miércoles, 9 de junio de 2010

Sosteniendo la balanza


Mujer sosteniendo una balanza, J. Vermeer (1664)


Hay momentos que marcan una finísima línea entre un antes y un después, momentos como encrucijadas en los que debemos sopesar lo andado y discernir el camino que seguiremos de ese punto en adelante. Altas cimas o afiladas grietas ocultas en los rincones más ordinarios y que, a menudo, pasarán inadvertidos. Pruebas inesperadas que nos revelan lo que habita en nuestro interior del mismo modo en que el espejo nos devuelve nuestra imagen externa, sin derecho a apelación.

La vida que nos ha sido concedida por un lapso de tiempo desconocido y es necesario saber escoger sabiamente a cada paso. Para ello deberemos ser capaces de encerrarnos en nuestra propia soledad, robando tiempo al tiempo si es preciso, para sostener nuestra pequeña balanza, y no permitir que otra influencia que no sea la nuestras más altas inspiraciones nos guíe en ese juicio que nos corresponde emitir con la mayor humildad.

Por desgracia a menudo vivimos de un modo inconsciente, por lo que estos momentos y las opciones entre las que deberemos elegir pasan inadvertidos ante nuestros ojos. Todo lo que hacemos, y todo lo que nos sucede, enraíza en la falsa creencia que nos dicta que no existe elección posible. Pero lo cierto es que hay muchos modos de entender la realidad y moverse por ella; Dependiendo del entorno en el que nos hayamos desenvuelto, algunos de estos modos pueden sernos más próximos, podemos comprenderlos y considerarlos, sin embargo esto no indica que sean los propios. Es por esto que debemos recurrir a la soledad y al discernimiento, pues es necesario encontrar la opción que corresponda con lo que realmente somos o aquello que realmente queremos llegar a ser.

Cuando sostenemos la balanza, nos reencontramos y sopesamos los valores que elegimos para dirigir nuestro tránsito por esta vida, nuestro discernimiento se encarga de guiarnos más allá de las circunstancias concretas, de las emociones y razonamientos ligados a un momento o una vivencia que, sin duda, pasará. Recordemos aquí, una vez más, que lo que importa no es lo que sucede, sino lo que hacemos con ello, el modo en cómo lo digerimos y transformamos, si lo usamos para nuestro bien o nuestro mal. Nuevamente, no se aceptan excusas.

Cuando no somos capaces de percibir estos momentos clave, a pesar de su aspecto cotidiano, ni tenemos conciencia de nuestra capacidad y libertad de elección, corremos el riesgo de "cambiar nuestro oro por peltre", como dijera Crowley (2), esa misma vieja trampa en la que cae el hombre que, cegado por la desesperación, vende su espada a un bandido, sin ser capaz de preveer que en el momento en que la espada esté en poder del bandido, éste la empleará para recuperar el oro que pagó por ella.

Lamentablemente he visto caer a muchas personas, capaces de superar pruebas más complicadas, en esta trampa aparentemente sencilla. No soy capaz de imaginar un final más desgraciado en el historial de un brujo que el terminar convirtiéndose en aquello que más detesta. Como en una tragedia clásica las cosas más simples se complican hasta llegar a un punto de no retorno que sólo trae sufrimiento a todos, despertando la conmiseración del espectador. Tal vez por esto, aún en circunstancias tan censurables, sostengo la idea personal que debe haber un camino de regreso desde lo profundo del infierno, por difícil que sea, y si bien los que cayeron nunca emergeran como la persona que un día fueron, puede guardarse una brizna de esperanza por su ser.

No importa cuales sean las circunstancias, su urgencia , su gravedad, las emociones que despiertan en nosotros o lo que digan las voces que nos rodean, hay decisiones demasiado importantes para dejarse distraer por este tipo de ruido de fondo sobre el que es necesario elevarse para ver con claridad. Que el momento surja de la maraña de lo cotidiano no implica que su naturaleza sea común, y lo que hay en juego tiene la importancia necesaria para lograr que detengamos el mundo y robemos tiempo al tiempo si es preciso, para ir a la búsqueda de lo más alto o más profundo de nuestro ser y encomendarnos a ello aún sumidos en la más oscura de las tribulaciones.


Notas:

(1) Acerca de la imagen:
Una mujer encinta situada ante una mesa llena de joyas, sostiene una pequeña balanza con gesto reflexiva; Desde una ventana superior un rayo de luz ilumina el rostro de la mujer, así como el cuadro del Juicio Final situado al fondo de la escena doméstica. Entre las interpretaciones que he leído de la obra, destaco la de L.G.Pineda .

(2) Ambos ejemplos son mencionados por Aleister Crowley en su novela "La hija de la Luna" (Moonchild), publicada en español por Humanitas en 1999. Cómo no tenía acceso a dicha publicación, hice la traducción recientemente publicada en Ouroboros Webring del fragmento a partir de una edición PDF en inglés de la OTO (p. 297-300).

2 comentarios:

Naroha dijo...

Gracias por la luz que me das cada vez que te visito (y no son pocas).
Me has enseñado muchas cosas, no solo conocimiento sino también sabiduría.
Un abrazo

Vaelia dijo...

Gracias a ti, Naroha, me dejaste sin palabras...
Un abrazo.