viernes, 11 de junio de 2010

Los brujos no se quejan

La responsabilidad es uno de los elementos claves en la vida mágica, pues sólo cuando la aceptamos se nos concede la posibilidad de tomar las riendas de nuestra propia existencia y encaminarla hacia allí donde nuestra voluntad íntima nos indique. De hecho, la responsabilidad puede considerarse el peso de esas riendas en nuestras manos; Si pretendemos liberarnos de él, o bien nuestra vida no tendrá dirección, o bien será otro u otros los que la dirijan.

A medida que adquirimos una mayor responsabilidad sobre nosotros mismos, nuestra vida y nuestra incidencia en el entorno, tomamos conciencia progresivamente del poder que se encuentra en nosotros y que nos permite mejorar todos estos aspectos, recreándolos según el modelo que hayamos escogido seguir.

El cambio implica, no obstante, dejar de proyectar esta responsabilidad en otras personas, cosas o situaciones. Estamos demasiado acostumbrados a culpar a otros (o a las circunstancias) de todo aquello que no nos gusta en nuestras vidas pero, de hecho, si está ahí es porque en algún momento le abrimos la puerta o, cuanto menos, olvidamos cerrarla bien. Es necesario observar atentamente para identificar de qué modo permitimos que algo así apareciera en nuestras vidas, reconducir nuestras actitudes y acciones con perseverancia, y contar con la paciencia necesaria para seguir el proceso hasta el final, cuando podremos ver los resultados de nuestra reprogramación.

Shinoda Bolen tituló uno de sus libros con la frase “Las brujas no se quejan”, que es algo que todos deberíamos tener presente. Quejarse, lamentarse, culpar a otros, asumir el papel de víctimas, etc. es permitir que ese poder para conducir y transformar nuestra vida se nos escape gota a gota.
La impotencia es un ruido de fondo en nuestra cotidianidad, es posible que no nos hayamos dado cuenta de su presencia o sencillamente nos hayamos acostumbrado a la misma, sin embargo, cuando conseguimos deshacernos de él, nos invade una increíble sensación de alivio y es incluso posible que lleguemos a sorprendernos de haber vivido tanto tiempo sometidos a tal tortura. - De hecho, gran parte de lo que llamamos o consideramos Magia reside en estas sutilezas. Nuestros sentidos y percepciones naturales se encuentran embrutecidos, por lo que antes de pensar en adquirir nuevos sistemas de percepción, mejor sería comprender que bastará un trabajo de limpieza para recuperar aquello con lo que ya contamos.-

Todos conocemos ejemplos de personas que dicen seguir una u otra vía mágica (e incluso espiritual) pero en la práctica son incapaces de aplicar un principio tan elemental como el de la responsabilidad sobre sus vidas. En lugar de asumir esta responsabilidad pasan el tiempo señalando y culpando a otros por sus propios fracasos y miserias, creando y alimentando fantasmas, tratando de manipular o dañar a otros con la excusa de defenderse de “ataques” u “ofensas” que sólo están en su imaginación, desgastándose a sí mismos en el proceso y cerrando las mismas puertas que pretenden abrir. Es posible que personas así puedan llegar a dominar algunas técnicas, pero las riendas de sus vidas no están en sus manos y el Camino les estará vetado hasta que logren darse cuenta de la situación real y, por supuesto, decidan cambiarla.

El resentimiento es una expresión de esta proyección de responsabilidad y poder hacia otros que implica, además, el estar anclado en algún momento del pasado ( relaciones que ya no existen, situaciones que terminaron, personas que ya se han ido...) al que permitimos condicionar nuestro presente. Es como si sostuviéramos algo sumamente desagradable en nuestras manos, pero al mismo tiempo nos negáramos una y otra vez a soltarlo simplemente porque de algún modo nos sentimos identificados con ello o sentimos que necesitamos de ello (por ejemplo, para justificar un comportamiento que sabemos inadecuado en el presente). No tiene demasiado sentido, y desde luego no tiene ninguna utilidad mágica a menos que nuestro propósito sea envilecer nuestra existencia. El perdón es más efectivo, y se trata en muchas ocasiones de algo más importante para aquel que lo concede que para aquel que lo recibe, dado que es la única manera de disolver este tipo de vínculos enfermizos, y recuperarse para poder seguir el sendero que nos lleve allí donde realmente queremos estar.

Por otra parte, es necesario señalar que la toma de responsabilidad no debería implicar el flagelo de la culpa, que es otra actitud paralizante, ligada al pasado, completamente inútil y nociva. La culpa no arregla nada, porque sólo implica sentirse mal por algo que ya pasó y no se puede cambiar. Podemos decir “lo siento” sinceramente, pero no podemos quedarnos ahí, hay que dar un paso más, hacer algo por resarcirnos si lo necesitamos, perdonarnos, aprender de la experiencia, comprometernos a hacerlo mejor la próxima vez, pero en cualquier paso seguir adelante. Del mismo modo que no sirve de nada culpar a otros o quejarse de ellos, tampoco sirve de nada culparnos y quejarnos de nosotros mismos, pues no hay que olvidar que esto no deja de ser una retorcida forma de autocomplacencia que nos lleva al estancamiento. Si detectamos algo que no nos gusta de nosotros mismos, tenemos todo lo necesario a nuestro alcance para cambiarlo, sin excusas.

Nuestra propia responsabilidad tiene unos límites y una profundidad cuyo desconocimiento conlleva numerosos equívocos - no sólo a la hora del trabajo mágico-, pues desgraciadamente estamos demasiado acostumbrados a tratar de meternos en asuntos ajenos antes de solucionar los propios. Los límites de nuestra responsabilidad se sitúan allí donde encontramos la vida de otra persona, igualmente responsable de su vida (aún negándose a asumir esta responsabilidad natural). Es aquí donde nos damos cuenta de que podemos desear lo mejor a otras personas, y estar disponibles, pero no podemos tomar decisiones por ellas, ni ayudarlas a menos que estén dispuestas a ayudarse a sí mismas. El conocimiento de estos límites, a su vez, debería centrarnos en nuestra propia responsabilidad para comprender su profundidad, la cual se manifiesta, por ejemplo, en todas esas situaciones en las que aún reconociendo nuestra participación asumimos que la de otras personas, elementos o situaciones implicados es mayor y que, por lo tanto, son ellos los que deberían cambiar, o actuar al respecto (otra manera de estancarse en una posición demasiado cómoda).

Por último es preciso recordar que para recorrer un camino, cualquier camino, es preciso tener una enorme capacidad de digestión, de aceptar todo lo que nos sale al paso, transformarlo, tomar aquello que nos nutre y desechar aquello que no nos sirve. A medida que avanzamos, que entablamos nuevas relaciones, que tenemos nuevas experiencias y que nos descubrimos a nosotros mismos a través de situaciones que tal vez no esperábamos, es casi seguro que encontremos un buen número de cosas que no nos gusten, que sean difíciles de enfrentar o aceptar, pero ante las cuales no nos podemos apocar, antes al contrario, debemos aprender a usarlas como instrumentos y oportunidades de crecimiento. Aprender a encajar correctamente un golpe puede llevar su tiempo, pero es muy diferente a ir llorando, quejándose, señalando e insultando, y gritar al mundo lo mal que nos trata la vida... Lo cual sólo sería un clarísimo síntoma de nuestra falta de conciencia, de comprensión profunda y claridad, así como de nuestra carencia de poder.

Por estas cosas, entre otras, los brujos no se quejan. O, al menos, no demasiado.

Cartel de la adaptación teatral de Wyrd Sisters de Terry Prattchet, en el Durham Student Theatre

2 comentarios:

Kaethia dijo...

Me gusta todo lo que dices, y no sólo puedo aplicarlo a un ámbito meramente espiritual o pagano, sino que a mi propia vida de todos los días.

Vaelia dijo...

Me alegra mucho leer tus palabras, Katherina, porque ese es exactamente el objetivo de la que escribe y de este blog.

Un saludo.