miércoles, 3 de junio de 2009

Alas y Garras

Observé desde la terraza, en silencio y con admiración, los árboles oscuros, mucho más altos que las casonas que parecian hacer reverencias a sus pies. Sus siluetas, recortadas contra el cielo iluminado por la luna, moviéndose con delicadeza como si de un exquisito teatro de sombras se tratase... pero la escena tenía, sin embargo un cariz antiguo, más antiguo que la ciudad, más antiguo incluso que aquella primera colonia.
Como si las testas señoriales de los árboles y el perfil de los montes que rodean el inmenso valle tuvieran una memoria cuyos recuerdos se dispersaran en el aire como una bandada de esporas o semillas voladoras, que, al respirarlas pudieran hacerse inteligibles si no a la razón, al menos sí al alma que nos habita.

En ocasiones, sin que conozcamos la verdadera razón, un día o una noche cobran una especial relevancia, al darnos cuenta de algo. Nuestras ideas han ido madurando y engordando como frutos en un árbol, sin que nada ni nadie pudiera acelerar o decelerar el proceso, y como debía ser el momento preciso, cayeron por su propio peso, dejándonos una increíble sensación de alivio.

Contamos con cielo sobre nuestras cabezas y la tierra bajo nuestros pies, que en nuestro interior devienen templos exentos de muros, extendiéndose hacia el infinito. Un santuario, un lugar seguro, donde los extraños no fisgonean, ni los problemas pueden a alcanzar a dominarnos, el espacio propicio para recordar lo que somos en realidad, protegerlo y nutrirlo para el siguiente asalto contra ese montón de cosas del mundo que nos son contrarias.
Paseando por estos parajes, la conciencia recuerda que lo podemos perder todo, puesto que todo puede ser reconstruido, mientras nos conservemos a nosotros mismos de un modo íntegro. Como si recogiéramos huesos, los juntáramos y los devolviéramos a la vida, recolectamos aquellas partes de nosotros que fueron extraviadas en algún momento y las disponemos para un despertar tranquilo, claro como un amanecer de verano, cálido como el aroma de los leños quemándose en el hogar. Pensé en mi disposición cuando me fui de Barcelona, sin tener demasiado claro cómo irían las cosas, dejando atrás muchas cosas buenas y queridas, sin una idea clara de la fecha de regreso... y pensé que sería un error terrible traicionar ese espíritu, más lúcido que aquel al que de vez en cuando -sino con frecuencia- nos arrastra el aburrimiento.

Cada uno de los seres que pueden considerarse libres - y libres aún bajo el peso de las cadenas -, ha pagado un elevado precio por conservar las alas o las garras que, por naturaleza, le pertenecían. Ha vivido el lado menos atractivo de la diferencia, las dudas y la soledad; Ha soportado un peso del que, con suerte, se habrá podido librar con las mismas armas que se trataba de neutralizar. Se ha dado cuenta de que la responsabilidad de su vida recae únicamente sobre su persona, entendiendo que, aunque quisiera poner excusas, ya no sabría cómo. Que ya no puede definirse por su edad o lugar de procedencia, por sus ocupaciones laborales o por los temas estudiados, sino por lo que es en realidad su persona... pero, al mismo tiempo, que esto, por sí sólo no es suficiente, que debe encontrar aún el modo en que esa realidad pueda llegar al mundo, sorteando los obstáculos en el camino, como los ríos desembocan en el mar.

Tal vez más tarde que pronto ha descubierto no estar hecho para obligarse a moverse con extremo sigilo, por temor a estropear algo. Tal vez más tarde que pronto ha aprendido que, aunque existen tiempos de paz, los cambios se suceden y nos obligan a movernos... Que la diferencia, tal vez, sólo esté en si nos sentimos arrastrados por una corriente extraña que nos sorprende y amenaza con ahogarnos, o si por el contrario la aprovechamos para planear tranquilos hasta donde queramos llegar, ahorrándonos el esfuerzo de batir las alas. De modo que, si alguna vez tienen que tomar una decisión, la tomará sin dudar, haciendo lo que sea su deber hacer; mientras en su entorno, cada quien - igualmente libre y responsable- deberá hacer otro tanto. Y estará bien... el amor no depende de estas cosas, el amor que vale la pena siempre está donde debe estar. A la luz de estas consideraciones, se desvanecen los temores y se invierten los términos, de modo que, ante las peores perspectivas, no nos sentimos ya angustiados, sino confiados y fortalecidos. Y, ante el espejo, regresa el brillo a nuestros ojos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Fascinantes y únicas tus palabras, como siempre.
Dani

Vaelia dijo...

Gracias :)