lunes, 7 de febrero de 2011

Naturaleza y ciudad


Jardines colgantes de Babilonia, Martin Heemskerck, s. XVI


Entre las creencias que asimilamos socialmente y que, por lo tanto, raramente llegamos a cuestionar, se encuentra aquella de que el habitante de la ciudad es completamente ajeno a la naturaleza. Persiste, en algún lugar de nuestra mente el mito del “paraíso virgen”, y nos dejamos encantar por las imágenes idealizadas en las que, sospechosamente, no existen ni el frío ni el calor extremos, insectos o parásitos o aguas insalubres. Sentimos que para reencontrar la Naturaleza debemos escapar del asfalto porque aceptamos sin demasiada resistencia la pretendida oposición de lo artificial ante lo natural, junto con la idea subyacente que el cuidado medioambiental se opone al progreso y que, por lo tanto, los daños al entorno son inevitables en beneficio de las comunidades humanas.

Todas las culturas han transformado el emplazamiento geográfico que habitaban, ya sea incluyendo construcciones habitacionales, zonas de cultivo o parques industriales. Incluso han incidido sobre otras especies animales y vegetales, no sólo haciéndolas desaparecer del planeta, sino dando lugar a sus variantes domésticas. Cualquier paraíso virgen puede convertirse en un auténtico infierno para el humano actual, porque el principal sistema de adaptación de nuestra especie no es físico, sino cultural; la capacidad de pensar y encontrar nuevas soluciones, si bien es un hecho que las posibilidades de este sistema con frecuencia no son aprovechadas.

No es necesario ir a ningún lugar a buscar la naturaleza, porque formamos parte de ella. Dicho sea de paso, tampoco podemos escapar de ella, ni podemos crear una burbuja donde lo que la afecte no nos afecte a la vez a nosotros.

Cuando empezamos a valorar la presencia de espacios naturales en las ciudades y tomamos conciencia de la biodiversidad que pueden albergar, alteramos nuestro mapa mental al respecto, y nuestra propia ubicación dentro del mismo. Si seguimos los hilos que nos enlazan con el resto de especies presentes en nuestro entorno inmediato comprenderemos que no deberían ser considerados un ornamento accesorio.

A menudo no somos conscientes de lo que la vegetación hace por nosotros en las ciudades, sin embargo, dadas las previsiones acerca del cambio climático, su importancia irá en incremento. Por ejemplo, uno de los problemas derivados del hábitat urbano es el efecto “isla de calor”, provocado por la liberación nocturna del calor acumulado durante el día por los edificios y el asfalto, lo que se traduce en una mayor demanda de agua y energía, aumentando la contaminación ambiental (y sus efectos sobre la salud humana). La vegetación urbana no sólo ayuda por encima de otras medidas a mitigar este problema, regulando la temperatura y la humedad, sino que constituye el único sumidero natural de gases de efecto invernadero de las ciudades. También nos protege de la contaminación acústica, y es especialmente relevante en la mejora de la calidad del aire al interceptar, a través de las hojas del arbolado, una gran cantidad de partículas contaminantes.

Hay muchas razones físicas para promover los espacios verdes en la ciudad, pero también las hay psicológicas. Stephen Kaplan definía los entornos restauradores como aquellos que favorecían “la recuperación del equilibrio psicológico y la vuelta a una situación de congruencia entre la persona y el ambiente”, contando entre ellos los espacios verdes urbanos, capaces de interrumpir el reclamo constante de atención al que es sometido el habitante de la ciudad. La sensación de proximidad a la naturaleza nos relaja y reconforta, la posibilidad de detenerse a contemplar, por ejemplo, un árbol mecido por el viento, o a escuchar el murmullo de un curso de agua, se traduce en un cambio de ritmo, en un estado mental más tranquilo y positivo. Nos recuerda que hay algo más allá de nuestro pequeño mundo de obligaciones, preocupaciones, deseos o metas. Nos recuerda incluso que el tiempo puede discurrir a una velocidad distinta de aquella que pretendemos imponernos; Que el invierno, la primavera, el verano y el otoño se suceden y que nuestros cuerpos y nuestras mentes aún están íntimamente relacionados con ese ciclo.

Dicho de otro modo, la población humana es el principal beneficiario de la integración de especies vegetales en el medio urbano, toda vez que éstos contribuyen a disminuir los daños causados al resto del medio ambiente.

Otra cuestión que a menudo no se plantea es que la misma necesidad de “huir” de las ciudades es la que lleva a la reducción de las áreas naturales salvajes incidiendo negativamente sobre las especies animales y vegetales que las habitan. Queremos ir al bosque, pero necesitamos un coche u otro medio que nos lleve a él, carreteras por las que nuestro vehículo se pueda desplazar, zonas de acampada, albergues u hoteles con áreas de recreo para los niños y piscinas, infraestructuras para proporcionar electricidad, gas, agua corriente, etc. Todo lo cual reduce y amenaza el área a la que queremos desplazarnos para “reconectar” con la naturaleza. Si “escapamos a la naturaleza” en estas condiciones, es como si decidiéramos ir a visitar a un familiar lejano porque nuestra casa está demasiado sucia, y además lleváramos un par de bolsas de basura de regalo.

Nuestras ciudades deberían ser lugares lo suficientemente buenos para poder ser habitados, dada que esa es su función principal. Es un trabajo para todos los que vivimos en ella. Para que la naturaleza urbana pueda no sólo convivir con nosotros, sino ayudarnos a vivir mejor, es necesaria la elaboración de diseños urbanístico eficientes que tengan en cuenta las características y necesidades de las especies a introducir. Es decir, tomar conciencia de la importancia de integrar estos elementos en la infraestructura urbana, en lugar de buscar cualquier cosa verde para rellenar un espacio “vacío”.

Los espacios naturales se han situado tradicionalmente en parques y jardines, pero también pueden encontrar un lugar adecuado en otras ubicaciones como calles, plazas, balcones, patios y terrazas. Esto significa que, al margen de las decisiones políticas acerca del diseño urbanístico de nuestra ciudad, siempre nos quedará al menos una ventana para hacer nuestra contribución a la causa. No hace falta que seamos unos especialistas en el cultivo, podemos empezar por poner algunas plantas en nuestro balcón, y preguntar cuántas veces hay que regar durante la semana. Si la cosa nos gusta, podemos aventurarnos a sembrar nuestras propias especias, o con la creación de un pequeño huerto. Aprender de ello, y enseñar después a otros, porque aunque hay muchas personas que llevan años dedicadas a este tema para que las opciones que han elaborado encuentren una vía de realización es necesario que previamente se produzca un cambio de mentalidad general, una demanda de las mismas. Que creamos que podemos vivir mejor en nuestro entorno inmediato, sin necesidad de huida, y que no nos conformemos con menos.



Bibliografía :



Fariña, José (2011) : El blog de José Fariña (2011)

Fariña, José (2000) : Naturaleza Urbana

Figueroa, M.E. , Redondo, S. (2007): Los Sumideros naturales de Co2, Ed. Universidad de Sevilla.

Nowak, David. J./ McPherson, E. Gregory (1993): Cuantificación del impacto ambiental de los árboles, Revista Unasylva nº173.



1 comentarios:

Katherina dijo...

Disfruté leyendo esto, y una de las razones es que pienso exactamente lo mismo. Cuánto más agradable sería la ciudad si estuviera más inserta en la naturaleza, y no como un espacio cerrado y contaminado. Lamentablemente estoy condenada a vivir en ella mientras siga estudiando, pero no me molestaría si las calles y los edificios fueran complementados con más arboles, enredaderas, ríos, etc.
Y que coincidencia que justo estos temas son parte de mi vida, porque estudio biología medioambiental. Somos muchos los que pensamos de esta manera, podemos contribuir individualmente, fomentar un estilo de vida más natural al resto de los que nos rodean, e incluso unirnos y dar ideas para la mejora de la sociedad; no hay límites para quienes piensen distinto.
Por ahora, solo digo que te apoyo y que me alegra saber que hay más gente que usa la cabeza para ver lo que puede ser mejorado y no sólo los problemas