domingo, 25 de abril de 2010

Tropezar en el camino

Ofelia, John William Waterhouse, 1889

A medida que avanzamos en nuestro camino nos salen al encuentro numerosas dificultades; Tramos obscuros que parecen interminables, de los que sólo logramos salir ignorando la desesperación para descubrir la serenidad y abrazar la confianza. Sin embargo, nuestro camino no tendría demasiado sentido si careciera de estos tránsitos y experiencias que nos templan y fortalecen.

En cuanto nos damos cuenta de esto, tratamos de estar preparados para enfrentar dichas dificultades. Sin embargo, éstas siguen tomándonos por sorpresa, ya que no suelen ser las que imaginamos, o cómo las imaginamos. De hecho, a menudo no es sino después de un largo tiempo tras de haberlas pasado que nos damos cuenta de lo que fueron. Y aún con mayor frecuencia, por más que las hayamos superado exitosamente, no alcanzamos a identificarlas hasta que volvemos a vernos en una situación similar o paralela.

Así, mientras esperamos encontrarnos ante una hazaña que requiera un esfuerzo titánico por nuestra parte, o un monstruo de siete cabezas y colmillos venenosos, algo mucho más sutil llega arrastrándose por detrás para morder con fiereza nuestros tobillos. Con suerte, el dolor nos despertará de nuestra infinita ensoñación y tomar conciencia de la situación real en la que nos encontramos. Pero no pocas veces estamos tan obsesionados esperando la "cosa terrible" seleccionada por nuestra imaginación, que somos capaces de soportar el dolor y persistir nuestra temeraria invocación hasta que obtenga su respuesta... cuando nos damos cuenta de que ya no nos queda pie.

En ocasiones escrutamos el horizonte como si las nubes de la tormenta debieran acudir a nuestro llamado desafiante, y no vemos cómo los enemigos que dormitan en nuestra propia mente van ganando terreno. Tal vez sea porque nos cuesta admitir que las cosas puedan ser más sencillas, o porque hay algo en nosotros que adora el drama hasta el punto de creer depender de él, y empujarnos a darle una pequeña dosis con cada experiencia.

En el camino hay pruebas y trampas, pero hay muchos más tropiezos. Si vamos por la calle, tropezamos y caemos, posiblemente podemos levantarnos solos y seguir hacia dondequiera que fuéramos. Podemos hacer un auténtico drama de esto, pero no es el daño real y físico lo que más nos duele, sino la vergüenza de que otros nos hayan visto caer y puedan burlarse de nosotros, aún sabiendo que todos se habrán caído alguna vez.
En el camino del aprendizaje sucede igual. Tal vez hayamos pretendido proyectar una determinada imagen de nosotros mismos, apoyándonos en aquello que sabemos, en los buenos libros que atesoramos, en las fantásticas fotografías de nuestro último viaje, o en cualquier otra cosa... Pero tarde o temprano algo nos hará dar un traspié, y no será tanto para que otros descubran que hay detrás de la imagen proyectada, sino para que nosotros mismos podamos hacerlo.

Una vez hayamos rodado lo suficiente por el suelo, destrozando y empapando de fango nuestras mejores galas, llega ese momento en el que nosotros mismos reímos, no sólo por lo estúpido de nuestra torpeza, sino por darnos cuenta de todo aquello que no necesitamos. Con la caída nos levantamos más ligeros, y en lugar de tener una sensación de pérdida lo que sentimos es una vitalidad renovada.

De igual modo que por un sólo día, lluvioso o soleado, no puede determinar el clima, un tramo del camino es un fragmento que desprovisto de contexto pierde gran parte de su significado. Es difícil aceptar que incluso en nuestro momento más penoso, todo está bien; Que si nos hemos caído basta con levantarnos, y seguir, y que no pasa nada incluso si otros en lugar de tendernos la mano, se burlan o tratan de beneficiarse de nuestro tropiezo.

Lo aceptamos cuando comprendemos que no se trata de ganar o perder, de acumular o conseguir, de parecer o resultar... sino simplemente de acrecentar la conciencia acerca de nuestro propio ser, aquel que permanece tras el discurrir de los posibles acontecimientos y estados de ánimo, sin adornos y sin poses. Entonces caminamos mucho más seguros, tranquilos y confiados y, paradójicamente, terminamos por no tropezar tanto.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Hola Vaelia, me agrada tu articulo de esta semana, ya que siempre vamos a equivocarnos y no importa que tan abiertos podamos ser, en un momento nuestros errores nos pesan como lastras y no sabemos que hacer con ellos, y en mi particular opinión, creo que no siempre aprendemos de ellos.
Aunque considero que habrán ocasiones en que la persona tenga que pasar por el mismo punto y experimentar las mismas emociones aunque ese punto y esas emociones variarán ya que esa persona no será la misma, ni valorará las mismas cosas siempre.

Vaelia dijo...

La verdad es que es un tema que da que pensar, pero supongo que la gracia está en no permitir que nuestro pasado, que no podemos cambiar, nos esté limitando en el presente y aún a futuro.

Obviamente hay muchas cosas que nos pesan, y a veces nos acostumbramos a ese peso sin darnos cuenta de la sensación que experimentaríamos al vernos libres de tal carga.

Un abrazo,
Vae.