jueves, 21 de mayo de 2009

Las pobres Ítacas

Viaje a Ítaca

Cuando emprendas el viaje a Ítaca,
debes rogar que el camino sea largo,
lleno de avenuras, lleno de conocimiento.
Los Lestrigones y Cíclopes,
el airado Poseidón, no temas:
son cosas que en tu camino no encontrarás,
no, nunca, si tu pensamiento se mantiene alto, si una
emoción escogida
tu espíritu y cuerpo toca a la vez.
Lestrigones y Cíclopes,
el feroz Poseidón, nunca los has de encontrar
sino los llevas contigo dentro del alma,
si no es tu alma quien los levanta ante tí.

Debes rogar que el camino sea largo,
que sean muchas las madrugadas de estío
que, con gran deleite, con qué gozo!
entrarás en un puerto que tus ojos ignoraban;
que puedas detenerte en mercados fenicios
y comprar las buenas cosas que allí se exhiben,
corales y nácar, mármol y ébano
y todo tipo de delicados perfumes:
tanta abundancia como puedas de delicados perfumes;
que vayas a ciudades de Egipto, a muchas,
para aprender, y aprender de los que saben.

Mantén siempre en el corazón la idea de Ítaca.
Debes llegar, es tu destino.
Mas no fuerces en absoluto la travesía.
Es preferble que dure muchos años
y seas ya viejo cuando la isla hondees,
rico de todo lo que habrás ganado haciendo el camino,
sin esperar que Ítaca deba darte riquezas.

Ítaca te ha dado el hermoso viaje.
Sin ella no habrías partido.
Nada más tiene que pueda ya darte.

Y si la encuentras pobre, no es que Ítaca te haya engañado.
Sabio como seguro te has hecho, con tanta experiencia,
ya habrás podido comprender qué significan las Ítacas.

Konstantinos Kavafis


Hace muchos años encontré estos versos en un libro prestado por una profesora. Lo leía y releía, y ya entonces, como ahora, me parecía contener una lección vital tan antigua como la humanidad y que habrá de perdurar, al menos, hasta el fin de ésta. Poco se puede añadir, a lo ya dicho por su autor, pero hoy la reencuentro pensando en otro orden de cosas, derivado de aquellas primeras impresiones, evidentes y aún válidas.

En ocasiones, teniendo las necesidades básicas cubiertas, cuando no queda más que alcanzar el tipo de vida que uno podría diseñar a voluntad para sí mismo, sobreviene la letargia. Tal vez por esa falta de una necesidad punzante, los esfuerzos se elevan y estallan como fuegos de artificio, sin abatir objetivo alguno. Como el tacto de las cálidas sábanas en una mañana que la ventana muestra demasiado gris, recuerdos y deseos vagos nos atan de nuevo al sueño a penas empezamos a despertar. El desencanto sobreviene como un antiguo enemigo al que no supimos rematar en el primer encuentro, reapareciendo en el camino cuando ya no lo esperábamos, sorprendiéndonos y tomando ventaja de nuestras debilidades, de nuestro exceso de confianza.

Despertamos como en una pesadilla, terriblemente desorientados, invadidos por la confusa sensación de que el suelo ha desaparecido bajo nuestros pies, que no hay nada que hacer, ningún otro lugar al que ir, y, por extraño que parezca, ni siquiera parece importar lo suficiente para reaccionar... Como un terror nocturno la sombra se sienta en nuestro pecho, paralizándonos, enmudeciéndonos, de modo que el mínimo gesto requiere de nosotros un esfuerzo titánico, y pensando en la meta, en lugar del camino, ésta se nos figura pobre o incluso inútil, y abandonamos antes de empezar.

Una vez sumergidos en el proceso, cuesta creer que lo hayamos escogido, a pesar de que así debe haber sido. Ante los ojos empañados de la conciencia, y a pesar de los recursos del territorio que habitamos, a nuestro alcance, en lugar de cosechas se extiende hacia el infinito un páramo yermo y desolado. Porque, a veces, resulta más fácil extraviar el sentido de las cosas que perder un papel en el que anotamos un teléfono y echamos al bolso sin pensarlo demasiado, aunque más tarde nos encontremos escrutando una memoria sobre la que alguien parece haber derramado demasiados litros de pintura blanca; de modo que terminamos revolviendo, urgidos, no sólo el bolso, sino la casa entera, para encontrarlo... Pues, a pesar de nuestra negligencia, el asunto era importante.

Creo que perder el sentido de las cosas no es tan grave, porque realmente no es algo que se encuentre o dependa de ellas, sino de nosotros: en este aspecto el "sentido" es algo que se construye.Mas bien lo que se olvida es precisamente esta tarea constructiva encomendada por la naturaleza humana, y el valor de los elementos con los que la realizamos.

Necesitamos una Ítaca, a pesar de que la literatura nos haya susurrado de antemano que, en realidad, Ítaca no puede dar más que la excusa para emprender un viaje. Y a lo largo de ese viaje necesitamos saber, cada mañana, para qué nos despertamos, así sea cumplir un deber, o sumergirnos en nuestro propio deleite... Y si nos hallamos varados en nuestra travesía, seguir aprendiendo lo posible, que en algún momento ha de sernos útil. Y si nos sorprende una tormenta terrible, procurar sobrevivir para poder ver días más hermosos que han de venir... Pues, aunque ante la faz de la muerte todos nuestros actos puedan parecer fútiles, la vida es una oportunidad única que se nos ofrece por tiempo limitado.

Olvidamos, aunque sería prudente no hacerlo, que mientras vivimos cada uno de nuestros actos, hasta los más pequeños, es importante. Cada acto es una roca, o una piedra, que puede servirnos tanto para construir como para tropezar. Por acumulación de los mismos dirigimos el curso de nuestra vida del mismo modo que un río se domestica para abrevar el ganado o regar los campos, por más que una corriente mal dirigida pueda reírse y arrasar un proyecto pésimamente diseñado, dejándonos la lección de que debemos preocuparnos en conocer los materiales y las condiciones en las que nuestro trabajo se lleva a cabo.

Ítaca importa, aunque pueda ser sólo una excusa, y cada uno de los pasos que a ella nos acercan importa, aunque al lado del ideal parezcan irrelevantes.

3 comentarios:

Francis Ashwood dijo...

Valla... Gracias Vae, por este post... En estos momentos no sabes cuánto necesitaba leer algo tan apremiante. ¡Es fantástico! ^^

Vaelia dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Vaelia dijo...

Gracias a tí, siempre es reconfortante saber que, del otro lado, alguien está leyendo... aún más si le resulta de alguna utilidad.

Besos.
Vae.

PD: El comentario suprimido era mío... error de puntuación no editable :S