jueves, 3 de febrero de 2011

Desde la raíz



Con frecuencia la mitología describe cómo criaturas invencibles son derrotadas tras encontrar una debilidad no aparente. Por ejemplo, en los doce trabajos de Heracles; su fuerza sobrehumana ayuda, pero no es suficiente para superar las pruebas que debe enfrentar. Dadas sus evidentes desventajas físicas ante el resto de especies, si la humanidad ha podido sobrevivir ha sido gracias a su capacidad de adaptación cultural al medio. Por lo tanto, se podría decir que el rasgo distintivo, y tal vez la función, del ser humano es ser capaz de partir de una base acumulada de conocimiento y experiencia para pensar y probar nuevas soluciones en cada ámbito de la existencia. Otra cosa es que esta ventaja sea aprovechada.

Gran parte de nuestra vida funciona a través de procesos automatizados, lo cual nos permite el ahorro de tiempo, energía y demás recursos que supondría el detenernos a pensar cada cosa en cada momento antes de tomar una decisión, o realizar un movimiento. Sin embargo, si estos automatismos no han sido elegidos de modo consciente, es posible que repitamos una y otra vez los mismos errores, que vivamos una y otra vez toda suerte de cosas desagradables y empecemos a desesperarnos, ya agotados, porque nuestros esfuerzos por detenerlas parecen no funcionar. No hace mucho escribí sobre la necesidad egótica que nos lleva a pelear contra todo, valorando nuestro esfuerzo o sacrificio incluso por encima la efectividad de nuestras acciones. Dicho de otro modo, nuestra tendencia a complicarnos en exceso e inclinarnos a hacer una epopeya de cualquier cosa. En muchas ocasiones no es fuerza – ni siquiera fuerza de voluntad- lo que necesitamos, sino claridad mental para localizar el punto exacto en el que una ligera presión es más que suficiente.

Para encontrar soluciones adecuadas e introducir mejoras en nuestra vida y nuestro entorno, como si nos enfrentáramos a nuestra propia Hidra, resultará siempre más práctico el acudir a la raíz e identificar los programas que están funcionando en nosotros con el fin de realizar las modificaciones pertinentes. Como una de esas piezas pequeñas que parecen no hacer nada, pero son capaces de entorpecer o impedir el funcionamiento de una enorme máquina, en la raíz de cada cosa o situación que consideramos un problema suele encontrarse una idea errónea inducida desde el exterior, o bien una percepción incorrecta. La mayoría de veces ni siquiera nos damos cuenta de que está allí, y como estamos acostumbrados a su presencia y no levanta sospechas, puede tomar un tiempo remontar el hilo de nuestros pensamientos hasta dar con ese nudo.

Es probable que durante cierto tiempo a lo largo de nuestras vidas hayamos hecho uso de la magia, o de ciertas técnicas y conocimientos para enfrentar situaciones puntuales. Muchos libros están dedicados a compilar recetas, hechizos o incluso rituales para esto. La diferencia entre aplicar estas técnicas y estar en el sendero es la misma que existe entre tomar un medicamento para aliviar una dolencia en concreto y haber aprendido a llevar una vida saludable. Es más sencillo asimilar la relación “dolor-paracetamol”, que detenerse a examinar si nos duele la cabeza porque no estamos durmiendo bien, porque algo nos ha sentado mal, porque estamos preocupados, porque nos dio frío, etc. Podemos tomar paracetamol para aliviar el dolor de cabeza cada vez que éste se presenta, pero si encontramos el origen del asunto y aplicamos la solución adecuada, podemos evitar que el dolor aparezca y que sea necesario el medicamento. En el primer caso, la respuesta nos viene dada y no necesitamos comprender nada, pero acallamos el problema en lugar de resolverlo. En el segundo, sucede lo contrario, tenemos cierta idea de cuál podría ser la respuesta, pero es necesario prestar atención, adquirir conocimiento acerca del funcionamiento de nuestro cuerpo y actuar en consecuencia. Por este camino es posible que no sólo solucionemos el dolor de cabeza, sino que de paso nos sintamos, por ejemplo, más relajados y con mejor estado de ánimo.

El conocimiento, o la magia, no son elementos susceptibles de ser aislados; se filtran y extienden por todos los aspectos de nuestra vida y todos los segundos de nuestro tiempo. Llega un momento en el que desde dentro de nosotros parecen llamar a la magia o el conocimiento que se halla en cada cosa, y nos encontramos ante un mundo transformado, en el que vemos lo que antes nos estaba velado y experimentamos lo que un día nos pareció imposible. Este cambio no llega desde fuera, sino que emerge del interior pues, por insignificante que parezca, cada elemento que aparece en nuestra vida es como un ladrillo con el que, según elijamos, un puente o un muro, una casa o un mausoleo. Cuando tenemos claro qué queremos, nuestro ser va acumulando estas piezas y disponiéndolas en la forma que hemos seleccionado. Si nuestra intención no es clara, sólo las echará a un montón desordenado... Y si no nos damos cuenta de que un programa nocivo está funcionando en nuestro interior puede llegar a construirnos una fantástica cámara de tortura, o un fabuloso patíbulo.

Por lo tanto, es conveniente que permanezcamos atentos al modo en que estamos funcionando en nuestras relaciones, en nuestro lugar de trabajo, y en cualquier otro aspecto de nuestra vida incluyendo el modo en que nos hablamos a nosotros mismos. Evaluar nuestro sistema de creencias, de todo aquello que damos por sentado, y pensar un poco en aquellos puntos en los que podríamos mejorar sin demasiado esfuerzo. Atrevernos, por ejemplo, a pensar en aquello que realmente nos gustaría, en vez de en aquello con lo que nos podríamos conformar. Abrirnos a la posibilidad de algo realmente bueno, en vez de algo pasable. No se trata de condenarnos a la inconformidad, pues podemos hacer esto estando muy satisfechos y agradecidos con lo que ya tenemos, sino de estar dispuestos, dentro de nuestro campo de acción, a ir siempre un paso más allá y seguir trabajando por nosotros y aquellos que nos rodean. Y en vez de verlo como una penosa carga o un sacrificio, disfrutar del proceso.

2 comentarios:

Sibila dijo...

Me acabas de dejar helada, que lo sepas. Qué certera y qué adecuada. Justo ahora, en este límite, necesitaba recordarlo, mil gracias.

Un abrazo.

Vaelia dijo...

Un abrazo! :)