viernes, 4 de abril de 2008

De herederos y huérfanos

Hay tardes tranquilas, en las que la luz del sol se vuelve menos intensa y sopla un viento suave, y una se sienta delante del PC a escribir - después de haber pasado un rato buscando datos de cosas que no puede acabar de atar - , y no sabe exactamente qué es lo que debería decirse.

Ojalá sí tuviera más respuestas, creo eso serviria para dar esperanza, más importante que las justificaciones.

A veces una se siente como el día que rescató un pajarillo tirado del nido por el viento, como la noche que pasó velándolo de modo inexperto, como la mañana en que antes de encontrar la ayuda necesaria, el pajarillo murió.

Otras veces, sin embargo, estamos sentados en una cafetería, charlando con uno de los nuestros, y ordenamos el mundo a nuestra manera, iniciamos proyectos, trabajamos juntos, tenemos la respuesta a nuestro llamado y todo parece perfecto...

Como las dos caras de una misma moneda, buscamos esa mínima expresión de fuego, luz y calor capaz de enfrentarse a la fría oscuridad de la inabarcable extensión nocturna. Más huérfanos que herederos, con nuestras ropas rasgadas nos acurrucamos al fondo de algún refugio improvisado; pensando si deberíamos odiar a unos padres que nos abandonaron, o si deberíamos obedecer aquello que nos impulsa a imaginar que fuimos arrebatados los unos de los otros por mano criminal.

Pero la única realidad plausible es que ellos no están, o aún, que hay que espavilarse y buscar algo con lo que alimentar a aquellos que son aún más pequeños; que hay que crecerse para defender aquellos que están aún más indefensos que nosotros. ¿A quien pedirle fuerzas?

Dibujamos nuestro ideal en las paredes de la cueva, lo observamos largo rato, peleamos con él, lloramos recriminándole lo mucho que nos hace falta su presencia, o adoramos su belleza y aprendemos las lecciones que de sus labios cerrados deducimos... y aunque no sabremos nunca si una vez existió, sí sabemos que queremos llegar a encarnarlo, conseguir que se realice a través de nuestra existencia.

Todo son espejos, las hojas en las ramas, y las ondas en las aguas, la quietud del gato que acecha a su presa... despojados de lo que un día pudimos ser, aún queda un mundo y una humanidad por las que se vierte, como de una fuente primigenia, una infinidad de rios, con una infinidad de afluentes, que abren sus caminos en la tierra y van a desembocar en el mismo mar.

Y una se pregunta por qué el amor es una herida abierta en nuestro centro, como un umbral, que al cruzar nos lleva más allá de la alegría y la tristeza, buscando... buscando por esos caminos de piedras afiladas y pétalos suaves, imbuidos por algo mayor que nosotros mismos, hacía algo que sólo él sabe.

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