Despierto de un modo automático, he dormido poco, abro los ojos y deduzco que el cielo está completamente nublado; empiezo mal el día.
Voy con prisa y, para no variar, las personas con las que me cruzo en el metro parecen ser precisamente aquellas que tienen la tendencia de ponerse delante de una andando despacito, o cortarle el paso... y si ya me ponen histérica los semáforos que tardan demasiado en ponerse verdes, esto... Grrr!
Y claro, el día que menos te apetece hablar, tienes a la jefa tras de tí tratando de iniciar una conversación tras otra, con el consecuente apuro de ver cómo estas mueren en el silencio, como volutas de humo que se deshacen en el aire...
Hasta que a media mañana decido regresar a casa, que es donde una debe estar en días así - en su defecto cualquier lugar donde estar calentito y solo para no ser molestados y no molestar a nadie-. Esperar a que llueva de una vez, respirar un poco, y tener una conversación conmigo misma acerca de lo que nos está pasando.
***
Una de las cosas más difíciles, al menos para mí, es el trato con el niño interior ... no dejar que se salga con la suya a base de berrinches y pataletas cuando se pone cabrito. Como sucede con los niños de verdad, no se le puede dar una paliza - aunque sintamos el impulso -, pero tampoco se le puede dar lo primero que nos pida, sólo para tenerlo callado.
Me doy cuenta de que hoy tengo la niña con una tremenda indigestión por haber engullido [el equivalente psicológico de] caramelos y dulces a dosis industriales, en parte proporcionados por mí como solución temporal, y en parte sustraidos por su propia mano aprovechando que estaba yo entretenida con otras cosas -tonta no es-.
Los niños son así... Y otro inconveniente que tienen es que cuanto más meten la pata, más difícil resulta ser firmes con ellos. No nos podemos aguantar la risa cuando con una genial ocurrencia y una práctica desinhibida decoran la pared del salon con ceras de colores, por más que la pintura para solucionar el desastre vaya a costar un dineral.
De hecho, ya que de todos modos lo tenemos que pintar de nuevo... nos apuntamos a la fiesta con unos garabatos propios y les damos las gracias y todo por darnos la oportunidad de jugar un rato.
Y a ver con qué ánimo les reñimos cuando los recogemos del suelo, ahogándose en llanto porque se han abierto esa dura cabecita... por hacer lo que les hemos advertido 1100 veces que NO hicieran. Pero en ese momento sólo piensas en asegurate de que la criatura esté bien, y lo que te preguntas es dónde estabas tú, no ella.
Pues con la niña interior es el mismo asunto. Aquí al lado la tengo, hecha un asquito, que después del último berrinche se ha quedado exhausta y no quiere más que cama "¡Estoy malita! Hazme caso, hazme caso, hazme caso, hazme caso...". No está enferma, está empachada, y yo le tengo dicho que no haga esas cosas, pero qué se le va a hacer.
No es tan difícil entender que a veces se desespera, cuando yo la llevo de un lado a otro, corriendo, elaborando listas de tareas y tachando pendientes por solucionar. Sé que hay cosas que echa de menos, que no pueden cambiarse por sucedáneos al alcance, porque le sientan terriblemente mal a ella, y me toca cargar las consecuencias a mí. Pero como ella no puede entenderlo en esos términos, repetirá el intento una y otra vez, hasta que lleguemos a un acuerdo.
La responsabilidad es, en todo caso, mía. Veré que tanto de trabajo puedo adelantar mientras duerme, y esperaré que mañana tenga mejor día. Por no estar atenta cuando correspondía, toca tarde de lluvia en casa... bueno, tampoco está tan mal.
lunes, 28 de abril de 2008
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