lunes, 21 de junio de 2010

Adentrarse en el fuego

Hoguera (2010), Nino Tavella

Cuando empezamos a recorrer el Camino, nunca sabemos dónde nos llevará exactamente; Si bien podemos tener un destino, una meta u objetivo establecidos y la certeza de que los alcanzaremos, raramente nos es dado prever los efectos que el eco de nuestros propios pasos tendrá en nosotros.

Cuando trabajamos con Magia la sala de máquinas de la realidad nos abre sus puertas, y tenemos acceso al entramado de hilos y nudos tras su tapiz. Es poco probable que tengamos el conocimiento necesario para manejar cualquiera de estos hilos sin modificar más de lo que nos habíamos propuesto en origen. Cuando tratamos de arreglar cualquier cosa sin el conocimiento necesario, podemos empeorar la situación que pretendemos resolver, o aún estropear algo que funcionaba bastante bien. Por esto en ocasiones resulta más prudente cerrar los ojos y confiar en la intuición, en la memoria que nuestras manos conservan de los procesos a seguir.

El mago o brujo comprende la necesidad de entregarse a las fuerzas más altas que se hallan conectadas a esta "punta de iceberg" que es la conciencia ordinaria. Podemos llamarlo Dios, o Dioses, o la Voluntad profunda de nuestro propio ser, pero en todo caso será preciso retener la idea de que esta potencia somos nosotros mismos. Tal como expresara Gibran Khalil: “(...)No debéis decir "Dios está en mi corazón", sino más bien "estoy en el corazón de Dios" ”. Es esta potencia la que tiene el conocimiento necesario para manejar sin riesgo alguno los hilos de la realidad, es la que sabrá darnos antes lo que realmente necesitamos que lo que somos capaces de formular como petición.

Todos hemos oído que en la magia todo tiene un precio, usualmente se hace uso de la expresión para referirnos a aquellas situaciones en las que un individuo cegado por la ignorancia o la desesperación se entrega a los aspectos más bajos de su lastimado ser. Sin embargo, el mismo principio funciona en la situación opuesta, cuando decidimos entregarnos a los aspectos superiores.

Lo más alto nos pide a su vez que seamos capaces de dejar atrás la vieja piel, la corteza o la crisálida de nuestro viejo ser, que seamos capaces de separar la escoria del oro para quedarnos con este último. Capaz de resolver cualquier situación del modo perfecto, nos empuja a dejar atrás todo aquello a lo que estábamos acostumbrados o acomodados, impulsándonos a abrazar la realización de nuestras necesidades, sueños y deseos más auténticos.

Sin embargo, a pesar de que la promesa de esta realización debiera resultar esperanzadora, a menudo la experimentamos como una tortura o incluso como un castigo. Esto es debido a nuestro apego a tantas cosas que, a pesar de ser manifiestamente disfuncionales, hemos conservado en nuestra vida, identificándonos con ellas. Por esto, al oír el llamado de nuestra voluntad más íntima, a menudo nos asustamos, nos parece que es demasiado pronto, o demasiado tarde, tratamos de negarla, sentimos que no estamos preparados para la tarea o la misión a la que somos llamados. No sentimos alegría por el crecimiento que nuestro ser experimentará a través de la experiencia, antes bien nos lamentamos como si fueran a arrancarnos un pedazo de nosotros mismos, a pesar de que éste se haya convertido en un lastre, en un peso sin el cual nos sentiríamos más libres, más capaces, más claros e, incluso, más felices.

Encontramos en este punto una perversión de la idea de lealtad, que si bien es correcta en ella misma, demasiado a menudo se vincula a un objeto equívoco. La única lealtad ineludible es aquella que nos debemos a nosotros mismos, a la inmensa realidad de nuestro ser completo, del mismo modo que nuestro primer y único deber real que tenemos en esta vida, en el tiempo que nos ha sido dado, es la responsabilidad sobre nosotros mismos y el pedazo de realidad que hemos contribuido a crear y que podemos mejorar. Aquello que otras personas puedan ser, o hacer, el modo en cómo gestionen su parcela es algo que nos está vetado. De este modo nosotros evolucionaremos en nuestra propia línea, y otros también lo harán, si de modo natural nuestros caminos se separan, no podemos hacer otra cosa que aceptarlo de buen grado, agradeciendo la experiencia compartida.

Entrar en contacto con la Magia, descubrir el puente que nos vincula con esta voluntad más alta o más profunda es jugar con fuego. Una vez iniciado el viaje, no podemos quedarnos a medio camino, será necesario seguir de etapa en etapa, trabajar de un modo atento, incansable, querer comprenderlo todo, y ser capaces de ver más allá de los límites de la estrecha perspectiva de nuestro ser consciente, de nuestros apegos físicos, emocionales e intelectuales. Si tratamos de escatimar nuestra ofrenda, con seguridad acabaremos atrapados entre dos mundos a los que jamás podremos pertenecer, terriblemente divididos en nuestro interior ( y tal vez a esto se refiere la expresión “nacido una vez y media”).

Una vez esta potencia interior despierta, no cesará de llamarnos a sí. Tarde o temprano llegará el tiempo de adentrarnos en el fuego por nuestros propios pasos, de permitir la quema y la reducción a cenizas de nuestro viejo ser, para emerger completamente transformados para nacer de nuevo a otro nivel, por nuestro mayor bien, pero también por el bien de la humanidad entera.

Es muy posible que no nos planteemos estas cuestiones cuando sencillamente prendemos una vela y pedimos por un trabajo, una pareja o un nuevo hogar. Es posible que un acto mágico aislado no tenga la fuerza suficiente para despertar esta potencia interna y que, en consecuencia, podamos mantener por muchos años el discreto desorden de nuestra cotidianidad. Hay pequeños dioses que nos ayudan a cambio de pequeñas ofrendas. Pero es igualmente posible que un día nos sorprendamos preguntándonos que se encuentra más allá de los muros de esta granja, que el resplandor del sol nos alcance y nos encante de un modo terrible y revelador. Para aquellos que han caído como enamorados del Arte, no hay otro camino posible.

A pesar de ello, al contrario de la idea generalizada acerca del tema, las increíbles transformaciones que se acontecen en nosotros mismos raramente son fruto de un solo impacto, sino que se llevan a cabo de manera gradual. A medida que avanzamos – y es importante señalar que aquí no se trata de los niveles dispuestos por una cultura o una escuela de conocimiento determinados, sino de algo tan natural como un río o una tormenta- cruzamos umbrales y fronteras que cristalizan como puntos de no-retorno. A menudo no podemos ver más allá de las limitaciones de nuestra perspectiva presente y cuando una visión del futuro cruza nuestra mente como un luminoso relámpago podemos concebir como “imposibles” situaciones que un día serán de lo más común en nuestras vidas.

Por esto no es necesario asustarse, o perder la calma, y de nada ha de servir tratar de correr y superar niveles – especialmente si se trata de escalones artificiales correspondientes antes a una construcción humana que a una realidad natural e ineludible -, pues las cosas se dan de manera espontánea, a su debido tiempo, del mismo modo que, a su debido tiempo florecen los árboles, maduran los frutos y finalmente se desprenden de las ramas.

Así las viejas partes de nuestro ser cumplieron su cometido, y ya caducas caen por su propio peso, desprendiéndose con suavidad. El Camino puede ser duro en ocasiones, pero especialmente cuando nos negamos a dejar ir aquello que ya no nos puede pertenecer. Lo único que podemos hacer al respecto, para evitar el sufrimiento innecesario, es no tratar de detener este flujo, esta corriente que nos lleva cada vez a una mejor versión de nosotros mismos. Renunciar a pagar nuestro precio, estancándonos, es posible: Significa optar por una muerte en vida, despreciando los tesoros que la existencia nos ha dado como una herencia.


2 comentarios:

Francis Ashwood dijo...

Qué gusto leer tanta verdad junta...

Magnífico artículo, querida Vae ^^

Vaelia dijo...

Mil gracias!

Besos,
Vae.