lunes, 13 de septiembre de 2010

Pactar con el diablo


The Devil Went Down to Georgia (1996), Mike Johnson

El pacto con el demonio, o la venta del alma al mismo, es un fenómeno ampliamente extendido en el imaginario occidental. Es importante distinguir aquí la raíz cristiana del mito, pues en un contexto no cristiano el peligro al que se expone el practicante al pactar con la entidad demoníaca pierde sentido. En otros tiempos u otras culturas, muchas de las entidades que el cristianismo llegó a traducir erróneamente como "demonios" ostentaban un carácter benéfico y cercano, similar al de los santos patronos que dentro del catolicismo cumplen la función de intercesores ante la divinidad. Sin embargo, el diablo cristiano simboliza la personalización del mal, y en consecuencia entregarse al mismo implicará no sólo la condena eterna, sino la absoluta derrota del esfuerzo humano.

Si bien puede partir de la creencia en una práctica oculta real por medio de la cual un individuo se entrega al diablo a cambio de unos bienes materiales, sensuales o incluso de conocimiento que aparentemente le sería imposible conseguir, el mito ha pasado a convertirse en una metáfora sobre las tribulaciones humanas a la hora de discernir el camino a seguir hacia la consecución de sus objetivos y deseos, así como ante la necesidad de resolver grandes necesidades o situaciones de urgencia. Aún liberados de la amenaza de una condena eterna nos queda la voluntad de construir sobre la tierra una vida que siga el modelo de nuestras más altas aspiraciones, de construirnos según aquello que deseamos ser.

Considerando al "diablo" como una personificación de lo que cada persona sabe que está mal - cuanto menos según su propio criterio: lo que sabe que no debería permitirse hacer, sentir o pensar- , se entiende la vigencia de la narración así como las expresiones derivadas de la misma. El diablo - el enemigo, el saboteador, el irredento "depredador natural"- que nos habita adopta muchas formas para susurrar engañosos consejos, persuadir con falsos argumentos y amenazar con visiones terribles cuando estamos desprevenidos o desesperados.

Sería un error relegar toda clase de entidades malignas capaces de perturbar a la humanidad a los oscuros rincones de su corazón y su mente; Sin embargo el primer - y decisivo-campo de batalla está en ellos. En la mitología o el folklore existen cierta clase de seres perniciosos a los que se debe invitar entrar a nuestra casa, o incluso que no acudirían jamás sin ser llamados, pero también aquellos que permanecen dormidos bajo nuestros pies hasta el momento en el que un error los despierta. Pero en todo caso, si el diablo más terrible puede ser derrotado por efecto de unas sencillas palabras o rendido por una presencia serena ante la que sus artimañas resultan inútiles, es porque el enfrentamiento interno ha sido previamente realizado con éxito.

En Viaje a Ítaca, Kavafis escribe: "No temas a los Lestrigones ni a los Cíclopes,/ni al colérico Poseidón,/seres tales jamás hallarás en tu camino,/si tu pensar es elevado, si selecta/es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo./Ni a los Lestrigones ni a los Cíclopes/ni al salvaje Poseidón encontrarás,/si no lo llevas dentro de tu alma,/si es tu alma la que los conjura ante tí." Muchos otros autores a lo largo de la historia han escrito, con otras palabras, el mismo mensaje. El enemigo es aquel que nos separa de nuestro objetivo último, el que nos atemoriza y debilita conduciéndonos por el sendero tortuoso que no conduce a ningún lugar. En palabras de Pinkola Estés : "Es un sarcástico y asesino antagonista que llevamos dentro desde que nacemos y cuya misión (...) es la de tratar de convertir todas las encrucijadas en caminos cerrados".

Existen muchas formas en las que el diablo, el enemigo interno, se presenta en nuestras vidas con el objetivo de malograr nuestros humanos esfuerzos; pero todas ellas son formas de autoengaño. Cuando en una narración encontramos a un individuo desesperado que busca el modo de contactar con el diablo para pactar con él, el autoengaño está en la creencia de que es débil o impotente, o que no tiene otra opción. Cuando un diablo se acerca a susurrar tentaciones al oído de un individuo virtuoso, y éste se presta a escucharlo, el autoengaño está en el exceso de confianza o en su soberbia.

Por lo tanto, es posible que la mejor arma contra el diablo sea el cultivar la verdad en nuestras vidas, arrancando la mentira como se arrancan las malas hierbas. Esto implica ser sinceros con otros, pero también con nosotros mismos, así como tratar de alcanzar y mantener una visión clara tanto de nosotros como de aquello que nos rodea, ya sean personas o situaciones.

Cuando llegamos a conocer a otros aceptamos que no es lícito demandar nada de ellos, por lo que enojarse, sentirse decepcionado, pretender para nosotros algo que no nos corresponde, o acunar deseos de venganza pierde sentido. Mientras que cuando nos llegamos a conocer bien a nosotros mismos, comprendemos cuál es nuestro objetivo último en el tiempo que nos ha sido concedido sobre la tierra, inventariamos nuestras fortalezas y debilidades y en vez de temerlas o exhibirlas las trabajamos constantemente, poniéndolas al servicio de este propósito que nada ni nadie puede arrancarnos porque nos pertenece en la medida en que le pertenecemos. No existe un lugar para la duda, el temor o la impaciencia entre lo que es y lo que somos.

Y aunque tal vez aún no hayamos podido enunciar este destino, este propósito, sabemos que estamos en el camino que escogimos voluntariamente o, cuanto menos, tenemos cierta idea de lo que nos gustaría llegar a ser. Basta con mantenerse fiel a esta idea, suceda lo que suceda, basta con negarse a la excusa, al enojo, a la duda, al miedo, a la soberbia, a la impotencia, a la desesperación o cualquier forma de ofuscación. A todos nos ha sucedido que el temor a perder no lo que más queríamos nos ha conducido a cometer una estupidez tras otra, hasta conseguir lo contrario de lo que nos proponíamos, y lo peor de todo es que sabíamos que estábamos haciéndolo mal; Se trata de aprender a detenernos a tiempo y no repetir la experiencia.

Hay que advertir ocasiones nuestros diablos internos no son precisamente la encarnación del mal absoluto... Bajo condiciones de gran presión en las que quedamos paralizados, es posible que una fuerza enorme surja de nuestro interior como bestia capaz de destrozar cualquier cosa que se presente como una amenaza. Técnicamente nos está defendiendo, por nuestra supervivencia, por nuestro bien. Sin embargo es necesario precisar que esta fuerza no hará sino lo que nosotros le permitamos hacer, y que la responsabilidad de sus actos recaerá sobre nuestra conciencia y sus consecuencias pueden llegar a arruinar en segundos la vida que hemos construido para nosotros y los nuestros. Por lo tanto, antes que temerla o maltratarla, deberemos aprender a mantenernos seguros, para que ella permanezca en su sueño, sin causar daños innecesarios. Por otro lado, de este modo si realmente llega el momento de llamarla a nuestro servicio no habrá una sola duda que pueda obstruir su salida.

Hay una historia bastante moderna que trata de un joven sencillo que tocaba como nadie el violín, porque el violín era su vida. Un día el diablo pasó por allí y se dijo que tal vez podría llevarse consigo un alma, así que al oír al muchacho tocar se le ocurrió proponerle un trato. Se acercó y le dijo, "tengo un violín de oro; si tocas mejor que yo te lo daré, pero si te derroto, tu alma me pertenecerá". Y el joven sospechaba que aceptar el trato no estaba bien, pero aún así lo aceptó. Primero tocó el diablo con todos los infernales recursos que tenía a su alcance, y fue sorprendente y atemorizador, pero al llegar su turno, al tocar con su violín como siempre había hecho, el miedo del joven se desvaneció, y a pesar de la austeridad de su instrumento, logró superar a su enemigo. El diablo se enojó, pero un trato es un trato, de modo que entregó el violín de oro al joven, dando media vuelta para seguir su camino. Sin embargo el joven lo llamó, y pateando el violín de oro le dijo: "Regresa cuando quieras a intentarlo de nuevo".

La respuesta del joven puede parecer un acto de soberbia infinita, sin embargo, al menos tenía claro un par de cosas que demasiadas veces se olvidan. Una es que de los enfrentamientos con el diablo no se puede obtener otra ganancia que el conservar la propia alma, la propia vida. Ninguna persona sensata cambiaría el arma con la que ha derrotado a su enemigo por una que éste le entregue, a menos que esta sensatez se vea obnubilada, a menos que la clara visión sea empañada. No es demasiado probable se pueda hacer música con un violín de oro, y si el violín tocara solo, la habilidad que hizo vencer al muchacho se hubiera evaporado en poco tiempo, así que el diablo le hubiera arrebatado de todos modos lo que más quería, y hubiera vencido, saliéndose con la suya sin necesidad de decir nada.
La otra es que no basta con vencer al diablo una vez. Es como caer en la trampa de alguien que nos hace creer que siempre va a perder, volviéndonos excesivamente confiados, sin darnos cuenta de que con paciencia infinita está aprendiendo cada uno de nuestros movimientos, para derrotarnos en un último desafío que erróneamente damos por ganado.

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