martes, 4 de noviembre de 2008

Samhain

Después de un verano dolido por la ausencia del sol, un incipiente otoño cargado de aromas de primavera, alborotado por las sacudidas del cambio, dejando escapar las energías mientras corriendo a contracorriente se busca un lugar propio en un nuevo terriorio... Hasta despertar un día más, y encontrarme de nuevo dando la bienvenida a ese aire helado que besa mi rostro, mientras deja caer una lluvia de hojas doradas sobre las calles de piedra, el contraste entre el gris del suelo bajo mis pies y el azul radiante de un cielo despejado.

Sentir que lo echaba de menos, que aquí llega, ofreciéndome su mano, una vez más, para alejarme del mundo y dirigirme de nuevo por los caminos que nos son propios... Reencontrar esa mirada severa al cabo del camino, esa grave, imaginada voz, que recorre el laberinto de nuestro ser, buscando el centro.

Saber que la Magia no es más que conocer las mareas para aprovechar su fuerza y ahorrar la nuestra; sólo para que cuando sea necesario remontarlas no nos falte. Como niños que juegan, advertidos una y otra vez por sus mayores de que van a caerse y hacerse daño... Y obviamente caen, y sí duele, tal vez incluso lloran... pero pasa, y necesitan de esa experiencia para saber lo que se siente por ellos mismos; lo que no necesitan son regaños o castigos, repetiran su error hasta que aprendan la lección, o bien hasta que sus torpes intentos den, al fin, un fruto que compense todas las caídas que dejarán atrás.

A veces el precio por saber es elevado, como la imprudencia de brincar entre las rocas se paga con golpes y arañazos en la piel... de uno depende saber cuándo vale la pena y cuándo no. Escogimos una vida de alas desplegadas, maniobrando en el viento, volando raso, desafiando las corrientes... Una vida de fuego, dónde cada instante se consume entero, en una experiencia completa...y consume también, a su vez, el camino a su paso; sin posibilidad regreso o arrepentimiento.

Y transitamos por un mundo común, en el que las cosas más nimias se convierten maravillas que llaman nuestra atención, al menos por un tiempo. Como la sirenita de Andersen, como las hadas de los cuentos, nos preguntamos cómo será la vida en ese otro mundo, aparentemente sencillo, en el que parece que todo se permite... y pecamos por exceso de confianza. Hasta que nos abruman reglas y códigos que no entendemos, hasta que nos vemos enredados en redes o heridos por trampas como un animal salvaje que es apresado bien para ser escarnecido, bien para ser explotado. Pero sobrevivimos, con algo más de conocimiento.

Sólo nuestros iguales los que pueden oír nuestro llamado, los que acuden a sanar nuestras heridas y ayudarnos a levantar, y recordarnos el camino a ese hogar que no precisa de más techo que el cielo, ni más fuego que el que arde en nuestro interior; donde las reglas son duras, pero también los valores son recios, y las palabras no se pronuncian en vano. Un mundo que es un secreto sólo porque a la mayoría no interesa.
Nuestros hermanos no nos fallan, aparecen siempre que no nos rindamos, sin importar el tiempo o la distancia que nos separe, siempre que seamos íntegros. Pero si reencontramos entonces el hogar añorado, es sólo para volver al camino...


Han muerto ya todos los niños de ilusión
Nacidos de los juegos débiles de primavera
(…)
pero todos los sentimientos firmes arden,
como el rosal campestre, como el roble en la colina,
murmurando cálidos en la nieve y el viento del norte
sobre doradas madureces y extinciones
(…)
Mejor, al evaporarse el recuerdo del goce,
Que me seas leal y sigas cerca,
¡que ningún sol tenga que alumbrar
nuestro amor cálido en días tranquilos!
Escucha, los recios vientos del cielo silban
Su himno supremo a parejas leales
Sonreímos cuando la tierra duda y tiembla;
El refugio de nuestra felicidad resiste a las embestidas.

“Primavera de Otoño”, Flora y Pomona y otros poemas.
Eric A. Karlfeldt

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