jueves, 17 de junio de 2010

Educación sexual

La educación sexual en las aulas es un fenómeno relativamente reciente, restringido a un número limitado de sociedades modernas, que adolece de numerosas carencias. Aún contando con el beneficio del progreso, de una supuesta ausencia de tabúes, los planes educativos vigentes a menudo reducen este aspecto indispensable de la formación de los jóvenes a una respuesta médica preventiva en respuesta a una especie de "mal inevitable".

Esta mecanicidad, pobreza o mezquindad a la hora de tratar el sexo se traducen en una concepción mecanicista, pobre y mezquina del tema que no hace más que cubrir con una densa cortina de humo una cuestión que parece dar tanto miedo ahora como hace un par de siglos, por más que se hayan inventado respuestas distintas para simular un cambio. Los viejos tabúes y censuras perviven, actuando a sus anchas tras esta densa capa de apariencias, son el motivo que lo que antaño fuera prohibido sea hoy burlado, banalizado y vulgarizado. En el fondo, se trata de la misma ignorancia, proliferando entono al halo sagrado de esta cuestión fundamental para la humanidad y la Vida misma que es el sexo.

Me considero parte de un afortunado grupo de alumnos cuyos educadores fueron más allá del plan educativo, y, conscientes o no de ello, nos acercaron a la cuestión desde la visión íntima, poética y profundamente respetuosa de las grandes voces de la historia. De este modo aprendimos de la belleza y la sacralidad que enraiza en el sexo como una cuestión humana fundamental, cuyos ecos resuenan a lo largo de todas las generaciones desde el primer e ignoto origen. No sólo nos enseñaron que el sexo era una necesidad natural y lícita, sino también que podía ser algo hermoso, una expresión de nuestro mundo interior, un camino de comunión con nuestra propia naturaleza, y con el potencial artístico y espiritual del ser humano.

En nuestro recorrido desde la antigüedad clásica a la época actual, pasando por el amor cortés, la poesía mística y las vanguardias, entendimos que los conceptos de amor, erotismo o sexo, variaban con la época y la sociedades que los reformulaban según sus propias necesidades. Todos tenían su parte de razón, todos estaban equivocados; De la rebosante copa de este origen abundante no podía surgir un curso que pudiera recibir el apelativo de "único" o "correcto", sino una infinidad de afluentes sin nombre, donde los individuos se encuentran, a tientas, produciéndose de vez en cuando el milagro de la comprensión.
Independientemente de si la cuestión fuera tomada de un modo grave y ceremonial, envuelta en complicados sistemas de reglas, o por el contrario de un modo tan ligero como el gesto de dar un presente a alguien, sin otro motivo que nuestra propia generosidad, desarrollamos un profundo respeto por el sexo, explícito o implícito.

Dejando de lado las sociedades reprimidas y represoras de los que todos tenemos noticia, creo que aún hoy en día, en la misma ciudad que me eduqué, más de uno se llevaría las manos a la cabeza si se enterara que en algún aula repleta de adolescentes se está leyendo a Catulo, o a Louÿs. Por supuesto no imaginarían que no hay risas en la clase, sino alguna que otra sonrisa sonrojada similar a la que se dibuja en el rostro de alguien que recibe un regalo que no cree merecer, una felicitación o una muestra de confianza tan grandes que lo abruman.

Y puedo imaginar comentarios del tipo "...pervirtiendo a la juventud" procediendo de las mismas personas que subestiman las capacidades de los jóvenes, recortando milímetro a milímetro las alas que deberían alzarlos en poderoso vuelo. Y muchas de estas personas pasando las noches pegados a la pantalla de un televisor, explotando en obscenas risotadas ante la expresión de la vulgaridad prefabricada y comercial, en vez de procurar una educación de calidad a sus hijos. Otras presentarán patologías de todo tipo, debido al nivel de embarramiento de su conciencia respecto a la "terrible" cuestión del sexo; represión de las propias pulsiones, apatía e insatisfacción, frigidez e impotencia, cerrazón mental y embrutecimiento, pudiendo llegar a la violencia implícita o incluso explícita hacia las personas sobre las que proyectan sus esos demonios interiores que son incapaces de afrontar.

Es forzoso concluir que una educación sexual digna de recibir tal nombre debe extenderse más allá del listado de métodos anticonceptivos y centros de planificación familiar, y ahondar en el conocimiento y el respeto del individuo sobre el tema a tratar, y sobre sí mismo, evitando menoscabar sus facultades potenciales de comprensión y desarrollo. Y esto es necesario, sobretodo, si pretendemos construir una sociedad más sana, respetuosa y consciente.


Marte desarmado por Venus (1824), Jacques-Louis David.

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