domingo, 11 de abril de 2010

Regreso al bosque




Al pisar el camino semi-oculto me di cuenta que hacía mucho que mi cuerpo reclamaba el cúmulo de sensaciones que en aquel momento salían al encuentro; el olor a hierba y tierra húmeda, el tacto de las plantas de los pies sobre el irregular sendero, salpicado de rocas y barro, la visión de la luz filtrada por las hojas de los árboles... Y dejar que nuestros sentidos roben toda la atención de nuestro ser, centrándola en un presente que escapa del tiempo, abrazando esa serenidad y silencio que no requieren forzosamente de la quietud.


Recuperar esa sensación de espacio, la posibilidad de caminar, de explorar un territorio a la vez tan nuevo y tan familiar, sin encontrar más que un anciano en su burro, o un pastor con su rebaño de ovejas, cruzar el breve saludo de los caminos y seguir... Transitar sin prisa por los bosques sombríos y las pequeñas laderas soleadas, sin saber exactamente dónde nos encontramos, pero sin miedo a la pérdida. Constatar que hay cosas que no cambian con el paso del tiempo, que aquellos juegos de la infancia no han dejado de ser nuestros preferidos, que hemos abierto nuevas preguntas sobre las mismas cuestiones.



Tomar el sol, disolvernos en ese silencio lleno de sonidos, comer con tanto deleite que el bocado más sencillo se ve elevado a la categoría de manjar. No percibir dolor ni molestia alguna, ni cansancio, ni aburrimiento. Sentir que todo está bien, que todo es perfecto y poder abandonarnos al latido de nuestra propia vida como un niño dormido entre los brazos de sus padres, con una sensación de tranquilidad y confianza absolutas, muy lejos de las garras de cualquier temor.



Y respirar, sin a penas darnos cuenta, de un modo distinto, como si con cada exhalación fuera posible llevar algo del maravilloso entorno a nuestro interior, como quien toma una llama de una gran hoguera para encender la propia. Exhalar como si tras un largo viaje nos fuera al fin permitido dejar ir viejas y pesadas cargas que ya no nos corresponde llevar. Sonreír al sol, a las nubes y a la lluvia por igual, y dejar que el ambiente nos envuelva con su esencia, como nuestra piel pudiera absorber aquello que nuestro cuerpo buscaba, o como si el bosque mismo pudiera recubrirnos con un manto verde y sutil, reflejado en un nuevo y extraño brillo en nuestros ojos.



Y en un paseo, ajeno al tiempo del reloj, muy cerca y muy lejos al mismo tiempo, dejar que la vida nos tome de la mano y nos lleve a reencontrar lo que somos por debajo de las capas que eventualmente hayan podido eclipsarnos. Amor salvaje, infinito agradecimiento.




PD: Como decía al hablar de las necesidades y los recursos, en la mayoría de casos no necesitamos demasiado tiempo, esfuerzo o dinero, ni grandes desplazamientos para satisfacer nuestras necesidades. Todas las fotos fueron tomadas en la reserva ecológica de los Dinamos, dentro del mismo Distrito Federal, aproximadamente a una hora de mi casa, gastando 10 pesos (menos de un euro) por el transporte público... lo complicado es aclararse con los camiones.

2 comentarios:

Nino Tavella dijo...

Hola, encontre tu blog hace un rato, me cae bien, podes visitar el mio si queres, en posteos anteriores tengo dibujos mas paganos por asi decirlo, si necesitas algun dibujo para tu blog, en algun posteo que quieras hacer, me lo pedis te lo doy.

este mensaje es de amistad...

Nino

Vaelia dijo...

Muchas gracias Nino, me ha hecho mucha ilusión tu comentario.Visité Bitacora , pero aún tengo que verla con la calma que merece :)

Por otro lado, aprovecho para añadir Olomonto en la sección de webcomic, como ya te comentaron por allí, a mi también me recordó los comics con los que crecí.