Septiembre siempre ha sido mi mes preferido, la despedida del verano que trae la abundancia de las cosechas, y el descanso antes de emprender el largo viaje a la oscuridad. Incluso aquí, donde llueve desde hace meses, puede sentirse en el aire el matiz que anuncia el otoño: ya se divisa el umbral que en breve tiempo deberemos cruzar, y aún con un pie en la orilla, otra parte de nuestro ser sueña con adentrarse el oscuro mar, encantado por el lejano reclamo.
Tal vez como preparación, es posible que antes de emprender una labor (en el sentido amplio del término, ya sea un proyecto concreto o un cambio profundo en nuestras vidas) sintamos que entramos en una zona liminal. Repentinamente, parecemos expulsados de nuestro propio mundo y lanzados a una realidad en la que reinan unos principios muy distintos a los que estábamos habituados.
Nada nos parece ya lo que solía parecer, e incluso nuestras propias palabras, ideas, emociones o sensaciones se vuelven extrañas. Nos vemos obligados a reconocer que todo podría ser, sencillamente, distinto, y que, en consecuencia lo que -al menos en última instancia- somos no reside en estos fragmentos de lo que llamamos nuestra realidad.
Como si hubiéramos despertado en un sueño, nada parece suficiente sólido, e incluso aquellos a los que amamos toman la apariencia de espejismos, haciéndonos experimentar una soledad terrible, como un eco de aquella que llevaría a una divinidad primera a crear una sucesión de universos.
El ser humano puede acceder, voluntaria o involuntariamente, para su dicha o para su desgracia, a una multiplicidad de mundos o realidades, dispuestos como velos translúcidos ante su percepción. Cuanto más profundiza en sí, cuanto mejor conoce aquello de lo que está hecho, más susceptible está de "caber" por las grietas que a éstos conducen, con la misma espontaneidad con la que se cierran los ojos al venir una ráfaga de viento, sin necesidad del empleo de técnicas o sustancias auxiliares... Pero al mismo tiempo más capaz deberá ser de evitar el extravío y retomar su propia senda, que no puede sostenerse sobre débiles ilusiones, ya sea éstas que traigan consigo visiones hermosas o bien terroríficas.
De estas experiencias fuera del tiempo y del espacio, del mismo modo que en los conocidos viajes a otro/s mundo/s presentes en la mitología y los cuentos, podemos traer con nosotros el tesoro de un mayor conocimiento, un arma o una herramienta que nos ayude a reconstruir nuestra propia realidad, una vez hayamos entendido que no es en lo absoluto algo inamovible.
En términos del "Ciclo del héroe", el héroe debe tener siempre un lugar al que regresar, independientemente de si se lo espera o no, independientemente de si ha de ser bien o mal recibido. Sin importar aquello por lo que haya pasado, el regreso será su última prueba. Dicho de otro modo; si somos incapaces de llevarlo a la práctica en nuestro mundo cotidiano, cualquier aprendizaje resultará estéril, y cualquier viaje a otros mundos se convertirá en una muestra de incapacidad para enfrentar los verdaderos retos que se presentan en nuestra vida.
Tal vez como preparación, es posible que antes de emprender una labor (en el sentido amplio del término, ya sea un proyecto concreto o un cambio profundo en nuestras vidas) sintamos que entramos en una zona liminal. Repentinamente, parecemos expulsados de nuestro propio mundo y lanzados a una realidad en la que reinan unos principios muy distintos a los que estábamos habituados.
Nada nos parece ya lo que solía parecer, e incluso nuestras propias palabras, ideas, emociones o sensaciones se vuelven extrañas. Nos vemos obligados a reconocer que todo podría ser, sencillamente, distinto, y que, en consecuencia lo que -al menos en última instancia- somos no reside en estos fragmentos de lo que llamamos nuestra realidad.
Como si hubiéramos despertado en un sueño, nada parece suficiente sólido, e incluso aquellos a los que amamos toman la apariencia de espejismos, haciéndonos experimentar una soledad terrible, como un eco de aquella que llevaría a una divinidad primera a crear una sucesión de universos.
El ser humano puede acceder, voluntaria o involuntariamente, para su dicha o para su desgracia, a una multiplicidad de mundos o realidades, dispuestos como velos translúcidos ante su percepción. Cuanto más profundiza en sí, cuanto mejor conoce aquello de lo que está hecho, más susceptible está de "caber" por las grietas que a éstos conducen, con la misma espontaneidad con la que se cierran los ojos al venir una ráfaga de viento, sin necesidad del empleo de técnicas o sustancias auxiliares... Pero al mismo tiempo más capaz deberá ser de evitar el extravío y retomar su propia senda, que no puede sostenerse sobre débiles ilusiones, ya sea éstas que traigan consigo visiones hermosas o bien terroríficas.
De estas experiencias fuera del tiempo y del espacio, del mismo modo que en los conocidos viajes a otro/s mundo/s presentes en la mitología y los cuentos, podemos traer con nosotros el tesoro de un mayor conocimiento, un arma o una herramienta que nos ayude a reconstruir nuestra propia realidad, una vez hayamos entendido que no es en lo absoluto algo inamovible.
En términos del "Ciclo del héroe", el héroe debe tener siempre un lugar al que regresar, independientemente de si se lo espera o no, independientemente de si ha de ser bien o mal recibido. Sin importar aquello por lo que haya pasado, el regreso será su última prueba. Dicho de otro modo; si somos incapaces de llevarlo a la práctica en nuestro mundo cotidiano, cualquier aprendizaje resultará estéril, y cualquier viaje a otros mundos se convertirá en una muestra de incapacidad para enfrentar los verdaderos retos que se presentan en nuestra vida.
0 comentarios:
Publicar un comentario