Entre los arcanos mayores, existe uno cuya aparición siempre consigue arrancarme una respuesta: “Oh, no”; se trata del Colgado que, en mi personal interpretación, viene a decirme que es el momento de armarse de paciencia, porque no hay nada que hacer por el momento. Un lapso de tiempo indeterminado – pero siempre excesivo a mi criterio – en el que permanecemos forzosamente paralizados, como si algo nos hubiera atado... Algo que puede resultar terrible si coincide con un momento en el que todas nuestras energías parecen despertar al mismo tiempo, y todo lo que desearíamos sería precisamente saltar y salir corriendo hacia allí donde las emociones nos señalan con la exigencia de un niño que no atiende a razones.
Sentimos, entonces que hemos caído – sin saber cómo- en una trampa, y nos preguntamos qué habremos hecho que sea tan malo como para vernos “castigados” de ese modo; cansados de forcejear con las cadenas que nos apresan, extendemos la conciencia de nuestros actos y pensamientos, buscando dónde está el error, qué es aquello en lo que hemos fallado, sin encontrar una respuesta convincente.
A pesar de esta sensata reacción ante la incomodidad, es muy posible que antes que un castigo o la consecuencia de un error, se trate de algo que, sencillamente, nos toca vivir en este momento. Una prueba que tarde o temprano debería llegar, y que es inútil tratar de eludir.
Como parte del aprendizaje constante al que nos somete una profunda conexión con la Vida, tarde o temprano llegará un momento en el que, para seguir el camino, deberemos deshacernos de parte de nuestro equipaje; lo cual no sólo incluye bienes materiales y vínculos emocionales, sino también en gran medida algunos de los conocimientos adquiridos con anterioridad.
En algún momento u otro de nuestra vida descubriremos que lo que hemos acumulado o aprendido ya no sirve. No significa que el bien o el conocimiento que ganamos, en ocasiones con verdadero esfuerzo, fuera erróneo sino, simplemente, que las condiciones o el medio han cambiado, o bien que nuestra persona y nuestras necesidades lo han hecho... lo cual es un claro síntoma de la fortuna de no estar muertos.
La Búsqueda es un verdadero viaje, a través de una infinidad de territorios, que pueden ser muy diversos; la moneda que es un tesoro en una región no ha de ser más que chatarra en otra. El aprendizaje consiste tanto en saber escoger lo más adecuado en cada ocasión, como en ser conscientes de lo pasajero de las circunstancias, de que lo que importa es aquello que en nosotros resiste por igual frío y calor, abundancia y escasez, sin que éstos puedan arrebatarle su esencia, o desviarlo de su propósito.
Hay trances y pruebas en la vida que no podemos evitar, pero sí elegiremos si nos damos por vencidos, resignándonos a lo que “nos ha tocado”, o si, por el contrario, enfrentaremos este cambio de condiciones que nos devuelve a la casilla de salida como un reto, y buscaremos el camino que esta vez sea necesario para reencontrarnos con el destino que un buen día decidimos forjarnos, negándonos a renunciar a él. Renovando nuestros votos, nuestro compromiso existencial.
En otras palabras; en algún momento u otro, por bien que hayamos hecho las cosas ( casi precisamente cuanto mejor las hayamos hecho), nuestra merecida corona rodará colina abajo desde nuestro cómodo trono en lo alto de la montaña, y nosotros tendremos que seguirla y meter nuestros regios pies en el lodo para recuperarla. Embarrarse los pies puede ser muy divertido, o suponer un mal trago, pero, en todo caso, lo importante es no olvidar que se trata de nuestra merecida corona, que aprenderemos a recuperar las veces que sea necesario.
No necesito hacer una lectura para que la imagen del Colgado aparezca en mi mente cuando ésta describe una situación en la que me encuentro. La parálisis puede manifestarse en nuestras vidas a través de una pérdida, una enfermedad o simplemente una sensación de que las cosas no están sucediendo como debieran; lo que antes funcionaba, ya no lo hace, y no entendemos porqué.
Es algo distinto de la hibernación, pues ésta nos impone la renovación a través del descanso físico y psíquico, del sueño durante el que recibimos de un modo maternal, subconsciente, los recursos y herramientas que más adelante deberemos emplear.
Las ataduras que señala el Colgado, por el contrario, nos imponen el estar despiertos y alertas, hasta que encontremos las herramientas o el camino adecuado para deshacernos de las cadenas que nos tienen presos. Necesitamos pensar, analizar, y saber redirigir las fuerzas que usualmente habíamos empleado de un modo determinado, hacia el nuevo procedimiento que sea necesario de acuerdo a las circunstancias, en lugar de permitir que, por inercia, se desvíen hacia nuestra propia destrucción ( que es lo que sucede cuando uno está demasiado aburrido, o desesperado).
Podemos haber aprendido, en el pasado, a escapar de una red, pero cuando damos con nuestros huesos en una jaula, no tenemos más remedio que calmar la rabia de estar encerrados, y no permitir que la impotencia nos ahogue, con el fin de observar cómo funciona el mecanismo de cierre, y luego proceder en consecuencia.
No significa que el haber aprendido a deshacernos de la red no haya servido de nada, nos sirvió en su momento, y seguramente pueda servirnos más adelante. Pero ahora lo que importa, la necesidad real, es salir de la jaula, y de poco va a servir desesperarse, menos aún desgastarnos, no hay otra opción que la de permanecer tranquilos y adquirir un nuevo conocimiento que nos permita, a través de su aplicación, recuperar aquello a lo que no podemos renunciar; que en este caso sería nuestra condición de seres libres.
Pase lo que pase, nuestra vida debe ser el resultado de nuestras elecciones, algo que recae por entero bajo nuestra responsabilidad personal. Por lo tanto, en una situación incómoda trataremos por todos los medios de no dañar aquel único elemento que puede recordar la forma que elegimos para dar a nuestra vida: nosotros mismos. Así, debemos confiar y ser conscientes de que las pruebas que superamos en el pasado no fueron “un golpe de suerte”, sino el triunfo de nuestra voluntad y capacidades; de que si lo logramos una vez, podemos volver a hacerlo. De que, el reencuentro con nuestra corona constituye no sólo un derecho inalienable, sino también un íntimo deber que el compromiso con nosotros mismos exige.
Cuanto antes nos tranquilicemos, antes dejaremos de enredarnos y empeorar las cosas, cuanto antes aprendamos a dejar a un lado nuestros prejuicios y condicionamientos adquiridos, antes llegarán a nosotros las nuevas soluciones que la situación presente requiere. Y aún cuando parece que no “estemos haciendo nada” , podemos, como en los cuentos, convertir esas energías que nos rebosan en una suerte de pequeños ratones asistentes, que roerán nuestras cadenas cuando no podamos mover nuestras manos. Porque, incluso cuando parece que todo está quieto, siempre hay algo que se mueve... los motores del mundo exterior y del interior siguen funcionando, y tarde o temprano veremos que, cuando un camino está cerrado, no falta un sendero alternativo, por más que sea un sendero bosque a través.
Sentimos, entonces que hemos caído – sin saber cómo- en una trampa, y nos preguntamos qué habremos hecho que sea tan malo como para vernos “castigados” de ese modo; cansados de forcejear con las cadenas que nos apresan, extendemos la conciencia de nuestros actos y pensamientos, buscando dónde está el error, qué es aquello en lo que hemos fallado, sin encontrar una respuesta convincente.
A pesar de esta sensata reacción ante la incomodidad, es muy posible que antes que un castigo o la consecuencia de un error, se trate de algo que, sencillamente, nos toca vivir en este momento. Una prueba que tarde o temprano debería llegar, y que es inútil tratar de eludir.
Como parte del aprendizaje constante al que nos somete una profunda conexión con la Vida, tarde o temprano llegará un momento en el que, para seguir el camino, deberemos deshacernos de parte de nuestro equipaje; lo cual no sólo incluye bienes materiales y vínculos emocionales, sino también en gran medida algunos de los conocimientos adquiridos con anterioridad.
En algún momento u otro de nuestra vida descubriremos que lo que hemos acumulado o aprendido ya no sirve. No significa que el bien o el conocimiento que ganamos, en ocasiones con verdadero esfuerzo, fuera erróneo sino, simplemente, que las condiciones o el medio han cambiado, o bien que nuestra persona y nuestras necesidades lo han hecho... lo cual es un claro síntoma de la fortuna de no estar muertos.
La Búsqueda es un verdadero viaje, a través de una infinidad de territorios, que pueden ser muy diversos; la moneda que es un tesoro en una región no ha de ser más que chatarra en otra. El aprendizaje consiste tanto en saber escoger lo más adecuado en cada ocasión, como en ser conscientes de lo pasajero de las circunstancias, de que lo que importa es aquello que en nosotros resiste por igual frío y calor, abundancia y escasez, sin que éstos puedan arrebatarle su esencia, o desviarlo de su propósito.
Hay trances y pruebas en la vida que no podemos evitar, pero sí elegiremos si nos damos por vencidos, resignándonos a lo que “nos ha tocado”, o si, por el contrario, enfrentaremos este cambio de condiciones que nos devuelve a la casilla de salida como un reto, y buscaremos el camino que esta vez sea necesario para reencontrarnos con el destino que un buen día decidimos forjarnos, negándonos a renunciar a él. Renovando nuestros votos, nuestro compromiso existencial.
En otras palabras; en algún momento u otro, por bien que hayamos hecho las cosas ( casi precisamente cuanto mejor las hayamos hecho), nuestra merecida corona rodará colina abajo desde nuestro cómodo trono en lo alto de la montaña, y nosotros tendremos que seguirla y meter nuestros regios pies en el lodo para recuperarla. Embarrarse los pies puede ser muy divertido, o suponer un mal trago, pero, en todo caso, lo importante es no olvidar que se trata de nuestra merecida corona, que aprenderemos a recuperar las veces que sea necesario.
No necesito hacer una lectura para que la imagen del Colgado aparezca en mi mente cuando ésta describe una situación en la que me encuentro. La parálisis puede manifestarse en nuestras vidas a través de una pérdida, una enfermedad o simplemente una sensación de que las cosas no están sucediendo como debieran; lo que antes funcionaba, ya no lo hace, y no entendemos porqué.
Es algo distinto de la hibernación, pues ésta nos impone la renovación a través del descanso físico y psíquico, del sueño durante el que recibimos de un modo maternal, subconsciente, los recursos y herramientas que más adelante deberemos emplear.
Las ataduras que señala el Colgado, por el contrario, nos imponen el estar despiertos y alertas, hasta que encontremos las herramientas o el camino adecuado para deshacernos de las cadenas que nos tienen presos. Necesitamos pensar, analizar, y saber redirigir las fuerzas que usualmente habíamos empleado de un modo determinado, hacia el nuevo procedimiento que sea necesario de acuerdo a las circunstancias, en lugar de permitir que, por inercia, se desvíen hacia nuestra propia destrucción ( que es lo que sucede cuando uno está demasiado aburrido, o desesperado).
Podemos haber aprendido, en el pasado, a escapar de una red, pero cuando damos con nuestros huesos en una jaula, no tenemos más remedio que calmar la rabia de estar encerrados, y no permitir que la impotencia nos ahogue, con el fin de observar cómo funciona el mecanismo de cierre, y luego proceder en consecuencia.
No significa que el haber aprendido a deshacernos de la red no haya servido de nada, nos sirvió en su momento, y seguramente pueda servirnos más adelante. Pero ahora lo que importa, la necesidad real, es salir de la jaula, y de poco va a servir desesperarse, menos aún desgastarnos, no hay otra opción que la de permanecer tranquilos y adquirir un nuevo conocimiento que nos permita, a través de su aplicación, recuperar aquello a lo que no podemos renunciar; que en este caso sería nuestra condición de seres libres.
Pase lo que pase, nuestra vida debe ser el resultado de nuestras elecciones, algo que recae por entero bajo nuestra responsabilidad personal. Por lo tanto, en una situación incómoda trataremos por todos los medios de no dañar aquel único elemento que puede recordar la forma que elegimos para dar a nuestra vida: nosotros mismos. Así, debemos confiar y ser conscientes de que las pruebas que superamos en el pasado no fueron “un golpe de suerte”, sino el triunfo de nuestra voluntad y capacidades; de que si lo logramos una vez, podemos volver a hacerlo. De que, el reencuentro con nuestra corona constituye no sólo un derecho inalienable, sino también un íntimo deber que el compromiso con nosotros mismos exige.
Cuanto antes nos tranquilicemos, antes dejaremos de enredarnos y empeorar las cosas, cuanto antes aprendamos a dejar a un lado nuestros prejuicios y condicionamientos adquiridos, antes llegarán a nosotros las nuevas soluciones que la situación presente requiere. Y aún cuando parece que no “estemos haciendo nada” , podemos, como en los cuentos, convertir esas energías que nos rebosan en una suerte de pequeños ratones asistentes, que roerán nuestras cadenas cuando no podamos mover nuestras manos. Porque, incluso cuando parece que todo está quieto, siempre hay algo que se mueve... los motores del mundo exterior y del interior siguen funcionando, y tarde o temprano veremos que, cuando un camino está cerrado, no falta un sendero alternativo, por más que sea un sendero bosque a través.
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