"Ya no ves a nadie. No sales de casa... Todo el día frente a la pantalla". Como viejas voces ficticiamente enterradas que resurgen al levantar accidentalmente una piedra con un pie, las palabras antaño tan familiares revuelan un instante ante nosotros, para alejarse después... -Lo cierto es que se encuentra de todo paseando por los lugares abandonados de la mente-.
Es paradójico cuando me sorprendo regañándome a mí misma; "Ya no te conectas al messenger. No escribes mails... Tienes el blog abandonado", y eso a pesar de tener la enorme suerte de que, las personas que me importan, están libres del peso de las recriminaciones absurdas que otros gustan de atesorar.
Las personas que me importan - tanto aquellas que conozco, como aquellas que un día conoceré - saben que nunca estaré realmente desconectada, si necesitan de mí. Saben, como yo sé, que más allá de esta reciente maravilla que conocemos como internet, hay otro tipo de redes, que siempre han existido, que tienen sus propios mecanismos y formas de funcionamiento, un tipo de conexiones que, a cambio de su "alternatividad" rudimentaria, nos ahorran el peligro de averías o saboteos.
En un FlashBack de 10, 15 o incluso algunos años más, puedo recordar exactamente qué sentía al buscar alguna estrella en el embrutecido cielo de la ciudad, tras el cristal empañado, en cualquier noche de invierno. O bien espiando el horizonte en el que el sol se hundía entre los suaves montes, coronados de aromáticas coníferas. Tratando de imaginar cuántos caminos posibles surcaban la tierra, cuántos caminos, invisibles como las rutas de las aves, cruzaban los cielos. Una mirada que era al mismo tiempo una llamada y una respuesta, prolongadas en el silencio, cuando los deseos de mi alma se envolvían suavemente con los tintes de lo inconfesable.
Aún desde aquella infantil soledad, guardándome de la desesperación, podía sentir el calor de otros compañeros, que debian estar esparcidos por el mundo, cumpliendo sus individuales destinos, soñando bajo el mismo cielo, trazando huellas sobre la misma tierra.
A veces la voz más cercana a nuestro verdadero ser es la que intuimos tras los renglones de un libro que alguien escribió muchos años antes de nuestro nacimiento. Así como se pueden trazar puentes y escaleras de palabras o imágenes que burlen no sólo la distancia sino el tiempo mismo; existen vínculos que se crean y mantienen sin a penas necesidad de pensarlos, con cada respiración, con cada uno de nuestros latidos.
En los últimos meses de mi existencia han sucedido muchas cosas - porque lo cierto es que "las cosas", tan empecinadas ellas, no cesan de suceder :P -. La mayoría de ellas se han querido acontecer en ese otro mundo que se extiende fuera del ámbito familiar, y fuera del medio más frecuentado, el de internet. Por un lado, una se encuentra como si redescubriera en plena mudanza un tesoro olvidado en el fondo de un cajón; por otro, había cosas que no recordaba cómo eran o funcionaban, y otras que, sinceramente, me encontraba por vez primera -algunas después de haber tratado de esquivarlas más años de los que debería estar permitido-.
Mucho que aprender, y aún más por digerir antes de poder retornar algo de valor a aquellos que consideran que pasar por Perroaullador y detenerse a leer no es una pérdida de tiempo ( o al menos no una completa pérdida de tiempo). Nunca antes me había sentido tan rejuvenecida, o nunca antes me había tocado retroceder, ya no a la casilla de una época o vivencia anterior, sino a aquella misma de la salida. Más o menos el paralelo es salir de casa con la idea de ir a un albergue a donar ropa y darse cuenta, al llegar, que nos hemos quedado desnudos... pero sin recordar el cómo (Recuerden niños: Nunca hay que infravalorar el humor divino).
La suerte es no espantarse de la propia desnudez, la suerte es sentirse tan cómodo con ella como cuando a penas levantábamos medio metro del suelo y nos dejaban corretear con los perros por el campo. La suerte es darse cuenta de que, aunque haya dos mundos llenos de cosas por descubrir, en los que podemos sembrar y recoger nuestra cosecha, en los que deberemos defender aquellas cosas que respetamos... las personas reales siempre son únicas, y los lazos que las pueden llegar a unir, trascienden con ellas la aparente dualidad, y el espacio, y el tiempo.
Así que... aunque me encantaría ser hiperproductiva, no es el momento. Tampoco se trata de un abandono; conociéndome, en cualquier momento se anima esto. Intentaré mientras tanto, aunque no sé si estará a mi alcance, que los posts no sean demasiado soporíferos...
Agradezco, una vez más, que todos sigaís no "aquí", sino "conmigo".
Es paradójico cuando me sorprendo regañándome a mí misma; "Ya no te conectas al messenger. No escribes mails... Tienes el blog abandonado", y eso a pesar de tener la enorme suerte de que, las personas que me importan, están libres del peso de las recriminaciones absurdas que otros gustan de atesorar.
Las personas que me importan - tanto aquellas que conozco, como aquellas que un día conoceré - saben que nunca estaré realmente desconectada, si necesitan de mí. Saben, como yo sé, que más allá de esta reciente maravilla que conocemos como internet, hay otro tipo de redes, que siempre han existido, que tienen sus propios mecanismos y formas de funcionamiento, un tipo de conexiones que, a cambio de su "alternatividad" rudimentaria, nos ahorran el peligro de averías o saboteos.
En un FlashBack de 10, 15 o incluso algunos años más, puedo recordar exactamente qué sentía al buscar alguna estrella en el embrutecido cielo de la ciudad, tras el cristal empañado, en cualquier noche de invierno. O bien espiando el horizonte en el que el sol se hundía entre los suaves montes, coronados de aromáticas coníferas. Tratando de imaginar cuántos caminos posibles surcaban la tierra, cuántos caminos, invisibles como las rutas de las aves, cruzaban los cielos. Una mirada que era al mismo tiempo una llamada y una respuesta, prolongadas en el silencio, cuando los deseos de mi alma se envolvían suavemente con los tintes de lo inconfesable.
Aún desde aquella infantil soledad, guardándome de la desesperación, podía sentir el calor de otros compañeros, que debian estar esparcidos por el mundo, cumpliendo sus individuales destinos, soñando bajo el mismo cielo, trazando huellas sobre la misma tierra.
A veces la voz más cercana a nuestro verdadero ser es la que intuimos tras los renglones de un libro que alguien escribió muchos años antes de nuestro nacimiento. Así como se pueden trazar puentes y escaleras de palabras o imágenes que burlen no sólo la distancia sino el tiempo mismo; existen vínculos que se crean y mantienen sin a penas necesidad de pensarlos, con cada respiración, con cada uno de nuestros latidos.
En los últimos meses de mi existencia han sucedido muchas cosas - porque lo cierto es que "las cosas", tan empecinadas ellas, no cesan de suceder :P -. La mayoría de ellas se han querido acontecer en ese otro mundo que se extiende fuera del ámbito familiar, y fuera del medio más frecuentado, el de internet. Por un lado, una se encuentra como si redescubriera en plena mudanza un tesoro olvidado en el fondo de un cajón; por otro, había cosas que no recordaba cómo eran o funcionaban, y otras que, sinceramente, me encontraba por vez primera -algunas después de haber tratado de esquivarlas más años de los que debería estar permitido-.
Mucho que aprender, y aún más por digerir antes de poder retornar algo de valor a aquellos que consideran que pasar por Perroaullador y detenerse a leer no es una pérdida de tiempo ( o al menos no una completa pérdida de tiempo). Nunca antes me había sentido tan rejuvenecida, o nunca antes me había tocado retroceder, ya no a la casilla de una época o vivencia anterior, sino a aquella misma de la salida. Más o menos el paralelo es salir de casa con la idea de ir a un albergue a donar ropa y darse cuenta, al llegar, que nos hemos quedado desnudos... pero sin recordar el cómo (Recuerden niños: Nunca hay que infravalorar el humor divino).
La suerte es no espantarse de la propia desnudez, la suerte es sentirse tan cómodo con ella como cuando a penas levantábamos medio metro del suelo y nos dejaban corretear con los perros por el campo. La suerte es darse cuenta de que, aunque haya dos mundos llenos de cosas por descubrir, en los que podemos sembrar y recoger nuestra cosecha, en los que deberemos defender aquellas cosas que respetamos... las personas reales siempre son únicas, y los lazos que las pueden llegar a unir, trascienden con ellas la aparente dualidad, y el espacio, y el tiempo.
Así que... aunque me encantaría ser hiperproductiva, no es el momento. Tampoco se trata de un abandono; conociéndome, en cualquier momento se anima esto. Intentaré mientras tanto, aunque no sé si estará a mi alcance, que los posts no sean demasiado soporíferos...
Agradezco, una vez más, que todos sigaís no "aquí", sino "conmigo".
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