lunes, 20 de julio de 2009

Criticones; los peligros de definirse por oposición (2ª parte)

Viene de: Criticones; los peligros de definirse por oposición (1ª parte)

Territorios propios y territorios comunes o ajenos

Hay muchos motivos por los que resulta conveniente no llamar la atención. Hay normas de comunidad a las que atenernos para ahorrarnos problemas. Hay muchas personas incapaces de ver una realidad, tal cual es, pero también hay muchas otras que, aunque quisieran, no cuentan con el tiempo necesario para detenerse a analizar.

Por ejemplo, vamos a una entrevista de empleo y nos hacen el test de la figura humana de Machover (dibuja una persona...). Es lunes y el fin de semana hemos ido al campo (o bien planeamos la salida para el próximo) y esa idea “fresca” en mente nos inspira para nuestro dibujo. El resultado, a primera vista, es que nos vemos demasiado “campestres” para ocupar el puesto solicitado. Nosotros, sin embargo, sabemos que cuando toca trabajar, trabajamos como el que más, y lo hacemos bien... contamos con registros no-fantaseados en la memoria que nos avalan. ¿El test está mal? Seguramente no. Pero si estuviese todo bien no seria necesario fingir, no sería necesario estudiar las “respuestas correctas” en los manuales de psicotécnicos para pasar con éxito la prueba. ¿Qué ocurre entonces? Por un lado, puede que el psicólogo del área de personal no esté tan capacitado como sus superiores creen, pero puede ser también – y más probable- que no disponga de demasiado tiempo, que en lugar de realizar un análisis en profundidad de cada candidato, se fije en uno o dos rasgos relevantes, y en un sentido práctico decida “asegurar el tiro”.

Sucede que estamos en un territorio que no es el nuestro, en el que no somos el centro del universo sino “uno más” y no podemos esperar una atención personalizada. Para ser pragmáticos, debemos también “asegurar nuestro tiro”, evitando emitir señales que puedan resultar confusas al receptor o entrañar cualquier dificultad a la hora de ser descifradas. No pretender hacerlo pensar acerca de sus prejuicios o criterios de evaluación; ceñirnos a un código homologado que, a pesar de sus muchos defectos, funciona para ahorrar tiempo a ambos.

Con nosotros mismos, cuando a nuestro propio territorio nos referimos, sucede todo lo contrario. Sí somos el centro del universo, y nadie puede (ni debe) ocupar nuestro lugar; lo que los demás opinen, en positivo o en negativo, queda fuera de su jurisdicción. Aunque no nos demos cuenta en nuestro mundo diario, siempre existirá ese momento en el que estamos absolutamente solos. Los años pasan y suceden cambios en nuestras relaciones, cambiamos de grupos de conocidos, de compañeros de trabajo, de vecinos, de amigos y pareja... Lo único que permanece entre tanto cambio es el ese espejo en el que nos contemplamos mientras nuestra conciencia está despierta, y es con ese reflejo con el que realmente debería importarnos sentirnos en paz. Las rachas, buenas y malas, se suceden. Incluso nuestros errores pueden conducirnos a éxitos que, de otro modo, jamás hubiéramos conocido. Nosotros mismos podemos (y tenemos derecho a) cambiar, pero el espejo será el mismo. Y nada hay más importante que conservar el brillo de nuestros ojos en él.

Cuando no se conoce o respeta el límite: Intromisiones

Recuerdo la escena de Persépolis en la que Marjan está corriendo para no perder el autobús. Unos policías la obligan a detenerse... “Señorita, no corra”, “Voy a perder el autobús”, “Es que... verá... cuando corre su trasero hace un movimiento... obsceno”, “¡Entonces no me mire el culo!”. Algunas personas pueden sentirse ofendidas por algo que hacemos incluso sin el ánimo de molestar; en la mayoría de casos esto se deberá a que no tienen una noción clara de los límites existentes entre el territorio que les pertenece y el ajeno. Con ese ánimo de control, tratan de mirar allí donde nada tienen que hacer, y lo que llegan a ver (pero mucho más lo que proyectan al no ver) no les gusta. En otras palabras; no va a ser nuestra culpa que ellos sean unos entrometidos.

Se encuentran cruzando la línea que lleva a nuestro terreno particular, como si entraran a nuestras casas a decirnos cómo debemos cocinar, o de qué color debería ser la funda de nuestro sofá. A menudo, por si fuera poco, tratan de hablar y juzgar acerca de algo que en realidad no conocen ( “me imagino como será su casa por dentro aunque nunca me hayan invitado a entrar, seguro que está sucia y desordenada”), como una señal más de su tendencia a la intromisión y afán de control. Pero nuestra casa, nuestra persona, estará como nosotros consideremos oportuno - y si en ese momento no tenemos los recursos para una necesaria mano de pintura, o no es nuestra prioridad, es nuestro problema-, no como a nuestro vecino le parezca que deba estar.

No limitarnos por default, sino por elección

Resulta paradójico que a veces tengamos el valor de ser , o más bien expresarnos, como somos a pesar de las expectativas de nuestros seres queridos y sin darnos cuenta acabemos cumpliendo las de aquellos que no nos quieren ningún bien. Es importante saber distanciarnos de nuestras emociones por ese tipo de situaciones; las emociones funcionan como una bola de nieve que rueda desde lo alto de la montaña arrastrando consigo, no sólo más nieve, sino cualquier cosa que se encuentre a su paso.

Imaginemos que nuestros vecinos criticones tienen un perro. Son lo que son, pero quieren a su perro, y lo tratan bien. A nosotros nos gustan los perros... ¿ Deberían dejar de gustarnos porque son la mascota del bando contrario? Evidentemente, no. Y, sin embargo, a veces nos sentimos tentados a caer en ese tipo de trampas, de no-razonamientos.

La oposición que sentimos hacia ciertas personas ( o más bien hacia sus actitudes o comportamientos) no tiene porqué definirnos. Podemos tener ideas en común, y diferentes maneras de defenderlas. Situémonos en un parlamento, o asamblea, dividido en dos fracciones opuestas; su trabajo es legislar las normas o encontrar soluciones que sirvan a la comunidad, independientemente de la procedencia ideológica de cada bando. Asumamos que el “bando contrario” tiene buenas ideas, aunque sea de vez en cuando... si realmente nos parecen buenas, y miramos por el interés de algo que está más allá de nosotros mismos ( y de los otros), ¿ Será correcto desaprobarlas por venir de donde vienen? ¿Hasta qué punto nuestras emociones, nuestra identificación con lo que “nosotros” somos y lo que “ellos” son nos está limitando, e impidiendo que tomemos una decisión lógica y conveniente para todos?

A algunas personas les cuesta mucho aprender, porque están demasiado apegadas a sus emociones, una imagen de sí mismos que en lugar de haber modelado con sus propias manos, no es más que un escurridizo reflejo que temen mirar de frente. Un individuo con ánimo de aprender sabe que tiene el derecho de corregir sus errores, de introducir y liberar matices; que el proceso de aprendizaje es constante y no termina, al menos, hasta el momento de morir. Por lo tanto, si sus sentidos o su intelecto “captan” algo válido procedente del exterior, independientemente de su procedencia, lo sumará a su bagaje o, cuanto menos, hará la prueba.

Los criticones patológicos siempre se espeluznan ante esta actitud. Por un lado, se sienten enorgullecidos porque supone un reconocimiento de lo bueno de su idea o propuesta (“yo tenía razón”); pero, paralelamente, como se definen por oposición, seguirán criticándonos porque “nos apropiamos de su idea”. Hagamos lo que hagamos nunca estarán contentos, cegados por un apego que les impide razonar. Aceptar una de sus ideas equivale a quitarles un argumento de oposición, matar a su gallina de huevos de oro; criticarnos ahora se acerca más a lo que sería una crítica contra sí mismos, que es precisamente lo último que quieren hacer. Sólo hay una solución posible: Ignorarlos.

Tenemos a nuestro alcance toda una serie de ideas, propuestas, posibilidades con una validez potencial por sí mismas; como si nos halláramos en un mercado excelentemente surtido. Dependerá de nosotros escoger cuales nos convienen y cuales no. Puede que los mangos nos salieran malos la semana pasada, por quedar fuera de temporada, o bien que, simplemente nos hayamos empachado de mango y nos apetezca otra cosa. Así que esta semana compramos cerezas, o cualquier otra fruta. Las comemos, y nos sientan de maravilla... No es nuestra culpa si sólo pueden digerir determinados alimentos en determinadas condiciones, si, por ver unas cerezas en nuestra mano, pasan a convertirse en su “fruto prohibido”, aún cuando antes fuera su preferido.

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