martes, 12 de julio de 2011

Cruzar los límites


A deer, Rien Poortvliet (1932 - 1995)

Siempre ha sido un poco triste pasar el solsticio en el Distrito Federal: la memoria física y emocional se prepara para el aumento de las temperaturas del verano mediterráneo, pero se encuentra con el inicio de la época de lluvias, como un otoño anticipado. Después de tres años, sin embargo, agradezco estos cielos grises, que no podían ser más oportunos para seguir el camino del agua a través de la tierra, hacia la oscura morada de las raíces.

Como sucede con tantas otras cosas, sólo cuando nos familiarizamos con un entorno empezamos a percibir aquellas cosas o aquellos caminos que, debido a nuestra extrañeza, no estaban a nuestro alcance antes. Es por esto que la visita turística, por abundantes que sean las explicaciones de nuestros guías, no sirve para conocer los lugares, las cosas, o las personas. Los guías tratan de traducir su conocimiento a términos que, como profanos, podamos entender. Lo más que pueden hacer es acercarnos a algo, aunque a veces se dediquen a lo contrario. A menos que nos impliquemos con aquello que pretendemos conocer, superando los tópicos y convencionalismos generados alrededor, nuestro acercamiento será fallido.

Conocer significa, en muchas ocasiones, haberse caído varias veces y haber aprendido de nuestros golpes. En otras tantas significa simplemente haber permanecido delante de una puerta hasta que esta se nos abre... Incluso si desconocíamos que allí hubiera puerta alguna. En ambos casos exige que traspasemos la barrera que distingue lo que creíamos y lo que sabemos.
El conocimiento no se puede comprar, ni ser arrancado a la fuerza, y tampoco puede conseguirse con prisas. Se da en las condiciones adecuadas, como una flor mítica, cuando en nuestro interior el terreno que ofrecemos es el adecuado. Hay un momento en el que realizando cualquier actividad, podemos percibir el impulso vital que discurre detrás de la ilusión de lo cotidiano.

No obstante, tal vez sea importante recordar que el sendero que recorremos no tiene un final conocido: siempre habrá algo más que nos esté aguardando tras la línea ilusoria de las limitaciones que asumimos, a menudo por ahorrarnos el esfuerzo de ponerlos a prueba. Siempre habrá ocasión de descubrir nuevos ámbitos en los que - en principio- nos sintamos débiles, torpes, estúpidos, avergonzados o sorprendidos de ser tan novatos a pesar de haber logrado un envidiable control o avance en cualquier otra área de nuestra vida.

En muchas de sus vertientes e interpretaciones, el paganismo ostenta una imaginería tan atractiva que prevalece por sí misma sobre cualquier otro criterio, incluido el ético. No es de extrañar que la situación propicie que, en lugar de profundizar en las cosas, nos dediquemos a pulir superficies, o que muchos aspirantes a buscador se conviertan en escaparatistas. Esta sentencia estética, que no siempre procede de un juicio propio, nos lleva a construir y proyectar una imagen de nuestra persona ante los demás pero, especialmente, ante nosotros mismos. Cuando se le da prioridad por encima de otras cuestiones, se abandona de antemano el esfuerzo de percibir y entender lo que realmente somos, lo que son los demás, o lo que es el mundo que habitamos y debemos cuidar.

A menudo esto también nos lleva a renunciar a la concrección de proyectos, por temor a que su realización no esté a la altura del ideal, o porque pretendemos llegar de la casilla de salida hasta la final de un salto, ignorando el recorrido. Pretendemos que, como si se tratara de una película, procesos como conseguir un trabajo, superar un duelo o reformar una casa se reduzcan a una serie de imágenes sucesivas acompañadas por una canción que, al terminar, lo deja todo limpio y resuelto.

Es importante aprender a desprenderse de lo que una vez fuimos, y comprender que en otro momento seremos otros. No dejarnos paralizar cuando las cosas nos sorprendan, y no se parezcan a nada de lo que nos habían dicho, o creíamos que debían ser. No temer cruzar los límites por los que nos definíamos. Porque no se trata de recortar la Vida hasta reducirla a nuestras dimensiones, sino de crecer tratando de abarcarla, aunque esto suponga rompernos por completo una y otra vez.

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