domingo, 27 de junio de 2010

Desnudez


La ola (1896),William-Adolphe Bouguereau

Cosas

Sólo quiero recordar de este verano
la mirada cómplice
de una vecina que tomaba el sol
desnuda y sonrió complacida
al darse cuenta de que la contemplaba,
y aquel instante fugaz, irrepetible,
de total quietud, en que el mundo quedó
desierto de sí mismo y era un cristal
transparente y de nuevo compacto.
El verano no será otra cosa,
este verano, quiero decir, y si alguien me habla
de aquellas mil bagatelas inefables
que componen los días y las noches,
diré tranquilamente: -No me acuerdo.

Miquel Martí i Pol, versión de Adolfo García Ortega


Tal vez porque aquí no hay mar, o tal vez porque el verano es temporada de lluvias, en el solsticio vernal se añora como en ninguna otra época las orillas del Mediterráneo, donde la llegada del calor es todo un evento que marca el inicio de una temporada en la que solemos estar más tiempo fuera que dentro de casa. Es tiempo de salir en esas noches calurosas en las que resulta imposible dormir, y de pasear bajo la luz anaranjada de las farolas. Tiempo de ir al mar, aunque sea de paso, a primera hora de la mañana o última de la tarde, cuando la avalancha de turistas ha pasado, de salir al campo o de contemplar las estrellas desde las montañas.

El calor obliga a deshacerse de ropajes innecesarios y nos confronta a nuestra propia desnudez, a nuestra realidad física y a nuestros muchos prejuicios al respecto. Es divertido que a principios del año muchas personas se propongan acudir al gimnasio o ponerse a dieta, para estar "preparados" cuando llegue el verano y quieran ir a la playa. Muchos olvidan su propósito y lo retoman a mediados de primavera, al acercarse las fechas señaladas... Sólo para abandonarlo de nuevo. Finalmente el verano llega y de todos modos van a la playa, sea cuál sea su aspecto; A pesar de todos los prejuicios que estas personas hayan podido acumular a lo largo de los años, una parte de ellos sabe perfectamente que no tienen la menor validez, que deben enmudecer ante la generosa invitación del sol y las olas.

La arena y el mar nos reciben con agrado tal como somos, sin preparación previa requerida, y semidesnudos entre las aguas recordamos tal vez un tiempo de la infancia, en el que jugábamos y disfrutábamos despreocupadamente, tan concentrados en las sensaciones que experimentábamos que no quedaba lugar para considerar posibles juicios acerca de nuestro aspecto.

La piel, con todas sus marcas y relieves, se descubre para recibir las caricias del sol y de las aguas como un animal que pudiera salir de un largo encierro. Y, tal vez después de muchas horas cuestionando nuestro propio aspecto ante el espejo, nuestra mente logra salir también de su particular presidio, para relajarse y disfrutar.

Durante la tregua, una verdad natural se abre camino en nuestra conciencia: estamos bien tal como somos, no hay que "prepararse", es mejor ser espontáneos. Hay una belleza propia en cada uno de nosotros que resplandece cuando somos felices, cuando somos sencillos, cuando agradecemos las bendiciones presentes en nuestras vidas y nos sentimos en paz con nosotros mismos y con aquello que nos rodea, una belleza que se abre camino desde nuestro interior cuando empezamos a percibir la belleza de la naturaleza de la que formamos parte.

Con esta mirada vemos al ser amado, con esta mirada nos ven aquellos que nos aman, y con esta mirada deberíamos ser capaces de vernos a nosotros mismos en todo momento. La desnudez no es sólo un cuerpo desprovisto de vestiduras, es también la capacidad de deshacerse de lo innecesario, de permitirse ser tal como uno es, de conservar la claridad en la mirada y la libertad en el espíritu, de ir directos hacia aquello que sabemos bueno para nosotros en lugar de detenernos a recoger nuestras viejas cadenas para llevar con nosotros la gravedad de su peso.

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