miércoles, 9 de diciembre de 2009

La Máquina de construir la realidad (III). El Tejido: Crear y Transformar


Viene de:
La máquina de construir la realidad (II): Materiales y Planos

El Tejido: Crear y Transformar.

Ratatouille
se ha convertido en una de mis películas preferidas, porque habla con sencillez de la vocación, el impulso de buscar un camino propio, de correr riesgos probando cosas nuevas, las mil formas que tenemos de sabotearnos y ayudarnos, los entresijos de la crítica y de la necesidad de crear y transformar.
La necesidad de crear no corresponde sólo a lo que entendemos por artistas, inventores, etc. está en todos nosotros y, cuando la desoímos, nuestra vida resulta empobrecida. Sin embargo, como estamos acostumbrados a entorno mal construido a base sucedáneos, a penas podemos darnos cuenta de esto. Como quien se habitúa a un espacio débilmente iluminado nos sorprendemos cuando , por una confusión, los focos son cambiados por unos de mayor intensidad y aquel espacio tan cotidiano aparece como algo completamente nuevo ante nuestros ojos.

Es difícil, en ocasiones, aceptar esta función creadora que nos corresponde en nuestras propias existencias, sobretodo cuando concebimos la vida como una película que pasa ante nuestros ojos sin que podamos hacer nada al respecto. La idea de que el humano – cada humano - es el centro del universo – su universo - puede no ser tan desacertada. Sin embargo, se trata de una toma de conciencia que se da de forma progresiva, empezando por las pequeñas cosas, aparentemente carentes de importancia.

Crear no significa sacar cosas de la nada, sino encontrar nuevos caminos, nuevas combinaciones, aportar matices, o rescatar algo olvidado, sacarle el polvo, y lograr que se integre en el contexto en que vivimos. Crear es tomar algo del mundo, y retornarlo transformado después de haberlo procesado dentro de nosotros mismos. Asumir la posición que nos corresponde en esa red a la que todos estamos, conscientemente o no, conectados.

Por poner un ejemplo, hace unos días acudí a un evento en el que se presentaban varios grupos musicales noveles. Algo que me sorprendió fue el hecho que la mayoría de ellos se presentaran interpretando, cada cuál en el género escogido, canciones de otros grupos conocidos. Supongo que lo harían creyendo que tenían más posibilidades de éxito repitiendo fórmulas que ya lo habían tenido, pero lo cierto es que las copias devaluan el producto. No es el original, y tampoco aporta nada nuevo, por lo que el público se aburre... En cambio, en cuanto aparece un grupo con el coraje de enfrentar ese mismo público aportando algo nuevo, aún sin saber si va a funcionar o no, interactuando con él, haciéndolo responder, obtiene de inmediato su complicidad. Incluso aunque su técnica o estilo no sean de lo mejor, algo hace que se reconozca ese esfuerzo de aproximación. Cuando creamos algo, aunque nos inspiremos en algo preexistente, no devolvemos al mundo lo mismo que hemos tomado, sino que aportamos algo de nuestro propio ser antes de retornarlo. Contribuimos a la suma total de lo creado con nuestro granito de arena. Crear es saber dar de lo más importante que tenemos, tal vez de lo único que en realidad nos pertenece: Nosotros mismos. Por eso, a veces, da miedo. Miedo de no hacer las cosas lo suficientemente bien, miedo del rechazo... Sin embargo, en cuanto cumplimos con la tarea, nos sentimos mucho mejor.

Imaginemos que esa red a la que todos estamos vinculados, de la que todos tomamos y a la que todos devolvemos algo, requiere de un poco de trabajo de parte de cada conciencia para que pueda mantenerse. Cuando llegamos al mundo, encontramos un pedazo gigantesco de tejido suficiente para acogernos, porque las generaciones anteriores han trabajado en ello. La tela, la red, está confeccionada con materiales y técnicas muy diversos, de lo que se deduce que por más que algunas partes de la misma gocen de una salud envidiable, otras muchas envejecerán con mayor rapidez y requerirán ser renovadas continuamente a causa de agujeros, roces, manchas, etc.
Cuando somos niños, y nos preguntamos por esas grandes cuestiones universales, como “Quiénes somos”, “De dónde venimos” etc. es porque nos damos cuenta que el pedazo de tejido que conocemos tiene límites y lo que se extiende más allá de éstos es un misterio para nosotros. También nos preguntamos cómo está hecho el tejido que observamos, de qué maneras los hilos se cruzan, juntan, enredan y anudan para formar las imágenes que vemos en el tapiz.
Y a medida que crecemos, con mayor o menor arte, incluso olvidando estas cuestiones universales, aprendemos por mimetismo a tejer nuestro propio pedazo. Éste no tiene porqué ser un proceso consciente, del mismo modo en el que el empleado de una cadena de montaje no tiene porqué conocer el modo en el que la pieza de cuya factura se encarga ensamblará finalmente con aquellas que otros trabajadores están preparando en ese mismo momento, así como no tiene porqué conocer como se hacen esas otras piezas o la función que desempeñan en el producto final.

Entre los criterios que se siguen para evaluar la calidad y durabilidad de las sábanas -por mencionar un tejido- están la calidad de los materiales con los que están fabricadas, la calidad del proceso de confección, y el número de hilos contenidos en una pulgada cuadrada de tela ( a más hilos, mayor calidad). Podemos emplear los mismos criterios para evaluar el modo en el que estamos tejiendo nuestras obras o nuestra realidad: la calidad de los materiales que seleccionamos, la atención y cuidado que ponemos en el proceso, y la intensidad que vertemos en él.
El uso de muchos hilos, muchas líneas que vinculan de diferentes maneras las ideas, acciones, emociones etc. con los que trabajamos no significa que la complicación aporte mayor calidad a nuestra obra: la complicación deriva en nudos y enredos que no representan nada bueno a la hora de tejer. El uso de muchos hilos aporta complejidad ( aunque esta palabra sea en ocasiones sinónima de la anterior, remite directamente al término latino “enlazar” ),y puede conseguirse respetando un patrón sencillo que quedará infinitamente enriquecido y reforzado. Por ende, si tomamos conciencia de la importancia de nuestra tarea creadora, escogemos bien los materiales, somos cuidadosos en el proceso, y nos preocupamos de añadir un plus de calidad con el uso de la mayor cantidad de “hilos” disponibles, la parte de obra que nos toca no sólo tendrá una mayor calidad, sino que durará en el tiempo... algo que nuestro entorno y las generaciones venideras que puedan apreciarlo seguramente nos agradecerán.

La sábana de alta calidad y la de baja calidad pueden tener las mismas medidas, y cumplir la misma función de cubrirnos mientras dormimos, pero no están confeccionadas igual, ni a partir de los mismos materiales, ni nos sentimos igual envueltos en una o en la otra. Podríamos decir que las sábanas de baja calidad imitan la sábana estándard, tratando de abaratar al máximo los costes ( tiempo, energías, etc), aunque eso suponga también una vida útil más corta. Las sábanas de calidad buscan lo contrario, mayor satisfacción y durabilidad aunque ésto suponga un aumento en los costes. Cuando hablo de “aprender a tejer por mimetismo”, no me refiero sólo a que aprendamos las medidas y las funciones del tejido, sino a escoger entre materiales y técnicas de confección que diferencian una sábana de baja calidad, una estándard y una de alta calidad.

Por eso, si aprendemos a “tejer” por mimetismo - es decir, incluso sin necesidad de ser conscientes del proceso- cuantos más tejedores en activo avocados a la búsqueda de la calidad existan, mayor será el número total de tejidos de calidad. Estos tejidos, además, gozarán de una larga vida, por lo que aunque una generación entera de tejedores de calidad se extinga, las que la sigan podrán encontrar pedazos de su tela y tratar de descifrar cómo fue confeccionada, recuperando el saber “perdido”.

Si bien imagen mítica de las Moiras o las Parcas nos remite a la metáfora de la vida humana como un hilo único en este tejido, y un proceso en el que el humano no tiene nada que hacer, encontramos también el mito de Aracné, la muchacha que, consciente de su habilidad en el tejido, osó retar a los Dioses enfrentándose a Minerva. Con su arte Aracné conseguiría demostrar que su habilidad era superior la de la misma diosa, pero también demostró su poca sensatez a la hora de escoger el motivo de su tapiz: una burla a las divinidades que supuso el correspondiente castigo divino.

El mito de Aracné supone para sus mortales lectores a la vez una esperanza y una advertencia. Podemos detentar los poderes, capacidades o habilidades que tradicionalmente son considerados divinos, esto es, fuera del ámbito humano. Ahora bien, ese inmenso poder que está a nuestro alcance conlleva una responsabilidad proporcional. Si aprendemos a tejer nuestra realidad, y con ello a decidir sobre nuestro propio destino... deberemos estar a la altura a la hora de elegir los motivos, puesto que no podremos eludir la responsabilidad sobre nuestras elecciones.

La necesidad de crear, de tomar nuestro lugar en el mundo, tomando de él y devolviendo a nuestra vez, tiene relación con la reciprocidad. Pero en virtud del proceso que efectuamos en nosotros, del que la conciencia puede hacerse responsable, también se relaciona estrechamente con la capacidad de transformación. Pensemos en un entorno hostil al que, por error o necesidad, vamos a parar. Raramente recibamos algo bueno de este entorno, pero podemos transformar este cúmulo de información en nuestro interior, y devolverlo al mundo en una forma nueva, hermosa, útil, etc. Esa será una elección que sólo depende de nosotros porque, de hecho, también podríamos tomar cualquier cosa valiosa del exterior y devolverla desgastada, que es lo que sucede con las malas imitaciones. O incluso podríamos retornarla sucia, estropeada y convertida en basura después de haber pasado por nosotros... Que es lo que sucede cuando un puñado de fanáticos tratan de apropiarse de cualquier obra espiritual patrimonio de la humanidad. El dogmatismo, el maniqueísmo y el autoritarismo, por definición, no admiten demasiados hilos en sus burdos tejidos (incapaces de comprender múltiples conexiones, de aceptar la variedad, de valorar matices), por lo que podemos hacernos una idea de la calidad de sus productos y su contribución al género humano.

En fin, cuando tejemos, o cuando ponemos en funcionamiento nuestra máquina de construir la realidad, no lo hacemos sólo por nosotros mismos, sino por aquellos que nos rodean, y, en último término, por la humanidad en su conjunto. Tampoco lo hacemos porque un rayo divino haya caído sobre nuestras cabezas, convirtiéndonos en una especie de “elegidos”, es una función natural en cada ser humano, la diferencia está en el grado de conciencia que apliquemos a esta tarea. Por último, no hay que tener miedo a no hacer las cosas lo suficientemente bien, lo importante es hacerlas lo mejor posible, con lo que tengamos a mano. Recordemos que damos de lo único que realmente poseemos: nosotros mismos. Si hemos llegado a este mundo, será que tenemos un papel en él, tal como somos: Ni más ni menos. Y que “quien hace lo que puede, no está obligado a hacer más”.

Sigue en: La máquina de construir la realidad (IV): La Mente ociosa y las proyecciones

1 comentarios:

Sibila dijo...

Nunca se me había ocurrido pensar en la calidad del tejido en sí, la fuerza de la urdimbre y el número de hilos. Pero tiene mucho sentido pensando en cómo con el tiempo vas depurando la forma de ver y de construir, y aunque el tejido es más sobrio y menos vistoso, es más resistente y, sí, de mejor calidad.