viernes, 21 de marzo de 2008

Equinoccio de Primavera

Las nubes cubren el cielo como un montón de suaves telas; suave franela gris, sobre gasas lilas... sopla un viento fresco y nadie sabe dónde se esconde el sol.

Cerca del mar los almendros son prácticamente todo hojas rojas, pero en el interior aún se ven sus flores, más discretas y rosadas comparadas con las blanquísimas de los manzanos que bordean el camino.

En el bosque, permanecen aún las doradas hojas del otoño prendidas en los grises troncos y sobre el suelo; entre ellas se abren camino algunas violetas y otras florecillas silvestres a medio abrir... como un genio gigantesco abre lentamente los párpados, bosteza, se despereza y se remueve en las sábanas; de nada le valdrían las prisas.

Es un día gris y hermoso, el tiempo discurre mansamente entre sus pliegues, y una observa sin esperar nada. Dentro de poco, se endurecerán los brotes, asomará el principio del fruto y el sol, ya descubierto y sin recelos lo irá tornando amarillo y rojo, carícia tras carícia. Pero hoy, todo invita a la paciencia... hoy aún no hay nada más que la promesa de lo venidero concretada en el esfuerzo de la naturaleza por dar continuidad a la vida.

Que no es poco.

A veces sentimos que la primavera tarda en llegar, y como las crecidas hayas, mientras observamos el verde regio del joven acebo, desearíamos que soplara un fuerte viento para peinar nuestros cabellos, llevandose consigo las hojas, ya caducas, del recuerdo. Dejar que se pudran en el suelo, alimentando así nueva vida, y coronarnos nosotros una vez más del color de los inicios, alegres bajo la luz.

A veces, hay que saber esperar, aunque no sea exactamente una espera lo que sucede cuando sabemos con certeza que algo sucederá. Aún con nuestras hojitas muertas a cuestas podemos ver alrededor, las hermanas que cayeron, por el peso de la nieve en sus ramas, por la fuerza del agua que superó aquella otra de sus raíces, o fulminadas por la violencia del rayo.

Ahora sus cuerpos de madera se pudren sobre la negrura de la tierra, entre los montones de hojas arrastrados por el viento. No acabaron, no cesará la vida de surgir, con nueva forma, de ellas. Pero, detenido su ascenso, no habrá para ellas otra primavera.

Incluso el tocón, que un día ya lejano pareciera herido de muerte por el hacha del leñador, rebrota con esfuerzo, levantándose en una nueva juventud, aspirando a rozar, de nuevo, las alturas que otrora conoció como compañeras. Pero para las caídas no hay ya un hoy, ni habrá un mañana; perdida su forma, hasta la disolución, queda para ellos un trecho aún más largo, si no se pierden en el camino, hasta llegar al punto en el que estuvieron en sus mejores días.

Entonces, cabecita de hojas cobrizas, no estés triste, y espera, sin esperar.
Tus ramas aún fortaleciéndose, son bastante fuertes; tus raíces se agarran bien a la tierra, y aún han de profundizar más; sin desafiar al rayo y sin temer la amenaza del leñador, paciente... el tiempo pasa, y el devenir no se detiene... el mismo calor que ha de venir a perfilar de luz la corteza de tu piel y enredar sus rayos en tus hojas, arde ya por dentro, de la raíz a la copa; el fuego del cielo puede tardarse un poco, el de tu sangre de sabia se ha encendido ya.

Por ello, ¿sabes? Aún vives.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Feliz Eostre, Vae.

:) Rebeccah.