Elegir aquello con lo que nos vamos a vestir para salir a la calle, saludar a la mañana, a ese cielo a veces límpido y otras nublado, tomar el metro y cruzar miradas... es cada una de las horas que pasamos en el trabajo, espoleados por el paso de las horas y los montones de tareas pendientes, o bien dejando que el tiempo se deslice hacia ningún lugar, con la mente en blanco... es también observar un perro que pasa, un ave que se posa en una fina rama que se balancea bajo su peso... apartarse en un acto reflejo un mechón que se deslizó hasta nuestra cara, cargar las bolsas del supermercado y hacer la cama... y es también ese recuerdo que ni sabemos de dónde salió, como un conejillo que aparece entre las matas, que nos mira a los ojos un instante, y desaparece de nuevo. El momento en el que la llave gira en la cerradura, al llegar a casa, sacarse el abrigo y sentir como se relajan los hombros...
Vida es todo, aquello cuanto podemos ver y aquello que se nos escapa, es caminar envueltos en la influencia de los astros y cuanto se encuentra más allá de ellos, albergando, o, por ser mas precisos, siendo formados por miríadas de microsistemas que de igual modo escapan a nuestra atención, como si fueran realmente ajenos; sangre y oxígeno, partículas, células, átomos...
Al encontrar otra persona, nos enfrentamos a un universo entero, con sus propias constelaciones, estrellas que nacen y mueren; y propios guijarros que las aguas del río arrancaron a las montañas más altas, dulcificando sus aristas hasta conferirles la suavidad del pétalo. Entendemos que esa otra persona, no puede ser consciente de todo cuanto le rodea y vive, y muere, aún dentro de sí; que no puede alcanzar consciente mente todas aquellas historias más viejas que ella misma, o acaso más breves que la menor fracción de tiempo que pueda percibir, que carga en su devenir... y , más allá de nuestras afinidades o aversiones, no podemos dejar de maravillarnos por su existencia, y por la nuestra propia, capaz de reflejarla .
Y así entendemos que, en nuestras relaciones, sólo una mínima fracción queda bajo el dominio de nuestra mente y nuestros sentimientos, como un islote en el mar. Tenemos que aceptar que un conjunto infinito de reacciones se dan en nuestro interior, en lo más profundo, allí donde trabajan las raíces, y otras tantas reacciones escapan de nuestro control en el exterior, como el polen que se llevan las abejas, o las semillas aladas que el viento traslada a regiones ignotas para la planta que las ve alejarse, sin saber cuántas se perderán y cuántas serán el origen de nuevos ciclos.
Que los mundos invisibles que nos influencian desde lo alto y desde lo profundo también interactuan, luchan y se aman, al margen de la conciencia y la voluntad, tan ajenos como las olas que rompen contra las rocas del peñasco, como el sol que dora los campos de trigo; sacan sus garras como predadores que podemos tratar de confinar pero no domesticar, o abren sus alas y emprenden el vuelo, como aves que podemos admirar pero no comandar.
Caminamos, y nuestra conciencia actúa como un hilo que ensarta aquellas perlas que son cada uno de esos momentos preciosos, plenos en sí mismos, sin importar si son alegres o melancólicos. Formamos así , con nuestro movimiento y experiencias, un collar para la existencia; y al morir no hacemos sino cerrar una vuelta para iniciar otra, alderredor de su grácil cuello, como en otro momento preparamos sus pulseras, brazaletes y sortijas, somos el rocío en la flor que adorna su cabellera, o encendemos un destello en el vasto océano de sus ojos.
1 comentarios:
La alegría como arma... qué preciosa imagen.
La he visto como escudo, como manto, incluso como hogar, pero nunca con ese componente de osadía.
Que disfrutes cada paso.
Un fuerte abrazo.
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