introduciendo los cambios que creamos convenientes.

Cuando intentamos ser lo que no somos, o hacer algo contrario a nuestros principios, es como si un pez insistiera en salir del agua y volar, no porque éste fuera su más íntimo deseo, sino porque alguien, alguna vez, le dijo que debería ser capaz de volar... o eso creyó oír. La idea de volar no tiene nada que ver con él, pero si no se da cuenta de esto es capaz de seguir intentándolo, y acumulando sufrimiento, hasta provocarse la muerte.

Nuestro primer campo de especialidad debería ser nuestra propia persona; por poco que sepamos del mundo, nadie tiene el privilegio de acceder a los rincones más íntimos de nuestro ser, nadie tiene la llave que abre esas puertas, y aún de las puertas que hay detrás de ellas. Nadie sabe de nuestros auténticos deseos, o incluso de nuestras capacidades; Las intuyen o las imaginan en función de lo que exteriorizamos a través de nuestro discurso acerca de nosotros mismos (hablado o actuado), y aún así esta imagen pasa por el filtro de su visión o versión personal de las personas, las cosas y el mundo en general. Aunque pueda parecer que a la hora de conocernos a nosotros mismos nuestro juicio no va a ser precisamente un ejemplo de imparcialidad, es preciso entender que el juicio ajeno tampoco lo va a ser. Pero por nuestra parte podemos comprometernos con el objetivo de refinar nuestros sentidos y acercarnos a la visión de las cosas tal como son, lógicamente empezando por nosotros mismos.

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