jueves, 1 de mayo de 2008

Víspera de Mayo

Salgo del trabajo echa sientiéndome como el protagonista del romance del prisionero,

Que por mayo era, por mayo, cuando hace la calor, cuando los trigos encañan y están los campos en flor, cuando canta la calandria y responde el ruiseñor, cuando los enamorados van a servir al amor; sino yo, triste, cuitado, que vivo en esta prisión, que ni sé cuándo es de día ni cuándo las noches son, (...)

Mi prisión no está hecha de piedra o barrotes, es una red de tiempo preasignado a tareas pendientes y espacios cerrados ... de todo aquello que me separa de lo que quiero, y está cerca, pero aún no puedo abrazar.

Pero hasta en el muro más sólido, se abren rendijas, y puedo permitirme el lujo de desaparecer del mundo mientras regreso a casa andando, una hora o dos horas para mí. Sé a dónde ir, sé hacia donde caminar, incluso en esta gran ciudad, siguiendo la ruta custodiada árboles tan altos como los edificios a los que dan sombra y, sin embargo, parecen resultar invisibles para el que pasa bajo sus regias copas.

No es difícil encontrar el camino cuando tienes su olor en la memoria, cruzar el umbral por el lugar más insospechado, y adentrarte en ese otro mundo, que está aquí mismo. Aunque las aceras están llenas de transeúntes no andamos por el mismo suelo, en su lugar, algunos de los otros habitantes de la ciudad saludan en silencio desde lejos, cómplices, como viejos conocidos reencontrados.

Llego a las puertas de un lugar dañado, pero aún vivo. Un viento fresco ha despejado el cielo, de un limpísimo azul este mediodía; y el sol luce soberbio, filtrándose entre las hojas plateadas de los álamos, extendiendo su resplandor como un amante sobre el manto de hierba verde y brillante. Acaricia y calienta el lomo suave de piedra clara de las quimeras y dragones que vigilan desde las aguas, regios en esa inmovilidad que parece no tener que durar más de un segundo... y calienta esta piel mía que tanto lo ha añorado, encendiendo mis mejillas, dando nuevo brillo a mis ojos, que reverdecen como la vegetación circundante, enfrentando la amenaza de la ofensa, de la mutilación, del encierro y la extinción.

Hay un pacto secreto entre este mundo y mi corazón de fiera, que se entrega a él con devota lealtad, aún a escondidas de la conciencia. Mientras su belleza me colma sólo siento mis latidos con los suyos; no hay circunstancia ni persona que entre nosotros se interponga, ni me duelen los recuerdos, ni otra vivencia podría superar el dorado instante que reverbera en la eternidad.

Es amor. Es fuego.
Suaves pasos de leona.
Nos volvemos a encontrar.

Hablaremos del corazón y la piel, de los ojos y las garras. No puedo dar órdenes a mi corazón, no puedo pedir a mi piel que finja, ni a los ojos que me engañen, pero sí puedo controlar las garras.

No envidio a las personas a las que su corazón obedece, a aquellas que saben enmudecerlo, y toman las decisiones conforme a lo que creen que les conviene por intereses foráneos, personas que no respetan las señales de su piel, forzándola a caricias vacias. La fortuna es caprichosa, le importan bien poco nuestros planes; sabe derrivar aquello que parece más estable, de un soplo se lleva aquello que creíamos asegurado. Si traicionan su corazón por un bien pasajero, ¿qué les quedará cuando pierdan también ésto?

A mi nunca me faltará un hogar al que regresar.

Pido a mis ojos que sean sabios para ver la realidad más allá de la apariencia, de las proyecciones, libres del influjo del deseo y el temor. Y a mis garras pido que no sean caprichosas ni crueles, que guarden sus fuerzas y no me fallen cuando se haga necesaria una respuesta contundente y definitiva, limpia, sin arrepentimiento ni culpa.

Nadie me apresará.

La leona, descansando plácidamente, tendida en la roca; ser alimentado de sol y sangre. En algún un momento se levantara... irá a besar las aguas frescas con su lengua, roja inocencia entre las terribles dagas de marfil. O tal vez saldrá a acechar, silenciosa e invisible entre las matas, la presa escogida con suma sapiencia; luego una breve carrera, un golpe, un desgarro. Ninguna corrupción resiste su directa mirada sin abrasarse, nada puede detenerla salvo ese filtro preparado por los mismos dioses. Pero también es hermana, madre, cómplice.
Y aparece en el momento preciso.

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