Es comprensible que más de uno pueda sentir cierto hastío ante la celebración del "día internacional de la mujer" , dado que los motivos que llevaron a la lucha asociada a esta fecha parecen haber sido superados desde hace mucho tiempo. Se trata del mismo hastío que provoca el hecho que algunas personas insistan en recordar las antiguas persecuciones de brujas adoptando un rol de víctimas que nunca han sido, puesto que sus creencias nunca les han supuesto mayor problema que el descontento de algunos allegados.
Cualquier reivindicación obsoleta o fuera de lugar se convierte en una especie de representación cuya finalidad se acerca más al entretenimiento que a la concienciación. No es demasiado difícil darse cuenta que en más de una ocasión un sistema opresivo se apropia de aquello que se le opone aplicando una densa capa de barniz que cumple la doble función de embellecer el cuadro y sellar aquellas bocas desde las que pudiera surgir una auténtica reivindicación.
No creo que ser mujer (o pertenecer a una determinada etnia, franja de edad, clase social, etc.) en sí mismo conlleve mérito alguno - no es algo que escojamos, y tampoco algo que nos haga mejores personas - , pero tampoco debería ser motivo para convertirse en víctimas. En el ambiente en el que me eduqué, ser mujer no presentaba realmente ningún obstáculo, la lucha por la igualdad de género, parecía algo superado, y entretenerse en hablar de ello en presente parecía tan insustancial como discutir acerca de si al día siguiente saldría el sol.
Ahora bien, con los años, me he visto en situaciones que por más increíbles que me parecieran, no dejaban de ser reales. Estas experiencias, - que no son tampoco lo peor que me podría haber pasado en el mundo actual -, me llevaron, más allá de la sorpresa y decepción, a replantearme seriamente aquellos logros que damos por supuestos y que, si nos descuidamos, podemos terminar perdiendo en cualquier momento. Algo en lo que, por cierto, me volvió a hacer pensar Persépolis.
Tal vez por eso, no quiero pensar en el día de la mujer como una jornada de celebraciones institucionales vacías de sentido, sino como en una excusa para recordar los motivos que llevaron a esa lucha que permitió que, al menos en el ambiente en el que tuve la suerte de ser educada, ser mujer no representara ningún obstáculo, ni tampoco ventaja alguna.
Una excusa para poner el tema sobre la mesa, reflexionar acerca de los muchos aspectos en los que esta y otras luchas siguen siendo algo vigente y necesario, e identificar los tópicos en los que debemos evitar caer para no echar a perder el legado de esos logros que nos pueden parecen tan básicos que se nos haga difícil creer que son a penas un manojo de frágiles hilos cuya custodia se dejó en nuestras manos... Sin olvidar nunca que lo que realmente importa no será nunca tanto ser mujer como ser persona.
Cualquier reivindicación obsoleta o fuera de lugar se convierte en una especie de representación cuya finalidad se acerca más al entretenimiento que a la concienciación. No es demasiado difícil darse cuenta que en más de una ocasión un sistema opresivo se apropia de aquello que se le opone aplicando una densa capa de barniz que cumple la doble función de embellecer el cuadro y sellar aquellas bocas desde las que pudiera surgir una auténtica reivindicación.
No creo que ser mujer (o pertenecer a una determinada etnia, franja de edad, clase social, etc.) en sí mismo conlleve mérito alguno - no es algo que escojamos, y tampoco algo que nos haga mejores personas - , pero tampoco debería ser motivo para convertirse en víctimas. En el ambiente en el que me eduqué, ser mujer no presentaba realmente ningún obstáculo, la lucha por la igualdad de género, parecía algo superado, y entretenerse en hablar de ello en presente parecía tan insustancial como discutir acerca de si al día siguiente saldría el sol.
Ahora bien, con los años, me he visto en situaciones que por más increíbles que me parecieran, no dejaban de ser reales. Estas experiencias, - que no son tampoco lo peor que me podría haber pasado en el mundo actual -, me llevaron, más allá de la sorpresa y decepción, a replantearme seriamente aquellos logros que damos por supuestos y que, si nos descuidamos, podemos terminar perdiendo en cualquier momento. Algo en lo que, por cierto, me volvió a hacer pensar Persépolis.
Tal vez por eso, no quiero pensar en el día de la mujer como una jornada de celebraciones institucionales vacías de sentido, sino como en una excusa para recordar los motivos que llevaron a esa lucha que permitió que, al menos en el ambiente en el que tuve la suerte de ser educada, ser mujer no representara ningún obstáculo, ni tampoco ventaja alguna.
Una excusa para poner el tema sobre la mesa, reflexionar acerca de los muchos aspectos en los que esta y otras luchas siguen siendo algo vigente y necesario, e identificar los tópicos en los que debemos evitar caer para no echar a perder el legado de esos logros que nos pueden parecen tan básicos que se nos haga difícil creer que son a penas un manojo de frágiles hilos cuya custodia se dejó en nuestras manos... Sin olvidar nunca que lo que realmente importa no será nunca tanto ser mujer como ser persona.
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