martes, 18 de marzo de 2008

Reglas estándar vs. reglas alternativas

Parece que demasiado a menudo se olvida la importancia de - intentar, al menos - ver las cosas como son en lugar de como queremos, o tememos, que sean. Posiblemente volveré sobre esto en otro post, pero hoy tengo que centrarme en que, como tantas otras cosas, esto debe hacerse empezando por uno mismo.

Por supuesto, a partir de lo que uno es se avanza hacia a lo que uno tiene la voluntad de ser. Lo que no se puede es olvidar que se trata de un proceso que requiere del conocimiento específico sobre aquello con lo que vamos a trabajar. No tendría sentido tratar de construir algo sobre un terreno desconocido, con materiales igualmente desconocidos, con un diseño interesante sobre el papel, pero que no trae las indicaciones precisas para que llegue a ser una obra tangible. Cada terreno tiene sus peculiaridades, a las que corresponden unos u otros materiales, diseños y técnicas de construcción.

Esto también atañe en aquello que se refiere a las normas propias enfrentadas a las ajenas. Cierta persona me comentaba que "cuando uno trata de ser fiel a sí mismo, se sorprende, y sorprende aún más a los demás". Es posible, porque a menudo andamos embutidos en normas y leyes, a veces no escritas, que no nos atañen, aunque se den por sentadas.

Ahora bien, si tenemos que romper alguna de esas normas, y tras hacerlo nos invade la vergüenza, es que algo está yendo realmente mal. Cuando uno es fiel a su naturaleza, cuando hace lo que realmente quiere/necesita hacer, no queda espacio para que surja el arrepentimiento, o la necesidad de esconderse. No es una cuestión de orgullo, sino de honestidad.

No es lo mismo que algo nos duela, a que algo nos dañe; no es lo mismo desear que las cosas hubieran ido mejor, que arrepentirse de algo; no es lo mismo ser discreto que andar escondiéndose...

Cuando somos fieles a nuestras reglas, no hay engaño.
En ocasiones nos encontramos en alguna situación en la que es imposible evitar que alguien salga disgustado; en la que nuestro comportamiento queda muy lejos de lo que se supone que se espera de nosotros. Y, sin embargo, si se está en paz con las propias reglas, no hay error.

Si alguien a nuestro alrededor queda sorprendido por nuestro proceder, es porque no estaba viéndonos como lo que somos, sino como quería (o temía) que fueramos. Pero nosotros nos mostramos íntegros, sin importarnos que sea ésta comprendida o no, respetada o no.

De este modo aunque nos rodeen las acusaciones, sabemos que el error hubiera estado en actuar del modo contrario. Sabemos que haríamos lo mismo de lo que nos acusan una y otra y otra vez. Comprendemos que el ser honesto, (que no es lo mismo que ser cruel o provocar daños innecesarios) también tiene un precio a pagar, pero lo pagaremos gustosos. Y así andamos cómodos en nuestra propia piel, completos, sin miedos, tranquilos y felices.

Ahora bien, ¿qué pasa cuando uno no conoce sus propios límites? ¿Cuando uno no tiene esas reglas personales a las que ceñirse ? Que puede pensar que no hay reglas, o que cualquier cosa sirve para cualquier persona, y acabar metiendo la pata hasta el fondo...

Y esto lo veo demasiado a menudo. Toda la sarta de memeces que se hacen en nombre de una idea más bien absurda de libertad, una especie de reacción infantil contra "lo impuesto", cuya relación no cabria en un blog. Hay que conocerse bien y tener valor para ejercer la libertad; saltar al vacío con la idea de volar puede ser una idea atractiva, pero estamparse contra el suelo a medio camino no tiene ninguna gracia.

Ante una acción que transgrede las normas estándar, parece que sólo hay dos opciones; la censura, o el deseo de imitación, ambas fruto de la incomprensión de lo que hay detrás, y realmente importa.
Como brujos, muchos han invertido la mayor parte de sus esfuerzos en defender las normas alternativas y combatir la censura, y está bien. Pero se ha descuidado, tal vez, el advertir sobre lo absurdo de la imitación sin comprensión previa de la razón de la existencia de estas normas alternativas.

Si algo nos va a hacer sentir mal, simplemente no lo hacemos, porque nos vamos a sentir mal aunque el mundo entero nos esté aplaudiendo. No sirve de nada proclamar que algo "no es incorrecto" si al hacerlo nos morimos de la vergüenza y corremos a autoflagelarnos por el arrepentimiento, o a escondernos como cobardes. La creencia de que algo "es incorrecto" puede ser una carga, pero no nos vamos a liberar de ella por la fuerza o por la autoimposición, dado que con ese proceder sólo estaremos añadiéndole más peso.
No basta con la intelectualización, hay que comprender, y sentir; cuando llegue el momento, simplemente dejaremos ir esta carga, con suavidad y seguiremos en nuestro camino, andando cómodos en nuestra propia piel, íntegros, sin miedos, tranquilos y felices.

2 comentarios:

Sibila dijo...

"Si alguien a nuestro alrededor queda sorprendido por nuestro proceder, es porque no estaba viéndonos como lo que somos, sino como quería (o temía) que fueramos."

Lo escribiré 100 veces. Hay cosas que sabes, pero que necesitas que te digan. Gracias.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Wow, Vae.

Me das mucho en qué pensar con este post... Uf!

Rebeccah