domingo, 29 de marzo de 2009

El Gigante Muerto

Hace algunos meses tuve un extraño sueño en el que descendía una barca por un río atravesando un bosque. La barca se detenía al llegar a los pies de un conjunto ciclópeo, que tan pronto se veía como un conjunto excavado en la roca de un imponente acantilado, como una inmensa construcción de luminosa piedra blanca... de cualquier modo, la proporción era análoga a la medida de un saco de trigo contra todo un granero. Frente a mí, una puerta inmensa, y del otro lado, la oscuridad lo desconocido. Y aunque sabía que tenía que entrar, no podía imaginar cuándo podría salir, si es que alguna vez se daría la ocasión de salir de lo que se me figuraba un interminable laberinto...
Cruzando la puerta de una vez, encontraba a un gigante. -Y aunque el dato pueda parecer irrelevante, señalaré que se trataba del gigante que ha de ser familiar para aquellos que alguna vez leyeron "El Juego de Ender" , de Orson Scott Card-. A pesar de la diferencia de tamaño, el ser que era en el sueño , azuzado por la idea de que la huida no era opción, y se trataba en consecuencia de matar o morir, ataca aquella mole de carne con todas sus fuerzas. En ese momento desperté, agitada... tardé un tiempo en darme cuenta, ya despierta, de que, en realidad, el gigante ya estaba muerto cuando lo encontré.
En ocasiones, el primer obstáculo a enfrentar al iniciar una nueva etapa en nuestra vida, son nuestros propios logros pasados, o nuestro "último gran esfuerzo"; pues habiendo llegado a la posibilidad más alta que nuestro anterior nivel podía ofrecer, saltamos hasta lo más bajo del siguiente a conquistar. Nótese, no es lo mismo que caer.

Volvemos a empezar, y todo lo que nos está permitido llevar con nosotros, el único bien que puede conservar su valor, es la tenacidad necesaria para aprender nuevas reglas, adaptarnos y seguir adelante, seguir creciendo hasta que esos nuevos escalones que ahora nos parecen montañas adquieran proporciones más asequibles, con la idea de que algún día, por lejano que sea, lleguen a ser tan familiares como los de nuestra propia casa.

Podemos ver al Gigante como el último cúmulo de problemas, miedos, y otros asuntos que teníamos que resolver antes de empezar una nueva etapa. Que lo matáramos o muriera no es tan importante como darse cuenta de que ha dejado de ser una amenaza activa que nos impedía avanzar, y lo que ahora hay en su lugar es un cadáver que bloquea igualmente el camino.
Restos de algo que ya vencimos que no podemos llevar como un trofeo, y que tarde o temprano empezarán a descomponerse, así que, además de ser tan inútil como estúpido seguir peleando con un cadáver, no puede uno alimentarse de él, ni puede permanecer demasiado tiempo en su presencia, por el peligro de infección que supone.

Muchas personas pueden creer que lo que resulta difícil son los actos de valor, de fuerza, etc. sin pararse a pensar que son la consecuencia normal de todos los pensamientos y acciones que, de un modo coherente, los precedieron. Lo difícil es saber qué hacer, cómo comportarse, cuando el trabajo ya está hecho, y es el momento de localizar un nuevo objetivo.
Se puede suponer que, el quedarse "en blanco" en un momento tan crucial, el hecho de que ni siquiera nos hayamos hecho una idea de cuál sería el próximo paso a dar, es uno de los problemas que acarrea el ser criados a base de cuentos que terminan en un final tan feliz que, tras conseguir su objetivo, el "héroe" de la historia no hace nada, nunca más... algo que, en lo que a su individualidad heroica se refiere, no es un resultado demasiado diferente al que hubiera obtenido de haber muerto en el intento.

Lo único que vele la pena hacer, llegado ese momento, es seguir adelante. No volví a soñar en ese escenario, pero estoy ahora segura de que lo siguiente que hubiera visto, al bordear o saltar el cadáver del gigante, hubiera sido la continuación del río, una laguna, o cualquier variante que permitiera darse el baño apropiado a las circunstancias, para proseguir en las condiciones que la nueva aventura requiere.

Posiblemente estemos tan desnudos y desarmados como en el momento de nuestra llegada al mundo. Pero aprender a desnudarse es también una manera de deshacerse de cargas innecesarias y volver a lo esencial, receptivos a que todo cuanto nuestros sentidos, internos y externos, se convierta en un aprendizaje. De igual manera, las armas no sirven de nada, si no se sabe cómo emplearlas, y menos aún si no se tiene en cuenta la razón por la que se esgrimen, o si se ha olvidado que no son más que una extensión de la persona que las maneja.

Hay un gozo difícil de expresar cuando se deja ir ciertas cosas, algo parecido a cuando, después de mucho frotar, una vieja joya nos muestra su brillo original. Hay un gozo difícil de explicar cuando nos hemos consumido en llamas hasta encontrar ese centro irreductible que nos permite volver a crear, desde nuestras entrañas, el universo que habitaremos en los días venideros. Como si se tratara de un juego infantil, demasiado íntimo para ser compartido; no hace falta que otros lo entiendan. Otros verán los frutos de este trabajo, pero la génesis de un nuevo mundo, de aquello que ha de ser nuestra particular creación, será siempre un secreto o, más bien, un misterio para los demás.


1 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, me parece muy esclarecedor tu escrito, creo que todos mas de vez en la vida nos enfrentamos a ese gigante. Es muy difícil a veces volver a levantarse.

Me llegó en buen momento, muy agradecido.